Historia de una conversión. Sostenido por una amistad concreta y fiel
Soy ugandesa perteneciente a la tribu acholi, del distrito de Kitgum. Desde la adolescencia he tenido muchas pruebas y tentaciones. Me sentía totalmente fuera de la Iglesia y perdí mi fe católica porque tenía miedo de la confesión. Estaba profundamente convencida de que mis pecados eran demasiados y demasiado grandes para ser confesados.
Decidí unirme a la secta protestante de los Salvados, pensando que así podría hablar directamente con Dios y convertirme en una verdadera hija de Dios. Después de estar diez años con este grupo perdí a mi hijo de ocho años. Me preguntaba: «Dios mío, ¿por qué me castigas?».
Tras la muerte de mi hijo también yo caí enferma. En ese momento perdí la fe de Salvada. Cada vez estaba más débil. Creí tener el SIDA, ya que lo sospecharon de mi hijo, muerto hacía ya un año. Me sentía descorazonada, frustrada e impotente.
Un día, el 26 de mayo de 1992, mientras estaba en la oficina, como un milagro, vi coches, motos, bicicletas y gente a pie, que iban hacia la Uganda Martyrs Centenary School de Kitgum (ndr.: una escuela fundada por algunos padres de CCL, donde se hacen todas las reuniones de la comunidad). Pregunté a mis compañeros: «¿Quiénes son estos y a dónde van?». Me respondieron: «Son los del grupo de CCL. Son gente que habla del SIDA, animan y curan a los que lo tienen».
Me entró curiosidad e inmediatamente les seguí. Cuando llegué allí pedí permiso para entrar. Fui bienvenida. Lo que me sorprendió en el discurso del sacerdote fue: «Dios es libre de revelarse como elige». Esta frase me abrió los ojos para comprender que Dios también se nos puede revelar a través de la enfermedad. El segundo punto era: «Mis estados de ánimo pueden engañarme. ¿Cómo puedo estar seguro de que la iluminación viene del Espíritu Santo y no de mis opiniones y conveniencias?».
Me parecía que aquel cura hablaba sólo para mí. Después de esto uno me invitó a ir a Misa. Me pregunté: «¿De nuevo a la Iglesia? es una locura». Y sin embargo veía que en este grupo había algo que yo necesitaba conocer. ¿Cómo? No lo sabía. Por suerte dos miembros del Meeting Point que pertenecen al mismo grupo vinieron a verme. Sentía que era importante para ellos por el amor que se me demostraba.
Uno de ellos habló del significado de mi vida, y me aconsejó que buscara a un sacerdote. Me daba miedo ir, porque había estado alejada de la Iglesia Católica durante dieciocho años. Pero acordándome de lo que había aprendido de aquel cura en la reunión -más tarde descubrí que se trataba de la Escuela de comunidadme armé de valor y fui. Me acogió muy bien a pesar de contarle mis tenibles experiencias pasadas. Volví a casa muy feliz, con el corazón en paz, y con un rosario. Después de algunos días recibí el sacramento de la penitencia y Juego el del Cuerpo de Cristo.
Dios es libre de revelarse como Él elige, y para mí lo ha hecho a través de mi enfermedad con la ayuda del grupo de CCL.
Traducido por María del Puy Alonso
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