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Huellas N.03, Marzo 2020

PRIMER PLANO

Nicco y el sentido de un destino bueno

Luca Fiore

En su facultad le querían todos, profesores y compañeros de estudio. Fue noticia por el accidente que le causó la muerte, pero hubiera merecido aparecer en primera página por cómo vivió. Historia de un chaval de Florencia que maduró en sus años de estudio

En la homilía por su funeral, el padre Elia Carrai lo comparaba con Hermann de Reichenau, santo medieval que, como él, tenía una minusvalía y del que se escribió: «Ni siquiera un instante pudo sentirse “cómodo" o, por lo menos, liberado del dolor». Niccolò Bizzarri murió en Florencia el 13 de febrero, por causas no aclaradas todavía, tras una caída debida al impacto con un bache en la carretera, que hizo volcar la silla de ruedas motorizada que utilizaba, desde hace diez años, con motivo del síndrome de Duchenne. Tenía 21 años y estudiaba Filología.
Los medios nacionales se han hecho eco del sucedo a causa de las polémicas circunstancias del accidente, aunque Niccolò hubiera merecido por sí mismo salir en primera página. Sí, la muerte de un joven es siempre tremenda. La de un minusválido, de manera particular. Pero era fácil notar que Niccolò era especial. No solo porque en la universidad todos le conocían y le querían, desde los bedeles a los profesores, pasando por sus compañeros de clase. No solo porque, siendo representante de los alumnos, había ganado pequeñas batallas en favor de los que, como él, debían luchar a diario con las mil barreras arquitectónicas presentes en el ateneo. Había algo más. Y lo indicó también el padre Elia: la vida de Niccolò ha demostrado a su familia, sus amigos, sus compañeros y sus profesores de universidad que «no hay condición ni enfermedad que pueda negarnos el gusto por la vida y el sentido de un destino bueno». El sacerdote, delante de las mil personas que abarrotaban la iglesia de la Santísima Annunziata, confesó que, antes de misa, se le había acercado el padre de Niccolò, Angelo, y le dijo: «Di a todos que Niccolò era así porque participaba de la vida y la compañía del CLU. Invítales a todos a la misa del miércoles en la universidad, deben saber que esa vida es para todos». Gusto por la vida y sentido de un destino bueno. En la universidad actual, donde la fascinación por el conocimiento y el deseo de la verdad se ven a menudo aplastados por la máquina burocrática, son mercancía cada vez más rara. Pero, en un desierto, una pequeña fuente de agua es suficiente para que nazca un oasis.

Nos cuentan quién era Niccolò, Filippo Ungar y Francesco Grazzini. Han compartido con él la vida de los universitarios de CL y el compromiso en los organismos que representan al alumnado. «No tenía un carácter fácil», dice Filippo. «Aunque en los últimos meses se había suavizado. En ciertas cuestiones no cedía, había que hacer lo que él decía. En el liceo le llamó la atención a la profesora de Lengua y literatura porque privilegiaba el estudio de la crítica a la lectura de Los novios, de Manzoni... Pero lo que saltaba a la vista eran sus ganas de vivir y de disfrutar sobre todo de lo que nosotros dábamos por descontado: el estudio».
Ya que para Nicco -como le llamaban todos- cada día era un verdadero regalo.
Su enfermedad no le dejaba mucho margen de esperanza. «Ya era excepcional, en su caso, haber llegado a los 21 años de vida. Y nosotros, que veíamos cuántas energías invertía para estudiar y hacer los exámenes, nos preguntábamos por dentro “¿pero quién se lo manda hacer?". A una persona en su situación, a lo mejor, le gustaría ver mundo...». En cambio, no. Todos los días estaba en la biblioteca leyendo. Y antes, a las 8:30 en punto, estaba allí rezando Laudes con los demás; a media jornada el Ángelus. «Nos sorprendía su fidelidad. Porque además, para él cualquier desplazamiento resultaba problemático. Pero al final nos habíamos pertrechado con unas rampas que llevábamos a cuestas para que pudiera subir las escaleras y entrar en la iglesia con su silla de ruedas». Una fidelidad, la de Nicco, que demostraba un apego verdadero al valor más profundo de esas iniciativas. «El día que murió, se abría el plazo para apuntarse a una convivencia de estudio del CLU. Era el único que ya se había apuntado». Francesco lo conocía desde los años del instituto. «Participaba en algunos momentos propuestos por Gioventù Studentesca. Le acompañaba siempre su padre. En esos años nunca logró integrarse plenamente, por un motivo muy simple, porque es difícil dejarse ayudar». En un momento dado, prosigue el amigo, al final del primer curso de universidad, algo cambió en él. «Me llamaron preguntándome si estaba dispuesto a atender a Nicco durante las vacaciones de verano de la comunidad. Eso significaba servirlo en todo: vestirle, llevarle al baño, acostarle. El mismo hecho de que me lo pidieran quería decir que él había vencido la vergüenza de tener que depender de otro. Había algo que le atraía y no quería perdérselo». Son precisamente de ese verano las imágenes, que han aparecido en muchos medios digitales, en las que Francesco empuja su silla de ruedas por los senderos de montaña.
En los últimos meses se había apuntado a un seminario sobre el Simposio de Platón con un grupo de compañeros de curso ajenos a la experiencia cristiana. «Quedaban todas las semanas y él nunca faltaba», explica Filippo. «Se hicieron amigos y algún sábado salía con ellos a tomar una caña. Luego, en la Escuela de comunidad, nos contaba cómo cierto diálogo con alguno de ellos le había cambiado». Añade Francesco: «Se veía que para Nicco la fe era algo que le abría a los demás y le suscitaba curiosidad por conocer las cosas y las personas». Filippo ha escrito una carta en su memoria. La envió a profesores y representantes del Consejo de Facultad que, unos días después, se reunió para homenajear a uno de sus miembros. El decano de Filología, Marco Biffi, en esa ocasión dijo: «Con su extraordinaria humanidad, con el coraje con el que afrontó tantos obstáculos y dificultades, con el ejemplo de vida que supo transmitirnos en su demasiado breve existencia, Niccolò nos ha enseñado mucho. Ha sido alumno y a la vez maestro para todos nosotros. Y todos, en nuestro futuro personal y colectivo, procuraremos no desperdiciar su legado moral». Otra profesora, en un mensaje dirigido a Filippo, escribía: «En el último Consejo de Facultad se hizo valientemente portavoz de los alumnos que lamentaban una carga excesiva de estudio. Luego añadió: “pero yo entiendo que esta carga es necesaria". Era sincero, y se preocupaba por los demás». Y añadía: «Verlo cada día en la biblioteca, con la mirada fija en los libros, ver a un chico de veinte años contento, verle encontrar satisfacción en el estudio, es la alegría más grande que un docente puede tener. Su capacidad de vivir el momento presente no dejará de ser para mí un ejemplo». ¿De dónde sacaba Nicco esta energía?

Francesco y Filippo trabajaron con él como representantes de los alumnos en el ateneo florentino. Y Francesco admite: «Solemos buscar mil estrategias para ser una presencia original en la universidad. Nicco era una presencia para todos simplemente siendo él mismo: en la biblioteca, en el seminario sobre Platón, en el Consejo de Facultad». Y Filippo añade: «Su minusvalía, al comienzo, fue un motivo de distancia entre nosotros. No sabíamos bien cómo hacer ni cómo tratarle. Pero en los últimos meses habíamos llegado a tal nivel de confianza y libertad que podíamos pasar juntos el día entero sin que su limitación física fuera un problema». Hoy para sus amigos resulta aún más claro de dónde sacaba esa energía y entusiasmo. «De su relación personal con Cristo. Vivir con serenidad el progresivo deterioro de su cuerpo fue el don de sí que nos hizo. Como si hubiera seguido a Jesús en la vía de la cruz».
Solo después de su muerte, se descubrió que Nicco escribía poesías que daba a leer a algunos amigos. Uno de sus versos reza así: «Cada dificultad es una eternidad de retos: a cada paso mi corazón sonríe».
Y otro: «Ya no una silla de ruedas movida mecánicamente / sino mi mente movida por el deseo / de encontrar aun en la agonía / lo hermoso de esta extraña compañía». En un mensaje a un amigo, se sinceraba: «A pesar de la incoherencia, los errores y los pecados que cometo a diario, me encuentro siempre ante el hecho de mi silla de ruedas que me empuja a buscar continuamente esa “extraña compañía", donde he descubierto que “tutto e dato, che tutto e nuovo e liberato” (todo es dado, nuevo y liberado: se trata de un ver-so de la canción de Claudio Chieffo Amare ancora, ndt.), también mi minusvalía».
No eran solo palabras. Alguien le había alcanzado y lo había transformado de veras cuando su última frase antes de morir, dirigida a su madre, Carolina, fue: «Sé que me estoy yendo allá. Pero no os preocupéis, porque estoy preparado».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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