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Huellas N.03, Mayo 1991

EDITORIAL

Sólo por la misión

A veces sucede que oímos palabras que expresan la condición que vivimos y el deseo que nos anima más profunda y concretamente de lo que nosotros mismos sabríamos hacer. Se puede decir esto del mensaje que Juan Pablo II ha envialo al Tercer Coloquio internacional de los movimientos que se acaba de celebrar en Bratislava.
Después de los celebrados en Roma en 1981, y en Rocca di Papa en 1987, este tercer encuentro ha tenido como promotores a la Comunidad Emmanuel, el Movimiento de los Focolares, la obra de Schoenstatt y Comunión y Liberación. El objetivo principal era insertar la acción de los movimientos en la dinámica evangelizadora que está reclamando continuamente Juan Pablo II como algo fundamental para el futuro inmediato de Europa.
Las jornadas de Bratislava se han distinguido particularmente por el in­tercambio recíproco de testimonios. Muchos representantes de grupos y movimientos de la «otra Europa» han descrito la experiencia de la resistencia de fe bajo régimenes ateos. Y los de Occidente han ilustrado los caminos de recuperación y profundización de su identidad eclesial y las diversars modalidades de respuesta al desafío del laicismo que rápidamente está invadiendo también las sociedades de Este europeo.
Ya en los dos Coloquios anteriores Juan Pablo II había intervenido dete­niendose, como afirma en el mensaje de Bratislava, «sobre la naturaleza de los movimientos». Y aquellos discursos -junto a los dirigidos explícitamente a Comunión y Liberación- han marcado la autoconciencia del movimiento. Basta una cita del discurso del 27 de Septiembre de 1981: «La Iglesia misma es un movimiento, y sobre todo un misterio, el misterio del amor eterno del Padre... Los movimientos en la Iglesia deben reflejar en sí el misterio de aquel amor del que ella ha nacido y nace continuamente. Estos expresan aquel múltiple movimiento que es la respuesta del hombre a la revelación». En el mensaje de Bratislava Juan Pablo II lanza la reflexión: «Quisiera indicar aquí cuál es la tarea de los movimientos en este momento de la historia. Es ésta: «Favorecer el encuentro entre el hombre de hoy y la palabra salvífica de Cristo que interpela a cada persona... Una verdadera y auténtica misión».
«Tal misión -continúa Juan Pablo II - significa sobre todo comunicar al otro las razones de la experiencia de la propia conversión». Precisamente esta frase lee y describe de un modo sintético y muy eficaz el corazón de la vida del movimiento. De hecho, éste no se caracteriza por el esfuerzo de producir juicios culturales, por el obstinarse en una dialéctica de opinión, por la su­perposición de iniciativas organizadas. El corazón del movimiento es el trabajo para que la persona encuentre y se dé cuenta de quién es Cristo y se adhiera a Él. Y el método es sólo uno: la inmersión de la persona en la realidad de una compañía presente que sea signo tangible del misterio de Cristo, porque ésta está hecha y quiere moverse sólo por la fe en Él. En este encuentro y en esta pertenencia comienza a constituirse un sujeto nuevo, capaz de generar cultura nueva y de tener opiniones propias, y de ser eficaz en la organización de iniciativas.
Cuando un movimiento pone en su centro la dinámica misionera que se ha señalado «se puede hablar de coesencialidad de los movimientos a la vida de la Iglesia, junto a la jerarquía».
Coesencialidad. La palabra - ya usada por Juan Pablo II en su discurso en el Segundo Coloquio de los movimientos- supera de inmediato todos los planteamientos que reducen la cuestión de los movimientos a una dialéctica reivindicativa de espacios. No se trata de recortarse el propio puesto en la institución, sino de participar, en la obediencia a los Pastores, en el único acontecimiento de manantial del misterio de la Iglesia, en el que la fe se hace origen de la cultura y factor de unidad operativamente orgánica para la misión común. Acontecimiento de gracia que ha comenzado en el Bautismo y ha permanecido existencialmente convincente y pedagógicamente operativo en el encuentro con el movimiento. «Nosotros trabajamos, nos afanamos, nos esforzamos en encontrarnos y comprometernos porque ya no conseguimos eludir lo que nos ha sucedido. Nos movemos por amor a Aquel que nos ha sucedido, es decir, por amor verdadero a nosotros mismos, y por tanto por amor al hombre que sufre. Obramos para que se multipliquen aquellos protagonistas nuevos e irreductibles de la historia que son los cristianos, obramos para que se multiplique el impacto de Cristo sobre los hombres».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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