¿Por qué buscáis entre palabras muertas el Verbo, si Él, al hacerse carne, se ha hecho visible? (San Bernardo)
La influencia que ejerce sobre ti la compañía que te ha sido dada consiste en recordarte la «razón». Estás en medio
de la tempestad, las olas rompen a tu alrededor, pero tienes cerca una voz que te recuerda la razón, que te llama a no dejarte arrastrar por las olas, a no ceder. La compañía te dice: «Mira, que después resplandece el sol; estás envuelto por las olas, pero luego sales y hace sol». Sobre todo, te dice: «Mira». Porque en toda compañía vocacional siempre hay personas, o momentos de ciertas personas, a los que mirar. En la compañía, lo más importante es mirar a las personas. Por eso, la compañía es una gran fuente de amistad. Y la amistad se define por su finalidad: la ayuda para caminar hacia el Destino.
OJOS ABIERTOS de par en par ante la realidad, los demás y las cosas son los del niño protagonista de Marcelino pan y vino que ilustra el texto del «manifiesto» pascual de este año.
La película, dirigida por el húngaro Ladislao Vajda se estrenó en 1955 y tuvo un éxito impresionante; sólo en el mercado italiano contó con once millones de espectadores, una cifra que los éxitos más famosos de nuestros días sólo ven de lejos. La historia se basa en una novela de José María Sánchez Silva, a su vez inspirada en una leyenda popular. Es sencilla: un recién nacido es abandonado en la puerta de un convento; los monjes (simbólicamente doce), tras haberle buscado en vano una familia, deciden «adoptarlo». Al llegar a la edad de cinco años, Marcelino - que tiene todas las características de un niño espabilado- siente la necesidad de tener un compañero de su edad y de una madre; sobre todo, «encuentra» a Cristo: un crucifijo abandonado en un desván con el que habla, se confía y al que lleva comida, exactamente pan y vino. Será Cristo mismo quien le conducirá -a través de la puerta de la muerte- al cumplimiento de todos sus deseos.
Un crítico italiano, Gian Luigi Rondi, haciendo una reseña sobre la película en la "Rivista del cinematografo", ha escrito: «Para conocer el cielo y la tierra, para ver a Dios, para conquistar el Reino es necesario que todos se hagan como niños, es decir "consigan" unos ojos como los de los niños. Ésta es la enseñanza de Jesús, éste es el significado profundo de Marcelino pan y vino ... En la sencillez de Marcelino todo es posible y no es difícil ver lo que los "sabios" y los "prudentes" deben limitarse a pensar. Marcelino, de este modo, vive en esta santa libertad suya que le permite conocer todos los secretos de las cosas sin ni siquiera darse cuenta de que son secretos y secretos difíciles: la realidad, para él, no sólo es la evidencia (la apariencia) sino también los motivos, los orígenes y el destino de esta evidencia ... él los "ve" con sus propios ojos». Marcelino, en definitiva, es el modelo de la razón abierta, curiosa, dominada por el presentimiento de lo verdadero.
En esta apertura, en esta apertura de par en par está el corazón de la actitud moral. Moralidad, de hecho, no es tanto adecuación a un código moral, como el mantenerse en la posición originaria con la que el hombre está constituido: tensión hacia el significado exhaustivo, hacia Dios. «Nos has hecho para ti, oh Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti», así escribía San Agustín. En esta tensión el hombre puede apreciar y valorar todo, porque todo es camino hacia aquel significado.
Manteniéndose, justamente, en esta disponibilidad abierta se puede reconocer el acontecimiento de una Presencia extraordinaria, uno puede darse cuenta de la irrupción de lo divino en una forma humana, puede encontrar a Cristo. «¿Quién soy?» pregunta el crucificado a Marcelino, como un día le preguntó a Pedro. Y la respuesta es la misma: «Tú eres Dios». «Por esta respuesta -continúa Rondi- Pedro se oyó llamar "bienaventurado" porque Dios le había hecho partícipe de sus secretos; por esta respuesta Marcelino es ya "bienaventurado" porque es lo que debe ser: un niño a quien Dios le ha revelado todas las cosas. Y no tardará en obtener el premio por su fe y por su esperanza: abrazará la realidad totalmente». Sólo una apertura sin prejuicios puede de hecho permitir conocer verdaderamente la realidad. La alternativa es la interpretación obtusa que impone la propia y particular visión de la realidad, haciéndola así incomprensible y monstruosa.
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