La experiencia de la dedicación total a Cristo nace y se alimenta de la raíz misma del movimiento.
«La virginidad -al igual que el matrimonio- no puede sostenerse si Cristo no es su razón»
En primer lugar un reclamo histórico. Los Memores Domini nacieron porque algunas personas, al terminar la carrera, habían reconocido su vocación a la virginidad y no estaban convencidos de adherirse a las formas tradicionales que implicaba esa vocación. Al principio pidieron poder permanecer en el movimiento como grupo; pero tenían además la exigencia de inventar una forma nueva, una forma propia del movimiento.
Este dato histórico, más allá de la inmadurez del inicio con que se expresó la idea y se formuló la exigencia, demuestra que el nacimiento de los Memores Domini, antes de tener como contenido la vocación a la virginidad, tiene como contenido un juicio sobre la naturaleza del movimiento. Y el juicio es éste: que el movimiento, lo que habíamos encontrado, podía sostener toda la vida; que se podía dar toda la vida en virtud de lo que habíamos encontrado.
Por esto, sobre todo, la virginidad interesa a todos y no sólo a los que «están en ello». Por el modo en que nacieron los Memores Domini se comprende que el movimiento no es un juego o «una preparación». El movimiento es un acontecimiento totalizante; tan totalizante que uno puede imaginar y desear dar su propia vida a Cristo hasta en la forma, como es el caso de la virginidad. Uno puede sentirse llamado a dar su propia vida a Cristo y comprender que el alimento para esto no es algo añadido al movimiento, sino que es el movimiento mismo.
Memoria en el trabajo
El fin de los Memores Domini coincide con el fin del movimiento como tal: vivir la memoria de Cristo en el trabajo, haciendo la vida de todos. Esta acentuación es importante porque subraya con claridad que el movimiento no es la propuesta de una «religión», sino de una humanidad. Si mi vocación no me hiciera vivir con más humanidad la vida que vive todo el mundo, no le interesaría a nadie, ni a los demás ni a mí.
Por esto decimos que para vivir la virginidad no es necesario expresar votos formalmente. Vivir la memoria de Cristo en el mundo del trabajo es un principio de verdad introducido en la vida de todos por el Bautismo.
Ser hombres
La virginidad no es una actividad para gente que tenga características particulares, quizá religiosas, sino que es un hecho humano. El problema de la virginidad es el problema de ser hombres, exactamente el mismo problema por el que existe el movimiento. Es la abolición del clericalismo. Al leer el Evangelio se comprende que Cristo no quería «fundar una religión», sino que quería enseñar al hombre a ser hombre. Análogamente, en el origen de la experiencia del movimiento no estuvo la intención de hacer un sistema religioso o una organización eclesiástica. En el origen del movimiento ha habido un hombre que, teniendo una determinada experiencia de la vida, deseó que también otros la vivieran, deseó comunicársela a otros por el insuprimible vínculo que sentía entre él mismo y los demás.
En la virginidad late la misma dinámica: la propuesta de Cristo que llama a vivir una humanidad más verdadera. Pero no es justo decir más verdadera. El último gran maestro de retórica romano, Vittorino, en su defensa ante la acusación de que era cristiano, dijo: «Desde que he encontrado a Cristo me he descubierto hombre; no dijo «he descubierto que soy más hombre. Así pues, la virginidad es la propuesta de una humanidad verdadera. El movimiento puede sostener esta propuesta y la puede desarrollar hasta hacer que se verifique en una experiencia.
Experiencia totalizante
El movimiento es una experiencia totalizante, no una etapa preliminar de algo que debe llegar más adelante: si fuese así no sería verdadero ni siquiera desde el principio. Esto significa que seguir no es una actividad limitada a un período determinado de tiempo, que termina al llegar a cierto punto tras el cual comienza la aventura de nuestra propia expresividad. La virginidad que viven los Memores Domini lo manifiesta de modo inequívoco: un hombre no puede hacer el sacrificio más grande que se le puede pedir -renunciar a la modalidad natural de relación con una mujer- sin sentirse suficientemente sostenido por el acontecimiento que ha encontrado en el movimiento.
No se trata de no casarse para dedicarse a una obra; la virginidad no es una condición de mayor libertad para poder dedicarse a una actividad, quizás al movimiento en su aspecto institucional y organizativo. La característica fundamental de la que vive la virginidad es la fe: justamente lo mismo que quien quiera vivir el movimiento. Personalmente nunca he sentido mi vocación a la virginidad como una fuente de problemas, he sentido en cambio el desafío de la fe, el desafío que la fe supone a mi humanidad. No existen los problemas vocacionales, existe un único problema: la fe.
Movimiento: lugar de la Presencia
Pero ¿cómo es posible que el movimiento sea una experiencia totalizante? El movimiento es una experiencia totalizante porque es el lugar de la presencia de Cristo, es la modalidad que Cristo ha escogido para alcanzarme, tocarme, llamarme, sostenerme, corregirme, comunicarme la experiencia de la vida como familiaridad y compañía con él. El movimiento es esto. Y esta Presencia -que no está «más allá» sino «dentro» del movimiento- es lo que hace que la dedicación de toda la vida, hasta en la forma, sea una dedicación humana; como hace que sea humana cualquier clase de dedicación. En el fondo no es tan importante casarse o no casarse; lo importante es que uno se case por Cristo o no se case por Cristo. La virginidad -al igual que el matrimonio- no puede sostenerse si su razón no es la presencia de Cristo; sería una mutilación inaguantable. Ciertamente es impensable que uno pueda ser sostenido por la dedicación «a la causa». ¿Qué causa es más grande que mi propia humanidad?
Razón y afecto
El hondamente de la virginidad es, por tanto, la fe: el reconoci-miento de la gran Presencia. La Presencia es reconocida por la razón, que se conmueve ante lo verdadero. Y no hay nada más ver-dadero que Cristo.
Se cometen miles y miles de errores y gestos de resistencia, pero Cristo es verdadero y por esto quisiéramos dar la vida. Estar en el camino de la virginidad ha supuesto para mí que se prolongara la intuición inicial que tuve en el movimiento: nada iba a potenciar mi razón como esta experiencia.
La razón se conmueve ante lo verdadero; dicha conmoción se convierte en principio afectivo, de tal modo que ya no se puede imaginar algo más hermoso y más grande que el amar a Cristo. Cuando la razón se conmueve -y sólo puede conmoverse ante lo verdadero- nace un afecto, timidísimo al principio y luego cada vez más grande. La verdad no consiste en ideas, sino en una Presencia, y el movimiento no es un lugar donde se enseñan ideas, sino el acontecimiento de esa Presencia. De manera que se puede hacer la experiencia de que «no hay nada más mío que lo verdadero».
El milagro de la unidad
¿En qué se traduce esta experiencia de la razón que se conmueve ante lo verdadero? La asociación Memores Domini se compone de personas que viven reunidas en «casas», con una regla de oración y de silencio. La regla es la declinación en la vida cotidiana de la experiencia de la razón que se conmueve ante la verdad y que se convierte, al menos tendencialmente, en afecto a ella. Lo más impresionante en la casa -como en el movimiento- es la convivencia entre extraños.
La virginidad es la razón que reconoce lo verdadero como presencia y es el afecto que, en nombre de este reconocimiento, siente como engendradas por la misma carne y por la misma sangre a personas hasta entonces extrañas. El movimiento ha nacido y sigue naciendo continuamente de una experiencia humana que, al cruzarse con un extraño en su camino, siente el impulso de decirle: «¿quieres vivir conmigo?». Esta actitud brota del reconocimiento de que el misterio del propio destino es el mismo misterio del destino del otro: Cristo. Y por eso ya no existe extrañeza; la extrañeza sociológica queda arrancada de raíz; no como estado de ánimo pero sí como juicio.
Si uno tuviese siempre este impulso afectivo por su destino y el destino del otro, aunque sea un extraño, nacería un mundo nuevo, el mundo verdadero. Nosotros vivimos aquello que los demás desean, consciente o inconscientemente. Es un reto victorioso al mundo. Un reto lejanísimo de la violencia, porque es una ternura viril, una viril compasión.
¿De dónde se saca la energía para afrontar un camino así? El lugar en el que brota esta energía es el movimiento. Hay que elegir si sacar la energía para el camino de la propia capacidad de coherencia o sacarla del entusiasmo por la experiencia que continuamente se nos comunica.
(El artículo es nuestra transcripción de una intervención durante las vacaciones de los univesitarios de CL que tuvo lugar el verano pasado)
Traducido por María Puy Alonso y Carmen Giussani
LA TAREA
Transcribimos la respuesta que dio D. Giussani durante el último Equipe de los universitarios a una pregunta sobre el valor y el fin de la vocación a la virginidad.
EL MOVIMIENTO ES AQUELLA modalidad providencial con la que nosotros hemos sido ayudados a reconocer el Destino de las cosas, a aceptar una determinada decisión para la existencia. Nosotros hemos sido llamados a reconocer a Cristo, el Misterio que está detrás de todas las cosas, al que pertenecemos y que se ha hecho hombre. Nosotros pertenecemos a este hombre. Y, perteneciéndole, construimos juntos la historia que nos ha sido transmitida por él.
Ser del movimiento significa sencillamente ser cristianos. Ser cristianos quiere decir reconocer la presencia del destino que, siendo Misterio, ha querido hacerse carne, uno de nosotros, para hacerse conocer, ver, tocar y oír por nosotros. Este tocar, ver y oír repercute en la historia mediante la compañía. De este modo construimos juntos la historia que se nos ha transmitido.
En esta historia se le confía a cada uno una tarea determinada. Las tareas que nos pueden tocar son, fundamentalmente, dos. Por una parte colaborar en la progresión de la historia material de Dios: ésta es la tarea del matrimonio. Por la otra, enarbolar en el camino de todos la bandera del ideal: dicha tarea se llama virginidad en el sentido estricto del término. En la comunidad cristiana la vocación a la virginidad tiene como función recordar a todos el único fin por el que se hace todo, es decir, el amor a Cristo. Por una parte la virginidad es el ideal de todos; y por otra -en sentido propio y estricto- la virginidad es aquella forma de la tarea consistente en que uno está llamado a despertar la atención de los demás hacia el único fin por el que merece la pena vivir.
La vocación a la virginidad y el movimiento son la misma rasa, en el sentido de que la virginidad es la afirmación de que Cristo es todo y es el movimiento quien nos comunica que Cristo es todo. Pero Cristo ha instituido una forma de vida que -como tal- tiene la función de recordar a todos el hecho de que el fin de la vida es uno solo, es el mismo para todos. Por eso no hay diferencia entre quien vive la virginidad y quien vive el matrimonio. Cada cual es sostenido mediante el reclamo de la virginidad, en la búsqueda del único fin dentro de lo que le toca hacer.
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