Un día fui con Noelina a acompañar a casa a una enferma musulmana que habíamos conocido en el hospital. Nos pusimos en camino hacia su pueblo, que se encuentra en el distrito de Mpigi, con el Suzuki del Meeting Point.
Después de recorrer un trecho, dejamos la carretera principal y nos adentramos en el bosque. La enferma, por miedo a que no siguiésemos acompañándola, nos aseguraba que estábamos ya cerca de su pueblo. Al cabo de bastante tiempo, cuando finalmente llegamos, sus parientes rodearon nuestro coche, creyendo que la habíamos llevado ya muerta. Cuando vieron que estaba viva, nos acribillaron a preguntas: «pero, vosotros, ¿quiénes sois?». «Somos cristianas». «También tenemos aquí algunos cristianos, pero no actúan así. ¿Quiénes sois?». «Somos católicas». «Conocemos a los católicos, pero no son así. ¿Quiénes sois?». «Somos del movimiento de Comunión y Liberación». «¿Quién os ha enseñado a hacer estas cosas?». «Han sido don Giussani y el padre Tiboni». Ante nuestras palabras, estas personas musulmanas se pusieron a rezar, con el rostro en tierra, por don Giussani y por el padre Tiboni. Después continuaron preguntando: «Pero don Giussani y el padre Tiboni son santos, ¿de qué siglo son?». Nosotras respondimos: «son hombres como nosotras y están vivos». En ese momento se pusieron a correr por el pueblo. Nosotras no comprendíamos por qué, pero después nos trajeron dos gallinas para dárselas a don Giussani y al padre Tiboni.
Cuando volvíamos de regreso, vimos -después de un tramo- un agujero enorme en la carretera llena de baches, excavado poco tiempo antes. Noelina vislumbró, entre los árboles, hombres armados con lanzas, bastones y machetes y con el rostro cubierto de barro. Eran guerrilleros que, habiéndonos visto pasar unas horas antes, habían preparado aquella trampa para detenemos. El terreno de los bordes de la carretera era pantanoso, parecía imposible pasar.
Noelina me dijo que rezáramos, pero yo no podía porque estaba temblando de miedo. Sólo conseguí decir:
«Ven Espíritu Santo y hazte cargo de la situación».
Entramos en el agujero con el coche, siempre gritando al Espíritu Santo que condujera él, porque yo era incapaz. Las ruedas de delante comenzaron a patinar, excavando todavía más. Yo estaba segura, sin embargo, de que el Espíritu nos salvaría. Al tercer intento, las ruedas salieron y, sin darme cuenta, pasaron también las de atrás. Un poco después la carretera en cuesta había sido entrecavada para hacer escalones. Conseguimos salir a trompicones, siempre perseguidas por los guerrilleros que intentaban golpearnos con piedras y otras armas. Las piedras caían a un lado y otro, pero no llegaron a darnos. Los guerrilleros continuaron corriendo persiguiéndonos hasta que los fuimos perdiendo de vista. Llegamos a casa a las 7 de la tarde.
Habíamos salido por la mañana temprano. Estoy segura de que fue el «Dios con nosotros» el que condujo el coche, como conduce nuestra vida en cada instante.
Rose
Queridísimos amigos: hace pocos días supimos que habíamos sido despedidos como profesores de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Campeche. Somos conscientes de que no hemos dicho ni hecho cosa alguna por orgullo o por afirmamos a nosotros mismos. Hemos aceptado todas las limitaciones y humillaciones que se nos han impuesto, aun estando físicamente presentes. En realidad, es el intento de expulsar a Cristo del tiempo y del espacio, porque también hoy, como hace dos mil años en tiempos del Imperio Romano, el escándalo es confesar a Jesús presente como el único Salvador. El poder, desde entonces hasta hoy, no puede tolerar esta ofensa hecha a sus ídolos: la usura, la lujuria, la razón “científica”, el éxito... También nosotros caemos en estas tentaciones, pero no se convierten en nuestros “dioses”, no nos poseen: nuestro Señor es otro. Somos de Otro. El poder se da cuenta de esto, lo siente, ve este pequeño grupo de jóvenes y siente miedo: es una pequeñísima grieta que puede amenazar el edificio entero. Por ello, aunque permaneciésemos callados, no nos podría tolerar. Necesita eliminarnos físicamente. El Decano de la Facultad le dijo a uno de los nuestros al final de una entrevista: «Te aprecio desde el punto de vista humano y profesional; pero no puedo aceptarte por lo que representas».
Con afecto.
Giampiero y Pinuccio
Querido don Giussani: para mí, éste es el momento del reconocimiento. Gracias por las palabras que has dicho a mi hija, al encontrarla con sus amigas en Comunión y Liberación. A la gratitud por esto añado, devotamente, mi agradecimiento a ti y a todos los que (sobre todo mis alumnos) me han ayudado a dar un paso en mi vida, que ha sido pequeño y grande, al mismo tiempo. ¡Ha cubierto en un segundo la distancia de tantos años! ¿Cómo ha sido posible? Yo me lo he preguntado muchas veces, sorprendida ante tanta gracia. He pensado que, quizá sean los cincuenta años ya cumplidos, quizá los testimonios de amigos que han sufrido mucho y ahora resplandecen en la gloria de Dios. En cualquier caso, lo importante es ser agradecido y no tardar en serlo, porque el tiempo apremia. La fuerza que me arrastra consigo en el momento presente reasume toda mi historia pasada y, finalmente, me reconstruye a mí misma. Siendo desconocidos y, sin embargo, prodigiosamente amigos, todos los que he encontrado en la Asamblea internacional de Responsables, me han implicado -físicamente y con una nueva pasión- en la gran aventura del movimiento. Mi mirada ha cambiado, se ha hecho piadosa, comprensiva, paciente, solícita; pero no por un esfuerzo de mi voluntad, sino por la fe en el Acontecimiento de Cristo. Te abrazo y encomiendo a todos a la Virgen.
Carta firmada
Una amiga, ausente a causa de un gravísimo accidente que tuvo su hermano, ha escrito a un grupo de Escuela de Comunidad:
Queridos: no puedo estar presente, pero quiero agradeceros el haber pensado en mi y el haber rezado por mí estos días. Ha sido un momento en el que hubiera querido huir, desesperar; pero la memoria de vuestros rostros me ha dado la fuerza para permanecer. Mientras mi hermano estaba en la sala de operaciones me dijeron que debía rezar, pero no me acordaba ni siquiera del Ave María.
Así que la sustituí por vuestros rostros con vuestros nombres, los de todos; hice un rosario de personas y pensé: es por ellos por los que debo permanecer. Si me hubiese desesperado habría tirado por la borda cuatro años de Escuela de Comunidad, y, con ellos, mi propio Bautismo. De hecho, la conciencia de ser cristiana la he recuperado en la Escuela de Comunidad, que ha supuesto un segundo Bautismo. El Señor nos ama de un modo muy particular cuando nos da la posibilidad de ofrecerle unos sufrimientos tan grandes. La Escuela de Comunidad cambia nuestra vida: nos permite ser felices. Pido que ella se haga en mí el cauce por donde discurre mi propia vida, como nos había deseado don Giussani en los Ejercicios de la Fraternidad.
María
Mientras estaba en la maternidad a causa del nacimiento de mí hija Benedetta, he comenzado a verme con otras madres de mi Fraternidad, para ayudarnos a hacer Escuela de Comunidad. Al principio este deseo nació por la fatiga en las relaciones, complicada por el hecho de que cuidar un recién nacido te absorbe todo el día. Así pues, en vez de preguntarnos cómo mejorar en nuestra relación, obedecimos la sugerencia que nos hizo una amiga de empezar a vernos para estudiar la Escuela de Comunidad. La tarde del miércoles se ha convertido en el día más bello y esperado de toda la semana. La respuesta al deseo inicial ha sido mucho más grande y adecuada de lo que podíamos esperar ni imaginar. Ahora me queda claro que Cristo me toca Siempre del modo más sencillo, es decir, en mis circunstancias, en mi vida en la casa con mi hija, en el limpiar los suelos, en el ir al mercado. Además, somos mucho más amigas y esto se ve tanto que otras madres se nos han unido e incluso hemos tenido que dividirnos en dos grupos. Se nos ha unido también una madre que no es del movimiento y que nos ha dicho: «no entiendo mucho, pero con vosotras me siento en casa».
Elena
Este año ha tenido lugar en Sudáfrica la tercera edición del Campeonato del Mundo de rugby, en el que he participado como jugador de la selección italiana. Este acontecimiento es comparable a los mundiales de fútbol en Italia, por el interés que ha suscitado entre la población, por la atención de los medios de comunicación y por el sólido despliegue de las fuerzas del orden. Dando vueltas por las calles de Durban y de East London con mis compañeros de equipo, me quedé muy aturdido por la popularidad que me acompañaba, a la que no estoy muy acostumbrado en Italia. Durante este tiempo, aparentemente un paréntesis en mi vida de estudiante de ingeniería, me han acompañado las palabras de mi amigo Vincenzo. Antes de marcharme fui a despedirle y le pregunté: «¿Qué hago para estar seguro de que estar con mis compañeros de equipo y jugar al rugby tenga que ver con el encuentro que he tenido con lo que vivo en la Politécnica?». Y él me planteó, una tras otra, estas preguntas sencillas: «¿Te gusta jugar? ¿Lo haces bien? ¿Es compatible con la responsabilidad principal que tienes, que es profundizar en el encuentro con el cristianismo a través del estudio?». Y para ayudarme a afrontar ese período de tiempo añadió: «Los atletas se entrenan con el fin de prepararse para una carrera, ¿porqué no tendríamos que entrenarnos nosotros que nos jugamos la vida? Marco, ponte una regla para seguir». De esta manera, confiado en lo que se me había pedido y con el apoyo de la Escuela de comunidad, me he «sorprendido disfrutando más de todas las cosas: desde las horas cansadas de entrenamiento y el país que visitaba por primera vez, hasta las relaciones con mis compañeros de equipo. Y, en efecto, estas amistades se han vuelto humanamente más interesantes, aun encontrándome en las mismas circunstancias de siempre. La única desilusión ha sido, desgraciadamente, nuestra eliminación de la Copa del Mundo. Ganamos contra Argentina, pero nos derrotaron Inglaterra y Western Samoa, y, por tanto, no pudimos cumplir el objetivo de la clasificación. Con todo, nos han proclamado el mejor equipo no clasificado, es decir la novena «potencia mundial de rugby»: ¡vaya consuelo!
Marco
El verano pasado estuvimos dos semanas en Túnez. Elegimos ese lugar por el deseo de volver a ver a nuestra amiga Gabriella, que vive allí, en la casa de los Memores Domini, junto con Anna, Letizia y Paola, quienes fueron llamadas por monseñor Twal, obispo de la capital, para trabajar en la diócesis. Cuando llegamos nos sentimos como apátridas, extraños... se percibe que la vida está fundamentada sobre algo distinto de Cristo. En el fondo también en Italia resulta evidente la misma cosa, pero allí es diferente, cuando lo peor: aquí Cristo es olvidado, allí no existe. Cristo no es admitido, nosotros sólo somos admitidos en el siléncio. Un silencio que puede ser visto como un compromiso, una sumisión, mientras que la misión de nuestras Memores, aunque también silenciosa, se halla llena de fruto: están ellas y está Cristo. Esto es lo que percibimos al entrar en su casa. Rezamos vísperas juntos: estábamos como en nuestro hogar. Era la morada de nuestra compañía: era el templo de Cristo. Deberías ver qué maravilla es aquella casa, qué vida lleva dentro, qué abrazo hay para la gente que la encuentra. El modo de tratarse, qué es lo que llevan y dan a quienquiera que se encuentren, es algo del otro mundo: la presencia viva de Cristo. Entre otras muchas cosas hemos aprendido a pagar con amor y gusto el fondo común, que hasta ahora había sido, desde luego, un gesto lleno de obediencia y razones, pero nunca tan vivo y verdadero como ahora. Por eso se desea que exista en cualquier parte del mundo una realidad como la de Túnez.
Gian Luca y Valeria
En el movimiento he crecido. El encuentro ha llegado para mí gracias a mi familia a través de mi padre, mi madre, mi hermana y mi tío sacerdote. Pero desde hace nueve años las cosas han cambiado mucho. Tenía diecisiete años y cursaba el cuarto año de Magisterio, jugaba al fútbol y estaba con gente de GS en Sinigallia... De repente, durante la fiesta de la ordenación sacerdotal de un amigo mío, me sentí mal. Aquí sucede el primer milagro pues algunos médicos presentes fueron capaces de diagnosticar en seguida la causa de mi malestar y de asistirme de la manera más adecuada. Inmediatamente fuimos al hospital donde fui operado de urgencia: angioma congénito. Durante días estuve en coma. Mi estado era muy grave. Otras intervenciones quirúrgicas, la reanimación.... En aquellos días mi tío don Gianni, se encontraba en Medjugorie donde, con otros peregrinos rezó por mí. Otro tanto hicieron las decenas de amigos que se encontraban cada día fuera de la unidad de reanimación para sostener el dolor de mi familia. Después de cuarenta días fui dado de alta: sobre una silla de ruedas, hablaba lentamente. Pasaron seis meses en un centro especializado de recuperación en Schio, donde, asistido por mi madre, inicié la fisioterapia. Y aquí otros amigos me han acogido en su corazón. La cita fija es la misa por la tarde en el hospital, la presencia tangible de lo que vuelve a dar vigor a mi recuperación. Es verdad, ya no soy el de antes, no sólo desde el punto de vista físico, no soy ya el mismo porque vivo mejor. Los amigos que han estado conmigo en estos años han permitido esto, el amor de mi madre, de mi padre y de mis seres queridos han permitido esto; un pensamiento que no me abandona nunca. La fatiga no es una objeción. Por ejemplo, me cuesta hacer Escuela de Comunidad, leer, concentrarme, escribir esta carta (tanto que me están ayudando mis amigos). Entonces voy a misa, un gesto sencillo. Es inmediato el significado de mi estar aquí. Y después nuevamente voy con mis amigos a hacer Escuela de Comunidad. Es como si la desease más. Esta es para mí la pertenencia al movimiento, porque no depende de lo que puedo hacer sino, al contrario, el movimiento es para mí, es todo para mí. En la Escuela de Comunidad se lee: «...la santificación del hombre a través del sufrimiento le introduce, desde ya, en un mundo mejor, el reino de Dios... Entregar a Cristo cualquier miseria es lo contrario de la abdicación, y es el nexo consciente y enérgicamente afirmado de lo particular con lo universal». No comprendo bien lo que esto significa, pero intuyo que es verdad, puesto que mi enfermedad me ha llevado muy cerca de Cristo y me ha ayudado a amarlo. Y esto es una Gracia.
Marco
La serenidad que ha acompañado el último período de la vida de mi madre, en medio de una insoportable condición humana, es el recuerdo más dulce que podría tener. La cosa más verdadera ha sido, dentro de la fatiga de la enfermedad, la sonrisa continua para cada uno de nosotros. En aquella sonrisa se ha hecho presente el Misterio del que nacemos porque nada es nuestro, aunque aparentemente nos parezca que aferramos las cosas con nuestras manos. Cristo es el único que hace positivo todo, incluso lo impensable, incluso cuando el corazón se equivoca, cuando el dolor es fuerte y la soledad es tal que ninguna palabra o actitud pueden alcalzarla. No puedo pensar en mi madre no unida a Cristo: me mira y me oye, comprende todo lo que hago y está todavía más cerca que antes. Cristo ha sido el punto de partida y de parangón de toda su vida, más allá de todos los sentimientos que haya tenido.
Checca
La cita es a las cuatro, sección de infecciosos. Gesuino està mal, pero me espera recitando el rosario por los que han ido al retiro de la Fraternidad. Hace meses que no abandona el hospital —aquí, el 29 de marzo, recibió la Confirmación. Un milagro, una promesa de bien para todos: enfermos, padres, personal sanitario. Está siempre lucidísimo. ¡Será tal vez, la protección del
Manifiesto y del Angelus que tiene sobre la cama! Le pregunto: «¿Cómo te has convertido?». Con una sonrisa
hermosísima que le ilumina la cara, todo ojos, responde: «No lo sé», pero tras pensar un instante dice que fue una vez que se sentía malísimo y que no podía hacer otra cosa más que pedir ayuda, invocar.
Después, un amigo le explicó que rezar significa hablar con Jesús. «Así, ahora, me imagino a Cristo sentado en una silla frente a mí y le hablo y escucho lo que responde». Lentamente, con gran seriedad, me cuenta su historia: desde que era muy pequeño robos, armas; después, a los catorce años, la droga, la cárcel, la comunidad terapéutica, el sida. Le pregunto qué ha cambiado para él con el don de la fe; me responde inmediatamente: «Acepto más -y después de una pausa-, « perdono más». Tal vez por esto es tan aficionado al rezo del Angelus. Con los nuestros que vienen cada jueves ha comenzado, desde hace tiempo, a rezar, llamando siempre a los otros de la habitación a que se reúnan en torno a su cama. Últimamente está siempre atento a dedicar la oración a quien lo necesita más y está contento porque ahora rezan el Angelus también en las otras habitaciones. «Mal no les puede hacer —comenta un tanto irónico—, por eso sólo les hace bien». El domingo le llevo la comunión y, cuando van los estudiantes de Gs, cantamos juntos. En estos últimos días hemos comenzado a hacer Escuela de comunidad («a domicilio», como la llama él). Ver cómo escucha, cómo reza, es conmovedor, y es milagroso pensar en la amistad que ha nacido entre nosotros: personas que, hace pocos meses, habría sido imposible incluso que nos llegáramos a encontrar, ¡mucho menos que pudiéramos querernos! Me dice que lo que más desea es un signo a través del cual Cristo se nos haga totalmente evidente y, mientras le digo que lo pida, que lo mendigue con todo el corazón, me doy cuenta de que su mismo deseo, la bondad paciente con que lo escucha y el testimonio evidente que es para todos, es ya este signo.
Giuliana
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