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Huellas N.4/5, Abril 1992

SOCIEDAD

El perfume del dinero

Tommaso Salina

¿Acaso la Iglesia, para ser pura, no tiene que ver nada con el dinero?
La tradición -desde los primeros papas hasta Don Bosco- no dice eso.
La cuestión es usarlo de una manera nueva. Por ejemplo ...


Los JOVENES de GS (Gioventú Studentesca, el nombre del primer grupo que empezó la experiencia de C.L.), hace más de treinta y cinco años, iban a la Bassa (la zona rural al sur de Milán) para la caritativa. De aquello surgió una canción. Uno de los versos más cono­cidos, quizá el más expresi­vo: « ... non bastano i soldi, non basta la morosa» (no basta el dinero, no basta la novia). «Bueno, de la novia ya hablaremos en otro momento», dice bromeando Adriana Mascagni, que no escribió aquella canción pero recuerda cómo nació casi por generación espontanea de aquella experiencia. «Por lo que respecta al dinero, ya se sabe: para los jóvenes este es uno de los puntos donde tro­piezan inevitablemente. Entonces era así, y me parece que aún hoy lo sigue siendo. Al entrar en G. S. encontramos un gusto de vida nueva que nos permitía ver y juzgar las cosas. Inclu­so el dinero. Podíamos can­tarlo: el problema de la vida no se resuelve preocupándo­se por el dinero, por cómo tenerlo y usarlo en beneficio propio o cómo distribuirlo. "No basta el dinero". Entre nosotros es muy diferente, cantábamos. ¡Mucho más! Eran los comienzos de una experiencia: otro mundo en el mundo. Se podía mirar todo y usar todo de una manera diferente: incluso el dinero. Y cuando se pagaba el diezmo (la parte del dinero que cada uno recibía de sus padres y que libremente decidía entregar a la comuni­dad), qué bello era aquel dinero. Tomaba valor, tenía otro brillo».

De la Bassa, el origen
«Me parece que es el mis­mo impulso del que nació y perdura la Compañía de las obras» comenta Gian Carlo Cesana. « El dinero -que en el fondo coincide con el poder, ya que expresa su idea de posesión y da la ilu­sión de gobernar el destino ­no es demoníaco sino que, por el contrario, es verdade­ramente poderoso cuando el que lo posee y lo utiliza per­tenece a un compañía más grande y reconoce cuál es el origen del poseer: no el yo, sino Dios. La experiencia cristiana a lo largo de los siglos ha generado civiliza­ción reconociendo de dónde viene el poseer. Nunca ha maldecido el dinero en sí mismo. Con tal de que se reconozca su origen y no se lo adore. Entonces el dinero ayuda, ¡vaya si ayuda!. Hay un refrán español que me gusta mucho, y desmitifica un poco los moralismos apocalípticos pseudocristia­nos: el dinero no da la felici­dad, imagínate la miseria ... >>
Dinero: está claro, ésta es la palabrita que investiga­mos en este artículo. Sin pretensiones de agotar el tema, por favor. Sólamente una incisión en la dura cor­teza de un tema que por lo general es objeto de senten­cias definitivas. Una de ellas es anterior a Cristo: de Alceo, el lírico griego que citaba en un fragmento Aristodemo: «El dinero es el hombre». Y León Tolstoi liquidaba la discusión diciendo apoyarse en el Evangelio: «El dinero es un mal en sí mismo» (El dine­ro). Al liberarse de él, el hombre volverá a ser puro, ya no será esclavo.

Dinero de los santos
Como se ve en los testi­monios de Mascagni y de Cesana no es así como el dinero ha estado y se ha considerado en la experien­cia de C.L. Marta Sordi, profesora de Historia griega y romana en la Universidad católica del Sacro Cuore de Milán, confirma que la experiencia del diezmo en la Bassa, del fondo común de hoy y de la dinámica de la Compañía de las Obras enlaza con la vida de la Iglesia de los primeros siglos. Por lo demás, el tér­mino koinonia se puede tra­ducir de la misma manera con comunión y cooperati­va, y todo lo que ello impli­ca. Escuchemos a Marta Sordi. «Presentándose quizá ante el Estado romano como un collegium religio­nis causa, o incluso como una organización análoga a aquella de las asociaciones lícitas nacidas de la asisten­cia mutua, la Iglesia dispo­ne, en cada una de las comunidades que la compo­nen, de una casa común y de fondos comunes, fruto de las entregas mensuales (nos lo cuenta, entre otros, Tertuliano). Estos fondos se utilizaban para alimentar y dar sepultura a los pobres, para ayudar a los huérfanos y a los ancianos». No es que se recaudara dinero y se conservara sin hacer nada, mirándolo como si fuera el demonio. «Los bienes mue­bles (moneda) e inmuebles (casas, terrenos) se poseían con realismo y se adminis­traban con cuidado».
No sólo fue así en la épo­ca primitiva. «Era un arte que San Juan Bosco cono­cía muy bien. Siempre tomó muy en serio el dinero», dice don Teresio Bosco, salesiano, que es el biógrafo vivo más conocido del san­to. «Indiferente a las acusa­ciones de especulación, especialmente en su madu­rez, sabía pedirlo con fuerza y administrarlo con sagaci­dad. Se hizo maldecir como hombre codicioso y verda­deramente era tremendo. A sus discípulos y colabora­dores, que le reprochaban ser demasiado duro en su relación con los ricos, les dice que la Virgen le había revelado en sueños que era incluso demasiado delicado. El dinero servía para las nece­sidades del Reino, es decir, de los orfelinatos, de sus hijos». El psicoanalista Giacomo Contri explica lo siguiente: «En la Iglesia los santos nunca han vivido una moral privada del dinero para corregir la moral pública. Vivían de un modo sencillo la pertenencia a la comuni­dad cristiana como lugar donde el dinero no era jamás una abstracción (Kierkegaard), una forma de alienación, sino una de las formas de otro mundo en el mundo. Precisamente, actuando así, usando el dinero para construir otro mundo dado ya por gracia, la Iglesia limitaba el poder del dinero en el mundo capitalista, moderando su absolutismo».

Péguy manda decir
Charles Péguy tiene pági­nas tremendas sobre la pre­tensión del dinero post-cris­tiano (moderno): la «des­cristianización» coincide con la llegada del capitalis­mo, que destruye el otro mundo en el mundo, la vida cristiana. Antes el dinero valía más. Escribe: «la bur­guesía capitalista ha conta­giado cada cosa. Se ha con­tagiado a sí misma y ha contagiado al pueblo con la misma infección. Ha empe­zado a tratar el trabajo del hombre como un valor de Bolsa y entonces el trabaja­dor ha empezado también a tratar como un valor de Bol­sa su propio trabajo». Ha cambiado todo. No era así cuando aún existía el cristia­nismo: «Decían (los del pueblo cristiano que ya no existe, ndr) riendo, y para enfadar a los curas, que tra­bajar es rezar, y no sabían hasta qué punto estaban en lo cierto. Hasta qué punto su trabajo era oración. Y el lugar de trabajo un oratorio. Todo era ritmo. Cada cosa era un acontecimiento. Todo era elevación interior y ora­ción, el día entero, el sueño y la vigilia, el trabajo y el poco reposo, el lecho y la mesa, la sopa y el cocido, la casa y el jardín, la puerta y la calle, el patio y el umbral de la puerta, y los platos sobre la mesa».
Max Weber -recuerda Contri- ha demostrado cómo y cuánto el gran ene­migo del capitalismo ha sido el pueblo católico: no necesitaba encomendarse a la multiplicación del dinero para tener gusto por vivir, le bastaba satisfacer sus nece­sidades. Dice una página de Péguy: «En aquellos tiem­pos (el tiempo del cristianis­mo, ndr) un taller era un lugar de la tierra en el que los hombres eran felices. Hoy un taller es un lugar de la tierra donde los hombres recriminan, se odian, combaten, se matan. En aque­llos tiempos no se ganaba casi nada. Los salarios eran tan bajos como no podemos imaginar. No obstante todos comían. Había, en las casas más humildes, una especie de bienestar del que se ha perdido el recuerdo. En el fondo no se contaba. Y no había necesidad de contar. Y los hijos podían crecer. Y crecían. No existía esta especie de estrangulación económica ... No se ganaba nada, no se gastaba nada, y todos vivían. No existía esta estrangulación económica de hoy, esta estrangulación científica, fría, geométrica, regular, neta, nítida, sin patanería, implacable, sabia, habitual, constante, cómoda como una virtud, de la que no hay nada que decir, en la cual, aquel que ha sido estrangulado tiene la culpa de manera evidente»

Hacer el cristianismo hoy
¿Qué hacer entonces? ¿Refugiarse en la utopía del pasado? Cesana se rebela: «Péguy dice lo contrario: en el mundo descristianizado, en estos malos tiempos, la tarea es hacer el cristianis­mo. En Comunión y Libera­ción he sido educado, y la educación continúa, a con­siderar que las cosas se poseen verdaderamente -y el hombre quiere poseer, tener poder- si se reconocen como dadas. Esto no es simplemente un descubri­miento de la inteligencia, sino que es algo que se reconoce cuando se acepta dejarse implicar en una vida nueva donada: la vida de la Iglesia. Para no alejarme del tema, me doy cuenta de que aprendo a usar el dinero y bienes sin que me estrangu­len, cuanto más pertenezco a la compañía cristiana. Es un camino, se aprende: el fondo común que se pide a todos, pobres y ricos, sin pretender nada, es la sencilla indicación para dejarse educar por el movimiento».
Hacer el cristianismo, cierto, sin dejarse caer en los brazos del orden actual del mundo. Pero Péguy decía que este capitalismo trata de estrangular al pue­blo cristiano. Sí, trata de dejar fuera la experiencia cristiana y el modo de hacerlo es por ahogamiento económico. ¿No ocurrió así en Roma en 1988-89, cuan­do hubo una acción concer­tada para destruir algunas cooperativas de jóvenes cristianos que se ocupaban de comedores estudiantiles? Ocurrió precisamente de esta manera. ¿Qué hacer entonces? Nos defendemos. Es una antigua lección cris­tiana. En el post-cristianis­mo la mentalidad debe ser la misma que la de los cris­tianos en el mundo pre-cristiano. Se profundiza en las leyes, se aprovecha todo, sin contradecir jamás los mandamientos de Dios. Marta Sordi testimonia:
«Los cristianos no vacila­ban en pleitear con el Esta­do romano cuando parecía que se agredían los dere­chos: el emperador Severo tuvo que arbitrar una dispu­ta entre la Iglesia de Roma y una corporación de coci­neros. Por Hipólito sabemos de la existencia de un banco cristiano en Roma, el de Carpoforo, del que era pro­curador Calixto, futuro Papa, que fue arrestado cuando se dirigía a solicitar el pago de un préstamo a una comunidad hebrea».

Don Bosco y la bolsa
El mundo post-cristiano es peor que el pagano. Y al leer ciertas biografías, los santos, ligeros como palo­mas, parecen enroscarse con la astucia de la serpien­te evangélica, introducién­dose en el mundo de los negocios y plegando a sus fines las leyes capitalistas. Con un resultado doble sin embargo: el de atraer hom­bres a la Iglesia que otras almas buenas habrían consi­derado a priori condenados, y el de crear bienestar entre los huérfanos y las viudas, los presos, los cristianos en resumen, dándoles el famo­so «céntuplo» del que habló Jesús. «El dinero es transfi­gurado -dice el escritor e historiador Vittorio Messori­ cuando pasa por las manos de don Bosco por ejemplo (¡una vez más!). Hay dos episodios de los que nunca se habla. Dijo a un rico en su lecho de muerte: "¿Si yo le aseguro un año de vida cuánto me da?" No le intere­saba acumularlo, que quede claro; aquel dinero en el cir­cuito de don Bosco era el tejido de otra historia. Dominó siempre en él el
realismo campesino. Murió con los zapatos rotos y la sotana andrajosa, pero en su sociedad, la Iglesia, se debía poder vivir mejor».
Contri sostiene una tesis: «La parábola del Evangelio, donde se dice que por la perla en el campo se vende todo lo que se tiene, se toma en serio. ¡Conviene pertenecer a la comunidad cristiana, incluso respecto a la riqueza! El marxismo que criticó el dinero ha empeorado lo que criticaba porque estaba dentro de aquel mundo. No así el cristianismo. No analiza tanto las relaciones sociales (para Marx el dinero define el estado de las relaciones entre las clases, el dinero es relación social), sino que en seguida las cambia: el dine­ro sigue siendo una rela­ción, pero habiendo sido cambiados los hombres cambian entonces las rela­ciones, y el dinero dentro de aquel mundo nuevo es otra cosa. Vale más, porque corresponde a relaciones reales, verdaderas. Quien pertenece a una comunidad cristiana lo sabe bien, qui­zás de manera inconsciente: el dinero para él ya no es lo mismo que antes. El sueldo adquiere belleza: es una perla. Es así: la perla de la que habla Jesús tiene pues un valor de mercado supe­rior al que se da para com­prarla; es un negocio». Como en el caso de don Bosco: perlas, tejidos, mer­cado.
He aquí el otro episodio. Cuenta Messori: «Don Bos­co se compinchó con un gran mercader milanés. Estaba preocupado por el hecho de no haber conse­guido todavía entrar en la plaza de Milán, donde era muy poco conocido. Y entonces hizo una profecía aplicada al mercado para uso de este importante comerciante de tejidos. Le sugirió cuáles serían las mercancías que aumentarí­an de precio. El mercader consiguió fabulosas ganan­cias. Don Bosco, según los acuerdos, se llevó el 50 por ciento. Mientas tanto los tres mil niños de Valdocco comían y crecían. Y el nombre de don Bosco se extendió por Milán y pudo contar con otros benefacto­res; se dieron conversiones, caridad y gracia». Ricos y pobres, cada uno a su modo, entraban de este modo en el círculo de la Iglesia, la realidad menos basada en el censo de todas las sociedades que le han seguido en la historia.

Dice el Código
Alguno dirá que todo esto no se corresponde con muchas de las predicacio­nes que suele oír acerca del dinero, ni con las ideas que circulan en la cultura dominante. A menudo se razona acerca del cristianis­mo como el ya citado Tols­toi: la Iglesia, para ser pura, no debería tener nada. Don Luigi Misto enseña Dere­cho canónico en el seminario de Milán, y en esta mis­ma diócesis es el encargado de la promoción para el sostenimiento económico de la Iglesia. Dice: «La Iglesia tiende a educar a un correcto uso del dinero. Ella misma lo usa. El magisterio eclesiástico se ha mostrado preocupado por el correcto plantea­miento de la cuestión. Se advierten profundas huellas de ello en el Código del derecho canónico, concreta traducción disciplinar y pastoral del Concilio y de su renovada reflexión y pra­xis eclesiológica. De ahí ha sacado sus argumentos el episcopado italiano que así se expresa en su documento "Socorrer a las necesidades de la Iglesia": "La Iglesia vive en el espacio y en el tiempo, porque Cristo la ha constituido aquí en la tierra como realidad resultante de un elemento humano y de un elemento divino". La misión de la Iglesia, si bien espiritual, debe alcanzarse en el tiempo y con los ele­mentos propios del tiempo. Es por lo tanto conforme a la naturaleza de la Iglesia de Jesucristo, su funda­dor. Es Él quien la ha dota­do por derecho divino de la capacidad de poseer tam­bién bienes materiales, exactamente en calidad de instrumentos necesarios para los objetivos espiritua­les característicos e inhe­rentes a su misión». La conclusión de don Misto es clarísima: «El dinero, y con él todos los bienes materia­les, son vistos por la Iglesia únicamente con una califi­cación instrumental, y su uso y posesión está justifi­cado en el sentido de un medio relativo al fin». En resumen: el dinero no es el demonio, pero no es el fin. Y su uso es juzgado dentro de la vida de la Iglesia. ¡Ay de despreciarlo y de servirle como a un ídolo! El dinero sirve. ¿No es así en la vida del movimiento? Intentare­mos ofrecer en los próxi­mos números algunos testi­monios de una vida nueva que renueva incluso al dinero.

Traducido por Carmenchu Rubio

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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