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Huellas N.03, Marzo 1995

BREVES

Cartas

A finales de abril llegó a la redacción la carta de una enfermera del Policlínico de Milán. Muchos lectores ya la conocen: don Giussani la leyó al principio de los Ejercicios de la Fraternidad de Comunión y Liberación, inmediatamente después del mensaje autógrafo del Santo Padre (que publicamos en la pág. x). Proponemos a todos este testimonio sorprendente que consueta y alivia. Estamos agradecidos de corazón a Ana y a la amiga que le ha hecho encontrar «el rostro bueno del Misterio» que hace todas las cosas: «si Cristo ha tenido alguna vez ojos para mí, son los de esta chica»
Me presento: soy una enfermera del Policlínico de Milán. Desde hace algunos meses ha entrado en mi unidad una chica que viene a curarse de un tumor. Una de tantas de las que he visto pasar en estos años. Personas atormentadas por el dolor, sin ninguna esperanza, desilusionadas, empecinadas sin tregua contra la enfermedad, abandonadas a la furia del dolor que desciende en medio de una soledad inmensa, donde se experimenta el abismo de la miseria humana y el vacío de la impotencia ante el mal, que a menudo ni los médicos, ni nosotros enfermeros, podemos someter. Pero ella es distinta, distinta porque no viene aquí con la mirada resignada; está siempre serena, disponible, espera siempre con paciencia, soporta todo dolor: los análisis de sangre, las punciones de médula, las biopsias. Es como si no soportase la dificultad sino que quisiera vivirla como protagonista. Su posición realista está en el valor que tiene para medirse con la pregunta que nace del sufrimiento que tiene dentro y alrededor. Una vez, mientras le inyectaba la quimioterapia miré su hermoso rostro; sus azules ojos estaban llenos de lágrimas y sus labios murmuraban algo: una oración. Todos los meses me trae vuestra revista y por Pascua me regaló un manifiesto y me invitó a los Ejercicios. Todo esto me llena de estupor y me fascina. Últimamente espero impaciente a que llegue el lunes para poder verla, para poder hablarle, pero sobre todo para poder observarla mientras convierte en sagrado lo que para los demás es, moralmente, una condena. La suya es una manera más verdadera, más digna, de estar. Cuando le pregunto que cómo hace para estar tan serena a pesar de esas curas tan terribles y a menudo no suficientes para frenar el mal, me responde que ella es de Cristo y que por tanto el sufrimiento tiene un sentido si se le ofrece a él. Yo no comprendo, sólo puedo 'intuir y envidiar esta fuerza interior, que además no es sólo fuerza interior, sino que es fuerza de vida. No soy cristiana practicante, pero desde que la he conocido es como si me resultase palpable que debe haber algo: es evidente en su persona, en su modo de estar. Si Cristo ha tenido alguna vez ojos para mí. son los de esta chica, que ama más de lo que yo pueda amar, que suscita en mí un sentido de bien y de alegría con sólo verla.
Es la primera vez que nace en mí una amistad con una paciente. Siempre nos han enseñado a permanecer a distancia para no tener que sufrir, pero con ella no es sufrimiento lo que viene, sino alegría. Veo en ella, y comprendo, que incluso una enfermedad como un tumor es, sí, un misterio, pero dentro de un proyecto bueno, como ella dice. Su obediencia, su dejarse abrazar hasta el fondo, no son signo de una resignación, sino de quien ha comprendido -como ella misma me ha dicho una vez- que «nada ocurre por casualidad, sino para la gloria de Dios». Nada es pobre, ninguna condición está condenada a la aridez, ningún tiempo está privado de esperanza. Es distinto incluso el modo con el que nos trata a nosotros los enfermeros, a los médicos y a los otros pacientes. Tiene siempre una sonrisa. Llega prontísimo por la mañana, para así después poder ir corriendo a estudiar.
Frecuenta la universidad, donde sus amigos, dice, le provocan a no detener la mirada en su difícil condición, sino a reabrir los ojos mirando al encuentro con Cristo. «Para traspasar las situaciones críticas -me escribió una vez- cuando todo parece sin esperanza, hay que alzar la cabeza, hay que volver a captar en la historia los signos concretos de una promesa eterna, la promesa eterna que nace en un momento concreto del tiempo personal pero que lleva consigo la eternidad». Su sentido del deber respecto al estudio no decae, lo cual me ha hecho reflexionar mucho. El cristianismo no te alivia de las cuestiones que incumben a la vida, sino que te da el motivo justo para afrontarlas. La gente aquí, normalmente, ya no lleva una vida normal, aunque pudiera hacerlo; se siente “enferma”, no busca estímulos. Ella no, la enfermedad no le ha anulado, continúa haciendo lo que debe, como puede; la enfermedad no es para ella un límite, es un motivo más para gustar la realidad. No quiere olvidar el dolor, lo vive. El milagro hace excepcional la cotidianidad.
La presencia de esta chica me cambia, me hace esperar más de mi vida. Me hace desear una alegría inimaginable antes, pero ahora experimentable.
Anna

Querido don Giussani, he pensado mucho antes de escribirle. Paolo me aconsejó hacerlo muchas veces. Pero no me decidía nunca. Hace ya casi año y medio que participo en la Escuela de comunidad y he comprendido muchas cosas en este tiempo. Si supiese cuántas y cuáles han sido mis discusiones y disputas con Paolo sobre la utilidad de la Escuela de comunidad. Consideraba sin sentido encontrarse para leer un libro que no tocaba mi corazón y que estaba escrito de una manera tan complicada. En este año y medio no he entendido casi ni una palabra, nada me tocaba. Era aburrido. Hace poco tuve una conversación intensa (de nuevo sobre la Escuela de comunidad) con mis amigos. Fui a casa y, un poco por curiosidad, un poco por espíritu de iniciativa, me senté y comencé a leer casi todo el libro. Tras las áridas y muertas palabras, de improviso, escuché un discurso vivo. Comencé a imaginarme a usted con sus estudiantes, las clases. Me imaginé que yo era una estudiante que estaba allí escuchando una clase suya. Pensé en el sentido de esas palabras.
He empezado a comparar mi vida con esas palabras. Ahora El sentido religioso no me deja nunca. Le estoy agradecido de todo corazón. Usted es un maestro. He vivido siempre como en una fábula, en un gran sueño. Ahora empiezo a vivir la realidad y es más fácil. Es más fácil construir una relación con la gente o notar la belleza del mundo. Ahora soy verdaderamente yo misma y mi vida, mi corazón, ya no son un espacio angosto, sino ampliado al mundo entero, a todo el universo. Empiezo a entender lo que significa que Dios está conmigo; qué es la libertad, el amor. Le doy las gracias. Que Dios le dé todo bien. Con respeto y reconocimiento
Natascia

Neda es una enfermera, madre de seis hijos y forma parte del centro de las familias que ayudan en Zagabria a las mujeres embarazadas y a las madres jóvenes. Ha escrito esta carta a María, médico croata residente en Suiza que va cada veinte días a la Escuela de comunidad
Querida María, te agradezco mucho que hayas venido a verme al hospital, vuestras atenciones hacia mí durante mi enfermedad me han abierto los ojos y me han hecho comprender que a través tuyo, Stefano y de toda la Escuela de comunidad, es Cristo quien me visita. Sólo a través de mi enfermedad he comprendido por fin que no estoy sola y que hay mucha gente a la que no he visto nunca que se preocupa y que reza por mí. Por la mañana, cuando me despierto, encomiendo al Señor a mis hijos, a todos los enfermos, a todas las madres embarazadas y a todas las comunidades. Al principio solo conocía a Paolo, que venía a traer ayudas a mi pueblo, por lo que le estaba muy agradecida. Me decía a mí misma que también él podía haberse quedado tan tranquilo en su casa descansando y tomando el sol. Una tarde, después, vinisteis quince de vosotros a cenar a casa, alegres, ruidosos, y rápidamente os intregrasteis en mi familia. Cuando Mario nos invitó a Escuela de comunidad mi marido Mate y yo aceptamos inmediatamente. He de confesarte que, junto con algunos otros que vinieron con nosotros y que después de dos o tres veces han renunciado porque encontraban estas reuniones demasiado aburridas, también yo me moría de aburrimiento. Tu modo de traducir me cansaba y yo no tenía ni idea de quién era ese tal don Giussani. Te escuchaba con las orejas, pero el corazón estaba cerrado. Mientras tú hablabas mi cabeza daba vueltas a toda velocidad pensando en la comida, los deberes de los niños, la ropa que lavar, la plancha... Y esperando impaciente a que terminases, tú me decías que hace falta encontrar a Cristo porque así lo ha dicho un tal don Giussani y yo pensaba: «pero que estúpido que es, ¡si yo le encuentro todos los días!». Pensaba en mi último embarazo, cuando todos intentaban convencerme de que abortase (tenía cuarenta y cinco años) y yo resistí, aunque con fatiga, pensando: «incluso sí sale tonto es Dios quien me lo manda, es Dios quien esta con él». Ahora es un chaval de cinco años muy sano. Habiendo trabajado durante el comunismo en el instituto para el cáncer, cuando el cura no podía acercarse ni a los enfermos ni a los moribundos, en situaciones diversísimas, a veces incluso ridículas, hacía venir con frecuencia al hospital a los sacerdotes, llevaba los sacramentos arriesgando mi trabajo, mí existencia y la de mi familia. Después de esto, vienes tú y me hablas de don Giussani, del encuentro con Cristo y de que yo sin él no puedo vivir. Así iba de reunión en reunión, cambiaban los lugares, la gente venía o no venía, pero mi marido o yo estábamos siempre presentes. Aquellas primeras fotocopias que nos diste las perdí hace ya mucho tiempo porque no era consciente de su valor. El pasado otoño, en un encuentro -me acuerdo que llovía- en un determinado momento mi corazón empezó a escucharte y la alegría aumentaba en mí. Me he dado cuenta de que Dios ha encontrado una vez más la manera de abrazarme con su bondad. El nos conoce y nos comprende, enseguida he visto, he comprendido que de nuevo el Señor me ha sacado de entre la multitud y me ha abrazado con su amor. ¿Te acuerdas cuando decías Él entra sin fatiga, ante Él no hay barreras? Pero yo había puesto un barrera con mi imagen de Paolo, de ti, de Stefano y de toda la Escuela de comunidad. Esta imagen estaba ante mí, yo no veía ni comprendía nada más. Sentía en ese momento una gratitud hacia el Señor que una vez más me ha sacado de entre la multitud y me ha dado agua viva para beber. Te lo pido, háblame más de don Giussani, tráeme su foto, quisiera darle las gracias por habernos juntado. Quisiera darle las gracias porque a través de ti me he hecho consciente del valor del pan de la vida. Querida María, sé que tienes muchos quehaceres, pero te pido que nos ayudes a recomenzar desde el principio la Escuela de comunidad el próximo otoño para volver a oír todo desde el principio. Mate y yo buscaremos gente herida, que piense que tal vez no hay sitio para ellos en la Iglesia porque no vive una vida sacramental en orden, tantas parejas que viven su fe sólo en Navidad y en Pascua, gente que se ha perdido en el comunismo, y le mostraremos la vida hasta el agua viva. Muchos prófugos se pierden, vagabundeando por nuestra ciudad y esperando el retorno. Con ayuda del Señor y de la comunidad encenderemos las lámparas para que las lleven a su casa y todos puedan recibir el calor de esta llama. Te ruego que saludes a la comunidad en la que has crecido, saluda a todas las comunidades que conoces y diles que les quiero. Saluda de mi parte a Paolo y a Stefano, a su queridísima mujer y a sus hijos. Saluda a tu madre y dile que le estoy agradecida por haberme dado una amiga como tú. Con afecto.
Neda


Estoy en primero de B.U.P. en Chiavari. Hace tiempo estuve hospedada en casa de una chica de Udine, Teresa, por un intercambio cultural que mi colegio había organizado con un liceo de Cívidale, Los dos primeros días fueron un poco traumáticos, tanto por el ambiente, tan distinto de donde yo vivo, como por la acogida recibida... ¡ansiaba volver a casa! Después ocurró un hecho que yo jamás me hubiera esperado. Antes de salir mi madrina de confirmación me había dado el número de teléfono de una amiga suya de Udine, del movimiento. Una tarde me decidí a llamarla. Después de llamar le expliqué a Teresa de quién se trataba, hablándole de Meli - así se llamaba- y que formaba parte de CL. De esto nació todo. Al poco tiempo Teresa me preguntó qué era CL. En un primer momento me quedé desconcertada. En Chiavari todos conocen el movimiento porque es una realidad presente, e incluso criticada por muchos. Vamos, que tiene fama. Entonces empecé a explicarle que se trataba de una comunidad cristiana de la que forman parte algunas personas que están juntas en nombre de Cristo y que viven todas las circunstancias con la conciencia del hecho de que todo ocurre porque dentro hay un designio bueno de Dios hacia nosotros. Me di cuenta de que estos discursos eran un poco difíciles para ella, que no es católica, y le puse unos ejemplos. En un momento dado, me interrumpió para preguntarme si esto sucedía también en las cosas pequeñas. Después me dijo que mientras hablaba se me iluminaban los ojos y que por esto comprendió que aquello de lo que le estaba hablando formaba parte de mí.
Maria Paola

Tras muchos años participando en los ejercicios espirituales, este año estaba contenta de volver a casa, de volver a lo cotidiano -últimamente vivido con cansancio- porque ese es el lugar donde vivir la circunstancia de la vida diciendo; «sí Señor, sabes que te amo». Eso que con amor de padre don Giussani nos ha dicho es como si hubiese sido dicho por el mismo Jesús. Mirando en la pantalla a ese rostro humilde, surcado por los años, no he podido dejar de pensar en aquel cura delgadito que había visto pocos días antes en las fotos que venían con el Tracce. ¡Cuánto tiempo ha pasado! Tiempo que ha cambiado su fisonomía, pero no la determinación y la fe con la que nos ha anunciado siempre a Cristo, el Acontecimiento principal para la vida de todo hombre. Y así, volviendo a pensar en mi historia, me veía de jovencita, llena de entusiasmo viviendo la experiencia de Gs, que me hizo encontrar a Cristo. Ahora esposa, y madre de cuatro hijos, reconozco que Dios me ha dado la gracia de permanecer en la experiencia del inicio que continuamente vuelve a ocurrir; el encuentro con Cristo. Mi hijo Giovanni, de cinco años, antes de salir hacia Rímini, me dijo: «Mamá, ¿vas a los ensayos?», relacionando el hecho con los ensayos del pequeño coro que dirijo en mi parroquia. Yo le repetía: «No, Giovanni, voy a los Ejercicios». Repensándolo, tenía razón mi hijo: los Ejercicios han sido un “ensayo” para mi vida. Cristo me ha sido anunciado de nuevo, se me ha vuelto a manifestar una vez más, se me ha dicho como puedo hacer para encontrarle de nuevo todos los días, en el rostro de mis hijos, de mi marido, de mis amigos.
Amanda


El pasado mes de septiembre me inscribí en la facultad de Arquitectura de Turín. Me disponía a afrontar una nueva experiencia, totalmente distinta de la del liceo. Sólo tenía una certeza: era profundamente ateo. La infancia con las “monjas” y la adolescencia con los "curas" no me habían ayudado mucho y cada año que pasaba me alejaba cada vez más de la fe, hasta el punto de rechazarla completamente. Entre las primeras personas conocidas en la universidad había un par de tipos con algún año más que yo. En seguida me sorprendió una cosa: su disponibilidad hacia nosotros los de primero, un poco perdidos en ese ambiente; una ayuda ofrecida sin pedir nada a cambio. Creía que eran personas especialmente educadas, pero algunos días después -cuando conocí algunos de sus amigos- me di cuenta de que también ellos eran así. Algo en su modo de ser me “sobrecogía”, había algo extraño. Hoy, a meses de distancia, empiezo a entender lo que me sobrecogía, descubro todos los días que detrás de ese algo extraño había algo de fantástico. Un modo nuevo, para mí, de hablar, de moverse, de estudiar, de afrontar alegrías y dolores... En definitiva, un modo nuevo de vivir. He empezado a participar en la Escuela de comunidad, a leer los libros de don Giussani, cada vez más atraído por lo que vivían estos nuevos amigos, por lo que han encontrado, por el “movimiento”. Como por un sendero de montaña caminaban con la alegría en el rostro y yo estaba allí, junto al sendero, pero también junto al precipicio. Todos me han tendido la mano, no me han dejado caer, y ahora camino con ellos. ¡Doy gracias de corazón por estos amigos!
Alessandro


Soy taxista desde hace dos años y he de decir que las motivaciones o, mejor, el ímpetu que me mueve en este trabajo es distinto de lo que me imaginaba cuando empecé a pensar en esta ocupación. He pasado de un deseo de libertad sin vínculos a un deseo de nexo con el Misterio, petición clarificada con la gracia de la conversión. En esta dinámica el encuentro con el prójimo asume un aspecto providencial. El primer hecho extraordinario es que somos cuatro los taxistas que estamos en el movimiento. El primero es Giuseppe, que me fue “indicado” por una amiga de Dergano. Hemos empezado juntos un trabajo de presencia en nuestro gremio implicando a la Compañía de las obras. ¿Cómo? Invitando a los colegas a nuestros encuentros y proponiendo algunas ayudas al trabajo, como un convenio de seguros. Hemos dado razón de nuestro compromiso y hemos propuesto la posibilidad de compartir con nosotros una amistad. Ahora tenemos un momento fijo con los colegas y amigos además de la ayuda de Beppe de la Compañía de las obras para afrontar nuestros problemas concretos (económicos, políticos, administrativos, de seguridad). Volvamos a nosotros cuatro (¡hasta ahora eramos dos en la aventura!). Luigi, taxita novato, se pasea entre los coches esperando tumo en la parada de taxis, y ve el libro de Escuela de comunidad en el coche de Giuseppe... ¡y tres! Después, en la jornada de fin de año, vemos un coche amarillo en el aparcamiento del Forum de Assago: esperamos y aparece Luciano, taxista desde hace algunos meses... Y la familia crece. Esta ha sido para nosotros una oportunidad extraordinaria: tener amigos que te ayudan en el ambiente de trabajo es verdaderamente una gracia.
Ciro

Queridos amigos: soy hotelero y me gusta viajar. El 12 de febrero pasado me encontraba en una ciudad del interior de Birmania. Sabía que allí había una iglesia y que la misa era a las 8. A aquella hora me encontraba yo delante de la iglesia, pero de misa no se veía ni rastro. Paré a una mujer que andaba por allí y me dijo que la misa se había anticipado a las 6. Me sugirió, sin embargo, ir a un pueblecito que estaba a 30 kilómetros de distancia donde había una capilla dedicada a María, y siendo la fiesta de la Virgen de Lourdes, era muy probable que hubiese alguna misa. Decido ir. Paro un coche, me pongo de acuerdo en el precio (¡no se puede hablar de taxi!) y salgo para allá.
Llegado al pueblecito descubro que había una fiesta grande, con puestos parecidos a los de nuestras verbenas populares, con mucha gente. Doy vueltas entre el barullo y me encuentro con un cura joven. Me presento y nos ponemos a conversar. Como él habla mejor el italiano que yo el inglés, la conversación continua en mi propia lengua. Hablamos largamente sobre la realidad birmana, sobre la vida de la gente, sobre la Iglesia, etc. Después de un rato me mira y me dice: «¿Sabes que eres el primer turista en Birmania que viene a misa? ¡y has venido a buscarla hasta aquí!». Respondo que no es tan extraño que un italiano vaya a misa los domingos y -añado- «hoy, además, es la fiesta de la Virgen de Lourdes y para mí que soy de Comunión y Liberación es un aniversario particular».
El me mira sorprendido y exclama: «¡Ahora entiendo!...¡Comunión y Liberación! Don Luigi Giussani: Huellas de experiencia cristiana, El sentido religioso, En busca del rostro humano, Los orígenes de la pretensión cristiana...» y así me va citando de memoria todos los títulos de las obras de don Giussaní. Ahora soy yo el sorprendido: «Pero, ¿cómo puedes conocer todo esto?». Me coge por el brazo y comienza: «Soy el rector del seminario y voy a menudo a casa del obispo y allí en su antecámara hay una biblioteca con los libros que nos mandan desde Italia, entre los cuales están los de don Giussani; yo los cojo y me los llevo. Los uso y trato de sacar de allí algunas categorías. Por ejemplo: que la fe es un acontecimiento, es un encuentro, es el encuentro de Andrés y Juan, de Pedro, así como el mío, el tuyo...Es un encuentro». No sé qué cara tendría yo cuando le miré y le dije: «¡Perfecto!» (como si hubiese tenido necesidad de mi aprobación). ¡Es una sensación extraña escuchar estas palabras, en esta tierra tan lejana, entre gente jamás vista! Entonces desde aquel momento la conversación transcurrió fluida como entre dos amigos que se reencuentran después de mucho tiempo.
Silvio


Anna queridísima: ha llegado el momento de darte las gracias y queremos confiarte ahora las cosas más verdaderas, aquí, con todos estos amigos, porque ahora ya eres de todos, como un poco siempre lo has sido. A través de tus necesidades hemos aprendido a pedir ayuda, a veces temerosos de molestar, y a veces más libres, y pacientemente hemos aprendido, mirándote, a no pretender una respuesta generosa conforme a nuestra propia medida. Gracias Anna, porque en todos los momentos en los que estábamos destrozados por el cansancio y por la rebelión humana, has pedido a Cristo que una persona nos elevase la mirada y siempre has sido escuchada. Gracias, porque nos has ayudado a no avergonzarnos y escandalizarnos por nuestras objeciones ante el sacrificio que se nos pedía y a no tener miedo ante los problemas que no sabíamos resolver. Gracias por la compañía tierna y discreta de don Giussani, desde aquella primera vez que vino al hospital a acariciarte nada más nacer...y después sus cartas...y su última visita hace un año cuando te dijo: «Reza por tus padres»...hasta sus palabras de antes de ayer: «Por vuestro sacrificio consumado esperamos más confiadamente la liberación prometida». Gracias a todos aquellos para los cuales ha sido la ocasión de vivir la caritativa, cada uno como ha podido, comenzando por los que han velado en casa todas la noches las primeras semanas, hasta los últimos de este año que tú ya conocías y esperabas cada tarde a las seis: Salvatore y Ottorino, Antonio y Ambra, Riccardo y Damiano, Marco y Roberto, Fabio y Stefano, Mario y Paolo y, entre los más fieles en el tiempo, Lucía y también Lucía, tu madrina de Confirmación, y tu gran amigo y médico Roberto. El dolor y el límite no son la última palabra sobre la vida y todos nosotros hemos tocado, visto y oído que verdaderamente es así, porque tú nos has ayudado no a imaginar sino a mirar. Ahora que ya no tenemos tu débil cuerpo para servirlo y atenderlo en cada una de sus necesidades, intercede ante Cristo para que nos ayude a darnos cuenta, dentro del cuerpo tan necesitado de este mundo, de aquellos que siguen necesitando nuestros cuidados para la gloria de Cristo. Gracias Anna por cómo nos has hecho mirar ya en estos días a Daniele y a Andrea, tus hermanos, tan inciertos y cohibidos contigo por no saber cómo moverse y tan llenos de amor por ti en el secreto de su corazón. Es como un nuevo nacimiento a través del dolor, es como una nueva maternidad y paternidad que se nos ha pedido y que sabemos que es posible con tu ayuda, ahora que eres ya plenamente un ángel de Dios. Es muy grande lo que se nos ha dado a través de lo que se nos ha quitado, y por eso , Anna, el nuestro es un llanto de dolor, pero, al mismo tiempo, es un llanto de conmovida gratitud por las cosas grandes que el Omnipotente ha hecho por ti y por nosotros. Si nos entristece el pensamiento de no haber aprendido lo suficiente de tu presencia entre nosotros, nos consuela saber que continuarás velando sobre nuestra libertad a fin de que no se amilane frente a las nuevas circunstancias que nos serán dadas. ¡Adiós, Anna! Morimos del deseo y de la curiosidad de verte correr, saltar, jugar junto a Cristo, a su Madre, y a los santos. Haz que el tiempo que nos sea dado, -antes de que este deseo se cumpla-, sea consumado para la gloria de Cristo y tú, que estás ya en el Origen de esta gloria, haznos compañía.
Mario y Denny


Este año mi vida ha cambiado de forma increíble. Desde que conozco el Movimiento mi mirada sobre las cosas y las personas se ha transformado. Antes si tenía problemas en el colegio, una movida en casa o una bronca con los amigos, me hundía porque no me daba cuenta de que Cristo es lo más importante en mi vida.
Yo ponía mi felicidad en función de las notas, de la juerga del fin de semana, de mis amigos, ... Pero me he dado cuenta de que la felicidad, lo que es la plena felicidad, no la encontramos en nadie ni en nada, sino sólo en Cristo.
Un día me dijeron en Escuela: «Quien conoce el sentido de la realidad, ama cada paso del camino, aunque sea dolorosa». Creo que ésto es cierto, e incluso una realidad dolorosa nos puede ayudar a amar más el camino. Esto lo digo porque está ocurriendo ahora en mi vida.
Hace unos meses operaron a mi madre. Ella, delante de mi familia, no le dio ninguna importancia. La operaron con anestesia total, luego corría cierto riesgo. Lo único que comentó en casa es que si se moría, asumiéramos todos que esa era la hora que Dios le había determinado y no pensáramos que había sido un fallo médico. Esto me ayudó bastante a comprender que todo depende de Dios. Salió bien de la operación, pero hace unos días me dijo que tenía un carcinoma. Mientras me lo contaba, yo lo negaba, pensaba que ésto no podía estar pasando en mi familia. A los cinco minutos comprendí que teníamos que dar muchas gracias a Dios porque hay gente que lo está pasando muchísimo peor. Entonces rezamos el Ángelus, cosa que no hacíamos desde que éramos pequeños.
Es verdad que muchas veces una realidad dolorosa nos abre los ojos y nos damos cuenta de que el sentido de la vida es Cristo y que todo, absolutamente todo depende de Dios.
Marta


Trabajo como auxiliar en la Casa de reposo San Ricardo Pampuri en Trivolzio, Lo que me sorprende todos los días es el espíritu creativo de la directora, una chica de los Memores Domini, en su trabajo con los ancianos. Ella desea siempre lo mejor para los residentes y nos ayuda, en el trabajo, a dar lo mejor de nosotros mismos. El hombre cree no tener nada para ayudar a los que sufren o a quien se encuentra perdido. Sin embargo nosotros tenemos un gran don: el amor de Dios que se nos da nada más nacer. El amor supera en el ochenta por ciento a las medicinas y da conocimiento y respeto de sí y de los otros. Yo agradezco a Dios los sufrimientos que me ha dado, pero sobre todo le agradezco el haberme hecho encontrar el movimiento, un pueblo que sigue a Cristo. Yo en la ciudad en la que vivo no tengo a nadie de mi familia, pero esta compañía me hace sentirme en casa, me acepta como soy, no obstante mis defectos incluso físicos. Gracias a Cristo, que se trasparenta en la Escuela de comunidad, ya no vivo en la desesperación, sino en la paz, la alegría y la gracia. ¿Cómo habría podido amar a quien no me ama y a quien olvida que estoy viva igual que cualquier brizna de hierba o como la lluvia que refresca la tierra?
Giovanna

El senador Giulio Andreotti, hacia el cual tenemos profunda estima y continuada confianza y al cual deseamos la justicia que se merece ame los hombres, ha enviado esta nota a don Giussani:
23 febrero '95
Querido don Luigi;
he leído con alegría que irá mañana a hablar en Padua, en las celebraciones del centenario de S. Antonio. Es una de las figuras diría, más expresivas en la historia de la Iglesia: doctor y al mismo tiempo refugio de los más pobres. Con ánimo devoto
suyo, Giulio Andreotti





 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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