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Huellas N.05, Mayo 1998

CULTURA

De aquella luz pura tomé vida

Catalina Roa

ANIVERSARIO
Vicente Aleixandre
Breve semblanza biográfica


Vicente Aleixandre nació en Sevilla el 26 de Abril de 1898. Cuando tenía dos años, su familia se trasladó a Málaga, y posteriormente, en 1911, a Madrid, donde su padre había sido destinado como ingeniero de Ferrocarriles. En Madrid estudió las carreras de Derecho e Intendente Mercantil. Sin embargo, una enfermedad renal qué le obligaba a periodos de reposo propició que su actividad profesional se encauzara hacia la poesía. En 1926 publicó sus primeros poemas en la Revista de Occidente, y dos años después su primer libro, Ámbito. Un jurado formado por Manuel Machado, Dámaso Alonso y Gerardo Diego le otorgó en 1932 el Premio Nacional de Literatura por su libro La destrucción o el amor, hecho que le consagró como poeta. Crecida su fama, en 1949, fue elegido miembro de número de la Real Academia Española. Cuando cumplió setenta años, aparecieron sus obras completas con un estudio preliminar de Carlos Bousoño. Dicha publicación recogía, además de los ya mencionados, los siguientes títulos: Pasión de la tierra (1935), Sombra del paraíso (1944), Mundo a solas (1950), Nacimiento último(1953) , Historia del corazón(1954) , En un vasto dominio (1962), Retratos con nombre (1965) y Poemas de la consumación (1968). Con posterioridad escribió Diálogos del conocimiento (1974), su última obra. En 1977 recibió el Premio Nobel de Literatura. Murió en Madrid el 13 de diciembre de 1984.

Algunos rasgos del hombre moderno emergen en la poesía de Aleixandre: la ausencia del padre, la pérdida del sentido del “yo”, el anhelo de una dimensión comunitaria. La espera de algo imprevisto tan necesario como gratuito

Es una opinión casi generalizada que Aleixandre es un poeta de difícil lectura. Pero resulta chocante que se difunda sobre todo su poesía de estilo surrealista, precisamente el estilo que en verso presenta mayor dificultad. Nuestra intención es simplemente hacer un recorrido a raíz de cuatro poemas del autor. No nos vamos a detener en la relevancia de su obra en el marco la literatura española, ni en sus características técnicas. Buscamos en sus palabras el testimonio vivo de un tiempo muy cercano al nuestro, expresión de la cultura que caracteriza a la modernidad. A la vez, escucharemos la voz de un hombre en relación dramática con ella, la voz de una vivencia existencial.

Padre mío
Sorprende enseguida encontrar una fuerte tensión. Por una parte, los versos de Aleixandre recogen datos de su niñez muy familiares a la tradición cristiana, plasmados con claridad meridiana. Por otra, el poeta adulto asume como suya una actitud procedente de una cultura no cristiana. De la misma forma, se diría que si alguna vez el cristianismo constituyó para nosotros una cultura, en el tiempo presente, carece de validez. En el poema “Padre mío” se ponen de manifiesto estos dos polos: la fe en que se forjó la niñez del autor y un presente en el cual esa fe parece no incidir.

A mi hermana.

Lejos estás, padre mío, allá en tu reino de las sombras.
Mira a tu hijo, oscuro en esta tiniebla huérfana,
lejos de la benévola luz de tus ojos continuos.
Allí nací, crecí; de aquella luz pura tomé vida, y aquel fulgor sereno se embebió en esta forma, que todavía despide,
como un eco apagado, tu luz resplandeciente.
[...] Alto padre, como una montaña que pudiera inclinarse,
que pudiera vencerse sobre mi propia frente descuidada
y besarme tan luminosamente, tan silenciosa y puramente
como la luz que pasa por las crestas radiantes
donde reina el azul de los cielos purísimos. Por tu pecho bajaba una cascada luminosa de bondad que tocaba luego mi rostro y bañaba mi cuerpo aún infantil, que emergía de tu fuerza tranquila como desnudo, reciente,
nacido cada día de ti porque tú fuiste padre diario, y cada día yo nací de tu pecho, exhalado
de tu amor, como acaso mensaje de tu seno purísimo.
Porque yo nací entero cada día, entero y tierno siempre,
y débil y gozoso cada día hollé naciendo la misma hierba intacta: pisé leve, estrené brisas.
henchí también mi seno, y miré el mundo
y lo vi bueno. Bueno tú, padre mío, mundo mío, tú solo.
[...] Huérfano de ti, menudo como entonces, caído sobre una hierba triste heme hoy aquí, padre, sobre el mundo en tu ausencia,
mientras pienso en tu forma sagrada, habitadora acaso de una sombra amorosa, por la que nunca, nunca tu corazón me olvida.
[...] Pero yo soy de carne todavía. Y mi vida
es de carne, padre, padre mío. Y aquí estoy, solo, sobre la tierra quieta, menudo como entonces, sin verte,
derribado sobre los inmensos brazos que horriblemente te imitan.
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La historia que se relata es clara: un niño es querido y por este afecto sabe a quién pertenece. Pertenecer a su padre le proporciona una certeza. Con ella puede afrontarlo todo en la vida, pese a ser débil y pequeño, pese a las adversidades. Para este niño, para el hombre moderno, la mayor desgracia es la muerte del padre, ausencia que lo deja inerte, indefenso, a merced de los extraños. Y así es como se reconoce en el presente, como un huérfano.

Pero yo soy de carne
A pesar de la aparente coherencia, aparece en la última estrofa una contradicción en la que nos vamos a detener. La paternidad es el contenido de una elemental experiencia humana. Se trata de algo evidente. Sin embargo, literalmente Aleixandre escribe: «Pero yo soy de carne todavía». Es decir, opone «el ser de carne todavía» a la experiencia de la paternidad. No dice: «Padre, ya no eres de carne como yo, ahora estás muerto». Escribe: «Pero yo soy de carne todavía». ¿Qué pone de manifiesto esa objeción? No sólo ha muerto un padre. El hombre descrito ha perdido junto con el padre todo lo que significa una relación original, constitutiva: ha perdido el estupor que se identifica con la actitud natural frente a la realidad entera. En efecto, el poema trata tanto de una presencia sin cuerpo, la del padre, como de una carne sin corazón, la del hombre moderno. Dicho de otra forma, emerge un corazón que se afirma por oposición en lugar de por adhesión. Un corazón que desea reunirse con su padre, pero como si de un sombra se tratara y que acaba por tanto con reducir su propio deseo a algo abstracto.
De ahí un poema tan amargo. La muerte del padre para un hijo coincide para cualquier hombre con una vida sin deseo, con la pérdida del estupor. Admiración y deseo definen la capacidad para acusar el dato de la realidad. El hombre de hoy se encuentra absolutamente incapaz de ello y, por consiguiente, carente de realidad.

La dimensión comunitaria
La experiencia de paternidad está fuertemente vinculada a la de “comunidad”. Quien nace de una relación amorosa y buena, y no sufre oposición a la pertenencia que le engendra, genera a su vez relaciones. Ocurre que quien se define por una relación, se expresa también en relaciones, encuentra su realización en el ámbito de una comunidad. Aleixandre se hace eco de esto. El poeta percibe que el hombre aislado nunca llega a ser él mismo, porque tiene la necesidad de reconocerse como parte de un contexto. No se afirma el hombre en negativo, sustrayéndose a los demás.
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En la plaza

Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo, sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido llevado, conducido, mezclado, rumorosa-mente arrastrado.
[...] Como ése que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.
Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, con temeroso denuedo,
con silenciosa humildad, allí él también transcurría.
[...] Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quieras algo preguntar a tu imagen, no te busques en el espejo, en un extinto diálogo en que no te oyes. Baja, baja despacio y búscate entre los otros. Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete. [...] Así, entra con los pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh, pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!
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El poema toca un punto delicado. No se trata de un mero perderse y fundirse, de incorporar el individuo a la realidad común, de alcanzar un anonimato consolador o una compensación emotiva. Se trata de esa pequeñez que denominamos el “yo”. Y la profunda sensibilidad de Aleixandre registra esta sutileza y acusa lo que constituye el desastre de nuestro tiempo: la desaparición del valor, de la percepción, del significado del “yo” humano.
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Último amor

Amor mío, amor mío.
Y la palabra suena en el vacío. Y se está solo.
Y acaba de irse aquella que nos quería. Acaba de salir. Acabamos de oír cerrarse la puerta.
Todavía nuestros brazos están tendidos. Y la voz se queja en la garganta.
Amor mío...

Cállate. Vuelve sobre tus pasos. Cierra despacio la puerta, si es que no quedó bien cerrada.
Regrésate. Siéntate ahí y descansa.
No, no oigas el ruido de la calle. No vuelve. No puede volver. Se ha marchado, y estás solo.
No levantes los ojos para mirarlo todo, como si en todo aún estuviera.
Se está haciendo de noche.
Ponte así: tu rostro en tu mano.
Apóyate. Descansa.
Te envuelve dulcemente la oscuridad, y lentamente te borra. Todavía respiras. Duerme.
Duerme si puedes. Duerme poquito a poco, deshaciéndote, desliéndote en la noche que poco a poco te anega.
[...] Porque era el último amor. ¿No lo sabes?
Era el último. Duérmete. Calla.
Era el último amor...
Y es de noche
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El hombre está solo. No hay nadie que lo acompañe en la experiencia de necesidad, cuando todo en él es carencia. No hay signos. Nada que le remita más allá de sí mismo. Es noche cerrada, como una droga que le invita a sumirse en el sueño, a olvidar su naturaleza herida, su corazón necesitado. Es el último amor y los tristes versos de Aleixandre son muy elocuentes.
Al hombre vencido por el sueño, que no es nadie y está solo, no lo pueden recuperar su voluntad ni sus aspiraciones. Sólo queda la posibilidad de algo que irrumpa en su existencia, de algo imprevisto, de algo que venga a su lado. Aunque ha perdido la esperanza, «entre dos oscuridades brilla un relámpago»: alguien se acerca y le acompaña, alguien inesperado. Aquel que se pone de repente a su lado le devuelve un aliento de vida aunque también esté herido. Aleixandre escribe al respecto unos bellísimos versos
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Entre dos oscuridades un relámpago
Sabemos adonde vamos y de dónde venimos. Entre dos oscuridades, un relámpago.
Y allí en la súbita iluminación, un gesto, un único gesto, una mueca más bien iluminada por una luz de estertor.

Pero no nos engañemos, no nos crezcamos. Con humildad, con tristeza, con aceptación, con ternura, acojamos esto que llega. La conciencia súbita de una compañía, allí en el desierto.
Bajo una gran luna colgada que dura lo que la vida, el instante de darse cuenta entre dos infinitas oscuridades, miremos este rostro triste que alza hacia nosotros sus grandes ojos humanos,
y que tiene miedo, y que nos ama.
Y pongamos los labios sobre la tibia frente y rodeemos con nuestros brazos el cuerpo débil, y temblemos, temblemos sobre la vasta llanura sin término donde sólo brilla la luna del estertor [...]


 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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