Aquí el comunismo trata de resistir.
Y también la intolerancia religiosa. Pero puede suceder que un funcionario del partido se apasione por el cristianismo y por el movimiento. Y decida querer vivirlo hasta el fondo
LA HABANA. LLEGO a las 23:30 al aeropuerto internacional vestido como un turista normal y esperando ser reconocido por los amigos como se había previsto: no encuentro a ninguno.
Cojo un taxi y voy al hotel esperando el amanecer para decidir qué hacer. No es prudente usar el teléfono y por ello voy personalmente a la casa que me habían indicado como lugar del primer encuentro. Como para mí era extraña la numeración, entro en una casa y pregunto por la «Hermana Angélica» (para usar un nombre) y un señor me dice que si por casualidad no estaba buscando en ese lugar a la «Compañera Angélica». Comprendí que me había equivocado de lugar y voy a otro número, afortunadamente el correcto. La monja-hermana no está, pero por suerte otra hermana me dice que la podré encontrar a las tres de la tarde.
Feliz por haber establecido el primer contacto trato de coger un taxi para volver al hotel, pero durante media hora no para ninguno. Así, que decido volver en autobús. Apretado y sofocado, me parece estar en un camión de guerra quemado y gastado, pero el sólo hecho de haber conseguido subir es una suerte, y lo es más aún haber llegado a destino sano y salvo.
Por la tarde me encuentro con sor Angélica, hacía tiempo que no tenía noticias de nuestro amigo Manuel (lo llamaré así), que es el punto de referencia principal en Cuba. Llamamos por teléfono a su casa (que no está en La Habana, sino en una ciudad del interior). Nos contesta su hermana y nos dice que Manuel está en La Habana, operado de un trasplante de córnea, y está en casa de un tío. Nos da una dirección aproximada sin número de teléfono. Con un poco de suerte consigo identificar el edificio y encontrar el apartamento. Llamo a la puerta y pregunto por el señor Manuel; él mismo abre la puerta y se presenta.
Aquel que ha comenzado
Por fin me encuentro frente a la primera persona que entró en contacto con la experiencia del movimiento en Cuba. Es un médico de 26 años que durante mucho tiempo fue responsable juvenil provincial del Partido comunista cubano. Durante una misión en Africa encontró algunos amigos nuestros que estaban trabajando durante dos años en un hospital. De una vida prácticamente atea, ha pasado a descubrir la presencia de Cristo a través de la cercanía de estos amigos que, como él, se interesaban por los más pobres y más abandonados por todos. Quiso, por tanto, hacer la primera comunión y se confirmó, y pidió conocer y vivir la experiencia de Comunión y Liberación. Comenzaron entonces los interrogatorios de los jefes del partido y volvió a Cuba.
La semilla había sido plantada y aquí empezó a comunicar a sus amigos y amigas el encuentro que había hecho. Rápidamente fue despojado de sus cargos de responsabilidad en el partido y sobre él se estrechó el cerco policial, la «seguridad». Pero, incluso en estas condiciones, empezó a tener una relación más estrecha con algunos amigos de su ciudad de origen, en la capital La Habana y en otra ciudad grande de la isla que se llama Santiago de Cuba.
Por fin me encontraba frente al protagonista de los primeros pasos de esta nueva historia. Pronto me presenta, con una rápida intuición, a sus amigos y familiares, como el profesor Massimo, un «amigo arquitecto de Brasil». Es evidente que entre los presentes hay miembros del partido y por tanto ninguna precaución es poca. Salimos de la casa y en un hotel para turistas tratamos de organizar un encuentro para los próximos días, pero las comunicaciones en Cuba son pésimas. Es más fácil llamar a Italia o a Brasil que a Santiago de Cuba. Después de tres horas de intentos desistimos. Manuel me dice que el núcleo más consistente de nuestros amigos está en su ciudad, y por ello al día siguiente decidimos trasladarnos allí con el único medio posible: un taxi para turistas extranjeros. Los servicios públicos son un desastre, y la madre de Manuel había intentado en vano viajar en autobús a las cinco de la mañana, pero había tenido que regresar teniendo incluso el sitio reservado desde hacía varios días. La Unión Soviética ya no existe y Cuba se ha quedado de hecho sin carburante. La madre y el tío estaban contentísimos de viajar con nosotros, aunque no sin alguna sospecha; pero dentro del desastre general en el que se encuentra Cuba este inesperado medio de transporte es bien aceptado. Afortunadamente la ciudad a donde íbamos es también una localidad turística y así mi viaje estaba justificado.
«El movimiento se ha interesado por nosotros»
Nuestra llegada constituyó una fiesta. En la casa de Manuel se reúne casi toda la familia en una sala grande presidida por un cuadro de Fidel Castro. La felicidad por el encuentro es tan grande que pasa a un segundo plano la extraña razón de la venida de este arquitecto brasileño. Situación embarazosa porque el padre es un experto. Afortunadamente permanecen los recuerdos de las lecciones de historia del arte y alguna lectura sobre la arquitectura de Brasilia.
Después de los familiares, encontramos otras personas por la calle. La fiesta continua. Al final entramos en casa de amigos que están interesados en el movimiento: la alegría del encuentro es grande y el motivo está clarísimo: esto es la Navidad.
El movimiento se ha interesado por nosotros. Abro mi maleta y les ofrezco los dones más grandes que tenemos: los textos de nuestro camino, además traigo alimentos (en Cuba faltan las cosas más esenciales) y algún regalo. Hacemos Escuela de comunidad y está claro que el punto central, también en esta isla prohibida del Caribe, es el Acontecimiento que nos ha sucedido y no las dificultades familiares o la crítica al régimen. Explico a mis amigos que el motivo de esta extraña visita es que puedan encontrar el movimiento, y los gastos del viaje, incluido el taxi desde La Habana, son pagados por los bolsillos de tantos amigos que llegan a dar la mitad de su sueldo para nuestras misiones, y que estarían contentísimos de saber que sus sacrificios se emplean en la misión en cada ángulo de la tierra.
Encuentro al párroco del lugar que me hospeda en su casa. Con él y el resto de los amigos paso todo el día siguiente y nace también en él la simpatía por el movimiento. Es un cura de 50 años, muy prudente porque conoce los secretos del régimen. En los primeros años de Castro celebraba misa con un policía a sus espaldas. Duermo en la casa parroquial en un dormitorio del piso superior. Al día siguiente me llevan a un hotel donde sólo los turistas extranjeros pueden comprar productos importados; los cubanos, aunque tengan dólares, no son admitidos.
También visitamos la casa de una congregación de frailes, que trabajan en el hospital africano en el que Manuel encontró el cristianismo. Por ello es natural la simpatía de nuestro amigo hacia esta congregación. Más aún, no es sólo simpatía; en los últimos tiempos ha madurado en él la decisión de entrar en el convento con ellos, pero no en su ciudad (sería un golpe demasiado grande para su familia y sería muy violenta la presión del partido), sino en La Habana.
El superior les ha dicho que el carisma de la congregación es la evangelización de los jóvenes y, por tanto, le dejará trabajar por el movimiento en la capital. Sobre todo la madre sospecha y le hace chantaje con su llanto o como puede. Sin embargo, nuestro amigo, con el corazón dolorido, ha tomado una decisión: está en el convento desde primeros de enero.
Nos vamos después de varios saludos y visitas. Algo ha comenzado: fuente de tristeza para algunos, de promesa para otros. Se revela, no tanto por las palabras como por el hecho de estar algunos días con ellos, el signo de una proximidad más grande, aquella por la que celebramos el misterio de la Navidad.
Traducido por Elena Serrano
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