Va al contenido

Huellas N.01, Enero 1993

CLAUDEL

El misterio de la vocación

Vera Forti

La trama de la obra. El significado de los personajes y de los acontecimientos

La anunciación a María. La explicación del título es la explicación del drama; el anuncio del ángel definió la función que aquella joven hebrea debía tener en el mun­do; cada ser está hecho para una tarea particular en el conjunto de las cosas, es una piedra en la catedral de Dios que es el mundo. Todos los persona­jes del drama son, por tanto, tomados en el momento de la definición de la propia vocación. Se dividen en dos grupos: Pierre de Craon, Anne Ver­cors y Violaine son los personajes según el espíritu; Mara, Elisabeth y Jacques Hury son los personajes según la carne.
La historia se desarrolla en un castillo medieval, Combemon, cercano a una montaña con un convento de clausura, Monsanvierge, manteni­do por el castellano Anne Vercors. Los tiempos son tristes: la Iglesia tie­ne un Papa y dos antipapas, Francia no tiene rey, ya que está prisionero.
El protagonista masculino, Pierre de Craon es el genio, el constructor de catedrales, el hombre en su vibra­ción más profunda y consciente. Se enamora de Violaine, hija de Anne Vercors, prometida ya con Jacques, tipo normal pero completo de quien está enamoradísima. El artista intenta violentar a la joven, que se resiste, pero comprendiendo a Pierre lo per­dona y no se lo dice a nadie.

Prólogo
Este es el anteacto. La acción comienza en el prólogo, en el que Violaine se despide de Pierre de Craon que parte, antes del alba.
Pierre es castigado por Dios con la lepra por su pecado y como lepro­so debe alejarse de los demás; aún en el martirio acepta el castigo. Había deseado a Violaine pero su vocación es la de permanecer solo; con Violaine habría tenido hijos e hijas y, sin embargo, está destinado a otra fecundidad. Él es el gran cons­tructor de catedrales de Francia, lugares donde la humanidad de todos encuentra expresión. La grandeza de Pierre está en la aceptación de la situación creada por el error: no podía permanecer entre los hombres y dará vida a la comunidad de todos.
Violaine se aparta de la columna para saludarlo: «Hacedor de puertas, dejadme que os abra ésta». La Iglesia es la puerta de Dios y la genialidad artística es abierta a Pierre por Violai­ne. De pronto Pierre pregunta a Vio­laine: «¿Qué anillo es éste, Violaine?». Era el anillo que Jacques le había dado. Ella, entonces, dona el anillo a Pierre para la construcción de la cate­dral de Santa Justicia. El amor de Jac­ques y Violaine no tenía otro sentido que el aumento del Reino; el signo de aquel amor, el anillo, es dado al tem­plo. Cada uno tiene su tarea en el Rei­no; la pequeña Santa Justicia no ima­gina ser llamada al martirio: «No concierne a la piedra buscar su lugar, sino al Maestro de obras que le ha escogi­do», este es el tema central del drama.
Violaine piensa que para ella todo está claro y su tarea bien delineada. Pierre vuelve siempre a su cruz: «La santidad no es ir a hacerse lapidar entre los turcos o besar a un leproso en la boca (eran los dos máximos signos de caridad), sino cumplir prontamente la voluntad de Dios, ya sea permaneciendo en nuestro pues­to o subiendo hasta lo más alto».
Violaine, al despedirse, empujada por la compasión, besa a Pierre en la boca y una sombra se escabulle, la de Mara, hermana de Violaine, que amaba a Jacques con instintividad ciega. Mara va a contar lo sucedido a la madre y a Jacques, que no le cree.

Peregrino
El primer gesto del drama es del padre, Anne Vercors, raíz de la plan­ta de la que Violaine es flor y fruto.
La vocación puede cambiar en todo momento: Anne, ya anciano, quiere ir al sepulcro de Cristo para obtener paz para la humanidad y para la Iglesia. Confía su casa y Vio­laine a Jacques y parte. También él ha recibido el anuncio.

El verdadero amor
El segundo gesto es el de Violai­ne. Como en el primer cuadro junto a la gigantesca figura de Anne aparece la insignificante sombra de la madre Elisabeth, del mismo modo en el segundo acto frente a la gran­deza sencillísima de Violaine se derrumba Jacques, el hombre nor­mal, honesto y trabajador.
Tiene lugar un hermosísimo diálo­go de amor. Violaine viste un hábito de monja que las mujeres de Comber­non pueden llevar únicamente en los días de vocación, noviazgo y muerte.
Violaine sabe que ha contraído la lepra besando a Pierre y debe decír­selo a Jacques. Todo el diálogo es como una prueba de lo que es el amor verdadero. No existe verdade­ro amor si no está dispuesto a dejar lo que ama. Para Jacques, sin embargo, no es así: el mundo es her­moso, sencillamente porque Violai­ne es suya. En cierto momento aflo­ra en Violaine el miedo y ella que­rría refugiarse en los brazos de Jac­ques, pero su vocación es el mundo.
Ella es de la misma cantera que Pie­rre y por ello él se había enamorado.
Violaine pide a Jacques dejarla: vivir significa morir, y amar separar­se. Jacques no la entiende. Entonces, por fin, corta el hábito y muestra la flor de plata de la lepra. Jacques se sienta en el mismo banco, pero vuel­to de espaldas: es la oposición. Quie­re una prueba en último término, algo que coincida con su propio cri­terio, pero esto no es amor. Jacques ordena a Violaine que se marche esa misma tarde a la leprose­ría. La vocación es estar preparados. Para Violaine, el amor de Jacques se ha transformado en pena.

El milagro
Mara se casa con Jacques y tienen una niña que enferma y muere. Mara cree que Violaine le ha echado el mal de ojo y va a buscar a la hermana poniéndole el pequeño cadáver entre los brazos. Del seno de Violai­ne, ya ciega, brota una gota de leche que reanima a la pequeña. Es el milagro por el cual cuanto más abra­za uno la cruz, más bien hace. Vio­laine había abandonado una fecundi­dad normal; se le da una fecundidad inmensamente más grande.
Mara siente que depende de la hermana; la niña es ahora como la hija de Violaine y tiene sus ojos. Por eso Mara suprime a Violaine sepul­tándola bajo un carro de grava. Pie­rre de Craon, milagrosamente cura­do, la encuentra agonizante y la lleva a casa a punto de morir.

Por qué atormentarse
Jacques acude y Violaine se reani­ma. Todo está como en el día del noviazgo. «¡Qué dura es para un joven corazón la renuncia!». Violaine cuenta el milagro a Jacques; él se rebela y pide justicia. Después com­prende quién es la asesina de Violaine.
Anne Vercors, que había ido a Tierra Santa, regresa contra todo pro­nóstico: la vocación no es previsible en ningún paso. Encuentra todo dis­tinto a como lo había predispuesto en su momento y en Violaine reconoce la verdad de su gesto. Pero el sacrifi­cio aceptado por Anne, Violaine y Pierre genera la unidad del mundo: Monsanvierge, el convento de clau­sura que estaba vacío, resucita en la hora de la muerte de Violaine.
Para ser una sola cosa debemos abandonarnos a nosotros mismos, debemos morir: «¿Es acaso el vivir el objeto de la vida? No vivir, sino morir, y no fabricar la cruz sino subir a ella, y dar con leticia lo que tenemos».
Anne, que dio la vida a Violaine, ahora se hace discípulo suyo: «¿Por qué atormentarse cuando es tan fácil...

Traducido por María del Puy Alonso

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página