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Huellas N.05, Julio/Agosto 1991

ACTUALIDAD

Polonia, España y los fantasmas confesionales

Fernando de Haro

«Muchísimos de nosotros nos sentiríamos a disgusto en un Estado de cuyas estructuras fuera alejado Dios y esto, bajo el pretexto de la neutralidad ideológica. El postulado de que la dimensión de lo sagrado no debe, de ninguna manera, formar parte de la vida social y estatal, es el postulado de hacer un Estado y una sociedad sin Dios, y tiene poco en común con la neutralidad ideológica» Juan Pablo II

«El cuarto viaje del Pontífice polaco a su tierra, ya liberada del comunismo, está organizado como una marcha triunfal. Su santidad ve en Polonia la reserva espiritual del mundo y propicia allí un nacionalcatolicismo. El nacionalcatolicismo es en Polonia, como lo fue en España, incompatible con la democracia y, la Iglesia al entrometerse con intransigencia en la vida civil está perdiendo apoyo popular. Por el camino que lleva el nacionalcatolicismo en Polonia no será el germen de una cruzada de reevangelización de Europa y está provocando el rebrote de una anticlericalismo ya superado en las sociedades de finales del Siglo XX». (José Virgilio Colchero. El Independiente).
Cronistas, enviados especiales y comentaristas han encontrado en esta cuarta visita papal un pretexto fabuloso para sacar a flote el universo de prejuicios hispánicos sobre las relaciones entre el Pueblo cristiano, el Estado y la Sociedad. A través de una identificación de la transición polaca y la española, hemos asistido a la repetición del mismo discurso gestado durante los inicios de nuestra democracia que ha seguido con virtualidad hasta ahora. Un discurso originado en el seno de la Iglesia del inmediato post-concilio, en la que se formaron los líderes de nuestra «cultura laica».
En nombre de la aconfesionalidad, se impuso la desaparición de las dimensiones más históricas del acontecimiento cristiano. El justo reconocimiento de la neutralidad religiosa del Estado se ha identificado, desde entonces, con el obligado anonimato de la fe y la desaparición de la Iglesia como pueblo. La democracia y la pluralidad exigían el silencio y la disolución de lo cristiano en un universo de mediaciones encaminadas a inspirar alguna de las «ideologías» que gozaban de carta de ciudadanía para construir la «cosa pública». Se produjo, de este modo, una inversión de la auténtica lógica democrática. Lógica que demanda realidades sociales con una vivacidad capaz de frenar la tendencia totalitaria de todo Estado contemporáneo. Buena parte de la Iglesia, por reducción de su misión, se colocaba fuera de juego en nuestro nuevo orden constitucional que tan necesitado estaba y está, no tanto de la política de los partidos, como de la política de obras sociales. El error no fue dejar de crear «instituciones católicas», sino prescindir de una fe capaz de generar sujetos.
«Juan Pablo II pensaba que se podía apoyar en España como país católico ciento por ciento y estaba molesto con una cultura democrática que restaba identidad e impregnación católica a nuestra vida social. (...) Su visión de la reconquista cristiana o neoconfesionalismo es más matizada y sutil (que el jomeinismo). Pero es evidente. (...) Todo ello explica su actitud en este viaje a Polonia después del triunfo de Lech Walesa. (...) Ahora resulta que con el libre mercado, entrará el consumismo en Polonia. Y con él las ideas secularizantes. En un primer momento, el papa Wojtyla soñó con hacer una especie de sandwich espiritual europeo entre Es¬paña y Polonia. Su decepción al encontrarse con una España plural y laica fue grande. Sin em¬bargo, los cristianos que habíamos vivido el desprestigio de la Iglesia por sus alianzas con el franquismo y el drama de las españas divididas por razón de su fe comenzábamos a respirar». (Pedro Miguel Lamet, artículo de Diario 16 titulado España y Polonia, fieles, pero menos).
La profundización en el contenido del Concilio Vaticano II provocó un cambio en la sensibilidad eclesial concretado en documentos como Católicos en la Vida Pública. Mientras los fantasmas del confesionalismo han ido desapareciendo paulatinamente en el interior de la iglesia, los intelectuales, políticos y periodistas laicistas siguen repitiendo los mismos esquemas adquiridos en sus épocas de formación católica.
«El episcopado polaco cree que la teocracia es lo contrario del totalitarismo del que sale Polonia: no le conviene recordar que los extremos se tocan. Acabarán por meter a Dios a empujones en las estructuras del Estado; ya consideran la neutralidad ideológica y la libertad religiosa como pretexto para el ateísmo» (Antonio Gala, El Independiente).
La selección informativa de una crónica de Francesc Valls en El País sintetiza la interesada «identificación» entre confesionalidad y derecho social a relacionarse con lo sagrado. «El Pontífice contra la neutralidad del modelo democrático occidental. Juan Pablo defiende en Polonia que el Estado siga siendo confesional», (titulares). El Pontífice apostó por la necesidad del consenso entre los polacos, pero apostilló: «Muchísimos de nosotros nos sentiríamos a disgusto en un Estado de cuyas estructuras fuera alejado Dios y esto, bajo el pretexto de la neutralidad ideológica». Las palabras del discurso papal silenciadas: «El postulado de que la dimensión de lo sagrado no debe, de ninguna manera, formar parte de la vida social y estatal, es el postulado de hacer un Estado y una sociedad sin Dios, y tiene poco en común con la neutralidad ideológica.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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