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Huellas N.06, Junio 1995

EDITORIAL

Cristianos, ¿de qué parte?

En un reciente discurso, Juan Pablo II ha confiado una tarea a los cristianos: «Parece elevarse una petición hasta la Iglesia: que ella, sobre todo, sepa decir Cristo, la única palabra que salva... De este modo podrán los hijos de la Iglesia contribuir a reavivar la conciencia moral de su nación, constituyéndose en artífices de unidad y en testigos de esperanza para la sociedad» (L’Osservatore Romano, 24 de Noviembre de 1995).
Esto es lo que nosotros queremos y la respuesta que damos a todos los que en este momento crucial para España nos preguntan de qué parte estamos. Estamos del lado de la misión que el Padre encomendó a Cristo, porque ésta es obvia, sencilla y concretamente nuestra «parte». Los cristianos dan su vida y asumen su compromiso por Cristo visible en Su Cuerpo vivo, la Iglesia, y no por otro objetivo. Nuestro movimiento siempre ha obedecido a la Iglesia, con evidentes sacrificios.

Como ha señalado la prensa italiana este verano, Comunión y Liberación ha enviado una carta a los secretarios de todos los partidos políticos de ese país — desde la izquierda hasta la derecha—, invitándoles a participar en lo que es su fundamental momento formativo: la Escuela de Comunidad. Con esta iniciativa CL ha querido ejemplificar decididamente el objetivo social que le interesa: colaborar en el desarrollo del sentido religioso en la educación de los jóvenes y, ¿por qué no?, también de los adultos. Ahora que se acercan unas elecciones generales en España, queremos recordar este objetivo. No es que CL quiera estar con irenismo por encima de las partes; muy al contrario, en cuanto que pertenece a la Iglesia, está precisamente de una parte tan bien identificada en sus objetivos y sus métodos que el poder —al cual irrita su fisonomía irreductible— pretende continuamente domesticarla, reducirla, eclipsarla o incluso eliminarla.
Esto nos parece ser lo que quiere la Iglesia con mucha claridad. De hecho el Papa ha afirmado en el mismo discurso que «la Iglesia no debe y no ambiciona implicarse en la elección de una alternativa política o de partido, como tampoco expresa preferencias por una u otra solución institucional o constitucional, siempre que sea respetuosa con la auténtica democracia». Este criterio ha sido tan repetido en nuestro país desde la transición como mal entendido, pues no significa que la fe deba relegarse a la intimidad de las conciencias, sino que exige que la cultura y el compromiso humano, en todas sus expresiones y en cualquier militancia, se confronten con seriedad con la propuesta de Cristo, tal y como se presenta en su Cuerpo Místico que es la Iglesia.
Por consiguiente, estamos dispuestos —sin presunción— a establecer en nuestro país un diálogo con quien¬quiera que lo desee: porque de una experiencia educativa como la nuestra puede surgir— y, de hecho, surge— la conciencia formada de adultos que libremente ejercen su derecho y su deber de comprometerse a fondo en el campo político, expresando aquellas tomas de postura y soluciones que les parecen corresponder mejor al bien del pueblo. Pero ello no excluye, sino al contrario, exige un discernimiento concreto de la situación histórica por la que atraviesa el país en que se vive. Y las circunstancias históricas de nuestro país (que analizamos y juzgamos en el folleto que nuestros suscriptores encontrarán entre las páginas del próximo número de Litterae Communionis) nos llevan a apoyar hoy —mañana puede ser de otro modo, pues la toma de postura puede orientarse hacia la derecha o la izquierda, siempre que se acepte una confrontación leal con lo que es irrenunciable para nosotros— un relevo en el Gobierno, que dé paso a una nueva etapa política en España. Pero, eso sí, quede claro que lo hacemos con el realismo y la postura crítica de quien sabe que sólo está de parte de un Acontecimiento que comenzó hace 2000 años en Palestina.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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