La Universidad Lomonosov es una auténtica ciudad. Erigida por los comunistas para celebrar el triunfo del materialismo científico.
A mediados de mayo tuvo lugar en ella una fiesta de jóvenes católicos. Con muchos coetáneos que ni siquiera sabían hacer el signo de la cruz pero que deseaban conocer el cristianismo
Imaginaos un grupo de amigos que quieren hacer una fiesta. Imaginaos que, habiéndola organizado, deciden darla a conocer, editan un panfleto y lo distribuyen por la ciudad. Imaginaos un ala entera de Universidad preparada para la faena, algunos «stands», libros en venta, el Cartel de Pascua pegado en las columnas.
Imaginaos además un encuentro de presentación de la edición 1991 del Meeting de Rímini y una fiesta musical al final de todo esto.
Sencillo, ¿no? Cuántas veces hemos visto o vivido momentos parecidos.
Pero si los amigos son italianos y rusos, si la ciudad es Moscú, si la Universidad es la estatal de la capital soviética y los libros y Cartel de Pascua están en cirílico, tenéis que admitir que no se trata de la rutina de costumbre. Es un acontecimiento de los que no se olvidan.
Pero vayamos por orden.
Desde hace casi seis meses ha nacido en Moscú una pequeña comunidad de CL. Algunos italianos estudian y trabajan en la capital del imperio ahora en disolución; con ellos está el padre Stefano, capellán de la embajada italiana.
Ya se sabe cómo suceden las cosas: un encuentro, nace una relación, una invitación a cenar, un libro de un sacerdote italiano que algunos llaman Escuela de comunidad; los jóvenes moscovitas no logran comprender a estos extraños italianos que no están en Moscú como todos los demás, no se pegan la buena vida, no se desviven por el mercado negro y los souvenirs, no buscan la compañía femenina que por pocos dólares se ofrece en los ruinosos albergues estatales. Sólo una cosa está clara: estar con ellos no sólo es fascinante sino que hace que empieces a sentirte vivo, a pedir razones nunca tenidas, a realizar gestos nunca hechos, a no resignarse en sobrevivir en una realidad que está más cerca de la Roma del siglo IV que de la capital mundial del socialismo realizado.
Al servicio del obispo
Ningún discurso, ningún sentimentalismo, sólo una nueva vida que crece. La vida aquí, como en cualquier otro lugar, está hecha de cosas normales, banales. Durante el día se estudia o se trabaja, dispersados por la megalópolis de 10 millones de habitantes; por la tarde se juntan, se cuentan cómo ha ido el día y cómo ha nacido esta historia que está originando una novedad imprevista; los lugares son algún apartamento en lúgubres y anónimos edificios de cemento armado (pero que por cómo se deterioran parecen estar hechos de cartón) de estilo staliniano, esparcidos a lo largo de inmensas y desordenadas avenidas, o bien en la iglesia católica, la única de la ciudad, rodeada por edificios del KGB y dedicada a S.Luis de los franceses, donde el padre Stefano celebra misa.
Con el tiempo, el minúsculo grupo crece y adquiere valor gracias también a un hecho histórico: se nombra al primer Obispo católico de Moscú. Esto conforta a los jóvenes católicos moscovitas de forma inimaginable, pero crea también problemas. Hay Obispo, pero no tiene casa, no tiene teléfono, no tiene coche, no tiene secretario: es necesario proveerle. Y nuestros amigos lo hacen. En concreto el padre Stefano, cuyo tiempo libre disminuye hasta desaparecer. Pero aquí está el hecho más significativo.
Desde hace tiempo se conocen otros católicos que, individualmente o en pequeños grupos, han resistido a la opresión y viven la fe con limpieza y decisión; ellos traen la idea de hacer un gesto sencillo y decidido como la experiencia que viven juntos, que sea una propuesta clara y misionera.
No por casualidad el Papa ha recordado en Bratislava que «misión significa sobre todo comunicar al otro las razones de la experiencia misma de la propia conversión».
Esta es la idea: el primer Festival -Happening lo llamaríamos aquí- de la juventud católica. Aprovechándose de la manga ancha de un poder que parece no lograr ya controlarse ni siquiera a sí mismo, se consigue un ala entera de la Universidad Lomonosov de Moscú -centro propulsor desde hace decenios del materialismo dialéctico y del ateísmo científico- y, en ella, el auditorio Lenin. Aquí, en una estructura que llamar faraónica sería pecar de miopía (es al menos siete veces más grande que el Santiago Bemabéu y tiene edificios que alcanzan los cincuenta pisos), estudiaron los chinos que hicieron la revolución cultural, los castristas cubanos, los vietnamitas que derrtaron a los americanos, los profetas del socialismo africano, la nomenklatura afgana, algunos terroristas palestinos, los gobernantes del Este en el poder antes de la caída del muro y también algún cínico y anquilosado «maítre a pénser».
Una pregunta en la Universidad
Aquí, del 17 al 19 de mayo, ha resonado una pregunta, pegada en los muros y comunicada de persona a persona, imposible de no oír a quien quiera que entrase en la Universidad: «Sacem Cristos tiebia iscet?», «¿Por qué Cristo te busca?». Este era el título del festival. Fuera del auditorio se encontraban los stands de diversos grupos católicos. También estaba el de CL, con el Cartel de Pascua en primer plano y con los textos de Giussani, que se vendieron en pocos minutos de furioso y benévolo asalto.
Y, ¿qué contar más inmediato e intrigante a los asistentes que la historia y las razones de un acontecimiento análogo, que desde hace diez años reúne a las orillas del Adriático a miles de jóvenes movidos por el mismo encuentro y por el mismo deseo? El Meeting de Rímini, que en tierra soviética no es visto a través de la lente deformante de la política balnearia o con el engañoso prejuicio de algunos críticos italianos.
Emilia Smurro y Giancarlo Cesana se han encontrado frente a más de 300 jóvenes moscovitas que pocos momentos antes no sabían hacer el signo de la cruz o responder a la bendición de Tadeusz Kondrusiewicz y Paul Josef Cordes que habían abierto el encuentro.
Más de 300 jóvenes tan abiertos como para estar presentes allí y tan en ayunas de cristianismo como para que al verlo a uno se le encoja el corazón. Y sucedió lo que bien podríamos definir como milagro: el anuncio de Cristo, liberación del mal y posibilidad de comunión entre los hombres ha resonado de manera sencilla y clara, innegable experiencia entre los bustos de los héroes del socialismo y entre las cúpulas del templo del leninismo, directo al corazón de jóvenes nunca educados en lo verdadero, en el bien y en lo bello.
Después, en el atrio, el buffet para todos y de nuevo un gran asalto para saber más del Meeting, de CL, del cristianismo. Catja y Sabrina, Mimmo y Oleg, Sergej y Stefano, con el que suscribe que ya no sabía qué lengua estaba hablando, suministraron y consiguieron direcciones, números de teléfono, establecieron relaciones, consiguieron citas.
Se podría seguir escribiendo muchas páginas aún sobre la tarde musical con Marco y Paolo, que vinieron con nosotros para tocar y cantar, o sobre la misa celebrada en la Universidad (la primera desde que ésta existe, obviamente) o sobre la cena en casa de Mimmo con tantos amigos nuevos con los que hablar del Cartel; pero creo que lo importante se ha percibido. Habrá nuevos encuentros: las vacaciones internacionales del Este, la peregrinación a Czestochowa, el equipe del CLU, el Meeting.
La historia sigue adelante con una certeza: dejando Moscú no hemos dejado a chicos felices por haberse embolsado dólares occidentales o chicas tristes por la ida del «amor latino», como siempre se ve en el aeropuerto de Sheremevo.
No se ha dejado nada, se ha ganado. Y lo que se ha ganado se conoce bien.
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