Carta del Cardenal Opilio Rossi, presidente del Pontificio Consejo para los Laicos a don Giussani, 11 de Febrero de 1982
REVERENDO DON GIUSSANI,después de un atento y profundo estudio de la instancia presentada por Ud. al Pontificio Consejo para los Laicos con fecha 7 de abril de 1981, y en mi calidad de Presidente de este Dicasterio, tengo hoy el placer de transmitirle, adjunto a ésta, el Decreto de reconocimiento pontificio de la «Fraternidad de Comunión y Liberación».
En efecto, vistos los principios, finalidades y organización de la Asociación, tal como se describen en los Estatutos presentados, donde aparece la aceptación de las enmiendas oportunas que habrán sido sugeridas; teniendo particularmente en cuenta el apoyo manifestado en numerosas cartas de Cardenales y Obispos; conocida la fecundidad espiritual y apostólica que se manifiesta en las numerosísimas obras que la Asociación promueve, sostiene y anima: el Pontificio Consejo para los Laicos ha reconocido que la «Fraternidad de Comunión y Liberación» responde a los requisitos que se exigen para obtener dicho reconocimiento.
La aprobación comporta, evidentemente, el compromiso de una fidelidad, responsabilidad y dedicación eclesial cada vez mayores. Este Dicasterio considera oportuno, por lo tanto, significarle las siguientes recomendaciones pastorales, que no duda serán tenidas atentamente presentes en la reflexión y la acción de la Asociación.
1) Parece de singular interés y urgencia pastoral la contribución que la Fraternidad puede aportar a la Iglesia cooperando en el crecimiento de una sensibilidad y experiencia cristiana, comunitaria y evangelizadora, en los ámbitos -con frecuencia secularizados y «lejanos»- de la creación y difusión de la cultura y de la edificación de la sociedad. Una presencia misionera en esos ambientes parece hoy más que nunca necesaria para dar testimonio de Cristo, como Iglesia, cuando están en juego principios fundamentales de la vida del hombre y de la convivencia social.
2) En tiempos en los que se advierte una búsqueda, expresada de diversos modos, en los sectores juveniles de motivaciones y experiencias profundas que den significado a la vida personal y social de cada uno; en tiempos en los que el Santo Padre y los Obispos manifiestan una opción preferencial por la evangelización de la juventud, la Fraternidad debería intensificar su compromiso como lugar propicio para el encuentro y el intercambio de testimonios de vida cristiana en orden al crecimiento espiritual de los jóvenes que se dirigen a ella.
3) La coherente y entusiasta afirmación del propio «carisma» y la profunda «afectio societatis» que deriva de ello son indudablemente premisas fundamentales para el desarrollo creativo y fecundo de cualquier asociación. Semejante afirmación es para ella un don de Dios. La asociación fundamenta radicalmente de ese modo su identidad y originalidad. No en vano la experiencia muestra que los tiempos de crisis y confusión de la identidad y de los objetivos de una asociación se manifiestan en la debilidad y la esterilidad de su contribución y sus realizaciones. En el extremo opuesto - debido a la exaltación eufórica y desmedida de la propia identidad y contribución- pueden manifestarse dentro de una asociación tentaciones de autosuficiencia agresiva. Ciertamente es importante -y esto debe ser objeto de permanente revisión a la luz de la fe- mantener un equilibrio fecundo entre «identidad» asociativa y la dócil «apertura» a cuanto suscita el espíritu de Dios en el corazón de los hombres y, especialmente, en su presencia variada y multiforme dentro de la vida eclesial. El horizonte fundamental - que es ciertamente también el de la Fraternidad- debe consistir en una docilidad y gratitud profunda ante la gracia recibida por medio de la Iglesia y en una dedicación total a este don para el bien de toda la Iglesia, en cuanto sacramento de salvación de los hombres. Siempre, lo sabemos bien, «recibimos» mucho más de lo que «damos». Con este espíritu de verdad, comunión y humildad, la Fraternidad deberá verse siempre comprometida a hacer fructificar su «carisma» en la Iglesia, con la Iglesia y para la Iglesia.
4) Una vez reconocida la naturaleza eclesial de una asociación, resulta obvia la exigencia de su plena disponibilidad y comunión con los obispos y con el Pastor Supremo de la Iglesia a su cabeza. Importa particularmente, como subrayan los Estatutos de la Asociación, que la Fraternidad se ponga al servicio del Obispo diocesano y colabore en el ámbito de la pastoral de la Iglesia local. A propósito de esto me permito recordar las palabras del obispo-mártir Ignacio de Antioquía (+ alrededor del 110) quien, en una carta a la comunidad de Esmima, afirma: «Todos vosotros debéis obedecer al Obispo como Jesucristo obedeció al Padre». No hay duda de que se trata de un principio teológico fundamental de la Iglesia. Ningún espíritu de división puede emanar del Evangelio. El Espíritu de Dios se concede sobre todo a quienes se reúnen para orar, como afirman muchas veces los Hechos de los Apóstoles respecto a la Iglesia primitiva. Partiendo del «carisma» y de la pedagogía que la caracterizan la Asociación ofrecerá de este modo su experiencia y sus programas, integrándose y articulándose en la pastoral diocesana bajo la guía del Obispo. Al mismo tiempo, y con el mismo espíritu, participará en la vida parroquial obrando de manera que su presencia en el ámbito «territorial» de la vida eclesial y su presencia en los diversos ámbitos «funcionales» sean motivo de equilibrado enriquecimiento y complementariedad.
5) La misión fundamental, también para los sacerdotes asociados al movimiento, consiste en estar «al servicio de la Unidad». Ellos han sido ordenados y enviados por sus Obispos a la cura de las almas para ese servicio. Y realizan ese servicio cada vez que llevan a cabo su más alta misión: presidir la celebración eucarística. Por lo tanto, no podrán jamás desatender ese servicio, ni tener solamente en consideración los intereses del movimiento. Más bien deberán estar abiertos a todo carisma que se manifieste entre los creyentes, brindando a todos su solicitud y disponibilidad.
6) Es verdad que la vitalidad de un movimiento depende también del número de personas que lo componen y «Comunión y Liberación» por el número de sus miembros, representa una gran fuerza para la Iglesia. Precisamente cuando se da esta situación, debemos asegurarnos de que la fe mantenga toda su fuerza de irradiación en la vida, y que la búsqueda del cumplimiento de la voluntad de Dios y el anuncio de su reino permanezcan como objetivo principal de la Asociación. Es verdad que la eficacia social depende del considerable número de miembros; pero también es verdad que la eficacia espiritual y el anuncio del Evangelio dependen de la actividad espiritual y la profundización de la fe, tanto a nivel individual como a nivel de grupo, mediante la vida de oración y el encuentro con el mismo Jesucristo, a través de la palabra, por medio de los sacramentos, y sobre todo de la penitencia y la Eucaristía.
7) Cuando la Fraternidad opera en varias diócesis de un país y a nivel nacional, es de importancia primordial que elabore sus programas e inserte su acción en el marco de las orientaciones pastorales de las Conferencias episcopales, prestando su colaboración y su contribución en todo lo que sea necesario y oportuno.
8) La comunión y la participación eclesial exigen además una disponibilidad espiritual y práctica para el diálogo, la colaboración y, eventualmente, la coordinación con muchas otras asociaciones y movimientos eclesiales, permaneciendo en la convicción de que se trata de un intercambio de los propios bienes recíprocamente enriquecedor, y de un bien para toda la Iglesia y para su misión.
9) La «Fraternidad de Comunión y Liberación», presente sobre todo en Italia, cuenta ya con experiencias locales en Iglesias de varios países. Su vocación «católica» y «misionera>> la llama a extenderse progresivamente hacia nuevas realidades seculares y eclesiales. Deberá por consiguiente saber adoptar con flexibilidad su identidad y contribución a los diversísimos desafíos y expectativas que se viven en los múltiples
contextos eclesiales.
Por parte suya, este Dicasterio queda particularmente interesado en mantener contactos periódicos y regulares con la Fraternidad, para intercambiar experiencias y programas de interés común y para valorar el
desarrollo asociativo de la Fraternidad y la colaboración posible en el ámbito de la participación de los laicos -y de sus movimientos y asociaciones- en la vida y misión de la Iglesia.
Opilio Card. Rossi, Presidente
Paul Josef Cordes, Vice-Presidente
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