Querido Ziba, soy Caterina, la chica que conociste al acabar el encuentro al que acudí —por insistencia de una amiga— en el que hablaste de tu amigo Andrea. Perdona que no te haya escrito hasta ahora, pero las cosas han empeorado un poco y no te he podido escribir. Espero que te acuerdes de mí. Las cosas que contaste, la relación entre Andrea y tú me han impactado sobre todo porque, al menos, me parecían sinceras, pero aquel encuentro me había dejado un tanto indiferente. Desde que supe que tenía el sida, la sinceridad era un sentimiento que eliminé de mi vida, más bien porque mi vida ya no existe: es como si hubiera sido eliminada desde aquel maldito día en que una transfusión de sangre comenzó a echarme encima la palabra fin. Durante el encuentro decías que la carta de Andrea era el fruto de una actitud razonable, porque reconocía y decía sí a un hecho, a una presencia excepcional que en último término era el sentido de la circunstancia que estaba viviendo. He escrito esta frase, si bien no la he entendido mucho, y he leído, como me sugeriste, el libro ¿Se puede vivir así? Debo decirte que mi actitud comienza ahora a cambiar. La rabia, el deseo de mandarlo todo al garete, el hecho de no soportar y de no comprender por qué me tiene que suceder todo esto precisamente a mí se han transformado, en la medida en que, como dice don Giussani, la consistencia del mundo no está en lo que se ve. La alegría (leticia) es algo que está porque se apoya en algo que permanece, aunque aquello que aparezca ahora pase. Y lo que está pasando es precisamente mi vida, pero si pasa de esta manera es como si no pasase, o mejor, pasa pero va hacia un sentido. Ahora ya no estoy resignada y, sobre todo, sé por qué no lo estoy: porque está Cristo, que llena el tiempo; y una persona, una como yo que ya no tiene nada que repartir con la vida, si tiene el tiempo lleno de Cristo, no puede vivir un tiempo de resignación, sino sólo un tiempo de confianza, de gozo y de esperanza. Del mismo modo que Andrea, yo me siento útil y comienzo a no culpar a todo y a todos por mi condición, sino a desear que Cristo llene de sentido el tiempo de otras personas como lo ha hecho con el mío. Es verdaderamente cierto, como me decías, que Cristo está sólo sí cambia, porque de otra manera no sería Cristo, y es impresionante y a veces divertido (fíjate, también he aprendido a sonreír) ver la cara de mis padres, de los médicos y sobre todo de mi novio que no entienden la razón de mi comportamiento, cuando piensan que me he vuelto loca.
Al principio, creo yo, lo pensaba hasta el capellán del hospital, porque un día le pedí que me trajera la comunión, cuando nunca le había podido ni ver, y me preguntó tres veces si estaba segura de verdad. También estoy reprendiendo a rezar y no por miedo, sino, como dice don Giussani, para pedir a Cristo: «Ven, Señor»; y debe ser grande si acepta abrazar a una en mis condiciones. Desde hace algún tiempo sólo sabía repetir que mi vida estaba acabando, del
modo más feo y más injusto; ahora me sorprendo diciéndome a mí y a los demás que mi vida se está cumpliendo y que, aunque sea de un modo feo e injusto, esto es lo más importante. Pido al Señor que me mantenga en esta compañía, incluso en este hospital donde estoy sola y puedo hablar poco porque no conozco el idioma, que es la única maravillosa posibilidad de decir: «sí, se puede vivir así; si tú lo quieres, Señor, se puede todo». Te doy un fuerte abrazo y te agradezco porque eres mi amigo. Saluda a don Giussani de mi parte.
Caterina
A mediados de junio participé en el Retiro de los Memores Domini de Brasil, celebrado en Sao Paulo. Los tres días tuvieron como tema una frase de don Giussani: «Cristo es una realidad sorprendente y extraña, que es la gloria de nuestra carne».
A partir de esta frase Anna Lidia y Alessandro presentaron Dios y el hombre (cfr. Litterae Communionis, Cuaderno n° 5, 1995) y los contenidos de la intervención de don Giussani del domingo por la mañana de nuestro último retiro en Italia, profundizando sobre todo en las características del «hombre vivo»: «Busco un hombre vivo para estar con él y hacerme una sola cosa con él»; «El hombre vivo es deseable y hace deseable el lugar que habita»; «La “deseabilidad” es característica de los hombres enviados a los hombres caminantes».
Todo el tiempo del Retiro estuvo marcado por la extraordinaria, gratuita y conmovedora amistad con Anna Lidia y, a través de ella, con Alessandro y todos los Memores brasileños. Amistad determinada por el reconocimiento de ser hijos del mismo padre, hombre vivo y origen del carisma que nos genera como hombres vivos y libres frente al mundo. Así, todas las cosas dichas y vividas durante el Retiro ha sido, sobre todo, la memoria y el relato de nuestro encuentro y el intento de expresar las razones del afecto definitivo y del gozo que experimentábamos al reconocernos hijos de una presencia que establece una unión incomparablemente más potente que la de la carne y la sangre.
Esta indescriptible amistad vive en un lugar en el que el tiempo y el espacio no son ya un límite, sino la condición elegida por la misericordia de Cristo para establecernos en una tarea que es participación en Su amor al mundo. Los brasileños, en lugar de explicarme esto con palabras —que estaba dispuesto a entender—, lo hicieron cantando hasta que me fui. Continuaron cantando durante horas las increíbles canciones en las cuales vibra toda la nostalgia, el dolor, la esperanza y la “alegria' (sic) de su pueblo que espera a Cristo y al cual han sido enviados. ¡Y yo casi pierdo el avión de Milán!
La realidad que he encontrado en Brasil me ha testimoniado una unión al carisma y una forma de relaciones llena de inteligencia, gentileza y alegría (leticia) que me han ayudado a comprender la grandeza humana de mi vocación.
Roberto, Bolonia
Con gran placer he recibido, leído y después difundido entre mis colegas y amigos vuestra revísta, aquí, en Albania. Nuestra Iglesia, la más perseguida de la posguerra, durante su largo calvario ha tenido la mayor ayuda de Dios y ahora, tras la caída del muro de Berlín, tras el hundimiento de la cortina de hierro que separaba las dos Iglesias, aún necesitamos la gran ayuda del Señor. De hecho, son los misioneros italianos los que aportan una considerable contribución al renacimiento de las tradiciones católicas debilitadas por cincuenta años de ateísmo. Vuestro periódico será una ayuda y un ejemplo para la prensa católica en Albania, una prensa que aún no ha tomado cuerpo. Mil gracias y pedimos por vosotros que estáis colaborando con nosotros en la extensión del Reino de Dios y en la salvación de las almas, tan preciosas. Con reconocimiento.
Don Simón Juban, vicario de la diócesis de Mirdita
«Pensar, trabajar para dar la vida a hombres y cosas sin olvidarse de Dios y de los santos muertos». Esta frase la he encontrado escrita en un sobre de la paga, que el jefe de mi trabajo ha mandado escribir.
María
Al oír a Cristina contar en «casa» (pertenecemos a los Memores Domini) la invitación que hizo a dos personas para que asistieran a la Jornada de fin de curso y a todo lo demás, me quedé aterrorizada. Es decir, me supuso un trastorno que personas extrañas a un ámbito de Iglesia y a nuestra historia, al salir de un encuentro como ése, comenzaran preguntando: «¿Qué es la Escuela de comunidad?». Si hubiese estado en su lugar, me habrían impactado otras cosas. Me acordé de una observación de don Giussani en un encuentro: «La misión se realiza —cuando se realiza— a través de la Escuela de comunidad, es decir, llevar al conocimiento sistemático de Cristo, al conocimiento sistemático del templo, a gente que ni siquiera sabe que Dios existe, a los compañeros de trabajo. Esto no está presente en nosotros. ¡No es un impulso que se siente en el trabajo! Impulso sentido con humildad, pidiendo a Dios que nos haga capaces, más capaces, mejor que estar contentos de lo que se consigue hacer». Esta ha sido la narración de Cristina: «Si el objetivo entre nosotros es el testimonio, deseo contar la invitación que hice a Roberta (la madre de una alumna mía), quien invitó a su vez a otra madre, Vanda. Cuando tuve la idea de invitarla, me sentí al instante torpe, porque siempre me parece que no voy a encontrar las palabras adecuadas para dar razón de los gestos que nos proponemos, menos aún de la Jornada de fin de curso; en definitiva, me falta la capacidad de discurso. Sin embrago, tenía el deseo y pensé que, por tanto, merecía la pena arriesgarse. Entre los niños que saltaban a mi alrededor y mi apuro, le dije a Roberta que iba a ir al Forum de Assago a escuchar un testimonio. La invité diciéndole que deseaba que viera de dónde nace mi pasión por el trabajo. Y ella me preguntó: «¿Qué trabajo? ¿El del colegio o el de casa?». «Ambos», le respondí, «porque son uno solo». Ante mi sorpresa, me dijo inmediatamente que sí y que también invitaría a Vanda, una amiga suya. Después nos separamos. El sábado, cuando estábamos allí escuchando a Zola, Cesana..., pensé: Madre mía, ¿qué entenderán? Y en seguida afloró el malestar que nace de considerar el acontecimiento sólo en función de aquello que se puede comprender como discurso y no como hechos. Pero al instante pensé que si todo esto es un don de Otro, ¿de qué me tenía que preocupar? Es el Espíritu el que suscita el querer y el obrar, el entender. Es el Misterio el que se comunica y provoca la
libertad del otro, sea como sea, en el punto de la historia en que lo encuentre. Al terminar el encuentro, Roberta y Vanda nos preguntaron: “¿Qué es la Escuela de comunidad? Pero para entender será necesario estar ya ‘dentro’, tener la fe, y entonces cómo hacemos nosotras...”. Laura, que estaba conmigo, respondió: “Uno parte de un encuentro.,.”. Y así volvimos a casa juntas, parando a tomar un helado. No fue banal, aunque hayamos bromeado, porque de los discursos que hicimos en aquel momento ha surgido una provocación real a ser ellas mismas, a ponerse en juego. Así, pregunté a los del grupito con quienes retomamos la Escuela de comunidad si alguno quería venir conmigo a tratar de contar a Roberta y Vanda qué es la Escuela de comunidad. Algunos aceptaron y Franco dijo: “Entonces yo también puedo traer a una persona que invité el sábado”. Hay mil modos de actuar, pero entiendo que el punto es arriesgar en lugar de preocuparse por la perfección, por “si es adecuado”, “si es el modo más justo”. Poniéndose en juego, moviéndose, se puede estar obligado, se puede aprender un modo más grande y esto es lo que nosotros queremos: que a través de este modo otros se nos unan, reconociendo la compañía de Cristo en la propia vida».
Paola
La enfermedad de Betta, la hija de cinco años de Giacomo y Renata, que están con nosotros en el movimiento desde principios de los años setenta, fue diagnosticada hace dos años en Pascua. Dramáticos meses frente al misterio de que la vida no nos pertenece, el único gesto del que hemos sido capaces ha sido el de confiar a la Mater Dolorosa la enfermedad y el dolor de nuestros amigos. Hemos empezado así a recitar el Santo Rosario una vez a la semana invitando también a nuestros vecinos. En el encuentro semanal en nuestra casa los niños se han implicado con sencillez y entusiasmo, adheridiéndose a la oración por su coetánea: los ancianos enternecidos por el sufrimiento de un inocente, y también personas que desde hace mucho tiempo habían perdido la fe, pero que por amor y piedad hacia Betta han vuelto a comenzar a balbucir una súplica a María. Ha nacido así, alrededor de este gesto tan simple, una familiaridad entre todos nosotros desconocida, un inicio de aquella humanidad nueva que ahora volvemos a descubrir en nosotros y aquel «atrevimiento ingenuo», como ha escrito don Giussani, que ha comenzado a abrirnos al mundo. El primero de mayo hemos ido setenta personas de peregrinación hacia Trivolzio para encomendar nuestra Fraternidad a san Ricardo, impresionados por su «cercanía con nosotros en el tiempo, con nuestros problemas y con nuestra sensibilidad» como ha afirmado el Papa el día de su canonización. Ahora es nuestro patrón. Betta ha seguido un ciclo de terapias durante dos años. El 31 de mayo pasado se ha confirmado la curación de la enfermedad. Es verdad, es tiempo de milagros.
Franco y Paty
Se dice que Nueva York es la ciudad que no duerme jamás, de día y de noche no hay tregua, el pulular de la vida no se acaba nunca. Lo mismo se puede decir de la «New York Uníversity» en el corazón del extravagante «Village» porque, aunque las clases y los cursos se suspenden durante los meses de julio y agosto, la vida continúa y precisamente en este tiempo se ha iniciado la Escuela de Comunidad de la NYU. Rich, un amigo nuestro, seminarista, ha trabajado durante un tiempo en la capilla de la universidad y deseando él mismo hacer Escuela de Comunidad ha invitado a los que encontraba; así hemos conocido a Bemardette, también ella matriculada en la F. Wagner Gradúate School de la NYU; invitando también a otros estudiantes hemos iniciado, todos los miércoles, la Escuela de Comunidad a la cual se han añadido también los trabajadores de la zona. El miércoles pasado nos han llegado tres nuevas amigas (que han sabido de la presencia del movimiento por amigos de Como) y lo más sorprendente ha sido que quien ha explicado a los nuevos el trabajo que estamos haciendo ha sido Bernardette, que con una claridad extrema ha dicho: «Vale la pena estar aquí porque lo que se propone es una amistad para la vida que tiene como centro Cristo». De esta forma se ha desencadenado una conmovedora serie de testimonios de los más nuevos que han contado su experiencia partiendo de las palabras de la Escuela de Comunidad, ejemplificando así el fenómeno de la presión osmótica a través de la cual las verdades supremas del cristianismo se comunican (cfr. Perché la Chiesa, tomo 2, pag. 68).
En septiembre comenzará el año académico y los acontecimientos veraniegos nos han enseñado que vale la pena darse a conocer y así, audazmente atrevidos, nos pondremos a estudiar para convertimos en una presencia capaz de suscitar una pregunta en quien nos encuentre, para así permitir que la realidad que nos rodea nos abra al deseo de que Cristo sea conocido aquí y ahora.
Nuestros encuentros de la Escuela de Comunidad aparecen ya en el calendario oficial del Catholic Center de la NYU.
Valerio y Loma
Soy un profesor de matemáticas de una escuela superior de Milán y el año pasado he hecho una experiencia interesante con algunos alumnos. Como ya es costumbre, entre noviembre y diciembre, se ha desarrollado puntualmente la iniciativa de autogestión del instituto. Yo me he puesto a discutir con mis alumnos, especialmente con los de los últimos tres años. Poco a poco ha aparecido la conciencia de una homologación imperante, precisamente, en las formas aparentemente diversas de un régimen de «autogestión», sintiéndome provocado por dicha iniciativa he lanzado la idea de un grupo de estudio para la autogestión permanente: la de nuestro cerebro. La idea ha gustado y así hemos comenzado a encontrarnos en la escuela, los miércoles, al final de las clases. Objetivo: caer en la cuenta de nosotros mismos e empezar a juzgar todo lo que nos rodea. Método: confrontar cada cosa con nuestras experiencias y evidencias elementales. Un trabajo duro que empieza en el momento de comprender las palabras usadas. Cuando alguno se dejaba llevar y se ponía a hablar según la moda de los debates televisivos, otro rápidamente lo reclamaba a la regla fundamental que habíamos declarado al principio: «En la discusión no decir: «Mi opinión es......» Sino: «Mi experiencia es...»». Así, cada quince días, hasta el final del curso. Hemos discutido de evidencias, de amistad, de amor, de razón, de conciencia y libertad. Después de cada encuentro se transcribían los apuntes y después se distribuían a todos los participantes. Algunos se los han leído a los padres que, durante la hora de tutoría, han venido a hacerme preguntas sobre todo lo que habíamos leído, respecto al amor y a la razón, en esos extraños folios que andaban por sus casas. Y al final del año alguien ha querido recogerlos en una pequeña publicación titulada: Un año de autogestión del cerebro.
Renato
Quisiera contaros dos hechos que me han sucedido recientemente, El primero es que estaba proponiendo a la maestra de mi hijo trabajar juntas sobre El sentido religioso y el hombre moderno que le habíamos regalado el año pasado, cuando me interrumpió y me dijo: «Sí, sí, para un trabajo de este tipo estoy disponible en cualquier momento». Después se paró un momento y añadió: «No sé cómo decirle lo mucho que le agradezco el habérmelo preguntado. No sabe cuánto tiempo he esperado esta propuesta. Me licencié en la Universidad Católica y en 1969 seguí el curso de don Giussani, pero entonces no comprendía, no supe aprovechar la ocasión. Cuando he cogido el libro y he empezado a leerlo le he dicho a mi marido: «Por qué no puedo empezar la universidad ahora, para aprovechar la ocasión que entonces desperdicié?» Pensaba que aquel encuentro no pudiese ya volver a acontecer en mi vida». Y he aquí que ha sucedido lo imprevisto: la Gracia sobreabunda y ha hecho evidente la desproporción entre la conciencia de aquello que llevo y aquello que me ha sido confiado, pero también que no debo «temer mi debilidad» y que sólo la obediencia permite a la Gracia obrar. El segundo hecho ha sido la confirmación de mi sobrino impartida por el Obispo de Anatolia. Toda la homilía ha estado centrada sobre el don del espíritu Santo que lleva a la misión, es decir, a ser testigos de Cristo en cualquier lugar y circunstancia. Para explicar a los chicos lo que quería decir ser testigos de Cristo el Obispo ha contado la experiencia de los cristianos de Anatolia. Sólo amando a Cristo, viviendo de Él y cumpliendo obras de caridad en su nombre lograrán rasgar el recelo de los musulmanes, hasta el punto de hacerles preguntarse: «Pero, ¿por que sois así?». Al acabar la misa he ido donde estaba el Obispo para agradecerle su testimonio, y, como él me miraba con curiosidad, he añadido: «Soy de Comunión y Liberación»; entonces él ha relajado el gesto de la cara y ha murmurado: «Ah, ¡ya!» Ha querido que le escribiese mi dirección para poder enviarme noticias de la vida de su comunidad.
Graziella
Estando en casa de baja, por el nacimiento de mi hija Benedetta, he empezado a encontrarme con otras madres de mi Fraternidad para ayudarnos a hacer Escuela de Comunidad. Este deseo nació inicialmente a raíz de una dificultad en las relaciones, complicada por la llegada de un neonato que te absorbe totalmente la jornada. En lugar de preguntamos qué hacer para mejorar las relaciones entre nosotras, hemos obedecido la sugerencia de una amiga nuestra de empezar a vernos para hacer Escuela de Comunidad. Ahora, el miércoles por la tarde es el día más bello y esperado de la semana. La respuesta al deseo inicial ha sido mucho más grande y adecuada de cuanto pudiésemos esperar e imaginar. Ahora me queda claro que Cristo me alcanza del modo más sencillo, es decir, en mis circunstancias, en mi vida en casa con mi familia, al fregar el suelo, al ir al mercado. Nosotras ahora somos más amigas y esto se ve, tanto es así que otras madres se han unido a nosotras e incluso hemos tenido que dividirnos en dos grupos. Nos ha llegado también una madre nueva que nos ha dicho: «No comprendo mucho pero con vosotras me siento como en casa».
Elena
Al principio, la idea de encontrarnos durante algunos días de vacaciones tropezó con mil dificultades organizativas. Al final, nos encontramos más de cincuenta en un refugio perdido de los montes Tatra. La nuestra era una compañía muy variada: un par de familiar con niños, estudiantes, universitarios, trabajadores y dos amigos italianos. Al mirar a estos nuevos amigos míos, pedía a menudo la atención y la apertura del corazón frente al gran Acontecimiento en el que, a través de ellos, me ha sido dado participar. Del trabajo posterior sobre Escuela y método y sobre la carta de Andrea he intuido que esta compañía no es algo que vale para una parte de la vida (mientras se desarrollan algunas actividades o durante el período universitario), sino que es el lugar del significado para toda mi vida, para cada día que me espera. Así, entiendo también la Escuela de comunidad como momento principal de la educación en la fe. Entonces, al final, ¿cómo hacer para no olvidar? ¿Llevar a casa muchas fotos para añorar la experiencia hecha? No, mejor estar cada vez más y más seriamente frente a las palabras del movimiento y a mis amigos que me ayudan a hacer memoria de Aquél que está entre nosotros.
Zuzana
A través de la revista quiero agradecer a los muchísimos amigos que han compartido conmigo el momento tristísimo de la muerte de mi sobrino Marcello. Ha muerto el 25 de julio a los 34 años, después de una lucha de casi dos años con un mal «demasiado fuerte». Le he acompañado, todo lo que he podido, en este tan imprevisible «camino» de retorno al Padre, para que todo fuese vivido con dolor, pero en la dignidad de un abandono viril a la voluntad del Señor. Al compartir su vida y su enfermedad, Cristo me ha hecho vivir y comprender definitivamente la caridad. Pero en todo este periodo -mis familiares y yo- nos hemos sentido cotidianamente sostenidos por nuestra «gran compañía», por su constante oración y afecto, que se ha expresado en mil rostros conmovidos. Este es nuestro sentimiento profundo: una gratitud, un dolor terrible, pero, en ultima instancia, en la alegría y en la paz. Que Marcello, desde el cielo, proteja a todo este, nuestro gran pueblo.
Don Luigi Negrí
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón