«No existe sacrificio más grande que dar la propia vida por la obra de otro». Una selección de ejemplos de la vida cotidiana del movimiento
Esta es una de esas frases que dejan huella. «No existe sacrificio más grande que dar la propia vida por la obra de otro». Durante los últimos meses ha sonado varias veces en la vida de CL. La verdad de su contenido se impone con la evidencia que sólo lo verdadero sabe producir; sin embargo se intuye que es necesario recorrer aún mucho camino para comprenderla de forma adecuada. Y se comprende no tanto a través de una reflexión teórica o un comentario, cuanto viendo hechos e historias de personas que viven este sacrificio.
En la compañía del movimiento (ya que la obra de Otro es en definitiva la compañía en la que nos ha convocado) los testimonios de este sacrificio son muchos. Contamos algunos. Lo hacemos sin citar el nombre de los protagonistas. Quizá resultará más evidente que no se trata de heroísmos personales, sino de adhesiones sencillas a la experiencia que ha tocado, conmovido y convencido.
Ofrecerse
«Dar la vida por la obra de otro», es decir, ofrecerse. Viene a la mente la última carta de Don Giussani a la Fraternidad (cfr. Litterae de septiembre) y el recuerdo que contiene de Don Francesco Ricci: «Estos últimos tiempos suyos han identificado y repetido continuamente la palabra que consagra toda la humildad del seguimiento y la obediencia: "ofrezco"». «¿Pero, qué significa ofrecer?, se preguntaba don Giussani precisamente durante un funeral por don Ricci. Ofrecer significa reconocer que cada cosa con la que nos relacionamos y por tanto cada cosa que toma consistencia a nuestros ojos y en nuestro corazón -empezando por la relación con nosotros mismos- es de Otro». Pertenecemos.
El mismo don Ricci, contando su vida de misionero vagabundo a un grupo de jóvenes el 2 de no-viembre de 1990, decía: «Ha sido todo un recorrido en el que lo determinante no era entender, sino la fidelidad y el ir detrás. Durante el camino lo que cuenta es decidir continuar hacia adelante y seguir a alguien; después, cuando se está en la cumbre, se mira para atrás y se ve todo el camino hecho».
La pertenencia logra expresarse en todos los ámbitos. Dice un importante hombre de negocios: «Cuando se ocupa una posición relevante en el contexto social, como en mi caso y no precisamente por méritos míos, los esquemas de poder te encasillan atribuyéndote pertenencias que no tiene en cuenta al individuo sino la configuración de los círculos de influencia y por tanto de poder. A mí me han atribuido muchas pertenencias arbitrarias, pero yo siento el deber de decir que sólo una es verdadera, una pertenencia que afirmo desde la libertad, y es la pertenencia a la Fraternidad de CL».
Esta pertenencia es lo que permite «dar la vida», como testimonian un sacerdote y un diácono de la Fraternidad sacerdotal de San Carlos Borromeo.
«He encomendado la verdad de mi acción a la fiel adhesión a la compañía del movimiento, para que no prevalezca una afirmación dañina de mí mismo, en la esperanza de que la gracia de Cristo haga útil mi presencia».
«Quiero ofrecer toda mi persona con disponibilidad plena y alegre para que mi vida se consuma en la entrega al testimonio de Cristo y al servicio de la Iglesia, según la intención de la Fraternidad y el carisma de CL».
La pertenencia permite superar la desconfianza. «He criticado el movimiento durante mucho tiempo -tomado de una carta recibida en la redacción-. El Señor me ha llamado muchas veces a una pertenencia a Él a través del movimiento, pero yo me escabullía, ponía pretextos, criticaba a las personas y sus actitudes. En un momento determinado comprendí que debía pertenecer precisamente al movimiento de CL; si me hubiese ido a otro sitio habría seguido mi proyecto y endurecido mi corazón».
La pertenencia nos hace creativos. Como aquel grupo que mensualmente utiliza una página del semanario diocesano para publicar, de su propio bolsillo, noticias sobre la vida del movimiento, los encuentros de Escuela de comunidad y los avisos más importantes. «Este espacio -dicen- tiene el único fin de dilatar el movimiento, de mover los equilibrios consolidados del mundo en el que estamos; no contra nadie, sino por algo».
Obediencia
Cuando se pertenece no se pierde tiempo en interpretar, se obedece, se sigue; «Cuando encontramos el movimiento -ha testimoniado recientemente un responsable de CL- no teníamos ninguna pretensión, ninguna opinión sobre lo que habíamos encontrado, sino una gran espera abiertos de par en par; esta experiencia puede renacer en la obediencia».
Obedecer puede significar también abandonar un papel: «Quiero comunicarte -escribe a su responsable regional un representante de la "diaconía”- que, aconsejado, he decidido dejar la diaconía regional. Lo que más he aprendido en ella es la libertad, en el sentido de poder adherirme al movimiento según lo que éste pide y no según la propia sensibilidad». Y obedecer puede significar asumir un papel: «Querido don... deseo comunicarte el motivo y el sentimiento con el que me dispongo a asumir la responsabilidad de los trabajadores de mi comunidad. Mi deseo es el servicio al movimiento, en la humildad y en la obediencia a quien está llamado a dirigirlo. Por el movimiento he dejado mi pueblo, mis padres, mi hermana, mis montañas, mis amigos... quisiera también dejar todos mis pecados, toda tentación, todo trato personalizado que pudiera disminuir el milagro del movimiento».
En esta disposición la persona, incluso si «lleva muchos años» en la experiencia del movimiento, puede continuar aprendiendo, como un niño. Una vez más un responsable: «Me he dado cuenta de que no se puede "guiar" una realidad si no es haciéndose discípulos de lo que sucede. De este modo, en las vacaciones en las que he participado, no podía decir ninguna palabra si antes no me hacía discípulo de aquel grupo de chicos mucho más jóvenes que yo y que sin embargo tenía la verdad de una experiencia».
Caridad y misión
El sacrificio de sí por la obra de otro es ciertamente una posición de fondo de la libertad. Y se expresa a través de gestos. Tomemos como ejemplo la multiforme acción caritativa, que justamente quiere educar a esa dimensión de disponibilidad. Sólo un ejemplo: la tropa de voluntarios que cada año hace posible la realización del Meeting de Rímini y que normalmente constituye la sorpresa para los visitantes más atentos. «Cuando me pidieron trabajar en el Meeting dije en seguida un sí dictado por la curiosidad y por un cierto entusiasmo, que con el pasar de los meses disminuyó cada vez más, hasta hacerme decidir no ir. El reclamo de una amiga ha sido fundamental: me ha ayudado a comprender que trabajar en el Meeting no era otra cosa que responder a Cristo que quería encontrarme y amarme en aquella precisa circunstancia. Por lo tanto llego al recinto ferial, hago la cola para coger el pase y las camisetas y mientras tanto rezo: "Señor, me has llamado aquí y aquí estoy; haz Tú, porque sola no soy capaz de nada”.
Y era verdad: no sabía qué era lo que debía hacer y cómo se desarrollaría mi trabajo. Soy bastante tímida y no conocía a nadie. Entonces empecé a transformar en petición todas mis preocupaciones y esto durante toda la semana. De este modo me he dado cada vez más cuenta del significado de la frase de Escuela de comunidad: "Yo soy Tú que me haces". Basta con seguir; ¿por qué afanarse tanto en inventar, en imaginar?».
La misión puede ser marcharse a países desconocidos sólo porque se ha oído un aviso y se ha dicho: «¿Por qué no?». «¿Buscan un carpintero en Kenya? No, me buscan a mí que soy carpintero». Significa coger a la mujer y a los hijos y dejar costumbres y amigos y marcharse hacia los lugares más extraños; decidir hacer la tesis o el doctorado en USA o en Inglaterra en lugar de en la Universidad de la propia ciudad; aceptar la propuesta del jefe de trasladarse al extranjero, no por promocíonarse, sino porque se sabe que en aquel país hay una comunidad que tiene necesidad; aprender el ruso porque... nunca se sabe.
Y esto puede acabar con que uno se quede quince años en el extranjero, como se cuenta en este testimonio: «El encuentro con una presencia apasionada por mi humanidad y el consiguiente reconocimiento de la conveniencia a abrir mi corazón a esta gratuidad ha determinado toda mi vida y la ha hecho capaz de abrirse a la realidad, al mundo, sin miedo. Es sólo esta conciencia la que me ha hecho descubrir la vida como vocación, es decir, una búsqueda indomable de la verdad de mí, de la verdad del mundo, es decir, de la gloria de Cristo, porque cada uno de nosotros está llamado a dar gloria a Cristo, allí donde esté. La misión es comunicar al otro el origen de esta alegría, el estupor del origen bueno al que pertenecemos. Me fui por un impulso de humanidad y ahora, después de quince años de misión, puedo decir que la única razón por la que uno se va o se queda es la conciencia del amor apasionado y gratuito de Cristo a la propia persona y a la persona del otro».
Desde Uganda: «Me parece imposible que un tipo como yo pueda encontrarse aquí haciendo algo para lo que no está a la altura. Pero nuestra compañía es tan grande que es capaz de valorar incluso a uno como yo».
Una vez más don Ricci: «Cuando te encuentras, como me he encontrado yo, en contacto con personas que viven situaciones difíciles en todo el mundo -como la falta de libertad en un régimen totalitario- ¿qué les cuentas? ¿te pones a hacer un análisis político? ¿te pones a argumentar sobre cómo hacer caer la dictadura? ¿les tomas el pelo? ¿qué les cuentas? Es necesario una pasión por el destino que no es heroísmo, sino simplemente una posición moral frente al otro, un compartir. Después, en estas condiciones, se hace todavía más sencillo comprender que si quieres decir al otro algo útil para vivir hoy, le debes hablar de Jesucristo. Hablar de Jesucristo es ayudar a la gente a vivir».
La actividad imposible
Puede suceder también que las condiciones de la vida no consientan grandes actividades caritativas o misioneras. Esto lo documenta una carta recibida desde Calabria en la secretaría de la Fraternidad. «En una realidad como la nuestra (vivo en un pueblecito de montaña) es muy difícil permanecer fieles y unidos a una amistad. No podemos ir siempre a los encuentros, porque los centros donde tienen lugar los retiros están muy lejos (por lo menos a 150 kilómetros) y nosotros, aquí, sólo somos tres chicas y trasladarnos resulta difícil, teniendo que volver después por la noche y solas. Creo, sin embargo, que justamente cuando se está solos, cuando no existe el «instante reclamo de la compañía para guiarte, cuando todo es más difícil, si se permanece fiel, si se decide personalmente continuar perteneciendo, entonces lo que se ha encontrado es verdadero. Es por esto que desde ahora en adelante, para intentar ser fiel, mandaré la cuota mensual del fondo común mediante giro postal. No me es posible dar más. Creo que es más importante dar (aunque sea poco) pero dar con alegría. Os escribo con dolor por lo que querría hacer y no siempre es posible por nuestra realidad. A veces me encuentro deseando vivir en una ciudad donde existe una compañía grande y fuerte, pero luego me veo pensando en la gente que vive sola en misión y entonces siento también vergüenza por mi incapacidad de sacrificio. Dios existe también aquí».
En otro testimonio: «He tenido que dejar muchos compromisos y sigo adelante como puedo. Son justamente las fuerzas físicas las que no me responden. Pero no es esta mi cruz. He aprendido a aceptar la enfermedad de mi hijo; he aprendido el silencio y el valor que en lo escondido la vida puede tener; he aprendido que todo esto puede convertirse en ofrecimiento y petición y alegría. Mi cruz es ver las necesidades del movimiento y no poder hacer nada, al menos al nivel operativo». La respuesta: «Queridísima amiga, te comprendo perfectamente porque también yo estoy haciendo la experiencia de una gran impotencia y de una continua renuncia a todo lo que me gustaría hacer (quiero decir de bueno para el movimiento). Estoy enferma desde hace casi seis años y entre quimioterapias, radioterapias y las distintas consecuencias, me ha pasado de todo. He tenido incluso que quedarme en casa sin poder ir a las clases (enseño literatura) y esto me ha costado muchísimo. Pero, lo que más me cuesta, y que al mismo tiempo es también lo más liberador y consolador, es vivir la conciencia de que a través de lo que se me ha pedido, a través de lo que no puedo hacer, a través de esta inactividad forzosa, estoy participando en la construcción del Reino de Dios, colaboro "activamente" con Cristo en la redención del mundo. Ofrecer tu impotencia y pedir para que el Señor nos convierta es ya todo».
El dolor
Esta respuesta fue escrita por Laura Dinoni, que moriría el 3 de agosto de 1989. Algunas páginas de su diario nos ayudan a penetrar en uno de los puntos más profundos y agudos del sacrificio, como «dar la propia vida para la obra de otro». «No estoy habituada al mal; ¡qué verdad es que hemos sido hechos para la felicidad y el bien! No se habitúa uno ni siquiera a decir que sí: haberlo dicho una o más veces no resuelve la cuestión, es necesario que mi libertad lo diga nuevamente, abrazando las contingencias tan poco fascinantes... Encerrada entre cuatro paredes estoy haciendo la exaltante experiencia de no estar en absoluto fuera del mundo, sino por el contrario, en el corazón del mundo. Me sorprendo en ciertos momentos pensando: "Así es, en este momento, así como soy, estoy participando en la construcción del Reino de Dios en el mundo" y entonces me siento útil a Cristo y al mundo y comprendo que es imprevisible el ladrillo para la construcción, pero cualquiera que sea, va bien. Señor, así está bien para mí, porque soy tuya, porque quiero amarte del mismo modo que tu me amas».
¡Cuántas experiencias de ofrecimiento del propio dolor y de uno mismo a Otro que toma de un modo tan misterioso y paradójico!
Una señora cuenta de su marido que, después de muchos años de sufrimiento, por fin empezaba a estar bien. Después le descubrieron un tumor en el pulmón; ella, desesperada, no sabía cómo decírselo. Hizo una peregrinación a un santuario de la Virgen y, en una parada, se lo dijo. Después de un momento de dramática emoción el marido le respondió: «Doy gracias a Jesús por hacerme digno de participar en su cruz».
Un enfermo de SIDA, convertido recientemente, contó su historia en el Newsletter de la Fundación Maddalena Grassi, instrumento operativo de las caritativas que se ocupan de los enfermos del SIDA. En una página del diario escribe: «Esta fiebre me hace sentirme una asquerosidad»; pero una línea después: «Señor, dame la fuerza para aceptar las cosas que no puedo cambiar, y cambiar las cosas que se pueden cambiar». Y más adelante: «Hoy me he despertado temprano, también porque estoy intentando disminuir la dosis de las pastillas para dormir. Intento dedicar a Dios mi tiempo. Es tan hermoso que si lo describiese pasaría por santo o por loco».
SIGNOS DEL ESPÍRITU
Del 15 al 17 de noviembre ha tenido lugar en Roma un encuentro, promovido por el Pontificio Consejo para los Laicos, entre «grupos y comunidades laicas que practican los consejos evangélicos». Yo participé con otros como representante de la Asociación Memores Domini. Me parece importante subrayar algunas expresiones del discurso introductorio del presidente del Pontificio Consejo para los laicos, el cardenal Eduardo Pironio. Son al mismo tiempo, ejemplo de paterna valorización y de estímulo.
«Vuestra presencia aquí es uno de los signos más visibles y convincentes del obrar del Espíritu en la Iglesia y en el mundo de hoy. Cada uno de vosotros y cada una de vuestras comunidades es testimonio vivo de que también hoy el Señor llama a hombres y mujeres al total don de sí mismos a Él y a su Reino. Habéis dicho sí, como María, aceptando entrar en la lógica de amor que da todo. Habéis entrado en la fecunda dinámica de la libertad que no rechaza nada de Dios. Por eso sois, en la Iglesia y para el mundo, testigos de la vocación a la cual todos los hombres están llamados: la comunión de amor con Dios por medio del don total y libre de uno mismo. Sois testigos de la "novedad pascual" del Bautismo; llamados en Cristo a la santidad, si bien viviendo en el "siglo”, como "espacio teológico" de una especial vocación.
Ciertamente no es casual que justamente en nuestros días, en este momento tan decisivo de la historia humana, la novedad del Espíritu no cesa de crear nuevas novedades de testimonio del amor absoluto de Dios hacia el hombre. Vuestras comunidades son signo visible de esta novedad del Espíritu que renueva a la Iglesia y quiere penetrar en el mundo para transformarlo. Sois laicos y laicos queréis permanecer. Como laicos queréis daros totalmente al Señor y a su Reino. Vuestra vocación, vivida en forma asociativa laical, constituye una novedad en la vida de la Iglesia».
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