«Tú estas en medio de nosotros, Señor, pues nosotros hemos sido llamados con tu nombre: no nos abandones, Señor, Dios nuestro». La compañía a la que nos ha llamado Cristo es el lugar de esa fidelidad
Queridísimos amigos:
Hace pocos días participé en una reunión de nuestras «Familias para la acogida». Ante la dedicación incluso heroica de tantos de entre nosotros me sentí muy pobre y por eso ahora me resulta fácil enviaros este saludo con toda humildad de corazón.
Os saludo con un deseo: que cuanto hemos hablado en los pasados ejercicios de la Fraternidad se convierta en vida en cada uno de nosotros, y que el ejemplo de los más generosos toque a todos los corazones. Somos pobres, es cierto. Pero Cristo nos ha llamado a seguirle, Su Gracia es más fuerte que nuestra debilidad y Su misericordia más resistente que nuestra fragilidad.
En la reunión de las «Familias para la acogida» una de vosotros dijo que «la generosidad se agota en un momento dado». Agradezco ahora de nuevo que se dijese esta verdad. Pues, en efecto, únicamente la fidelidad al Dios que se ha hecho carne puede vencer nuestro cansancio y hacemos capaces de ir a fondo sin amargura e incluso con alegría. Por eso, en las completas del viernes por la noche, repetimos conmovidos las palabras de Jeremías: «Tú estás en medio de nosotros, Señor, pues nosotros hemos sido llamados con tu nombre: no nos abandones, Señor, Dios nuestro». Exactamente como los hijos en vuestros brazos, madres.
La compañía a la que nos ha llamado Cristo es el lugar de esa fidelidad. Sigamos, pues, a nuestra compañía: no prefiriendo lo que pensamos o sentimos nosotros. Así que debemos dar más crédito al seguimiento (a la «obediencia», por usar la gran palabra) que a la misma generosidad. Y recemos por aquéllos -sacerdotes o laicos- que nos guían, para que su responsabilidad coincida con una experiencia de vida y no con una preocupación organizativa o cultural.
Una gran cruz se ha alzado al término del año social: la muerte de D. Francesco Ricci. El movimiento de Comunión y Liberación le debe a él sobre todo su pasión ecuménica. Pero estos últimos tiempos suyos han identificado y repetido continuamente la palabra que consagra toda la humildad del seguimiento y la obediencia: «ofrezco».
Que María favorezca este «fíat» («ofrezco») como suspiro cotidiano en todos nuestros actos hasta el día en que nos volvamos a ver todos en la dulce casa del Padre.
Con esta intensidad de conciencia se mantiene vivo el recuerdo del dolor que acongoja en este momento a muchos pueblos y personas, «porque los días son malos» (Ef 5,16), aunque nuestro corazón se apoye por entero en las palabras de Cristo: «No tengáis miedo» (cfr. Mt 8,26).
Con amistad humilde y fraternal
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