Estos días han sido la constatación de que nuestra compañía no pasa. Uno puede «pasar» de ella, pero eso no impide que el abrazo que te ha dado y te está dando permanezca
Contamos lo que han sido las vacaciones en Poio como un agradecimiento a lo que ha sucedido. Además, «Nos esperan días felices». Días en que -el lema de las vacaciones era «Milagros, no instrucciones para el uso»- reconoceremos cada vez con mayor libertad y afecto los milagros que hay en nuestra compañía. Sin esta perspectiva uno apenas habla del verano que ha pasado o, si lo hace, lo hace sin ninguna pasión, porque es imposible que uno hable con entusiasmo de algo que no permanece en el tiempo, de algo que no crece en el tiempo, de algo que se acaba.
Estos días han sido la constatación de que nuestra compañía no pasa. Uno puede «pasar» de ella, pero eso no impide que el abrazo que te ha dado y te está dando permanezca. Este es el milagro. El milagro no me lo imagino yo; es un hecho con el que me encuentro y que despierta en mí un presentimiento de verdad, de algo bueno y definitivo para mí. Chiri decía «sin este acontecer continuo que vive en la compañía yo muero. Me ha vuelto a suceder lo que más quiero. Es algo que no pasa, sino que continuamente acontece. El infinito que es grande, ha tenido el detalle de acompañarme a mí que soy pequeño». Es frente a un hecho así ante lo que uno debe constantemente decidir.
Estas vacaciones han sido el acontecer continuo y cotidiano del milagro de nuestra compañía. Se hiciese lo que se hiciese se percibía que estábamos juntos -éramos más de 300- por un mismo motivo, por un encuentro hecho; para algunos hace ya varios años, para otros tan sólo hace unos meses. En estos días no hemos hecho nada extraordinario. Sin embargo el volver a la Armenteira, los juegos en la playa, los cantos en la montaña, el tiempo libre, los momentos de encuentro y testimonio... han vuelto a tener la novedad del primer día. Una novedad que salta a la vista, pues se refleja en el rostro de la persona. Belén decía «Por fin vivo. Las instrucciones no producen el milagro de la alegría. Me ha sorprendido que Cristo pase a través de unas personas. Sigo haciendo lo mismo que antes, pero ahora es distinto, es nuevo».
En esta historia que vivimos es impresionante cómo uno puede ver en personas concretas la humanidad, el juicio y sobre todo el gusto por la vida que surgen de la fidelidad a nuestra compañía, de nuestro colaborar en la obra que Otro ha comenzado con cada uno de nosotros al ponemos juntos. El testimonio de Carras y la noche de cantos que tuvimos recorriendo la historia del movimiento, fueron dos momentos en los que se percibía con claridad esta nueva humanidad. La grandeza de nuestra compañía consiste en que uno siempre está frente a una Presencia a la que seguir: tanto el que tiene ya una experiencia madura como el que viene a vacaciones por primera vez. El más grande entre nosotros es el que más sigue, el que más atento está al lugar y al modo en que la verdad se manifiesta. Las vacaciones han estado llenas de ocasiones en las que era evidente cómo el Misterio es el que elige dónde manifestarse. A nosotros únicamente nos queda reconocerlo.
Estos son algunos de los testimonios de la asamblea final de vacaciones, que son el reflejo de lo que han sido estos días:
Victoria: «Siempre he tenido el deseo de que mi vida sea algo nuevo. Que sucediera algo grande que durase más de un segundo, que no se acabara. Para el mundo yo no contaba nada. Pero ahora pertenezco a una historia que desborda los términos de la imaginación».
Carmen: «Hace cinco años que estoy aquí y se trata siempre, de volver al inicio. Me parece tan nuevo como el primer día. Una promesa que no acaba nunca. Cada vez surge con más fuerza la experiencia de que la que gano o pierdo soy yo, y el deseo de que Otro entre, y obre en mí».
Luis Alfonso: «Yo estoy aquí, pero soy ateo. He venido porque estaban mis amigos. Nunca he ido a tantas misas por "metro cuadrado", pero prefería estar con mis amigos a estar sólo en el bar. Todavía hay muchas cosas que no entiendo».
Antonio: «Estos días han sido el renacer de la esperanza, de la alegría. El paso de la tristeza desesperada a la alegría. Las dificultades no son lo más importante. El milagro sucede aquí. La consecuencia de todo esto es el agradecimiento».
Solamente se puede hablar de «esperanza cuando uno es muy feliz, cuando ha recibido una gran gracia» (C. Péguy). La mayor gracia que hemos recibido ha sido el encuentro con esta compañía, que no se acaba sino que permanece con nosotros todo el curso, todo el año, toda la vida. La consecuencia de todo esto es un agradecimiento que se expresa en el afrontar cualquier circunstancia cara a cara, sin miedo, conscientes de la gracia recibida. Así uno puede cometer cada mañana la audacia de decir que nos esperan días felices, días en los que poco a poco se manifieste esta gracia ya recibida que uno tiene ante los ojos.
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