Huellas N.06, Junio 1995

CULTURA

La justicia de Simeón

Gilfredo Marengo

2 de febrero: fiesta de la presentación de Jesús en el templo. Un comentario de san Ambrosio.

El calendario litúrgico de la Iglesia propone en el día 2 de febrero la fiesta de la pre­sentación de Jesús en el templo.
Situada cuarenta días des­pués de Navidad, en ella resue­na su memoria subrayando en particular el tema de Jesucristo, luz del mundo (de aquí nace la tradición de la bendición de las candelas, por lo que se designa con frecuencia a esta fiesta con el nombre de la candelaria).
El episodio, narrado por el evangelio de Lucas, presenta en una posición central la figura del viejo Simeón que frente al Niño Jesús pronuncia su céle­bre cántico: "ahora deja a tu siervo irse en paz... ". Este texto se recita en la oración de com­pletas y permite cotidianamente hacer memoria y ensimismarse con la actitud de Simeón en su encuentro con Cristo.
Ofrecemos un breve frag­mento del comentario ambro­siano al texto de Lucas, para que nos ayude a comprender mejor el contenido de este mis­terio de la vida de Cristo y podamos, de este modo, aco­ger con mayor conciencia el reclamo presente en la oración que la Iglesia propone al térmi­no del día.
«"Y he aquí que había en Jerusalén un hombre de nom­bre Simeón, hombre justo y temeroso de Dios, que espera­ba la consolación de Israel" (Le 2, 25). Con razón se le lla­ma justo, porque buscaba no la propia gracia, sino la del pue­blo y, aunque deseoso de ser liberado de los vínculos de su frágil cuerpo, esperaba ver al Prometido: sabía, en efecto, que los ojos que le hubiesen visto, habrían sido bienaventu­rados. Y exclama: "Ahora deja a tu siervo irse" (Le 2, 29). Mira a este justo que, viéndose encerrado en la cárcel de la terrena gravedad, desea partir para comenzar a ser con Cris­to; pues es bastante mejor, en efecto, partir y ser con Cristo. Pero quien desee que se le deje ir, venga al templo, a Jerusa­lén, espere al Cristo del Señor, tome en sus manos al Verbo de Dios, y estréchelo con los bra­zos de su fe. Entonces se le dejará ir, para que, habiendo tenido la vida, no vea ya más la muerte».