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Huellas N.01, Marzo 1991

MOVIMIENTO

El rostro de la Fraternidad

Hemos extraído de una conversación con don Giussani estas breves notas sobre la imagen de la Fraternidad, su nexo con el conjunto del movimiento y el contenido de sus reuniones.

La idea correcta de Fraternidad es la imagen de la pertenencia y, por consiguien­te, del movimiento en cuanto acontecimiento al que hemos sido llamados y en el que es­tamos inmersos, y no como repetición de teorías o prácti­cas. El aspecto «institución» y el aspecto «carisma» son en la Iglesia originalmente una sola cosa; no hay institución sino como lugar del carisma y no hay carisma sino dentro de la institución.
La Fraternidad coincide con el acontecimiento en su origi­nal destino personal. Por eso pertenecer a la Fraternidad no es otra cosa que pertenecer al movimiento. La palabra Fra­ternidad subraya solamente el aspecto institucional del acon­tecimiento, mientras que la palabra pertenencia subraya su aspecto de profundidad caris­mática, de profundidad amoro­sa, de profundidad de caridad. No hay diferencia alguna entre quien vive la experiencia del movimiento y quien está ins­crito en la Fraternidad. Quien no está inscrito es porque toda­ vía no ha comprendido bien qué es el movimiento; podrá comprenderlo y que esto no provoque escándalo con el tiempo.
Tenemos que ser claros: la Fraternidad no añade nada, coincide con la experiencia de pertenecer al movimiento como acontecer auténtico de la pre­sencia de Cristo; y representa su aspecto institucional o, mejor, la participación en su aspecto institucional. Por esta razón el único requisito para inscribirse en la Fraternidad es la mayoría de edad. ¿Y cómo es que la Fraternidad no crea estructuras alternativas a la vida de las comunidades?
Inscribirse en la Fraternidad implica madurez y sencillez de conciencia: ser sabios y al mismo tiempo niños en el reino de Dios. La compañía que nace de la memoria de Cristo y vive en esa memoria implica atención y estima mu­tuas, compartir las necesida­des, mantener una obra y un testimonio comunes. Por eso los miembros de la Fraternidad por el hecho mismo de estar inscritos deberían sentirse más encargados de educar y ayudar a los demás.
Pero la cosa va más lejos aún: quienes están inscritos en la Fraternidad deben ayudar a los demás con el ejemplo de una estima recíproca, de un compartir, de una mutua edifi­cación, de llevar adelante obras comunes, de modo que los demás se sientan animados a hacer lo mismo.
La única diferencia respecto a las comunidades es que los grupos de la Fraternidad son más sencillos o más sabios, como los ancianos. Justamente por estas razo­nes no hay posibilidad de que la Escuela de comunidad y la reunión de la Fraternidad se vean como alternativa. La reunión de la Fraterni­dad puede tener cualquier forma. Pero su contenido de­be ser la Escuela de comuni­dad, completada y actualizada por las cartas dirigidas a la Fraternidad y otros documen­tos como los Equipes de los universitarios que señala el movimiento.
En todo caso estos últimos deben servir para completar y no para sustituir. El grupo de la Fraternidad no se define por el hecho de que lee cartas o documentos particulares en lu­gar de la Escuela de comuni­dad. Es un Escuela de comuni­dad tan verdadera que cambia la vida común en rostros que comparten la caridad.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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