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Huellas N.02, Febrero 1993

PORTADA

Trabajo, hace falta una compañía

Giancarlo Cesana

No ha muerto el deseo de que el trabajo sirva para la felicidad y no sólo para la economía

Yo soy el primero en sorpren­derme por lo que es la Compañía de las Obras.
Todo nació con los Centros de Solidaridad hacia finales de los años 70, por la preocupación de encontrar trabajo a los compañeros en un momento en el que encontrar trabajo era difícil.
Este intento no sólo encontró puestos de trabajo, sino que también lo ha producido, ha producido empresas: pequeñísimas empresas que no eran más de cincuenta hacia el 86-87, cuando se definió el nom­bre de «Compagnia delle Opere». Ahora, después de seis años, las empresas asociadas son más de cin­co mil. Hay de todo: empresas arte­sanales, actividades productivas, financieras, caritativas, escuelas, etc.
Muchas de estas empresas (esto os lo puedo garantizar porque las he visto nacer) surgieron sin capital, sin dinero, y muchas de las empre­sas que se adhirieron -que sin embargo tienen dinero, tienen capi­tal- hacen cosas que no tienen mucho que ver con el dinero, o que desde un cierto punto de vista po­dríamos definir como antieconómi­cas.

Trabajo: hay otra ley, no sólo la de la economía
Este es el hecho que define a la Compañía de las Obras: una asocia­ción de personas, de empresas, que testimonia que dentro del trabajo hay algo más que no es el dinero, no es la pura y simple ley de la eco­nomía.
La Compaiiía ck las Ohras atesti­gua este sentir en el trabajo, es decir, que hay «algo distinto» que tiene que ver profundamente con la vida; que ciertamente necesita del dinero, necesita sacar beneficios, respetar las leyes que regulan la vida de la empresa, pero está ligado sobre todo al deseo de felicidad del hombre. Hay algo distinto cuya per­cepción es para algunos muy clara, para otros fragilísima y para otros finalmente coincide con la búsque­da de dar un fin a la vida. Es impre­sionante ver cómo este algo distinto que a menudo es indefinible para la propia conciencia, tenga un poder de unión tan grande, es decir, tenga tanta capacidad de reunir gente.

El trabajo como medio para la unidad
El deseo del hombre dirigido a la propia felicidad, es decir, dirigido a la búsqueda del destino de la propia vida, no sólo descubre el trabajo como medio para hacer esto, sino que lo descubre también como medio de unidad rompiendo la ley más reconocida del trabajo de hoy: la competitividad.
Vivimos en una sociedad en la que somos educados a pensar en el trabajo fundamentalmente en térmi­nos de competencia y a menudo por tanto, como un hecho de opresión. Tenemos que reconocer que nuestro mundo, con su organización del tra­bajo, puede oprimir a las personas interior y exteriormente. Se dice que el comunismo ha muerto -es posible ­pero la exigencia de justicia que con­llevaba no ha muerto, por el momen­to solo permanece muda.
No podemos pensar que haya muerto el deseo de que el trabajo sir­va para la felicidad y no simplemen­te para un tumulto en el que todo tie­ne su fin en la economía y en una estructura social que al final se con­vierte en explotadora y agotadora.
El factor fundamental de la Com­pañía de las Obras es el «algo distin­to» que define el trabajo, la búsque­da de este algo distinto, de este bien conectado a la felicidad propia que define el trabajo más que todo el resto, tan grande como para ser capaz de volver a captar incluso el interés, a desarrollarlo en términos nuevos, de hacerlo más adecuado, de convertirlo incluso en elemento de solidaridad.
Y así, dentro de esta compañía, se ha desarrollado una unidad. Una unidad que es en primer lugar a nivel personal: hay mucha gente entre nosotros que ya no siente su trabajo como algo separado de él y, en último término, hostil. El propio deseo de felicidad puede compagi­narse con el trabajo y la posibilidad de ayuda recíproca también. Y des­pués se ha desarrollado la unidad entre las personas que trabajan. Por último, se ha desarrollado la unidad entre empresas, por la cual una empresa ayuda a otra. La unidad entre las obras, la Compañía de las Obras: mi obra particular no sólo me sirve a mi, sino que también sirve a la tuya.
Es realmente conmovedor ver empresas que, naci­das por otro fin, totalmente diferen­te, han desarrollado o han contribuido de modo efectivo a desarrollar intere­ses no previstos: intereses de carác­ter misionero o caritativo. De hecho, han nacido obras en lugares donde era dificilísi­mo trabajar, como ha recogido el Corriere della Sera con dos reportajes que describen lo que ha surgido en la selva amazónica.
Una última observación. Todo esto sucede en el mayor respeto a la libertad porque -como siempre hemos dicho- la Compañía de las Obras no es propietaria de nada: quien hace una empresa es su pro­pietario y es él quien decide.
El proceso que he descrito nace de la libertad porque nunca hemos pedido nada a nadie, y es impresio­nante cómo no pidiendo nada -en el fondo- se haya dado todo, se haya dado mucho más de lo que esperába­mos, porque todo lo que nace es para la libertad de quien lo hace.
He intentado hasta aquí decir que la Compañía de las Obras es un hecho humano sorprendente, que nos interroga a nosotros en primer lugar. Si continuamos adhiriéndonos a ella es porque deseamos compren­der más a fondo qué es este algo diferente que la une.
Alguno lo ha encontrado, alguno lo ve claro y habla de ello con los demás, cuenta su experiencia, lo explica, intenta proponerlo como verificación, otros menos, pero todos estamos implicados en esta profundización que -en el fondo- es la profundización de cómo nuestras manos, nuestra cabeza, nuestra energía pueden servir al cumpli­miento de nuestro destino -total­mente unido al destino de los demás- y de nuestra felicidad en un mundo en el que, al final, uno se da cuenta de que nada es nuestro.

Traducido por Paloma Galán


El criterio último
«El trabajo es un bien para el hombre -y es un bien para su humani­dad-, porque mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la natura­leza adaptándola a las propias necesidades, sino que también se realiza a sí mismo como hombre y ante todo, en cierto sentido, "se hace más hom­bre"» (Laborem Exercens).
Al final todos sienten que el criterio último del trabajo no es el del dine­ro o la eficacia sino otra cosa. «Otra cosa» conectada con el deseo de felici­dad de quien cumple el trabajo y de quien se beneficia de él. «Otra cosa» tan grande y gratuita que incluye dinero y eficiencia, pero no depende de éstos. «Otra cosa» cuya conciencia, tal vez fragilísima, es el sorprendente factor que unifica la Compañía de las obras.
De otra forma no se explicaría un fenómeno que, no previsto por los tra­dicionales circuitos político-empresariales, reunía 50 empresas en 1986, y hoy reúne a 5.000. De otra forma no se explicaría una actividad tan intensa de ayuda recíproca que tiene como protagonistas, en formas distintas, a todos los miembros de la Compañía y no sólo a sus organismos centrales (además bastante reducidos) destinados a esta tarea.
Nosotros, que «hacemos» la Compañía de las obras, somos los primeros en ser impactados por el hecho humano y civil que ésta supone. El trabajo, que tan a menudo está regulado por un régimen de opresión y competitivi­dad, puede convertirse en factor de libertad y unidad, «verdaderamente útil a la compañía humana».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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