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Huellas N.02/03, Marzo 1992

FRATERNIDAD

Cartas a la Fraternidad

Luigi Giussani

Carta de Don Giussani enviada a todos los nuevos inscritos en la Fraternidad

Querido amigo:
Me alegro de comunicarte que tu solicitud de inscripción en la Fraternidad ha sido aceptada. Para ayudarte a adquirir plena conciencia del camino que propone nuestra compañía a quien decide pertenecer a ella, someto a tu reflexión el texto de la síntesis que expuse en la primera Diaconía Central. Si te sintieras a disgusto ante la seriedad del compromiso que se te propone en él, te ruego que me lo hagas saber.

1. COMO NACIÓ LA FRATERNIDAD DE CL
En la historia del movimiento de Comunión y Liberación siempre habían advertido la necesidad de poder continuar una vida comunional aquellos que, al salir de la universidad y casarse, asumían una fisonomía adulta en la sociedad. Después de algunos intentos de respuesta a esta exigencia (p.e. los Grupos de Comunión) y un cierto momento de extravío (coincidente con el periodo posterior a la contestación), para responder a una petición expresa de muchos universitarios recién licenciados comenzó, a finales de los años setenta, un nuevo intento que encontró en el término «Cofradía» la sugerencia de su imagen y contenido. El fenómeno histórico de las Cofradías fue visto como un emblema de las exigencias que sentíamos: la exigencia, primero espontánea y luego pensada, de vivir la fe y comprometerse con ella, junto al derecho de poderse asociar libremente y desplegar una actividad operativa en la Iglesia y la sociedad.
Posteriormente, el abad de Montecassino, S.E. Matronola, dándonos así la ocasión de conmemorar con un gesto el XV centenario del nacimiento de San Benito, hizo nacer en nosotros la idea de constituir una Asociación Laical que, apoyándose en la abadía de Montecassino, diera forma estable a los intentos de constituir Cofradías efectuados hasta entonces.
De esta manera dio comienzo un nuevo movimiento, la «Fraternidad de Comunión y Liberación», que rápidamente creció y se extendió no solamente en Italia y en varias naciones europeas, sino también en otros continentes.
El 11 de febrero de 1982, a petición de numerosos obispos y con el aliento del mismo Santo Padre, el Pontificio Consejo para los Laicos, que tiene la función de discernir los nuevos carismas de los movimientos y las asociaciones laicales, concedía a la Fraternidad su reconocimiento más alto declarándola a todos los efectos asociación de derecho pontificio.

2. LA «FRATERNIDAD DE CL» quiere ser una expresión consciente y comprometida, es decir, madura, de la historia del movimiento de Comunión y Liberación.
Quiere ser el nivel en el que todas las intuiciones, que por Gracia de Dios nos han animado y nos animan, se realicen, tanto en el sentido de «darse cuenta» de ellas como en el sentido de darles efectividad.
Esto no significa que sea necesario, para ser de CL, adherirse a la Fraternidad; significa que la Fraternidad es un elemento de estabilidad y de totalidad en la responsabilidad de la experiencia que constituye la vida del movimiento.
La Fraternidad de CL tiene por objeto asegurar el futuro de la experiencia del movimiento y su utilidad para la Iglesia y para la sociedad, mediante la continuidad en la educación y el desarrollo de obras, como resultado de dicha educación, en las estructuras de la sociedad eclesiástica y civil.
Mi intención es considerar en este nivel a la gente que está en ello hasta el fondo.

3. LA ADHESIÓN A LA FRATERNIDAD es una decisión personal: nace como necesidad personal de la propia fe y para que se realice la fisonomía cristiana de cada uno. Este es el único motivo adecuado.
Por ello la adhesión es totalmente libre y responsable; el individuo tiene toda la iniciativa en este asunto. Es decir, se deja ya el descargar la responsabilidad del camino personal en una estructura (como es más natural que suceda en los bachilleres y universitarios).
Para entrar en la Fraternidad es necesario presentar solicitud de admisión, la cual, si es aceptada, permite ser miembro de la Asociación. Dicha solicitud es en todo caso un acto personal y no una decisión tomada en grupo.

4. CONTENIDO DE ESTE COMPROMISO
a) Vivir la fe de acuerdo con la estructura de espíritu que el movimiento ha subrayado siempre: la fe es reconocer el acontecer de una presencia, Dios se ha hecho presencia, que continúa en la historia dentro de la presencia de una comunión de gente que reconoce estar reunida en su nombre.
b) Inmanencia en la Fraternidad como compañía.
Quiere decir concebirse a uno mismo como inmanente en esta compañía, con la globalidad de los factores de la vida y como conciencia e imagen de sí. El significado de esta compañía es que se trata de un hecho vocacional y su valor es de orden antropológico, porque no se puede concebir un hombre cristiano más que en el seno de una compañía vivida.
La inmanencia en esta compañía comprende la adhesión a su estructura orgánica (de acuerdo con lo establecido en el estatuto) y la obediencia a su dirección central (Diaconía central). Esta disponibilidad para la compañía llega a abarcar los aspectos materiales (dinero, tiempo, energías...) que se juzguen convenientes, según la conciencia personal de la propia pertenencia a la Fraternidad, en función de la finalidad común.
5. Forma parte del método de ayuda para la fe una comunionalidad expresa. El orden religioso-monástico proporciona la analogía para comparar.
La comunionalidad expresa implica que se objetive, lo más posible, la unidad en la que nos reconocemos.
La explicitación de la comunionalidad exige, por consiguiente, una implicación de toda la vida, de manera que lo que le sucede al otro ya no puede dejar de tener incidencia y complicar mi propia vida (a todos los niveles, desde el espiritual al material). Esta implicación es verdadera cuando pasa a través de la libertad de cada uno.
La comunionalidad de la vida es un principio con el que juzgarse a uno mismo y las cosas que hacemos, más que una determinada cantidad de cosas que haya que hacer. Tanto es así que no hay verdadera comunión si no se pasa a través del filtro de la historia y el temperamento de cada uno. Es necesario que se vea que somos una sola cosa; es necesario que el mundo vea que los cristianos son una sola cosa. Si esto no lo perseguimos nosotros, con discreción y libertad de corazón, y por lo tanto en la hilaridad del espíritu, ¿quién lo puede intentar?
Nosotros debemos dar ejemplo de lo que quiere decir ser una sola cosa, explícitamen¬te, expresamente, de acuerdo con la libertad y la historicidad de nuestra propia persona.
En lugar de esto, normalmente el compromiso comunional se suele pedir como adhesión a determinadas formas o exigir un modo moralista.
La explicitación de la comunionalidad significa:
a) Ante todo la búsqueda del camino común y, por tanto, una ayuda espiritual (reunirse en oración, encontrarse en jornadas de retiro o Ejercicios...).
b) La posibilidad de convivir y, por tanto, un apoyo social.
c) Un apoyo material mutuo.
[La explicitación de esta comunionalidad se verifica y se pone en práctica sobre todo al nivel de la Fraternidad en cuanto tal, como pertenencia a la totalidad de la Fraternidad -a la compañía tal como está guiada y estructurada-; de otro modo la solidaridad de grupo elimina la caridad de movimiento aunque a nivel regional y diocesano exista un responsable como instrumento de servicio a los grupos en los que cobra consistencia el movimiento de la Fraternidad.
Como elementos esenciales y característicos cada grupo debe tener:
a. un responsable, indicado por el mismo grupo y reconocido por el responsable diocesano (o bien, si éste no existe, por el responsable regional);
b. una regla de oración;
c. un momento de encuentro común y periódico;
d. un compromiso operativo preciso en función de la finalidad común.

OBSERVACIONES SOBRE LA OBRA
La obra nos viene asignada por nuestra vocación histórica: es el movimiento. Este compromiso exige de todos los que viven la Fraternidad una laboriosidad inteligente y generosa que se traduzca, tanto a nivel personal como de grupo, en tareas precisas y realizaciones específicas en función de la obra, que es el movimiento.
Metodológicamente esto quiere decir convertir las propias iniciativas, actividades y experiencias de trabajo a la realidad del movimiento.
Corolario: el Centro (Diaconía central) podría tener un determinado criterio acerca de la necesidad para el movimiento de llevar a cabo una acción particular. Es justo que las personas y los grupos que pertenecen a la Fraternidad hagan todos el sacrificio posible para apoyar esa acción antes de realizar otras, o que den prioridad a esa acción sobre la propia iniciativa específica.
NB - De todo lo dicho hasta ahora resulta claro que la génesis de la pertenencia a la Fraternidad es la conciencia de la fe cristiana suscitada en nosotros por el movimiento, una madurez en querer su realización adulta y, por ello, la creación de una comunionalidad que sea instrumento para realizar la finalidad del movimiento y por lo tanto de la Iglesia.
El resultado de esto es una dinámica cuya expresión es la multiplicación de iniciativas. El camino descrito va, por lo tanto, de la fe a las obras.
Pero puede darse también una trayectoria inversa: algunos se reúnen para llevar adelante una iniciativa común y, luego, para dar consistencia a ésta (es decir, al comprender que es necesario un compromiso más serio con la fe), la traducen en Fraternidad.
Una persona que desee participar en una iniciativa puede ser admitida en la Fraternidad, siempre que estén claras la decisión personal y la perspectiva del compromiso.

FONDO COMÚN
Como testimonio de una concepción comunional de lo que se tiene, cada miembro de la Fraternidad participa directamente en el fondo común de la Fraternidad, comprometiéndose a enviar mensualmente un porcentaje de sus ingresos establecido por él mismo.
Cuando un grupo deba sostener económicamente también una iniciativa propia, ésta deberá confrontarse con la Diaconía central.
Te ruego que consideres esta carta estrictamente personal, y pido al Señor que nos asegure a ti y a mí un buen camino común.
D. Luigi Giussani


21 de noviembre de 1988
Queridos hermanos:
El umbral del Adviento relanza la historia del sacramento grande de su encarnación: el Misterio «se ha circunscrito en un rostro humano». En esto radica todo el asombro, el honor y la responsabilidad de nuestra fe.
Esta es la única razón de ser de nuestra fraternidad. Pues, en efecto, cada uno de nosotros podría seguir al Señor y a su Iglesia como creyera oportuno, apoyándose en lo que quisiera, es decir, escogiendo los lugares según su propio modo de sentir y sus opiniones. En cambio, nos hemos unido precisamente porque el Señor nos ha hecho entrever, a través del seguimiento obediente al encuentro que ha tenido lugar entre nosotros, una intensidad y una alegría mayores en el modo de verle y de seguirle.
El Adviento nos encuentra unidos, porque estamos persuadidos de que de la escucha humilde y del seguimiento fiel proviene un camino cristiano más auténtico, según el ejemplo del Verbo que se hizo «obediente» -y según el ejemplo de las órdenes religiosas a lo largo de la historia de la Iglesia.
Nuestra unidad, por consiguiente, no impone ninguna obligación, no es un deber; es simplemente un método para que la caridad de Cristo resulte más sencilla, segura, ardiente, entera y continua.
¡Cuántas vicisitudes ha atravesado el movimiento en los seis últimos meses! ¡Y cuántas vicisitudes personales! Y cuántos pensamientos, opiniones, reacciones, impulsos e incertidumbres han podido surgir en nuestro corazón. Pero lo que importa es reemprender con mayor concreción y generosidad el seguimiento humilde de la unidad que nos guía, nos invita y nos decide. Ésta puede ciertamente equivocarse:
- por esto debemos pedir que nuestra unidad esté cada vez más centrada en la invocación al Espíritu y a María, y más atenta a la enseñanza y a las indicaciones del Magisterio;
- por esto debemos intervenir siempre positivamente, con paciencia.
Pues, justamente por lo que hemos dicho, jamás resultaría conveniente para nosotros el optar por distanciarnos para afirmar en última instancia nuestras posturas personales o de grupo: ¡el método más útil para aprender el Espíritu y la obediencia al misterio de la Iglesia es el seguimiento de la compañía que nos ha dado el Señor! Reemprendamos entonces el camino con mayor madurez, es decir, con más conciencia, humildad y amor fiel.
Nunca ha tenido nuestra compañía un florecimiento tan impresionante de creaciones en las cuales «la alegría del amor a Cristo se hace experimentable en el amor a los hermanos»: desde la generosidad en la campaña del «mattone» (1) a los intentos de crear grandes obras para enfermos y ancianos, desde las cooperativas para minusválidos a las creadas para sostener y acompañar a los necesitados, desde las «familias para la acogida» a la acogida grande, como son todas nuestras misiones, a gente de todo el mundo por amor a su Destino, Cristo.
Gracias de corazón, hermanos.
Perdonadme todo aquello en lo que no sé serviros de ejemplo; os estaré en cambio eternamente reconocido por el ejemplo que suponéis todos para mí.
Os deseo una feliz Navidad, a vosotros, a vuestras familias y a vuestros grupos.
Con grandísimo afecto
don Luigi Giussani
(1) Campaña del «ladrillo»: recogida de fondos para adquirir la sede de la Fraternidad en Milán.

27 de enero de 1989
Queridos amigos:
El aniversario del reconocimiento eclesial de nuestra Fraternidad trae consigo una noticia que culmina y completa la gracia que el Señor nos ha concedido de una fe que sea vida y misión.
En efecto, el 8 de diciembre pasado, el Consejo para los Laicos «apoyado en el parecer favorable manifestado por el Santo Padre», ha reconocido a la Asociación laical denominada Memores Domini, confirmándola como «Asociación eclesial privada universal, dotada de personalidad jurídica en el ordenamiento canónico, declarándola a todos los efectos Asociación de Derecho Pontificio y estableciendo que sea reconocida en cuanto tal por todos».
A los Memores Domini les llamamos comúnmente entre nosotros «Gruppo adulto». Son aquellos a quienes el Señor ha llamado a dedicarse a Él a través de una particular observancia de la virginidad, la pobreza y la obediencia.
En la comunidad cristiana estos grupos desarrollan la alta función de recordar a la vida de toda la comunidad, con su ejemplo vivido, el ideal por el cual se existe y se actúa: en función de Cristo se construye una familia, se trabaja y se posee, se convive con los demás hombres.
El reconocimiento de los Memores Domini representa, por tanto, la culminación del reconocimiento que la autoridad eclesial manifiesta de nuestra experiencia como Fraternidad.
Además del agradecimiento al Señor y al Santo Padre, tenemos que sentir el deber de rezar por estos hermanos nuestros y de imitar su ejemplo. Aquello a lo que están llamados representa el corazón de aquello a lo que estamos llamados todos en la familia, el trabajo y la vida en común. Y todos sabemos cuán frágil es el hombre frente al deseo de vivir un amor puro; cuán difícil es tener libertad frente a las cosas que usamos -sin que ello disminuya en nada la atención apasionada en el uso de la realidad-; cuán duro es aceptar las condiciones de una vida comunitaria adaptándose lealmente a los criterios y los juicios de otros.
La renovada y benévola atención del Papa obliga por tanto a todos los grupos de la Fraternidad a invocar a la Virgen a fin de que el único gran Ideal de la vida sea Cristo y Su gloria en el mundo, que es la Iglesia: con todas nuestras fuerzas, sea cual sea la vocación que tengamos.
Que bajo la guía de nuestros consiliarios, la Cuaresma vuelva a despertar en nosotros fervor evangélico por la vida de castidad, pobreza y obediencia en el sometimiento recíproco. El libro del mes, «La amistad de Cristo» de Benson, puede ser de gran ayuda para una meditación sosegada, lenta y llena de atención.
Quisiera poder acompañaros en cada una de vuestras fatigas; que la humillación misma de no poder corresponder a todas vuestras llamadas haga mi vida más útil a la vuestra. Con gran afecto, os doy gracias por la humildad y la fidelidad de vuestro seguimiento.
don Luigi Giussani

2 de octubre de 1989
Queridos amigos:
El milagro más grande que puede suceder en el mundo es la unidad entre hombres para caminar hacia su destino: este milagro ha sido hecho posible por Cristo y se llama Iglesia.
Nuestra amistad consiste en un movimiento para ayudarnos en ese camino unitario: se trata de una ayuda en todos los sentidos y en todos los ámbitos (y a esto apunta nuestro mismo nombre: «Comunión y Liberación»).
Es preciso que vivamos una conciencia de pertenencia a nuestra unidad: de modo especial, en este momento, esa conciencia debe convertirse en fuente de juicio y de afecto, más profundamente operativa que nuestro propio criterio de pensamiento y que nuestra preferencia afectiva.
En nuestra amistad no hay nada obligatorio: sin embargo, el sacrificio en el pensar y actuar, para seguir la dirección de quien guía, es una pedagogía para obedecer a Cristo y a su Iglesia. Si nuestra idea o preferencia tiene un valor más real que lo que se indica con autoridad entre nosotros,
el tiempo lo indicará de manera persuasiva haciendo crecer la unidad de los corazones y de las obras en la paciencia.
Estoy describiendo algo que la base del Movimiento ya vive con sencillez de corazón y con gran fruto.
El comunicado de prensa sobre «II Sabato» -enfatizado para fines extraños a nuestras intenciones- quería reafirmar el hecho de que los responsables de las distintas obras son exclusivamente los adultos que las hacen; aun inspirándose en la experiencia de fe de la Fraternidad, sus realizaciones pueden ser evaluadas de modo diverso. Nosotros miraremos siempre estos intentos de desarrollar obras justamente emprendidos, con los criterios de la fe y con el afecto de la caridad.
En efecto, muchos no entienden lo que sigue siendo fundamental en nuestra experiencia: que la fe no puede dejar de abarcar la totalidad de los intereses del hombre, sugiriendo, corrigiendo y determinándolos de diversos modos (el gran teólogo Schlier, en su libro El tiempo de la Iglesia, habla de «la conciencia permanente de que la Gracia es algo que tiende a penetrar a un pueblo y al universo entero»).
La fe salva la experiencia humana entera (cfr. el párrafo 10 de la Redemptor Hominis y también el pasaje adjunto del discurso programático de Juan Pablo II a la Iglesia italiana, en Loreto).
De todos modos, me permito volver a subrayar, amigos, que en este momento histórico tremendo donde todo parece confundirse y ser instrumentalizado por el poder, si el Movimiento tiene esperanza de constituir una ayuda para la Santa Iglesia, esto sólo puede ocurrir mediante su unidad.
Pidamos al Espíritu, a través de María, el coraje, la inteligencia y la operatividad para esta unidad.
Un abrazo
Don Luigi Giussani


P.D.: 1) Por la gran responsabilidad que tenemos en el campo misionero, caritativo y cultural, se hace necesario un particular esfuerzo de caridad y de pobreza, incrementando el Fondo Común.
2) En particular, el arzobispo de Bello Horizonte -el punto misionero más querido de nuestra historia- nos pide ayuda para comprar una moderna rotativa que le permita imprimir y difundir un semanario católico único para todas las Diócesis brasileñas.

3 de abril de 1990
Queridos amigos:
Quiero dirigiros mi felicitación pascual.
Quiero desearos con toda la intensidad de mi fe y de mi corazón, que el Espíritu de Cristo, por intercesión de María, invada toda vuestra vida con la gran conmoción de la Semana Santa.
Es una conmoción dolorosa, porque brota de la conciencia de nuestros pecados; y al mismo tiempo es también una conmoción de gozo, porque está dominada por el ofrecimiento de la misericordia de Cristo -Di ves in misericordia- y por la certeza de su fuerza victoriosa sobre nuestro mal. «Todas las actividades humanas... están sometidas, cotidianamente, al peligro de la soberbia y el amor propio desordenado, y necesitan ser purificadas y perfeccionadas por medio de la cruz y la resurrección de Cristo»: por esto estamos «redimidos por Cristo y convertidos en nuevas criaturas del Espíritu Santo» (Gaudium et Spes, n. 37).
Lo que nos permite caminar «erguidos en la esperanza», como dice san Pablo, es la pertenencia a este misterio, sea cual sea la circunstancia de la vida en la que Cristo nos llama y nos implica consigo.
Vivimos en un tiempo en el que el ideal cristiano se exterioriza y degrada reduciéndose a «valores sociales» o «valores comunes» totalmente a merced de nuestro voluntarismo. «El objeto de la filantropía es hacer el bien; el de las religiones es ser buenos», recordaba Chesterton. Para ser «buenos», es decir, para que tenga lugar ese cambio continuo de nuestro corazón, de tal manera que podamos escuchar siempre el reclamo del Evangelio: «Sed perfectos como vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,48), sabemos muy bien que necesitamos un milagro, el milagro de la bondad de Cristo con nosotros o «Gracia». Sólo por la bondad que brota de la gracia de Cristo, incluso el amor entre nosotros y los valores sociales pueden superar todo equívoco. Hemos descubierto claramente que la mayor expresión de la inteligencia y del afecto en la vida consiste en romper continuamente con los escepticismos y los titubeos que tienden a encerrarnos en nosotros mismos, y expresan siempre en cambio, lo más posible, nuestra humanidad gritando esta petición: ¡«Ven, Señor», ven a nosotros, líbranos del mal!
Que en las tinieblas de la Cruz o en la luminosidad de la Pascua nuestro corazón se vea enteramente consolado justamente por el calor de la promesa de Cristo: «Si, pues, vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a quien se lo pida» (Le 11,13).
En la amistad con la que Cristo ha unido nuestras vidas, ¿qué es lo que deseamos?, ¿qué es lo que buscamos sino recordarnos mutuamente estas cosas y apoyamos entre todos para que se realicen atravesando esfuerzos y desilusiones, toda clase de extrañezas, duras antipatías o simpatías áridas de verdadero bien?
Para seguir este camino nos da seguridad la atención a cada palabra del Papa, escuchada siempre en el marco de todo su mensaje y enseñanza, y vivida siempre en el amor fiel a su gran figura de amante de Cristo y de representante Suyo en la Tierra.
Confiando también mi alma al ofrecimiento humilde de vosotros mismos a Dios, permitidme abrazaros en la caridad de Cristo que nos ha unido.
don Luigi Giussani

8 de julio de 1991
Queridos amigos:
Hace pocos días participé en una reunión de nuestras «Familias para la acogida». Ante la dedicación incluso heroica de tantos entre nosotros me sentí muy pobre y por eso ahora me resulta más fácil enviaros este saludo con toda humildad de corazón.
Os saludo con un deseo: que cuanto hemos hablado en los ejercicios de la Fraternidad se convierta en vida en cada uno de nosotros, y que el ejemplo de los más generosos toque todos nuestros corazones. Somos pobres, es cierto. Pero Cristo nos ha llamado a seguirle, Su Gracia es más fuerte que nuestra debilidad y Su misericordia más resistente que nuestra fragilidad.
En la reunión de las «Familias para la acogida», una de vosotros dijo que «la generosidad en un momento dado se agota». Agradezco ahora de nuevo que se dijese esta verdad. Pues, en efecto, únicamente la fidelidad al Dios que se ha hecho carne puede vencer nuestro cansancio y hacemos capaces de ir hasta el fondo sin amargura e incluso con alegría. Por eso, en las completas del viernes, repetimos conmovidos las palabras de Jeremías: «Tú estás en medio de nosotros, Señor, pues nosotros hemos sido llamados con tu nombre: no nos abandones, Señor, Dios nuestro». Exactamente como los hijos en vuestros brazos, madres.
La compañía en la que nos ha llamado Cristo es el lugar de esa fidelidad. Sigamos, pues, a nuestra compañía: no prefiriendo lo que pensamos o sentimos nosotros. Así, debemos dar más crédito al seguimiento (a la «obediencia», por usar la gran palabra) que a la misma generosidad. Y recemos por aquéllos -sacerdotes o laicos- que nos guían, para que su responsabilidad coincida con una experiencia de vida y no con una preocupación organizativa o cultural.
Una gran cruz se ha alzado al término de este año social: la muerte de don Francesco Ricci. El movimiento de Comunión y Liberación le debe a él sobre todo su pasión ecuménica. Pero en estos últimos tiempos suyos él ha identificado y repetido continuamente la palabra que consagra toda la humildad del seguimiento y la obediencia: «ofrezco».
Que María favorezca este «fiat» («ofrezco») como suspiro cotidiano en todos nuestros actos hasta el día en que nos volvamos a ver todos en la dulce casa del Padre.
Con esta intensidad de conciencia se mantiene vivo el recuerdo del dolor que acongoja en este momento a muchos pueblos y personas, «porque los días son malos» (Ef 5,16) aunque nuestro corazón se apoye por entero en las palabras de Cristo: «No tengáis miedo» (cfr. Mí 8,26).
Con amistad humilde y fraternal
don Luigi Giussani

P.D. Pido perdón por mi tardanza en atender el numeroso correo que me llega pero, apenas me lo permiten el tiempo y la energía, intento contestar.
Agradezco a los muchos que han dado cantidades superiores a la cifra a la que se habían obligado.
El ejemplo de éstos sirva de reclamo a todos aquellos que, espero que por distracción, olvidan el cumplimiento del compromiso asumido. Recuerdo a todos lo que dice san Pablo a los cristianos de Corinto: «Tened en cuenta que quien siembra con escasez, con escasez recogerá y quien siembra con largueza, con largueza recogerá. Cada uno dé según lo que ha decidido en su corazón, no con tristeza ni por fuerza, porque Dios ama a quien da con alegría» (2 Cor 9,6-7).
don Luigi Giussani

17 de diciembre de 1991
Queridos amigos:
Desde la particular condición que el Señor me está pidiendo abrazar os deseo una feliz Navidad.
¡Qué grande es lo que ha sucedido! ¡Que Dios haya nacido de una mujer como cualquiera de nosotros, y que, por eso, nos confiemos a esta mujer única como una inmensa nidada de niños a su madre! !Qué grande es lo que ha sucedido! ¡Que este hombre Dios esté aquí entre nosotros en la Eucaristía y en nuestra comunión!
Tres cosas me han conmovido por encima de todo al meditar el Adviento:
1) La invitación de san Pablo en la carta a los Efesios (4,31 y ss.): «Desterrad de vosotros toda aspereza, desprecio, cólera, gritos, maledicencia y toda clase de maldad. Sed, por el contrario, benévolos y misericordiosos unos con otros, perdonándoos mutuamente como os ha perdonado Dios en Cristo». Es natural: si Aquél que es el Señor nos ha amado tanto que ha venido entre nosotros, abrazándonos hasta hacemos llegar a ser una sola cosa con Él, nosotros no podemos dejar de desear tratamos como dice san Pablo, consiguiéndolo a medida de la gracia que se nos da, pero, también, de acuerdo con la buena voluntad de nuestro corazón.
2) Entre todas las admirables oraciones de este tiempo os señalo la del miércoles de la segunda semana de Adviento: «Oh Dios omnipotente, que nos llamas a preparar el camino a Cristo Señor, haz que no nos cansemos de esperar, por la debilidad de nuestra fe, la consoladora presencia del médico celestial». Que no nos cansemos de esperar, es decir, que no nos cansemos de pedir. ¿Y pedir qué? Que su presencia nos libere, esto es, que nos procure mayor afecto a Él; y así nuestra vida será más íntegra, más deseosa de la voluntad del Padre y, por lo tanto, más dispuesta al perdón y al apoyo mutuo.
Nuestra debilidad puede convertirse en una coartada, en una excusa para renunciar a la petición frente a todo nuestro olvido y nuestros errores: como si Cristo ya no fuera la fuente siempre presente de una fuerza mayor que nuestra debilidad.
3) En los himnos de la Liturgia de Adviento hemos leído: «En el adviento glorioso, al final de los tiempos, que tu misericordia nos salve del enemigo». Y también: «Cuando al final de los tiempos Cristo venga en la gloria, que su gracia nos libere de su tremendo juicio». Es la misericordia de Cristo la que salva, antes y por encima de nuestras capacidades y nuestro valor. Él ha venido a salvamos, y Él nos salvará: nuestro corazón debe implorar continuamente su piedad. Así es como el amor entre nosotros los hombres, que brota de la fe afectuosa y tenaz a Cristo, nos hace testigos de Cristo, Redentor del hombre, en este mundo tan alterado, convulsionado y carente de piedad, y, sin embargo, tan digno de ser amado ya que Dios lo ha amado hasta el punto de hacerse hombre Él mismo.
Os abrazo uno a uno, os pido perdón por todo lo que no soy capaz de hacer por vosotros y, abandonándome completamente a la generosidad de vuestra oración, me siento unido a vosotros, que de cualquier manera me sois conocidos, en comunión cada vez más fiel.
don Luigi Giussani


LORETO 1985
«Me complace recordar a este respecto la antigua y significativa tradición de compromiso social y político de los católicos italianos. La historia del movimiento católico ha sido, desde sus orígenes, una historia de compromiso eclesial y de iniciativas sociales que han sentado las bases para llevar también a cabo una acción de inspiración cristiana en el campo político propiamente dicho, bajo la responsabilidad directa de los seglares en cuanto ciudadanos manteniéndola diferenciada del compromiso apostólico característico de las asociaciones católicas. Dicha historia nos recuerda que no han faltado tensiones ni divisiones en el desarrollo de los acontecimientos, pero que siempre ha prevalecido la tendencia a un compromiso que, dentro del libre madurar de las conciencias cristianas, no podía dejar de manifestarse unitario, sobre todo en aquellos momentos en los que lo ha requerido el bien supremo de la nación»
Juan Pablo II a los participantes en el Congreso de la Iglesia Italiana sobre «Reconciliación cristiana y comunidad humana» celebrado en Loreto, el 11 de abril de 1985 (n. 8)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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