Los maestros españoles
El siglo XVI marca la victoria definitiva de la polifonía contrapuntística como estilo propio de la música religiosa de la Iglesia católica. La aportación española al arte musical del continente es definitiva gracias al trabajo de dos generaciones de compositores, encabezados por Cristóbal de Morales, la primera, y Francisco Guerrero y Tomás Luis de Victoria, la segunda. Si unimos el genio de estos autores al de sus contemporáneos los maestros del órgano castellanos (de quienes trataremos en un próximo número), podemos afirmar que el XVI es el siglo de oro de la música española.
Morales
Cristóbal de Morales (1500-1553) es el gran patriarca de nuestros polifonistas. Además, es el primer maestro español cuya fama alcanzó a toda Europa. Sus años de formación transcurrieron en su Sevilla natal, la ciudad más rica musicalmente de la península, en cuya catedral sirvieron como compositores, organistas y cantantes dos de los máximos exponentes de la polifonía clásica temprana, Francisco de Peñalosa -a quien el Papa León X llamó a Roma para servir como cantor- y Pedro de Escobar.
El estilo sencillo y claro del primero llegó al joven Morales a través del magisterio del segundo. Sencillez y claridad en todos los aspectos centrales de la composición polifónica: utilización de voces de igual importancia, casi siempre cuatro o seis; movimiento rítmico lento, constante y estable; melodías suaves, sin grandes saltos; relaciones armónicas entre las voces sin disonancias. En su búsqueda de un estilo directo, Morales se marca otras tres metas que le son características. Primero, la sumisión de la música a la palabra: esto es, la preeminencia del texto sobre las notas, que exige del compositor un esfuerzo constante por aligerar las melodías de todo elemento decorativo que oculte o dificulte la comprensión del texto. Segundo, consecuencia de lo anterior, una sobriedad extrema en el empleo de la decoración. Tercero, la dedicación casi exclusiva a la música religiosa y al empleo del latín. La dirección estética de Morales se convierte muy pronto en el modelo de los compositores españoles más jóvenes.
Guerrero y Victoria
Francisco Guerrero (1528-1599) y Tomás Luis de Victoria (1548-1611) toman el relevo de Morales como cimas del arte musical español. Guerrero estudia con Morales en su Sevilla natal, y con 18 años es recomendado por su maestro para el puesto de maestro de capilla de la catedral de Jaén. Como Morales y Victoria, es un hombre de una gran cultura - publico un libro titulado Viage de Jerusalém en el que narra su experiencia de un año en Tierra Santa. Su inquietud como músico le hace viajar por toda Europa componiendo y publicando, en un esfuerzo incansable por difundir su obra. Aún después de ser nombrado maestro de capilla de la catedral de Sevilla, pasa largas temporadas en Roma preparando la publicación de sus libros de misas y mantiene una estrechísima relación con los editores de Venecia, París y Lovaina.
Victoria recibe una cuidada educación jesuítica primero en Avila y luego en Roma. En esta ciudad coincide con Palestrina, y tal vez llega a estudiar con él. También aquí conoce a San Felipe Neri, y se une al Oratorio. Tras veinte años de trabajo como maestro en la capital de Europa, vuelve a España en 1587, como capellán de María, hermana de Felipe II, retirada en el convento de las Descalzas de Madrid. Desde entonces, su producción se dispara, seguramente estimulada por la gran calidad de los intérpretes al servicio del monasterio. El puesto le deja una gran libertad de movimientos, que le permite pasar varios años en Roma para dar a conocer su trabajo. Al final de su vida, Victoria ha hecho pasar la totalidad de sus composiciones por la imprenta, y las ha podido escuchar, sin excepción, al menos una vez. Toda su obra es religiosa, y en latín.
La escuela española
El ideal de Morales, recogido fielmente por Guerrero y Victoria, fue reconocido en toda Europa. Morales fue llamado a Roma para trabajar en el coro del Papa como cantor y compositor, y los otros dos vieron sus libros de misas y motetes incluidos entre los más usados en los servicios de la capilla papal. Sus obras les fueron encargadas por los grandes señores de Italia y España, y fueron cantadas en vida sus autores en las catedrales de Francia, Países Bajos o Alemania; se publicaron en los centros editoriales de Venecia, Amberes, Lyon, y Nuremberg; y se difundieron tras su muerte por el mundo entero, desde Graz y Urbino a Méjico, Bogotá o Guatemala. Y en todos estos casos, los oyentes de sus obras reconocían la originalidad de un estilo único, conocido desde muy pronto como escuela española, que acogía y respetaba lo personal de cada autor. Una escuela que se alza a la misma altura que la flamenca o la romana en la música del renacimiento.
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