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Huellas N.4/5, Abril 1992

CULTURA

El grito del débil

Laura Cioni

Es terrible el esfuerzo solitario de la coherencia. Para Dios es suficiente el grito de la súplica.

LA HISTORIA es la de un adulte­rio, algo sucio, que sin embargo, para la protagonista será la ocasión para otra historia. Por un voto hecho imprudentemente durante un bom­bardeo, Sara, incrédula, promete dejar a Maurice, su amante, si él salía vivo de aquello. Atormentada por el deseo, pero leal a su promesa, vuelve con su marido, Henry, y lucha con Dios. No cree, pero le ha sacrificado el amor; hace de todo para resistirse pero no puede vivir sin él. En su dia­rio anota, como aquí, las acciones y pensamientos de este cuerpo a cuerpo con Dios.
"Las cosas oscuras anhelan la cla­ridad" escribe en un bello verso Montale. Aquí la oscuridad está pre­sente no sólo porque estamos en un Londres que sufre la guerra, sino porque una enemistad sutil impregna todas las relaciones, incluida la pasión. Sin embargo la luz de la redención penetra incluso en esta opacidad plaga­da de indiferencia, de formalis­mo, de mezquindad, de odio. Es el amor que le llama, un pobre amor humano, pecador: Dios responde. En mi opinión Sara se parece mucho a un personaje de Clau­ del protagonista de El Zapato de Raso, Doña Proeza. También ella se ve arrollada por un amor imposi­ble y sabe que no le es lícito traicio­nar a su marido. Pero también conoce su debilidad y entonces no encuentra mejor remedio que confiarse a la Vir­gen patrona de su casa, para que ella y no su frágil propósito le defienda incluso de ella misma. Su oración a María tiene algún parecido con la hoja del diario de Sara: «Ahora, que es tiempo aún, sosteniendo el cora­zón en una mano y mi zapato en la otra, ¡a Vos me remito, Virgen Madre! ¡Os entrego mi zapato, Vir­gen Madre! ¡Conservad en vuestra mano mi desdichado pie! ¡Os advier­to que dejaré de miraros desde ahora y que voy a poner en obra todo con­tra Vos! Pero cuando intente lanzarme hacia el mal, que sea con un pie de menos. La barrera que habéis puesto, cuando quiera franquearla, que sea con un ala cercenada. Ya no puedo hacer más. Guardad mi pobre zapato. ¡Guardadlo junto a vuestro cora­zón, oh gran Madre inefable!».
El esfuerzo solitario de la coherencia es terrible. Pero incluso allí penetra Dios, permi­te que el hombre grite. Entonces ya no hay desierto en la noche lluviosa.

«COMO NO PODÍA estarme quieta en casa esta noche salí a dar una vuelta bajo la lluvia. Recordé el tiempo en que me clavé las uñas en la palma de la mano y Tú, sin saberlo yo, sen­tiste dolor. Había dicho: "¡Que Maurice viva!", sin creer en Ti, pero mi falta de fe no había constituido ninguna diferencia para Ti. Tú la tomaste en tu amor y la aceptaste como una ofrenda, y esta noche la lluvia empapando mis ropas mojó mi piel y tirité de frío, y fue la primera vez que me sentí a punto de amarte. Me paseé al pie de tus ventanas bajo la lluvia y pensé en quedarme allí toda la noche aunque no fuera sino para demostrarte que era capaz de aprender a amar y no tenía ya miedo del desierto porque Tú estabas en él. Volví, sin embargo, a casa, y allí estaba Maurice con Henry. Era la segunda vez que me lo devolvías. La vez anterior te había aborrecido por ello, y Tú habías tomado mi odio como habías tomado mi falta de fe en tu amor, guardándolos para mostrár­melos más tarde, cuando pudiéramos reírnos de ellos los dos; como me reía a veces con Maurice, cuando decíamos: "¿Te acuerdas de los ton­tos que fuimos?"».
Graham Greene, El fin de la aventura

Traducido por Carmenchu Rubio

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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