No tengo más que poner los ojos en el santo Evangelio, y en seguida respiro los perfumes de la vida de Jesús, sé por qué lado he de correr... No me lanzo al primer puesto, sino al último. En vez de adelantarme con el fariseo, repito, llena de confianza, la humilde oración del publicano. Pero, sobre todo, imito la conducta de Magdalena. Su asombrosa, o mejor, su amorosa audacia, que encanta al corazón de Jesús, seduce al mío.
Sí, estoy segura de que aunque tuviera sobre la conciencia todos los pecados que pueden cometerse, iría, con el corazón roto por el arrepentimiento, a arrojarme en los brazos de Jesús, porque sé muy bien cuánto ama al hijo pródigo que vuelve a él.
(Santa Teresa del Niño Jesús, Manuscrito autobiográfico C)
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