«La Alegría me decía: "yo sólo soy tu deseo"»
«La dureza de Dios es más agradable que la amabilidad de los hombres, y su coacción es nuestra liberación»
Leer a Lewis es siempre un verdadero placer, y no solo por sus dotes como escritor -con ese estilo tan suelto y ameno que suele caracterizar a los grandes literarios anglosajones-, sino también porque siempre resulta tonificante encontrarse con hombres que han descubierto la Verdad y la proponen con toda libertad. Lewis, además, cuenta con la ventaja de que nunca pretende adoctrinar ni moralizar al lector.
Estas son también las características de su obra autobiográfica Cautivado por la Alegría. En ella, Lewis relata con toda sencillez los pasos que le condujeron a la fe. Sin embargo, son pocos los capítulos que hablan explícitamente de su conversión.
En realidad, lo que Lewis nos narra son, sobre todo, sus años de infancia y de juventud, es decir, toda su etapa de no creyente. Habiendo perdido la fe de pequeño e imbuido del rancio racionalismo decimonónico durante su adolescencia, no muestra ni el menor interés por las cuestiones religiosas.
Por otro lado, su vida de estudiante no deja de sola de un joven más de clase media de su época.
Tan sólo una cosa le salva de la mediocridad: la literatura. Esta se convierte en lo que da sentido a su vida y sobre todo lo que despierta en él la búsqueda de la Alegría.
A través de pequeños momentos dispersos y más tarde de un modo más insistente y tenaz, la Alegría le irá sorprendiendo y cautivando -«La Alegría me decía: "yo sólo soy tu deseo"»-, hasta que no le quede más remedio que reconocer a Aquél que es esta alegría: «Hacia la festividad de la Trinidad de 1929, admití que Dios era Dios y, de rodillas, recé».
El itinerario hacia la fe de Lewis es, en el fondo, un ejemplo vivo de la lucha que Dios entabla con el hombre.
Dios se le va sugiriendo de un modo sutil y concreto -en el caso a través de la literatura- intentando abrir la libertad del hombre y vencer su resistencia natural: «quizá fuera el converso más desalentado y remiso de toda Inglaterra», pero «la dureza de Dios es más agradable que la amabilidad de los hombres, y su coacción es nuestra liberación».
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