La búsqueda de la vida es lo que mueve el corazón. El mensaje de Juan Pablo II para la Jornada de la Joventud
Juan Pablo II invita a los jóvenes a una nueva peregrinación «por los caminos de la historia contemporánea».
Y el hombre camina «buscando algo o alguien que sea capaz de liberarlo de la muerte y de asegurarle la vida». Esta espera del hombre es un criterio seguro para juzgar la situación en la que el hombre de hoy vive y la recurrente tentación de rechazar un compromiso leal y real con la propia vida.
Pero es precisamente la espera del hombre la que consiente otorgar al anuncio cristiano un valor pertinente y definitivo. Según la bellísima definición dada por el Papa «hay en nosotros una promesa para cuyo cumplimiento nos reconocemos impotentes. Pero el Hijo de Dios venido entre los hombres ha asegurado: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6). Según una sugestiva expresión de san Agustín, Cristo ha querido crear un lugar en el que hacer posible a cada hombre encontrar la vida verdadera. Este lugar es su Cuerpo y su Espíritu, en el que toda la humanidad, redimida y perdonada, es renovada y divinizada».
¡Queridísimos jóvenes!
Tras los encuentros de Roma, de Buenos Aires, de Santiago de Compostela y Czestokowa, continúa nuestra peregrinación a través de los caminos de la historia contemporánea. La próxima etapa será Denver, en el corazón de los Estados Unidos, junto a las Montañas Rocosas del Colorado, donde, en agosto de 1993, tendrá lugar la VIII Jornada Mundial de la Juventud. En respuesta a los desafíos del tiempo que cambia, la reunión mundial de los jóvenes quiere ser semilla y propuesta de una nueva unidad, que trasciende el orden político, pero lo ilumina. Se funda en el convencimiento de que sólo el Artífice del corazón humano está en condiciones de responder adecuadamente a las expectativas que en el mismo se albergan. La Jornada Mundial de la Juventud se convierte entonces en anuncio de Cristo que proclama también a los hombres de este siglo: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10).
Búsqueda de la vida
Entramos así de lleno en el tema que guiará la reflexión durante este año de preparación para la próxima «Jornada».
En las diferentes lenguas existen términos diversos para expresar lo que el hombre en modo alguno querría perder, lo que constituye su espera, su deseo, su esperanza; pero ninguna palabra como el término «vida» consigue en todas las lenguas resumir de forma rotunda aquello a lo que el hombre aspira en grado máximo. «Vida» indica la suma de los bienes deseados y al mismo tiempo lo que los hace posibles, asequibles, duraderos. ¿Acaso la historia del hombre no está marcada por la espasmódica y dramática búsqueda de algo o de alguien que esté en condiciones de liberarlo de la muerte y de asegurarle la vida?
La existencia humana conoce momentos de crisis y de cansancio, de desilusión y de opacidad. Se trata de una experencia de insatisfacción que tiene reflejos concretos en mucha literatura y en mucho cine de nuestros días. A la luz de semejante espera dolorosa es más fácil comprender las particulares dificultades de los adolescentes y de los jóvenes que, con corazón temeroso, se disponen a enfrentarse con aquel conjunto de promesas fascinantes y oscuras incógnitas que es la vida.
¿Dónde podemos encontrar esta vida?
Jesús ha venido para dar respuesta definitiva al ansia de vida y de infinito que el Padre celestial, al crearnos, ha inscrito en nuestro ser. En la cima de la revelación, el Verbo encarnado proclama: «Yo soy la vida» (Jn 14,6), y continúa! «He venido para que tengan vida» (Jn 10,10). ¿Qué vida? La intención de Jesús es clara: la misma vida de Dios, que sobrepasa todas las aspiraciones que pueden surgir en el corazón humano (cfr. 1 Cor 2, 9). En efecto, por la gracia del Bautismo nosotros somos ya hijos de Dios (cfr. 1 Jn 3,1-2).
Jesús ha venido al encuentro de los hombres, ha curado enfermos y pacientes, ha liberado endemoniados y resucitado muertos; se ha entregado a sí mismo en la cruz y ha resucitado, manifestándose así como el Señor de la vida: autor y fuente de la vida imperecedera.
La insidia
La experiencia cotidiana nos dice que la vida está marcada por el pecado y acechada por la muerte, a pesar de la sed de bondad que late en nuestro corazón y el deseo de vida que recorre nuestros miembros.
Por poca atención que prestemos a nosotros mismos y a los fracasos a los que nos expone la existencia, descubrimos que todo dentro de nosotros nos impulsa más allá de nosotros mismos, todo nos invita a superar la tentación de la superficialidad y de la desesperación. Es justamente entonces cuando el ser humano está llamado a hacerse discípulo de aquel Otro que infinitamente lo trasciende, para entrar finalmente en la vida verdadera. Existen profetas embaucadores y falsos maestros de vida. Existen, sobre todo, maestros que enseñan a salir del cuerpo, del tiempo y del espacio para poder entrar en la «vida verdadera». Estos condenan la creación y en nombre de un espiritualismo engañoso, conducen a millares de jóvenes por los caminos de una imposible liberación, que al final los deja más solos, víctimas de la propia ilusión y del propio mal.
Aparentemente, en el lado opuesto, los maestros «del instante que huye» invitan a secundar toda instintiva propensión o apetencia, con el resultado de hacer que el individuo caiga en una angustia plena de inquietud, acompañada de peligrosas evasiones hacia falaces paraísos artificiales, como el de la droga.
Existen también maestros que sitúan el sentido de la vida exclusivamente en la búsqueda del éxito, en el acaparamiento de dinero, en el desarrollo de las capacidades personales, sin preocupación por las exigencias ajenas ni respeto a sus valores, a veces ni siquiera el fundamental de la vida.
Estos y otros tipos de falsos maestros de vida, numerosos también en el mundo moderno, proponen objetivos que no sólo no sacian, sino que frecuentemente agudizan y exasperan la sed que arde en el alma del hombre.
¿Quién podrá, pues, medir y satisfacer sus expectativas? ¿Quién, sino Aquel que, siendo el Autor de la vida, puede colmar la espera que Él mismo ha puesto dentro de su corazón? Él se acerca a cada uno para proponer el anuncio de una esperanza que no engaña: Él que es al mismo tiempo el camino y la vida; el camino para entrar en la vida. Solos no podremos realizar aquello para lo que hemos sido creados.
Existe en nosotros una promesa, para cuya materialización nos descubrimos impotentes. Pero el Hijo de Dios venido entre los hombres ha asegurado: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (cfr. Jn 14,6). De acuerdo con una elocuente expresión de san Agustín, «Cristo ha querido entrar en un lugar en el que sea posible a todo hombre encontrar la vida verdadera». Este «lugar» es su Cuerpo y su Espíritu, donde la entera realidad humana, redimida y perdonada, es renovada y divinizada( ... ).
Se necesitan «lugares»
Queridísimos jóvenes, vosotros os convertís en intérpretes de una pregunta que con frecuencia os es formulada por muchos de vuestros amigos: ¿Cómo y dónde podemos encontrar esta vida, cómo y dónde podemos vivirla? La respuesta podréis encontrarla en vosotros mismos, si intentáis permanecer fielmente en el amor de Cristo (cfr. Jn 15,9). Experimentaréis entonces directamente la verdad de aquella palabra suya: «Yo soy ... la vida» (Jn 14,6) y podréis llevar a todos este gozoso anuncio de esperanza. Él os ha nombrado embajadores suyos, primeros evangelizadores de vuestros coetáneos.
La próxima Jornada Mundial de la Juventud en Denver nos ofrecerá una ocasión propicia para reflexionar juntos sobre este tema de gran interés para todos. Es necesario, pues, prepararse para esta importante cita, sobre todo, mirando alrededor para encontrar y casi hacer una relación de aquellos «lugares» en los que Cristo está presente como fuente de vida. Pueden ser las comunidades parroquiales, los grupos y los movimientos de apostolado, los monasterios y las casas religiosas, pero también las personas consideradas individualmente, mediante las cuales, como sucedió a los discípulos de Emaús, Él consigue inflamar el corazón y abrirlo a la esperanza.
¿Quién podrá colmar su espera?
Queridísmos jóvenes, con espíritu de gratuidad sentíos directamente implicados en la empresa de la nueva evangelización, que a todos nos compromete. Anunciad a Cristo «muerto por todos, para que los que viven no vivan ya para sí mismos, sino para Aquél que por ellos murió y resucitó» (2 Cor 5, 15).
Traducido por Gabriel Richi
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