El filósofo Gianni Vattimo ha escrito: «Acerca de la Sábana Santa y de su ostensión en estos días en Turín, habría buenas razones para callar. Y deberían hacerlo tanto los no creyentes, para quienes, sea auténtica o falsa, no resulta más que un testimonio de superstición, como los creyentes, quienes, incluso si fuera el auténtico lienzo fúnebre de Jesús, se arriesgan a convertir en impura la fe al ligarla a un objeto demasiado exterior para no comprometerse fatalmente con la materialidad más cotidiana» («Sospesi tra fede e ragione», La Stampa, 19 de abril de 1998). Preguntémonos: ¿De qué fe habla Vattimo? Ciertamente, no de la fe tradicional católica, ya que ésta prueba toda su credibilidad en la historia y no teme “comprometerse” con la “materialidad más cotidiana”. En definitiva, es precisamente esto lo que cualifica la diferencia de la posición que nace de la fe respecto de aquella posición que proviene de las miles y miles de ideologías que nacen de ideas preconcebidas. La primera se somete a la experiencia, la segunda se impone a la realidad desarrollando la lógica de un discurso.
Hablando en los Ejercicios de la Fraternidad de Cl, en Rímini, don Giussani ha dicho: «La fe es racional, en cuanto florece en el límite extremo de la dinámica racional como una flor de gracia a la que el hombre se adhiere con su libertad. ¿Y cómo puede el hombre adherirse con su libertad a esta flor incomprensible tanto en su origen como en su desarrollo? Para el hombre, adherirse con su libertad significa reconocer con sencillez lo que su razón percibe como excepcional. Reconocer con la misma certeza inmediata que se produce ante la evidencia irrefutable e indestructible de ciertos factores y momentos de la realidad, tal como entran en el horizonte de nuestra persona» (en J.Guitton, Paolo VI secreto, 1977).
Lo que cualifica un pensamiento católico es el acontecimiento de Cristo presente: la Encarnación es el punto en que la realidad muestra aquello de lo que está hecha, Dios todo en todo. Que la realidad está hecha de Dios es un descubrimiento racional, un descubrimiento de la razón de un hombre tocado por el evento de Cristo: por eso está delante de las cosas, de todo lo que sucede y de las personas, con la misma disponibilidad llena de asombro que caracteriza la actitud de lo niños.
El arma de las ideas preconcebidas, a través de los mass media y la mentalidad común, se nos presenta continuamente como si fuese la más adecuada y eficaz para afrontar los problemas y las ocasiones que la vida nos presenta. Sin embargo, muestra su ineptitud cuando se pone frente a las exigencias más auténticas y, cuando se desarrolla como ideología, llega a mostrarse incluso violenta en la confrontación con la realidad.
En este sentido, el pensamiento católico tiene más razones que otros, ya que coincide con una actitud de “estupor”, de apertura indomable a la realidad. Se puede decir que tal pensamiento nace de una estética, esto es, de la experiencia de la atracción que ejerce la realidad si se la reconoce como hecha de Dios. Lo ha recordado de nuevo don Giussani en Rímini -citando a un Padre de la Iglesia-: «Los conceptos crean los ídolos, sólo el estupor conoce». Y poco antes: «Sin conocimiento no hay experiencia, falta el nivel humano del vivir, y, por ello, no se da cambio de lo humano. Por esta razón, todo el método pedagógico de nuestro movimiento, que trata de imitar lo más posible el que utilizó Jesús para hacer la Iglesia, es el de introducirnos en una experiencia».
Con estas palabras en los ojos y en el corazón participamos en el gran encuentro convocado por Juan Pablo II el 30 de mayo en Roma con todos los movimientos: ésta no es sólo una gran ocasión de reconocimiento del valor y de la función de los carismas en la Iglesia, sino un gesto que rinde honor supremo a la razón del hombre.
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