«Una doble distancia me permite ahora contemplar la caída del Imperio Soviético desde un lado sentimental. Como Moscú me coge muy de lejos, yo pienso ahora en algo más cercano, en los comunistas de Sevilla. Para Pepe Díaz, panadero comunista de la Macarena, Rusia era el paraíso y para extender aquel paraíso, como un Cristo por lo civil del barrio de San Julián, entregó su vida. Perdió cuanto tenía, que eran las corridas de los camperos de su barrio, el olor caliente de las tahonas, las coplas de sus patios, la familia. Pudo saber pronto que en el paraíso hacía más frío que en la Macarena y que al atardecer no había pescado frito. Quizás entonces (descubrió) que el paraíso estaría donde siempre estuvo: en la certeza de la utopía del corazón. No hay más paraíso que el de la bendita libertad. Y ahora que a los comunistas les quitan la brocha y la escalera, algunos que no lo somos, desde la libertad, vemos el sin sentido de muchos sinvivires de aquellos hombres de buena fe». (Antonio Burgos, Diario 16).
La mentira de cualquier ideología sobrevive alimentada por la brizna de verdad que ésta conserva encarcelada en su interior. La vertiginosa disolución del PCUS y el desmantelamiento de las instituciones soviéticas ha provocado una auténtica oleada de postcomunismo tan nefasto como aquel antifascismo que Augusto Del Noce denunciaba al finalizar la II Guerra Mundial. El gran error del comunismo no ha sido desear un paraíso y esperar vivirlo en la tierra, sino confundir ese paraíso con una utopía (un sueño que ha provocado quizás las mayores masacres conocidas por el hombre) y creer que la historia no necesitaba ser fecundada por Alguien para responder al corazón de cada hombre. Esta necesidad es, sin embargo, olvidada y enterrada por el triunfalismo cínico de los que ven derrumbarse el otro imperio «desde la libertad».
La libertad sólo es real si ha encontrado una alegría cotidiana a la que adherirse y por la que construir. «Porque se trata, en efecto, de conseguir la salvación del hombre, no situándose fuera del mundo, sino a través de la historia misma», como afirmaba Albert Camus, (Combat, 1944). Si a la falacia de la historia, convertida en absoluto, se le responde con una libertad drogada por ensoñaciones que ni siquiera pretenden ser reales, se renuncia de antemano a estar contento y se deja el campo abonado al dominio absoluto del poder. Por eso el grito de Juan Pablo II del 16 de Agosto a un grupo de jóvenes húngaros es tan decisivo en estos momentos: «El nuevo clima de libertad no resuelve el problema de vuestra vida, vuestros padres no se contentaron con el retorno al pasado, quisieron siempre construir algo nuevo».
De todos modos, el fin del comunismo no ha dejado de cuestionar y plantear algunos interrogantes en quienes antes se encuadraban en una cultura de izquierda. «La caída del muro de Berlín nos enseñó que las respuestas que la humanidad había querido dar a sus problemas no eran válidas, pero eso no significa que las preguntas no subsistan. (..). Con el comunismo desaparece un sistema globalizador que trataba de entender y transformar el conjunto de la realidad. También el fascismo y otras ideologías cometieron el mismo delito. Todo eso se nos ha venido abajo y tan difícil como predecir el futuro de la URSS es predecir nuestro propio futuro. La ausencia de ideaciones más brillantes, la falta de investigación en torno a un sistema de valores que nos permita analizar la realidad, han dejado paso a la magia y a la religión» (Juan Luis Cebrián, El País). Por un momento el vacío dejado por el comunismo parece hacer brillar la experiencia del límite replanteando una pregunta sobre el hombre y la realidad.
Sin embargo, esto es un espejismo, un juego intelectual si no tiene todavía el realismo de haber desesperado de sistemas e ideaciones. A la par el Papa en un discurso dirigido a la iglesia húngara, una iglesia reducida a una situación semejante a la de los primeros cristianos, con palabras encaminadas a todos los hombres del postcomunismo afirmaba: «La constatación de vuestros límites y de vuestra debilidad puede llegar a ser la ocasión para experimentar la fuerza de Dios y la extraordinaria riqueza de su gracia. (...) Cristo no se va, se queda, como en el caso de Pedro, conociendo nuestra miseria, apoyémonos en el Señor para que se realice la pesca milagrosa».
Publicamos el texto del panfleto de comienzo de curso de la asociación cultural Atlántida, una presencia en la Universidad
Nos esperan días felices
Esta es la certeza con la que comenzamos este nuevo curso.
Los deseos que uno tiene cuando entra en la Universidad -conocer nuevas personas, encontrar amigos, aprenda una profesión, pasar unos buenos años...- existen para que se cumplan, no son un engaño. Son la expresión de un deseo mayor que todos llevamos dentro, el deseo de felicidad. No hay nada que uno desee más que estar realmente contento en aquello que hace, ya sea estudiar o hacer deporte, divertirse o trabajar.
Pero, ¿cómo es posible esperar que esto me ocurra cuando la gente que uno encuentra en la Universidad está deseando huir de ella? ¿Cómo es posible afirmar «Nos esperan días felices» y no ser un ingenuo o un utópico?
«La esperanza no marcha sola. La esperanza no camina por sí misma. Para esperar hace falta ser feliz de verdad, hace falta haber obtenido, haber recibido una gran gracia...» Ch. Péguy
La gran gracia que hemos recibido es esta amistad que vivimos. El lugar donde se cumple el gran deseo. Hablamos con alegría de lo que nos ha sucedido, de algo que uno puede ver y tocar. Las mesas de orientación, las clases de ayuda a los de primero, el Happening... son la expresión de esta amistad.
Comenzamos el curso diciendo «nos esperan días felices» e invitando a que nos conozcáis, únicamente porque queremos compartir esta gran gracia posible para todos.
Octubre '91 ASOCIACIÓN CULTURAL ATLANTIDA
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón