«La Iglesia atraviesa los siglos no como una reliquia histórica, sino como una Persona viva, que se encarna y toma cuerpo en ella, garantizándole juventud eterna». (Juan Pablo II, Fátima, 13 de mayo de 1991)
Verano, tiempo de apertura de horizontes. Un tiempo en el que han ocurrido, a lo largo de la historia del movimiento, múltiples milagros, múltiples encuentros en los más variados rincones del mundo por medio de los cuales alguien se ha descubierto con emoción persona, al conocer a algún cristiano, a alguno de nosotros, muchas veces a alguien que no ha salido nunca «en los papeles». Muchas de nuestras comunidades, hoy pictóricas de vida y actividad, han surgido de esos encuentros veraniegos gratuitos: de un joven que contó al cura de su pueblo, o a los amigos de su lugar de vacaciones familiares, la experiencia que había comenzado en la universidad ese invierno, de un contacto «turístico» en un viaje cualquiera, de una amistad surgida casualmente en un bar, en una fiesta, en la montaña, o estudiando juntos para Septiembre...
Juan Pablo II, en su discurso del 13 de Mayo pasado en Fátima, ha dicho que «la Iglesia atraviesa los siglos no como una reliquia histórica, sino como una Persona viva, que se encarna y toma cuerpo en ella [la persona de Dios hecho hombre, Cristo, que se encarna y toma cuerpo en la Iglesia, en nuestra compañía], garantizándole juventud eterna [ese filón de leticia, esa raíz de esperanza, esa posibilidad de alegría que hay en nuestra vida, sea cual sea su condición]».
Esta es la única causa que explica la energía misionera cristiana. que en este número se documenta con el estupor ante lo que está sucediendo en Rusia, con el desafío lleno de libertad que el Papa ha lanzado al mundo desde Polonia y con el testimonio de la figura de don Ricci, a quien dedicamos varias páginas no por nostalgia o veleidad hagiográfica, sino para hacer cada vez más nuestro el carisma y el método eclesia al que él ha dedicado su vida. Respondiendo hace 2 años a una pregunta del periódico de su dióce¬sis acerca de las razones de su ímpetu misionero, don Ricci decía: «... ha sido para mí una experiencia be¬llísima ver cómo este nivel de la cuestión, es decir, encontrar al hombre en el hombre con la propuesta que Cristo ofrece a su libertad, dándole la posibilidad de ser más hombre y de crecer como hombre, ha funcionado por todas partes. No hay lugar alguno en el que no se haya producido esta verificación, independientemente, o mejor, dentro de la variedad de culturas, pertenencias o áreas geopolíticas. Desde Europa del Este a Europa occidental, desde África a América del Sur y ahora a Asia, siempre he podido comprobar que al hombre que busca la verdad de su destino, y que lo hace seria y sinceramente, con pasión humana, la propuesta de Cristo le llega al corazón y se convierte en una posibilidad real de cambiar su vida y vivir una experiencia rica, verdadera, profunda, es decir, de ser más hombre.
Esta es la razón que mueve a comunicar a Cristo: desde la playa hasta Novosibirsk.
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