Un breve ensayo del escritor francés, «El dinero», justo un año antes de su inesperada muerte, llama la atención sobre la desaparición de la identidad cristiana del pueblo. Sustituida por la homologación burguesa. Sin embargo, precisamente en este libro Péguy anunciaba su conversión. Con un grito de esperanza en la gracia
Demasiado breve para ser un libro, breve incluso para ser un artículo -si tenemos en cuenta las costumbres de Péguy-, L'argent (El dinero), se publicó en Febrero de 1913 en la revista Cahiers de la Quinzaine fundada por el mismo Péguy en 1900. Un año más tarde muere Péguy, a la edad de 41 años, caído en el frente el primer día de la terrible batalla del Mame, el 5 de Septiembre de 1914, al comienzo de la «Gran Guerra». Aquella guerra en la que centenares de miles de hombres fueron sacrificados por razones que no conocían, celosamente custodiadas por el poder de los Estados.
En este ensayo Péguy hace referencia precisamente a los años que precedieron al conflicto, analizando apasionadamente el contexto social y humano en el que vivía y cuyas tradiciones y luchas conocía en primera persona. Péguy es un hombre leal con la realidad, abierto a sus signos, como lo confirma en «El dinero»: «Siempre me he tomado todo en serio. Y esto me ha obligado a caminar mucho».
Misteriosamente eran esta serenidad y lealtad las que le habían mantenido alejado y contrario a la tradición católica en la que había nacido. En efecto, Péguy estuvo en primera línea durante los conflictos sociales de finales del siglo XIX y participó en los debates políticos de la época con esa particular rebeldía ante la mentira y pasión por la libertad que le caracterizaban.
Más tarde dirá en las Cartas «soy un pecador... soy un cronista, un testigo, un cristiano de parroquia, un pecador, pero un pecador que posee tesoros de gracia». Con este humilde e importante reconocimiento escribe a sus lectores, a los suscriptores de la revista.
La pata de la silla
El dinero es, pues, un ágil examen de la sociedad, de la educación y de la escuela francesa, de la secularización y de las luchas obreras, de la república, del trabajo y de la religión. Cosas buenas y cosas malas, defectos y virtudes que han perdido su razón de ser y que paradójicamente ponen de manifiesto el nacimiento de un mundo nuevo e «incristiano». El dinero es una especie de confesión y descripción de un cambio único en la historia del mundo, una pérdida de libertad y significado de la vida de los hombres que constituye hoy una profecía anterior y análoga a la profecía pasoliniana de la «mutación antropológica».
«Nosotros hemos conocido un pueblo». Este «pueblo maravilloso», dice Péguy, se definía por la entrega gozosa al trabajo, «iban cantando», encontraban en el trabajo un «honor increíble, el más bello de todos los honores, el más cristiano». Una razón profunda podía unir el detalle más pequeño («aquella pata de la silla había que hacerla bien por sí misma, en sí misma por lo que ella es, no para el patrón o para los entendidos») y la humildad de un oficio con la responsabilidad sobre aquellos por los que se realizaba: los hijos, los amigos, el pueblo. «Durante toda mi infancia he visto hacer asientos de paja (a su madre, ndr) con el mismo espíritu y con el mismo corazón con el que ese pueblo había esculpido sus catedrales».
¿Dónde está el pueblo de Dios?
Pero el pueblo ya no existe, «ya no volveremos a encontrar una totalidad como esa, un sentido cívico tan profundo».
Péguy asiste a la penetración de otro mundo, conducido y gobernado por el partido intelectual, en el que parece que todo sigue siendo como antes, pero ha cambiado radicalmente desde dentro, está vacío, desunido, descabalado y ordenado después en torno a un único valor: el dinero. «Esta opresión económica, este estrangulamiento científico, frío, rectangular, regular, cortés, neto, sin rebabas, implacable, astuto, constante, como si fuera una virtud, era desconocida: una opresión en la que nos encontramos sin darnos cuenta y en la que el estrangulado calla, parece estar manifiestamente equivocado. En pocos años se ha producido un cambio por el que «el mundo ha cambiado más en los últimos treinta últimos años de lo que ha cambiado desde Jesucristo hasta nuestros días».
En síntesis, dice Péguy «Es d problema mismo de la descristianización».
«Soy católico»
Mucho más que una simple disección de aquella época a caballo entre los siglos XIX y XX, El dinero nos revela, junto a la utopía mentirosa del poder «moderno», la profundidad de visión y juicio de Péguy que precisamente en este artículo declaraba públicamente a sus lectores su propia conversión, que tuvo lugar en 1908. Su amigo Joseph Lotte recogió en privado ese momento: «Llegado a un punto se incorporó y con los ojos llenos de lágrimas dijo: "Todavía no te he dicho todo... He reencontrado la fe, soy católico"».
Quizá precisamente en este acontecimiento brevemente anunciado a los lectores está el sentido de El dinero.
Para Péguy es este esperar la auténtica novedad de lo que se ha perdido en este mundo moderno porque «El modernismo es la virtud de la gente del mundo. La libertad es la virtud del pobre».
Como dirá en Véronique «Lo verdaderamente trágico es que nuestras mismas miserias ya no son cristianas».
El «viejo mundo» en el que había sido educado, los maestros y los párrocos, habían recibido su estima incondicional incluso si hablaban de dos metafísicas diametralmente opuestas. Pero como Péguy nos recuerda, todavía existía un punto de unidad porque «todas sus contraposiciones no suponían nada frente a aquella profunda comunión de ser hombres de la misma raza, del mismo tiempo, de la misma Francia».
Pero ya desde entonces se preparaba aquella «contraposición repentina entre el mundo moderno y todos los otros mundos». Suprimido el origen de esa posibilidad de comunión, los valores que de día surgen ya no significan nada, la pobreza de corazón de aquella «estima incondicional» se vuelve inútil en el mundo del dinero. Peguy intenta dar una explicación a todo esto: «Aquellos que escuchan nuestra confesión (los cristianos, los clérigos), no tienen en absoluto nuestra confianza: no se trata, ciertamente, de una explicación; pero es un hecho, y es precisamente el centro de la dificultad». Esta afirmación se abre sobre todo a la intuición de que el cristianismo es un milagro, es un acontecimiento de gracia que une a los hombres desde la estraneidad, incluso de una misma religión.
Como dirá de forma más completa en Véronique, aquellos que comprendan verdaderamente que todo el mundo ha renunciado a todo el cristianismo, no acusarán solamente al «árido desierto del siglo» porque también en tiempos de Jesús había «el siglo y el desierto del siglo. Pero en medio del desierto un manantial, un manantial de gracia inagotable comenzó a brotar».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón