La mañana del 17 de Enero aparentemente todo funcionaba como siempre en el banco donde trabajo.
Sin embargo, algunos compañeros se habían traído la radio de casa y escuchaban nerviosamente, con los auriculares en las orejas, entre números y listados que puntear, las primerísimas noticias de la guerra del Golfo.
«Por fin los nuestros han atacado», me grita al oído el Vicedirector que, como si nada, sorbía con más gusto aún el café matutino. Los buenos salvarán al mundo del malvado Sadam y pronto tendremos la paz universal.
Hay algo que no me convence: ¿es posible que todos estén a favor de la guerra?
No tengo tiempo para seguir pensándolo porque me llama por teléfono una cliente; se ha enterado de que ha estallado la guerra y quiere saber si el dólar ha subido como habían pronosticado. Le digo que, por el contrario, el dólar ha bajado y seguirá bajando. Le sienta mal, esperaba ganar, las bombas están lejos. Vuelvo a mi pregunta y me lanzo al ataque; aprovecho el rato de la comida para intentar comprender lo que piensan los otros. Todos están a favor de la guerra: «ya era hora de que se hiciese algo, el malo ha invadido Kuwait y ahora los buenos le van a echar».
Intento decir que no se ha hecho todo lo posible para evitar la guerra, que muchas resoluciones de la ONU del mismo estilo no se han respetado y permanecen desde entonces sin resolver. Me toman por pacifista, lo que digo es absurdo: «hasta en la televisión han demostrado que la guerra era la única alternativa» y, entre un filete y una patata, terminamos la comida escuchando a un compañero explicar con todo detalle cómo funciona un caza F115.
Algunos días después me encuentro con otro compañero; naturalmente hablamos de la guerra y le hago leer el panfleto sobre el juicio y la tarea. Es cristiano; lee con interés y al final me mira con un poco de escepticismo y me dice: «Pero estáis locos, ¿vosotros pretendéis cambiar el mundo?». No digo nada sería inútil pero mientras vuelvo a mi oficina pienso que no estoy loco, pero realmente quiero cambiar el mundo.
Conclusión: menos mal que he encontrado el movimiento, cuyo juicio siempre parte del Advenimiento que sucedió hace dos mil años y no de la reacción que la mentalidad dominante provoca hábilmente. Son poquísimos, incluso entre los cristianos, los que razonan sobre lo que está sucediendo, nadie piensa que la guerra, como ha dicho el Papa, es «una aventura sin retorno».
Ni siquiera la llamada posición pacifista convence (por cierto, en el banco hay algunos): preocupada por la paz, la marea negra que contamina el Golfo, los perros viviseccionados... , está al servicio del mismo sistema que desea la guerra.
Sólo la posición del Papa tiene un punto de partida distinto: la conciencia de que nada vale más en el mundo que el hombre, que cada hombre, incluso que George Bush y Sadam Hussein.
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