Un pequeño ejemplo de lo que puede cambiar la vida de una persona a través de la pertenencia a la Fraternidad
DIEZ AÑOS. ¿Cómo describir lo que ha significado la participación en la Fraternidad para miles de personas (los inscritos -a finales de noviembre del año pasado- eran 22.598) cada uno con su historia, sus penas, sus descubrimientos y alegrías? Imposible. Se puede dar una señal, una muestra, transcribiendo algunas de las infinitas cartas en las que muchos han confiado sus reflexiones, sus dudas e intuiciones. Muchas de estas cartas han sido material de documentación para el anuncio que anualmente se hace en los Ejercicios espirituales.
Compañía
«La Fraternidad es una compañía que nos educa a vivir el movimiento, pidiendo que el encuentro con Cristo se haga contenido de todo. Sin una amistad verdadera que nos estrecha acabaríamos por interpretar todo lo que nos dice y se nos propone según nuestra medida. En cambio, con una amistad que nos estrecha, estamos obligados a abrirnos a la medida de Otro, de Cristo, que está entre nosotros, nos enseña una medida que es más grande que nuestros criterios».
«No hay respuestas racionales que satisfagan la pregunta sobre el sentido de la muerte de mi hijita. Continuamente vuelve a mi cabeza la afirmación de San Pablo “La realidad, en cambio, es Cristo”. Si no creyera esto me consideraría sólo despojada de ese tesoro que empezaba a regalar las primeras sonrisas. Pero el Cuerpo de Cristo es la realidad. La compañía hacia el Destino que el Señor me ha dado es la sonrisa de Carola».
Pertenencia
«Ningún error mío -ni tampoco de los demás- puede disminuir la objetividad de nuestra vida en común, ni puede corromper lo que ya es victorioso: Cristo que nos ha aferrado y por mucho que nuestra mezquindad lo contradiga ya no podemos arrancarlo de nosotros». Debemos confiar nuestra vida a Cristo para que impida que nuestros esfuerzos corrompan lo que ya se ha cumplido -con el Bautismo- y sólo espera manifestarse».
Retorno
«He estado lejos del movimiento durante cerca de diez años, en los que he intentado dar sentido a mi vida con ocupaciones sociales de género diverso con un trabajo más independiente. Pero el compromiso y la buena voluntad no bastaban: construía para mí, no para algo más grande, sobre todo Cristo. Lejos del movimiento, lugar privilegiado para verificar, confrontarse y así crecer en la fe, la vida me parecía algunas veces desierto y otras caos, pero de manera débil y confusa estaba madurando la conciencia de esta fuga hacia adelante. Mi compromiso y mis juicios sobre personas y cosas escondían mi miedo a ser Suyo, pero por gracia de Dios he encontrado a los amigos de la comunidad... y el trabajo de la Escuela de comunidad parecía estar allí esperándome desde siempre para ayudarme a descubrir mi humanidad ofuscada. He tocado con mi mano, de verdad, la fidelidad de Dios y en consecuencia creo haber comprendido por fin el sentido de mi esperanza: la certeza de que Él me está cambiando. Así, a los cuarenta años, me encuentro como un niño lleno de estupor».
Acogida
«Aceptar que Cristo barra tu límite, tu fragilidad, te deja sin nada. Me estoy dando cuenta de que me encuentro ligada a mi limitación y de que uso una falsa autocrítica para resistirme hasta el final a Cristo; es como si una voz casi imperceptible me dijera: “Soy demasiado miserable para que Tú consigas amarme”».
Petición
«Me di cuenta de que el obstáculo para la manifestación de Su capacidad renovadora del cuerpo y del espíritu podía ser mi libertad. Yo misma podía impedir el milagro. Empecé a caminar, a trabajar para abandonarme a Él, para tener confianza, para no desesperar, para volverme hacia Él en todo momento. Así descubrí la oración y sus diferentes formas. La oración de protesta, en la que maltrato a Dios -como en ciertos salmos. La oración lamentación, en la que lloro porque ya no puedo más. La oración de agradecimiento por las cosas bellas que Dios sabe extraer de toda esta negatividad. La oración de alabanza por el profundo cambio que se ha obrado en mi sensibilidad, por un gusto nuevo de vivir (mientras que antes estaba como resignada a morir), porque me hace ver un designio que se va tejiendo lentamente».
Ofrecimiento
«En este período de trabajo particularmente intenso, me he dado cuenta de una cosa importante relativa al ofrecimiento de la vida a Cristo. No es que uno tenga que hacer las cosas como todos, y además las tenga que ofrecer. Esto sería en el fondo, un tener, un modo de poseer un proyecto. Esto sería, en el fondo, tener un problema más, añadido a todos los otros que constituyen de por sí la jornada. Por el contrario la cuestión es mucho más simple: el movimiento mismo hacia la realidad coincide totalmente con la respuesta al “Tú”, al contenido de la memoria».
Camino
«Después del primer encuentro uno piensa que todo se arregla: esto es una pretensión. En cambio lo que es necesario es el lento y fatigoso adecuarse de la vida al Ideal que por un instante ha brillado.»
Sacrificio
«De lo que uno sufre -si ama- se aprende a obedecer, se aprende la libertad, porque diciendo no al sacrificio, digo no a Cristo, es decir a la modalidad histórica en la que me llama. De otra manera pierdo el contacto con la historia, es decir con la realidad.
Cristo si no es una presencia concreta es una abstracción.
Si a pesar del malestar no me adhiero, mi libertad no se mueve, este malestar me ahoga y es como si perdiera trozos de mi propia carne, de mi rostro, porque la verdad de mi misma, que es Cristo, es mi vida, mi cuerpo, mi rostro».
Pobreza
Esta virtud se ha expresado de manera extraordinaria durante las dos «operaciones ladrillo»: la recogida extraordinaria de fondos para comprar la «casa de la Fraternidad».
«Somos una familia inscrita en la Fraternidad hace apenas un año. No habíamos podido participar concretamente hasta ahora en la construcción de la “gran casa” por problemas económicos y esto nos disgustaba. Pero no se pueden dar pasos imposibles, sobre todo cuando se tienen dos niños y un solo sueldo. Entre tanto habíamos decidido cambiamos de casa para vivir en un sitio más digno sobre todo por nuestros hijos. Pero me gustaría hablar de cómo surgió la posibilidad de dar nuestro “ladrillo”. Es un regalo de un grupo de la comunidad para nuestra nueva casa. Creímos que defender y construir el lugar que nos hace libres nos daría la fuerza para mirar a los problemas de la vida con serenidad».
«Que a través de estos sacrificios la Virgen nos convierta cada vez más en instrumentos de la caridad de Cristo, en instrumentos de su pasión para que los hombres le conozcan».
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