Habla el presidente del Consejo Pontificio para los Laicos: Por qué existe la Fraternidad y cuál es su finalidad. La regla. El contenido de los retiros. La función de los responsables. El fondo común.
¿Qué es la Fraternidad de Comunión y Liberación?
Responderé citando una frase de la carta que envío personalmente a cada una de las personas que quieren inscribirse. Esta carta es -en gran parte- la síntesis del primer encuentro de la Diaconía central (el instrumento último de conducción de la Fraternidad) y expresa la naturaleza y los fines de la Fraternidad. En dicha carta se afirma que «la Fraternidad de CL quiere ser una expresión consciente y comprometida, es decir, madura, de la historia del movimiento de CL. Quiere ser el nivel en el que todas las intuiciones, que por Gracia de Dios nos han animado y nos animan, se realicen, tanto en el sentido de “darse cuenta” de ellas como en el sentido de darles efectividad. Esto no significa que sea necesario, para ser de CL, adherirse a la Fraternidad; significa que la Fraternidad es un elemento de estabilidad y de totalidad en la responsabilidad de la experiencia que constituye la vida del movimiento. La Fraternidad de CL tiene la finalidad de asegurar el futuro de la experiencia del movimiento y su utilidad para la Iglesia y para la sociedad. Esto mediante la continuidad en la educación y el desarrollo de obras, como resultado de dicha educación, en las estructuras de la sociedad eclesiástica y civil. Mi intención es considerar en este nivel a la gente que está comprometida con la experiencia del movimiento hasta el fondo».
¿Cómo se hace la inscripción?
La inscripción en la Fraternidad es un acto personal, de total iniciativa individual y no una decisión tomada por un grupo. Nace como necesidad personal para la propia fe y para que se realice la fisonomía cristiana de cada uno. Su finalidad es, al igual que la de toda adhesión consciente y mínimamente madura al movimiento de CL, participar de una compañía que ayuda a caminar hacia la santidad; es decir, hacia el conocimiento de Cristo, el amor a Cristo por el bien de los hombres y por el reino de Dios en la tierra.
Por ello, la precisión y la claridad de la finalidad es la esencia de la inscripción y de la participación en la experiencia de la Fraternidad. Desde el punto de vista práctico, quien desea inscribirse tiene que presentar una solicitud al presidente, rellenando y firmando personalmente un formulario específico. La aceptación de la solicitud se delibera en la Diaconía central.
¿Qué comporta en la práctica la participación en la vida de la Fraternidad?
Siempre hemos dicho en nuestras reuniones que la Fraternidad «vive» normalmente en el grupo. El grupo es el instrumento en el que la persona aprende el hecho cristiano y, por consiguiente, la naturaleza del trabajo que desarrolla en él debe consistir en la tensión hacia una educación personal. El grupo de Fraternidad debe traducirse en un camino común sostenido por una amistad. Las categorías no se aprenden si no se ve cómo se pueden aplicar. Así pues, ya que la finalidad de la Fraternidad es comprometer la responsabilidad personal de cara a la santidad y el destino, el verdadero problema es la capacidad de amistad, la vida en común. Es un compartir que debe vivirse sin pretensiones, sin medida, sin sentimentalismos, y que abarca hasta la ayuda social y material. La Escuela de Comunidad y la misión son las tareas a las que dedicarse.
Cada grupo debe tener un responsable, un encuentro común periódico, una regla seria y establecida de oración y un compromiso operativo preciso en función del objetivo común.
¿Entonces, el grupo no puede reducirse a una serie de reuniones?
Es un peligro. Reducir la Fraternidad a una serie de reuniones revelaría que hay un límite: en efecto resultaría imposible la inmanencia en la Fraternidad a través de la compañía del grupo del que se forma parte. La inmanencia en la compañía implica la globalidad de los factores de la vida y cierta conciencia e imagen de uno mismo. Sin esta inmanencia se produce una falta de implicación y trabajo personal así como la búsqueda del camino común que supone el apoyo espiritual, social y material. De esa manera el grupo deja a la persona totalmente sola, privándola de la concreción de la experiencia que ningún otro momento o instrumento (de la vida del movimiento, ndr) puede asegurar adecuadamente. Se podría establecer en esto cierta analogía entre el grupo de Fraternidad y la «casa» de los Memores Domini (cfr. la Carta a la Fraternidad del 27 de enero de 1989) y observar además que el grupo, si se concibe y se vive correctamente, está en condiciones de asegurar la existencia del movimiento en cualquier situación, por difícil que pueda ser.
¿No hay peligro de que cada grupo se conciba aisladamente?
Responderé de nuevo con la citada carta, donde se afirma que «la explicitación de la comunionalidad se verifica y se pone en práctica sobre todo a nivel de la Fraternidad en cuanto tal, como pertenencia a la totalidad de la Fraternidad -a la compañía tal como está guiada y estructurada-; de otro modo la solidaridad de grupo elimina la caridad de movimiento». En cualquier caso el grupo debería plantearse como tema de diálogo ante todo y sobre todo la palabra que le llega del centro de la Fraternidad: cartas, ejercicios, asambleas de responsables.
Usted se refirió antes a una obra común...
La obra nos está asignada por nuestra vocación histórica: el movimiento. Cada uno de los grupos, en lugar de discutir su relación con el movimiento, lo que tiene que hacer es comprometerse en el trabajo por el movimiento.
Este compromiso exige de todos los que viven la Fraternidad una laboriosidad inteligente y activa que se traduzca, sea a nivel de la persona o de los grupos, en tareas precisas y realizaciones específicas en función de la obra que es el Movimiento.
Por eso, el juicio sobre las formas en las que se concretan estos compromisos que puede tener o asumir un determinado grupo, no le compete en última instancia al grupo sino al movimiento. Y este juicio será más eficaz e incisivo cuanto más se desee y se persiga.
La vida de la Fraternidad prevé, además de la regla cotidiana de oración, momentos comunes de «retiro» cuatro veces al año. ¿Cuál es el valor de estos? ¿Y cómo deben estructurarse?
Ante todo hay que recordar que el momento central de la Fraternidad es la reunión anual para los Ejercicios, en los que se invita a participar a todos los miembros.
El valor de la jornada de retiro es producir una provocación en la conciencia de la persona a fin de que su corazón apunte hacia la madurez cristiana. Para esto la pedagogía cristiana exige un apoyo comunitario que objetiva el camino (personal). Es necesario insistir en la meditación, en el silencio y en la oración común. Esta es la primera responsabilidad de quien dirige el retiro. Y además es necesario suscitar en el adulto un compromiso de su responsabilidad personal con la Iglesia local y el empuje misionero en el ambiente. Concretamente, cada retiro debería articularse del siguiente modo: un momento de anuncio (éste lo es verdaderamente cuando recuerda el anuncio que se hizo anteriormente en los Ejercicios anuales), un espacio de silencio, la comunicación amplia y detallada de las indicaciones del Centro y de los avisos (la finalidad de esto es hacer que se sienta presente la vida del movimiento) y la Santa Misa. Llegados a este punto, me parece necesario recordar también las asambleas regionales, que se celebran una vez al año - en el período que antecede a los Ejercicios comunes- y tienen una estructura semejante a la de los retiros, aunque más dilatada y con la posibilidad de hacer una asamblea para preguntas, clarificaciones y testimonios.
¿Para qué está establecido el «fondo común»?
Como testimonio de una concepción comunional de lo que se tiene. Para esto cada miembro de la Fraternidad participa directamente en el fondo común, central y único, de la Fraternidad, cuya finalidad es construir la obra común mediante el apoyo a las actividades misioneras, caritativas y culturales, y a todos los demás objetivos de la asociación.
Con tal fin cada miembro se compromete a enviar mensualmente un porcentaje (establecido por él) de sus propios ingresos. Es el modo más elemental de responder a la imitación de Cristo en la pobreza. No es una cuestión de cantidad de dinero sino de valor, en la libertad más profunda. El que da cien millones es como el que da diez pesetas; el primero no puede enorgullecerse ni el segundo humillarse. En todo caso debe tratarse de un compromiso serio.
¿Cuál es la función de los responsables?
Ante todo quisiera recordar que la única autoridad dentro de la Fraternidad es la Diaconía central. A ella le compete no sólo designar las personas a las cuales confiar las responsabilidades de mayor relevancia (vicepresidente, secretario general, responsables regionales), sino también, y sobre todo, establecer las directrices autorizadas para la vida de la Fraternidad.
En cualquier caso, para volver a la pregunta, en los Hechos de los Apóstoles aparece claro que la característica fundamental de los diáconos es estar al servicio de la comunidad siguiendo una forma de relación con Cristo que los apóstoles aseguran mediante la oración y la palabra. La función de los responsables es eminentemente una función de escucha de la palabra que nace del carisma. La verdadera escucha es una pregunta. De la respuesta nace entonces una pureza mayor en la dedicación, en la indicación del camino, y una caridad que compromete tan apasionadamente que hace que la persona se convierta en punto de referencia real para quien quiere pertenecer con sinceridad a la vida del movimiento.
El problema del responsable debe centrarse siempre en la pregunta de cómo ayudar a la gente a no olvidar aquello por lo que estamos unidos. La función del responsable consiste, pues, en ser una puerta por medio de la cual las necesidades de la gente, la realidad movilizada de la gente, el corazón de la gente pueda encontrar más pronto, con más seguridad el camino.
La responsabilidad es un servicio que hay que prestar y un ejemplo que dar. El servicio exige propuesta y organización, pero la responsabilidad viene del ejemplo y no se abrirá camino si va contra la libertad de las personas y de los grupos. Que los responsables, por consiguiente, sean personas que reflejen el ánimo que dirige al movimiento, que sean capaces de favorecer la libertad creadora y la fidelidad a quien guía en última instancia. Que les mueva siempre la preocupación de que la gente viva cada vez más consciente y afectivamente la experiencia del movimiento, en la que han decidido participar incluso de manera institucional al inscribirse en la Fraternidad.
El principio fundamental que debe animar al responsable es el deseo y el respeto de la libertad creativa, en la comprensividad y la largueza.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón