Biografía
Juan del Enzina nació en Salamanca en 1468. Su padre, maestro zapatero, cuidó que sus muchos hijos recibieran una esmerada educación en la Universidad de su ciudad natal - cuya cátedra de música llegó a ocupar Diego, el hermano mayor de Enzina. Juan estudió leyes, retórica y latín con el gran Nebrija. Su hermano Miguel le había introducido desde niño en el coro de la catedral, de la que él mismo era capellán de música.
A los veinticuatro años, el joven bachiller entró al servicio del duque de Alba como “director de espectáculos”. Su responsabilidad era preparar y dirigir los momentos de en-tretenimiento de los duques y su círculo cortesano. Durante cuatro años, Enzina escribió sin pausa dramas, poesías y música de una calidad que debía superar con mucho lo esperado y, seguramente también, lo apreciado por su patrón. Son años en los que Enzina vive intensamente, entregado a la vida cortesana, que le deslumbra y al mismo tiempo le va dejando cada vez más insatisfecho.
En 1496 lo encontramos en Roma, trabajando al servicio de Adriano VI, papa español. Su permanencia en esta ciudad es larga: hasta 1519, En¬zina es protegido por los sucesores de Adriano, Julio II y León X. Como recompensa a su obra, este último nombra a Enzina, fatigado y enfermo, prior de la catedral de León.
Pero antes de volver a España, nuestro hombre emprende el último gran viaje de su vida. Después de ser ordenado sacerdote en Roma, se embarca para Tierra Santa. Allí, en el Monte Sión, celebra su primera Misa. No volverá a escribir ya ni un solo verso, ni una sola nota.
De vuelta a España, ocupa su puesto en León, donde vive hasta su muerte en 1529. Cinco años después, cumpliendo una última voluntad del poeta, su cuerpo es trasladado a la catedral de Salamanca, bajo cuyo coro - el mismo en que dio sus primeros pasos en la música como niño cantor - está hoy enterrado.
La obra de una vida
A pesar de haber nacido en pleno renacimiento, Enzina es un trovador, que se siente poeta y músico a un tiempo. La temática central de su poesía puesta en música es el amor, el amor cortés de los trovadores medievales. Un amor imposible, que produce en quien lo siente una insatisfacción constante, casi física, que parece que sólo pueda ser remediada por la proximidad de la amada.
Pero el propio Enzina experimenta que ni siquiera la satisfacción de los deseos inmediatos es suficiente. Por eso dice: No hay plazer que dé plazer / saviendo que ha de morir. Al mismo tiempo, le resulta evidente la necesidad de poner el afecto en algo grande y duradero: Es vida perdida / bivir sin amar, / y más es que vida / saberla emplear.
En la crónica autobiográfica que tituló Tribagia, escrita tras su viaje a Tierra Santa, Enzina narra su conversión con un estilo que recuerda casi palabra por palabra la de san Agustín. Siendo poeta, esta metanoia se expresa mejor aún en su música y su poesía. En la madurez de su vida, Enzina encuentra una mujer a la que amar sin miedo a perderla o a ser abandonado. Sin miedo incluso a traicionarla. Ella es la Virgen María, a quien dedica las melodías y los versos más dulces y bellos de toda su producción: ¿A quién devo yo llamar / vida mía, / sino a ti Virgen María? Seguramente, este afecto nuevo tiene su ejemplo más intenso en el villancico Ya no quiero tener fe:
Ya no quiero tener fe, / Señora, sino con vos / pues que sois Madre de Dios. / Sois Madre de Dios y mía, / sois el fin de mi esperanza, / sois mi plazer y alegría / Sois mi bienaveturanza. / Mi remedio no se alcanza /por otra sino por vos, / Virgen y madre de Dios.
El estilo
Enzina es un compositor de intuiciones más que de escuela. Por eso, no se ajusta estrictamente a las categorías de escritura e interpretación musicales ni de la Edad Media ni del Renacimiento. Más bien, toma de una y otro aquello que le es más útil como forma de expresión.
De la tradición trovadoresca medieval hereda el gusto por la melodía, en la que Enzina concentra todo el afecto que siente por aquello de lo que escribe. Sus melodías son siempre suaves, limpias, sencillas de cantar y de reconocer. Así ocurre en las dos preciosas canciones dedicadas a la Virgen ¿A quién devo yo llamar? y Ya no quiero tener fe.
Por otro lado, de la incipiente escuela polifónica, Enzina aprende el ordenado equilibrio fruto de la relación entre las distintas voces propio de la polifonía (cfr.Huellas, febrero 1998). La melodía es predominante pero no se concibe sola, sino que necesita del soporte de las otras voces para que la expresividad de su belleza se haga efectiva.
Enzina es un compositor sencillo, que no quiere dejarse atrapar por sutilezas musicales que hagan sus obras difíciles de comprender. El procedimiento que utiliza para acercar sus composiciones a este ideal de sencillez es simplísimo: convierte el texto en guía de la música. La melodía se pliega a la palabra. Las frases musicales coinciden con las frases de la poesía, y el ritmo del canto con el ritmo de la declamación. 1.a finalidad de la música está en expresar aquello que las palabras no pueden comunicar. Y esto sólo se consigue sacrificando fielmente la independencia de lo musical al sentido más grande de la obra, total.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón