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Huellas N.05, Julio/Agosto 1991

MOVIMIENTO

La fascinación del comienzo

Paolo Pezzi/Jose Claveria

Los católicos en la capital de Siberia son pocos, pero muy convencidos y activos. Oímos a una chica: «No soy feliz porque se haya acabado el comunismo; soy feliz porque está Cristo»

El avión que parte del aeropuerto de Domodiedovo (aeropuerto interno de la Unión Soviética), Moscú, con destino Novosibirsk es una mezcla de razas entre las que se pueden distinguir los rasgos eslavos, mongoles, europeos y asiáticos; es ya un anticipo de lo que nos espera.
El vuelo desde Moscú dura unas cuatro horas, lo mismo que la diferencia horaria respecto a la capital (un reloj indica la hora moscovita en todos los lugares públicos).
Llegamos por la mañana Don Massimo, Don Gianni y yo, y ya desde el avión se ven las tierras heladas de Siberia. La nieve aquí permanece durante ocho o nueve meses al año, con mínimas invernales de menos cuarenta grados. Los meses restantes las temperaturas crecen rápidamente, llegando a alcanzar máximas de treinta y cinco grados.
El clima constituye un factor importante para los ritmos ralentizados de vida, hoy agudizados por la ausencia casi total de un significado del trabajo. La inexistencia de un poder central hace vacío lo que antes era sólo formal, de modo que la única ocupación real es, en el fondo, la de buscar algo para comer. No es que se sufra hambre, pero la situación de miseria parece evidente. En los pocos días que hemos estado, han pasado ante nuestros ojos la miseria humana casi hasta el punto de la desgana de vivir.
Y sin embargo es conmovedor cómo el hermano franciscano Pavel Bitautas ha dado vida a la pequeña comunidad católica. En su parroquia, prácticamente la única de toda Siberia, hay un continuo vaivén de gente y el domingo no hay ni un momento de tregua desde la mañana hasta la noche.
Unas dos mil personas componen la comunidad cristiana de Novosibirsk, una ciudad nacida de las deportaciones, de alemanes y de polacos principalmente, que hoy llega a dos millones de habitantes, con una extensión de la ciudad que supera la de cinco veces Roma.

Padre Pavel
El Padre Pavel llegó hace algunos años, apenas ordenado sacerdote. Es un hombre capaz, decidido. Tan tenaz -me dicen- como puede llegar a ser un lituano; su obra despierta admiración o, como en el caso de los ortodoxos, preocupación por la difusión del catolicismo en una tierra, Siberia, donde su Iglesia anda apurada para salir adelante sin anquilosarse.
Sin embargo, estos pocos católicos están sobrados de la vivacidad y la tenacidad trasmitidas por el padre Pavel, que nace de la certeza de haber encontrado algo decisivo para la propia vida.
Elena ha venido de Bérgamo y se ha quedado aquí algunos meses a enseñar italiano. Nos cuenta un poco de la vida de la parroquia. Algunas personas, sobre todo jóvenes, ayudan al padre Pavel intentando vivir un principio de compañía. Hay quien cocina, quien se preocupa del correo (ya que hay que ir a buscarlo al no haber cartero). Hay un grupillo, en torno a una familia joven, que ha puesto en marcha un coro.
Me ha sorprendido que el domingo mucha gente llega a la parroquia por la mañana y se queda allí casi todo el día. En la Misa de 11 hay movimiento: una decena de bautizos y un matrimonio. Acabada la ceremonia los jovencísimos esposos se quedan con algunos amigos a celebrarlo: un poco de torta y una taza de té. Durante la misa me viene a la mente la gran gracia que supone tener un lugar en el que los amigos, e incluso las cosas mismas, te recuerden lo que verdaderamente cuenta: que Cristo es todo y que sea conocido y amado.
Es precisamente una gracia, por que todo resulta más simple; basta estar.

En la Universidad
Las jornadas son intensas en cuanto lo permiten las comunicaciones y las condiciones climáticas. La gente a encontrar es mucha. En cuanto podemos vamos a la ciudad universitaria. La universidad de Novosibirsk es la más grande de toda la Unión Soviética. Allí nos hemos encontrado con un grupo de jóvenes con los que hemos hablado del cristianismo y del encuentro con Cristo, tal como lo vivimos en el movimiento. Hay muchas posibilidades de poder iniciar un trabajo estable entre los jóvenes en la universidad; hoy es relativamente fácil obtener la posibilidad de desarrollar cursos en esta universidad y en las escuelas superiores.

La incansable Siberia
Hay otras comunidades católicas dispersas por Siberia. En Tomsk, en Omsk, ambas a cuatrocientos kilómetros de Novosibirsk y donde el padre Pavel va cuando puede para celebrar la Misa y para la catequesis. Hasta Apdan, a cuatro mil kilómetros, donde no han visto nunca un sacerdote católico y la fe se trasmite de persona a persona con el solo bautismo. Hay una ciudad al norte, donde nace el Ob, el gran río que atraviesa Novosibirsk, donde va un barco una vez al año. Si lo pierdes, debes esperar al deshielo del siguiente año.
Todo esto hace dramáticamente fascinante la urgencia misionera a la que ya algunos de nosotros han mostrado su disponibilidad yendo a Novosibirsk durante varias semanas o meses.
Ahora estamos pensando en una presencia estable. Tres jóvenes de la Fraternidad Sacerdotal San Carlos Borromeo han ofrecido su disponibilidad par ir y andamos en busca de una casa. Si Dios nos lo concede, en otoño comenzarán.
Nos vamos. Viendo los rostros de nuestros amigos que quedan en Novosibirsk me viene a la mente que todo inicio tiene una fascinación única. Me ha dicho una chica: «No soy feliz porque se haya acabado el comunismo; soy feliz porque está Cristo».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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