Millares de pequeños sin familia ni casa. En lugar de ayudarles se mira con comprensión a quienes les elimina. Una experiencia de recuperación en Salvador de Bahía
ÁNTES DE CONTARTE cómo vivimos junto a los chicos y lo que hacemos, lo que deseamos y de qué tenemos mayor necesidad, me gustaría poder preguntarte: ¿has sido traicionado alguna vez, abandonado, rechazado por aquellos de quienes nunca habrías imaginado que lo pudiesen hacer? ¿ Te ha sucedido alguna vez que justo los amigos con los que más contabas te hayan dado la espalda cuando más los necesitabas? Si nunca te ha pasado te será difícil entrar en sintonía con el mundo de los chicos de la calle y comprender lo que puede significar para ellos encontrar el Centro de solidaridad.
Te equivocas si piensas que estos chicos se van a vivir por las calles sólo porque en sus casas no encuentran nada para comer. .. es porque no encuentran amor. Prefieren dormir durante años dentro de una caja de cartón en la acera, antes que ser utilizados sexualmente por su propio padre, odiados y golpeados hasta hacerles sangre sólo porque no hacen otra cosa más que crear problemas.
Y justo cuando el padre y la madre ya no quieren ni siquiera verles, justo en ese momento de mayor abandono, imagina lo que puede significar el Centro de solidaridad que les tiende la mano, que les acoge sin tantas historias.
Normalmente el que crea problemas es eliminado (aquí en Brasil incluso exterminado); más lento y difícil es el proceso para ayudarle a superar sus problemas, a reconciliarse con su historia, a llenar el vacío afectivo, a encaminarle hacia un gran destino. Entonces no basta con darle un trabajo o pagarle la pensión. Por tanto se requiere ante todo mucho amor, dejando de engañarles con frases hechas.
Hemos creado el Centro de solidaridad para responder a la necesidad de tantos adolescentes encontrados durmiendo por las calles o en una escuálida celda de las cárceles para menores. La verdadera necesidad, también a los 16 años, no es en primer lugar tener un trabajo, sino una referencia afectiva estable, poder contar con alguien que te quiera de verdad, que te esté esperando por la tarde cuando vuelves para preguntarte «¿cómo te ha ido hoy?».
Y en este aspecto hay mucho trabajo para todos: la favela donde estábamos antes, donde construimos siete casas de acogida, ya no nos quiere, «sacudimos el polvo de nuestras sandalias», ya estamos reconstruyendo el Centro en otra zona de la ciudad. Por ahora estamos acampados incluso con tiendas, pero poco a poco, si alguien nos ayudara, podríamos reconstruir las muchas casuchas que nos servirían para que cada uno pueda empezar ya una experiencia de autogestión.
Aquí todos lavan la ropa, comen lo que nosotros mismos, cocinamos, por turnos, para todos. El domingo por la tarde nos bañamos juntos en el océano y muchas tardes pasamos por las calles para encontrar a los que todavía viven allí. Los chicos y chicas que ya desde hace años viven con nosotros los adultos (somos seis los que vivimos en el Centro) quieren prepararse no sólo para tener un día una buena profesión (antes eran ladrones), 'no sólo para tener una buena familia (que nunca tuvieron), sino sobre todo para acoger y educar, cuando tengan su casa, al menos a uno de los muchos niños que entonces se encontrarán en las mismas condiciones en las que ellos se encontraron hace años. Ayudan al menos a uno ofreciéndole un lugar en su propia familia, acogiéndole como hijo: este es el gran deseo que mueve y motiva el empeño cotidiano de nuestros chicos. Algunos piensan en quedarse en el Centro para ayudarnos a educar a los que vengan después de ellos y ocupen los puestos vacantes de quienes ya se han abierto camino fuera del Centro.
Nuestra gran gratificación es ver cómo sucede, día tras día, el cambio de chicos que antes nos lanzaban piedras e incluso nos robaban y ahora piensan, razonan, hablan usando criterios cada vez más parecidos a los nuestros.
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