La escuela de comunidad nos ayuda a comprender el verdadero significado del cristianismo. Ha sucedido que la respuesta total a nuestras exigencias, que tantas veces pretendemos inútilmente encontrar en nuestras imaginaciones, proyectos o creencias, se ha encontrado en algo real, objetivo, completamente exterior y distinto de nosotros, y por tanto independiente incluso de que lo queramos reconocer o no. Los que entonces se encontraron con Cristo descubrieron en El la pretensión de serlo todo para su vida, y tuvieron que atravesar, con su ayuda, la resistencia a creer que aquello fuera posible para algo tan normal como un hombre.
Hoy nuestra exigencia y la de todos los hombres es la misma que entonces, y una provocación tan sorprendente como aquella, porque es la misma, sigue presente. El encuentro con una realidad humana en el tiempo, la Iglesia que se nos hace cercana en movimiento, repite la historia de los que encontraron a Cristo andando por la calle. Los que hemos hecho este encuentro también experimentamos que la vida es distinta, mucho mejor, simplemente porque lo hemos encontrado, y que, como los primeros, el gusto de lo que hacemos surge al descubrir que lo hacemos en su compañía. Por eso buscamos esa compañía y la queremos tener presente en lo cotidiano.
El Centro de Solidaridad es la expresión de este deseo. No es «una cosa que sirve para... » sino unas personas que han encontrado el Hecho Cristiano y se juntan porque lo reconocen en su unidad y quieren hacer de esta unidad referencia objetiva en especial para el trabajo, y para ofrecer esa manera más humana de vivirlo a todos los que puedan.
Hace pocos meses nos hemos trasladado, aunque un grupo sigue en la sede de siempre, a un barrio de Madrid, San Blas, en el que la Parroquia de la Encarnación nos ha cedido un local.
Recientemente hemos hecho una fiesta, pero como no somos tontos la hemos hecho porque teníamos motivos: celebrar que tenemos la compañía del Centro y darnos a conocer en el barrio. El lema era una síntesis perfecta de la razón de ser del Centro: «Gris es la teoría. Verde el árbol de la vida».
El plan era sencillo: un concierto del grupo Sipassy (música andina) en el salón de actos de la Parroquia, con una presentación del Centro y de sus primeras actividades (una bolsa de trabajo, tarjeta «Top Card» para los socios con ventajas económicas en comercios, consultas médicas y despachos profesionales), y una rifa. Después, el plato fuerte: fiesta de cantos y bailes en el patio, con una gran hoguera para resistir en la noche de Enero.
El espectáculo de los preparativos merecía la pena tanto como la misma fiesta. Era el de un grupo de personas construyendo una historia todavía pequeña, pero una historia suya, que nacía de una vida y era expresión de ella. La vida que nacía es alegre y por eso era alegre el trabajo. Nos divertimos madrugando un sábado para pintar las cajaspapelera y montar el bar, preparar la hoguera, hacer carteles para anunciarnos en el barrio, etc.
Pero no sólo es gris la teoría, como decía el lema de la fiesta. También aquel día amaneció un poco oscurito. Durante toda la mañana temimos que por la tarde nevara, pero al final el Señor tuvo misericordia y sólo llovió mucho. Así que tuvimos que suspender la segunda parte de la fiesta, la que era al aire libre, que habría resultado la más atractiva a la gente de la calle.
Afortunadamente, no todo está en nuestras manos y no siempre las cosas salen como las hemos planeado. Podríamos haber hecho lo que se suele hacer en estos casos: resignarnos, porque no hay más remedio, a hacer sólo la parte más rollo de la fiesta. Preferimos celebrar la libertad de saber que el que nos juntó para la fiesta era el mismo que nos mandaba la lluvia; nosotros seguíamos allí, y Él sabría por qué quería que lloviera.
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