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Huellas N.03, Mayo 1991

MOVIMIENTO

Una presencia fuera de los esquemas

Antonio López Triana

Es bien sabido por todos que las segundas partes son las peores. Quien disfrutó con la película El Padrino I, se aburrió en El Padrino II y se durmió en la tercera de la serie. ¿Por qué hacer de nuevo un gesto como el Happening? Todos los ciclos de conferencias, aunque varíen los temas son eso, conferencias. Oyes una y has oído casi todas. ¿Dónde queda la novedad de una iniciativa cuando ésta se repite? ¿Acaso nos hemos convertido en expertos fabricantes de Happenings y ya no sabemos hacer otra cosa?
A las puertas de los exámenes el tiempo se nos llena con preocupaciones, luchas, jaleos, reuniones, trabajos... ¿Sirve de algo el que nos afanemos por construir lo que erróneamente se puede considerar como «la mejor de nuestras iniciativas»?
No hacemos el Happening para demostrar que somos eficaces: saber cuáles son los problemas de la universidad, cuáles las soluciones y cómo ejecutarlas. No somos expertos montadores de iniciativas despampanantes. No somos profesionales organizadores de conferencias, reuniones y encuentros varios. El que busca la eficacia es esclavo del éxito. Está atado al resultado de su acción: si consigue lo que pretende respira, si no, se asfixia. Si una obra se hunde, él se hunde; si sale adelante, él sale adelante. Si buscáramos sólo la eficacia estaríamos obsesionados por rendir cuentas, por quedar bien con todos. Correríamos siempre de un lado para otro intentando responder al nombre con que nos hemos bautizado: eficaz (que es lo mismo que solvente, capaz, ágil, competente). Pero este nombre, precisamente porque nos lo hemos dado nosotros, en vez de liberar costriñe.
Ha madurado en nosotros la libertad con la que afrontamos el trabajo. Nuestra atención no se centra tanto en que el happening salga, ramo en que el trabajo que yo hago me sirva, me construya. El eficaz, el autómata -que prolifera hoy en día- construye obras tal vez grandes, pero olvida la única tarea importante: la salvación de sí mismo. Es decir, su propia felicidad. Se consuela con el éxito de su obra. Todos nosotros sabemos que el éxito de una obra reporta una alegría momentánea, que por mucho que se la estire no dura más de un día. El éxito de una obra sólo consuela parcialmente las fatigas y esfuerzos del trabajo. Pero nosotros no queremos consolarnos sino estar contentos.
Tampoco hacemos el happening por un impulso generoso. La generosidad avejenta todo lo que toca. Es propia de hombres románticos, apasionados en el primer instante: mortalmente cansados al segundo día. La generosidad es lo que más se parece a nuestra experiencia. Por eso es la palabra más engañosa. La generosidad tiene su fuente en nuestra propia medida, en nuestro propio límite. Es como una máscara de nuestro rostro: casi igual a nosotros, pero no somos nosotros. La única risa que profiere esta máscara es el grito estridente de quien sabe que se tiene sólo a sí mismo, y que necesita darse a los demás para demostrar que una vida es digna de ser vivida. La generosidad busca en los demás la autoaprobación, el reconocimiento.
Si nos moviera una generosidad, seríamos hombres tristes, rendidos, incapaces de sacar las fuerzas de nosotros mismos siempre que las necesitáramos... Con la generosidad se pretende comprar, no dar. Se compra el silencio que calla la verdad que uno ha negado: la verdad de mí mismo no soy yo, yo no soy el constructor de mi vida y de mi historia. La generosidad hastía porque la fuente de dónde brota es mi propio límite.
El hombre generoso obra a impulsos, intermitentemente. Es como un viejo ajado por los años que intenta inútilmente recuperar la juventud cansa de hacer iniciativas puntuales, tarde o temprano se cansa también de vivir y no soporta lo cotidiano.
El motivo no es, pues, ni una generosidad ni una eficacia. Ambas impiden que se exprese la novedad del gesto y hacen que «las segundas partes» sean la mayor traición de la obra maestra. ¿Cuál es entonces el motor de nuestra acción?
Nosotros nos movemos porque estamos agradecidos. Uno se siente agradecido cuando se encuentra con lo que más desea, cuando se topa de bruces con lo que siempre ha querido. No hay mayor sorpresa que la de encontrarse con aquello que uno ha esperado durante tiempo, que casi no confiaba en que se le diera.
Uno no sabe bien qué es lo que espera hasta que se lo encuentra. Cuando esto sucede se da cuenta de que lo que esperaba es un amigo ante cuya mirada todo queda rescatado, limpio; un amigo ante el cual no hay que censurar nada porque en El está todo.
En este encuentro real, que te toca como te toca un amigo, el vivir, el trabajar, el cansarse y el sufrir se vuelven razonables, humanos.
Cuando un hecho así te toca no puedes no decirlo, hasta tu respiro lo refleja. Cuando uno encuentra una persona así, vive agradecido, ya sólo desea estar con él y que sus amigos y el mundo le conozcan.
Hacemos el Happening, al igual que nos levantamos, estudiamos, nos divertimos, etc. sólo para aprender que la ley de la vida es esta gratuidad. No somos jóvenes satisfechos, hartos de la verdad de la vida. Uno sabe, cuando le ocurre esto, que es lo más grande. Pero también descubre que necesita toda su vida para que esta mirada le cale hasta los huesos. Hacemos el Happening porque queremos verificar que la ley de la vida es esta gratuidad que se ha tenido para con nosotros, porque queremos que la certeza nacida de este encuentro, de que la vida es una promesa que se cumple, madure, se haga grande y fuerte en la carne de mi día. Es la carne de mi obrar, de mi pensar, de mi hacer, lo que es empapado por esta mirada gratuita. En esta lucha no tenemos nada que perder, nada que defender. Hacemos el Happening porque «sabemos» que «la ley de la vida es la gratuidad», que lo único importante es «ser gratuito». Sólo buscamos experimentar una cosa: que Tu gracia, es decir, Tu persona, vale más que la vida.
A través de esta pequeña obra, cada uno de nosotros tiene la posibilidad de gustar por sí mismo esta suprema evidencia. El Happening no es, pues, sino un desafío a nuestra propia libertad.
Ahora se puede entender mejor el lema que hemos escogido para este año: «Una presencia fuera de los esquemas».
Cuando decimos presencia no nos referimos a una masa articulada de gente, que sabe quién es y tiene muy claro qué objetivos persigue y cómo alcanzarlos. Nuestra presencia no es sociológica, ni estratégica, ni política. Nuestra presencia coincide con cada uno de nosotros, taladrado por este acontecimiento, definido por él. La presencia que somos cada uno de nosotros es nuestra persona. Y nosotros no somos ya sino aquello que hemos encontrado. Por eso está fuera de todos los esquemas. Porque no es definible ni conceptualizable una experiencia así. Si nos uniera un ideal político, un deseo común, un proyecto, una causa justa, habríamos sido definidos hace mucho tiempo. Pero lo que nos une es esta experiencia. Por ella, aunque sea muy pequeña, nos movemos y existimos.
Nuestra presencia está fuera de cualquier esquema porque nace de este acontecimiento sencillo. Es indefinible porque es la morada del infinito en la carne de un rostro tosco y limitado.
Cada pequeño gesto que hacemos, el bar, los concursos, los juegos, las conferencias, sólo pretenden ser una ayuda para que, por un lado, cada uno de nosotros se deje definir por esta persona que ha encontrado y que coincide con su propio yo; y por otro lado, que cualquiera pueda encontrarse con la perla preciosa que busca.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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