Va al contenido

Huellas N.11, Diciembre 2007

SOCIEDAD - CdO

De dónde nace el bien común

Giorgio Paolucci

El 18 de noviembre tuvo lugar en Milán la Asamblea General de la Compañía de las Obras. Sólo es posible construir una sociedad nueva si se parte del deseo de bien inscrito en todo hombre

En una época en la que domina el interés personal y el cinismo, hay personas que hablan de positividad de la realidad y de gratuidad. ¿Se trata acaso de un optimismo incurable que cierra los ojos ante los problemas que pueblan la economía y la sociedad italiana? ¿Nos hallamos ante voluntariosos ciudadanos que se hacen la ilusión de que una obra buena pueda doblegar las lógicas que dominan el mercado? Ni lo uno ni lo otro. El hecho es que gente así existe de verdad: gente que construye a partir de una extraña palabra llamada deseo, gente que quiere obtener un beneficio, pero que no se arrodilla ante él. No se trata de soñadores; son hombres con los pies en la tierra animados por un sano realismo. Realismo quiere decir partir de la verdadera naturaleza de las cosas: y por tanto, rendirse, por ejemplo, ante la evidencia de que la gratuidad es la verdadera dimensión de la vida, reconocer que todo lo que tenemos se nos ha dado, se nos ha dado para nosotros.
Es domingo, 18 de octubre, y en el auditorio de Sesto San Giovanni la asamblea general de la Compañía de las Obras –sobre el tema “De la gratuidad, el bien común”– proporciona un amplio testimonio de todo esto, con palabras y con hechos. Julián Carrón (cfr. Página Uno de este número) invita a mirar el origen de la cuestión: nadie –ni siquiera los llamados self-made men– se hace a sí mismo, cada uno tiene necesidad de ser generado continuamente para poder decir “yo”, para tener el valor de poner en pie una obra o de continuarla desafiando los obstáculos que encuentra por el camino. Para construir una sociedad nueva se requiere un sujeto nuevo, y la emergencia educativa que aparece ahora por todas partes –no solo entre los pupitres de la escuela– representa su confirmación más apremiante.
Giorgio Vittadini vuelve a lanzar al ruedo del debate cultural aquella palabra, “deseo”, que los maestros del pensamiento querrían relegar al limbo de las intenciones pías: el deseo, dice, es la gasolina que hace girar el motor del hombre y de la sociedad. El hombre está hecho constitutivamente para el bien: sólo por este motivo, y no por un estéril buenismo, merece la pena apostar por la capacidad de construir que cada uno posee. Sólo por este motivo se puede llevar a cabo otra idea de sociedad, con la subsidiariedad como criterio ordenador y la competitividad como “acelerador”.

Tensión ideal
La Compañía de las Obras, dice su presidente Raffaello Vignali, es un instrumento para ayudarnos a vivir con una tensión ideal que, si permaneciéramos solos, no sabríamos mantener. Un instrumento para educarnos en la verdadera conveniencia de la vida que, como decía don Giussani, «es la gratuidad que penetra por los intersticios de nuestros cálculos». La CdO, recuerda de nuevo Vignali, nació como reclamo a una posición ideal en el trabajo y, al mismo tiempo, como ayuda para las obras educativas y sociales; como apoyo a las pequeñas y medianas empresas para su creación y crecimiento y como ayuda para encontrar trabajo a los que no lo tienen (tal vez un trabajo precario al principio, pero es mejor precario que ningún trabajo).
Hacen falta un criterio ideal y una amistad operativa, los dos ejes por los que se mueve desde hace veinte años esta red de unas 34.000 empresas lucrativas y no lucrativas. Son los mismos ejes por los que se ha movido durante décadas el movimiento católico a partir del siglo XIX, como recordaba –con palabras que parecen pronunciadas hoy– monseñor Montini, futuro papa Pablo VI, en la introducción a la biografía de Giuseppe Tovini, uno de los dirigentes de aquel movimiento: «Desde la amistad a la acción, desde la acción a la amistad; allí donde se produjo esta circulación de caridad, florecieron las obras, y tuvieron –ya fueran pequeñas o grandes, cumplidas o fracasadas– valor apologético, virtud representativa. Y allí donde la caridad se frenó, se oscureció el esplendor de las obras y se atenuó su eficacia».
En la Italia que se halla atrapada por la inercia de los políticos y fustigada por el cinismo estéril de la antipolítica, la tarea más urgente es volver a ofrecer una esperanza e indicar una dirección de marcha. La experiencia de la CdO se propone como factor de construcción del bien común. «En un país que decae por una incapacidad de horizonte ideal –dice Vignali– somos llamados a construir ejemplos de un bien para todos. Incluso cuando nos instrumentalizan. Cuando se levantan polémicas, como ha sucedido a nuestra costa en estos meses por culpa de los medios de comunicación, para confundir todo y demonizar a todos en términos histéricos y maniqueos, no se hace justicia a los hechos ni se ayuda tampoco al país, sobre todo en un momento difícil como el presente».

El pilluelo de Nápoles
¿Cuál es el contexto que favorece a los “constructores” y a los que se oponen al derrotismo y a las ganas tirar la toalla? Hace falta un sistema en el que se premie el mérito de aquel que empeña sus propias energías, en el que se exima de impuestos a los que invierten en equipamiento, en el que no se obligue a un papeleo infinito a aquel que quiere iniciar una actividad, en el que no se considere un explotador al que proporciona trabajo. Más aún: un sistema en el que la administración pública sea eficiente, en el que la escuela tenga como prioridad la calidad de la enseñanza más que las lógicas sindicales, en el que el bienestar no genere asistencialismo y en el que la familia sea reconocida como sujeto social y económico, incluso desde el punto de vista fiscal. Todo esto es necesario, pero no suficiente. No podemos detenernos en el lamento. Hay que encender el motor. Como le ha sucedido a Salvatore, el pilluelo del que nos ha hablado Annarita Frongillo, responsable del Centro de solidaridad de Nápoles. Él, un chaval al que había que perseguir para que estudiara, está fascinado por el encuentro con una profesora que le ayuda con los deberes tras la escuela en el barrio Sanità. Tan fascinado que, al encontrarse con ella el 27 de julio, en plenas vacaciones, le preguntó: «Annalisa, ¿cuándo empiezan las clases?»

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página