Para que fuésemos felices, la humanidad necesitaba un nuevo origen. María es el primer germen de este nuevo origen
Octubre es tradicionalmente un mes de devoción a la Virgen, por eso le dedicamos la página de Bernanos reproducida más abajo. Es un fragmento tan bonito que cualquier comentario corre el riesgo de estropearlo.
La primera parte me ha traído a la mente un pasaje de la Ortodoxia de Chesterton: «Se dice que el paganismo es una religión de gozo y el cristianismo de tristeza. Sería fácil, sin embargo, demostrar que el paganismo es pura tristeza y el cristianismo puro gozo. Cualquier cosa humana debe contener gozo y tristeza. Lo que importa es el modo en que te dos se equilibran y se distribuyen. La alegría del mejor paganismo es una alegría eterna que la humanidad que reconoce no olvidará jamás: pero este hace referencia a los hechos, no a los orígenes de la vida. Para el pagano las cosas pequeñas son dulces como los riachuelos de la montaña. La gran mayoría de los hombres se ha visto constreñida a estar alegre por las pequeñas cosas, triste por las grandes. Sin embargo, esto no pertenece a la naturaleza del hombre. El hombre es más él mismo, es más humano, cuando en él el gozo es fundamental, el dolor superficial».
Bernanos parece añadir una luz de espera en el horizonte oscuro evocado por Chesterton. Es la espera de una mujer.
Con un juego de palabras intraducibies el himno Ave Maris stella dice lo mismo: «Sumens iilud Ave/Gabrielis ore/funda nos in pace/mutans Evae nomen».
La libertad de la acogida de la gracia cambia incluso el nombre de la humanidad caída: Ave-Eva.
Toda la gloria de la Virgen está en haber sido mirada. Esto es el inicio, estos son los «orígenes de la vida» de los que habla Chesterton.
Es una gloria escondida a sus ojos, pero esplendorosa a los ojos del Padre. Heráclito había escrito: «La armonía escondida es más potente que la manifiesta». Se hace eco de ello una invocación de la liturgia: «Nuestra vida esté escondida en Cristo y resplandezca en el mundo como anuncio de los cielos nuevos y de la vida nueva».
«Y, la Santa Virgen, ¿acaso rezas a la Santa Virgen?... Pero, ¿la rezas como es debido, la rezas bien? Ella es nuestra madre, está clan>. Es la madre del género humano, la nueva Eva. Pero es también la hija del género humano. El mundo antiguo, el doloroso mundo, el mundo de antes de la gracia la ha acunado largo tiempo sobre su corazón destilado -siglos y siglos- en la espera oscura incomprensible de una virgo genitrix... Siglos y
siglos, la ha protegido en sus viejas manos cargadas de crímenes, sus pesadas manos, la chiquilla maravillosa de la que ni siquiera conocía el nombre. Una pequeña chica, ¡esa reina de los Angeles! Y así permaneció, no lo olvides.
La Santa Virgen no ha tenido ni triunfos ni milagros. Su hijo no ha permitido que la gloria humana la rozase, ni siquiera con el más fino extremo de su ala salvaje. Nadie ha vivido, ni ha sufrido, ni ha muerto tan sencillamente y en una ignorancia tan profunda de su propia dignidad, de una dignidad que la coloca, sin embargo, por encima de los Angeles. Porque, al fin y al cabo, ella nació sin pecado, ¡qué sorprendente soledad! Una fuente tan pura tan límpida tan límpida y tan pura que ni siquiera podía ver reflejada su propia imagen, hecha para la alegría del Padre [para la gloria del Padre. Ndt.], ¡Oh soledad sagrada!».
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