El testimonio común querido por Juan Pablo II
El Secretario del Consejo Pontificio para los Laicos anticipa a Huellas algunos contenidos y objetivos del congreso mundial de los movimientos y del Encuentro con el Papa el 30 de mayo
Uno de los momentos más significativos de este año de preparación al Gran Jubileo del Año 2000, dedicado al Espíritu Santo, será sin duda el encuentro del Santo Padre con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades que tendrá lugar en la plaza de San Pedro el próximo 30 de mayo. La invitación ha partido del Pontífice mismo, que ha querido indicar asimismo la fecha del encuentro: la vigilia de Pentecostés. El Papa ha querido así dar una ulterior confirmación al hecho de que los movimientos eclesiales - en los cuales ve «uno de los dones del Espíritu Santo a nuestro tiempo (...) motivo de esperanza para la Iglesia y para los hombres» (25 de mayo de 1996) - ocupan un lugar especial en su cuidado pastoral.
La iniciativa del Santo Padre ha sido acogida con gran entusiasmo y gratitud por todos los movimientos, que han recibido el gesto del Papa como un don providencial no sólo para ellos, sino para toda la Iglesia. Y rápidamente han comenzado los preparativos, bajo la guía del Consejo Pontificio para los Laicos y con la activa colaboración de los mismos movimientos. Es un camino todavía en curso, que se ha convertido ya por sí mismo en un evento espiritual de gran envergadura y en una extraordinaria experiencia de amistad y comunión.
El encuentro del Papa con los movimientos en la plaza de San Pedro tendrá como lema: «Don del Espíritu, esperanza para los hombre Precisamente de esta forma ha definido el Papa a los movimientos. Se trata de un acontecimiento sin precedentes, porque los encuentros -aún numerosos- que el Papa ha tenido hasta ahora con los distintos movimientos nunca han tenido la envergadura de esta convocatoria general para un “testimonio común”. Será una celebración de la unidad en la diversidad de los carismas, de los métodos de formación y del compromiso evangelizador. Dice san Pablo: «Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo (...) el Señor es el mismo (...) es el mismo Dios que obra todo en todos» (ICor 12,4-6). Será una extraordinaria “epifanía” de la Iglesia-comunión enriquecida por los muchos dones del Espíritu Santo. En el clima de la alegría de Pentecostés se alzará desde la plaza de San Pedro una potente oración de alabanza y de acción de gracias por las magnolia Dei que mediante los movimientos el Espíritu opera en la vida de las personas, de las comunidades cristianas, en la Iglesia entera y en el mundo.
Todos los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades y todos sus miembros deben sentirse interpelados personalmente por la invitación de Juan Pablo II. El encuentro de mayo será un importante evento eclesial. Y en un evento así cuentan la presencia y el testimonio de todos y de cada uno tomado individualmente. En la plaza de San Pedro seremos muchos, no como una masa amorfa, sino como Iglesia que ora en fiesta. Son muchas las expectativas, que este encuentro está despertando ya. Es grande la expectación ante las palabras magistrales del Santo Padre. Este evento está siendo vivido como un kairos, como un don particular de gracia, don de Presencia y de Encuentro. Y para vivirlo así es necesario prepararse espiritualmente, hace falta que todos los movimientos se abran cada vez más a la escucha de lo que el Espíritu dice a la Iglesia (cf. Ap 2,7) «en este momento magnífico y dramático de la historia» (Christifideles Laici, 3).
Parte integrante del “testimonio común” que tendrá lugar en la plaza de San Pedro, será el Congreso Mundial de los Movimientos Eclesiales que tendrá lugar en Roma del 27 al 29 de mayo sobre el tema “Movimientos eclesiales: comunión y misión en los umbrales del tercer milenio”. Esta será la cuarta vez que se reúnen los movimientos en un congreso internacional: en Roma en 1981, en Rocca di Papa en 1987 y en Bratislava en 1991. Pero el próximo congreso tendrá un carácter verdaderamente mundial. Tomarán parte 350 invitados, en su mayoría delegados de cerca de 50 movimientos y nuevas comunidades. Entre ellos se espera a los fundadores y dirigentes a nivel internacional de muchas de las realidades representadas. Asimismo participarán también obispos, teólogos, además de delegados fraternos de Iglesias y comuniones cristianas.
El objetivo del congreso es ofrecer una contribución cualificada para la profundización teológica de la realidad de los movimientos en la Iglesia. Este trabajo del congreso será introducido por la conferencia que pronunciará el cardenal Josef Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. En las distintas intervenciones se afrontarán después temas como “Institución y carisma”, “Los movimientos como don del Espíritu”, “La realidad de los movimientos en la Iglesia universal y en la Iglesia local”, “Carisma y derecho” y “Los movimientos como lugar de una humanidad transfigurada”. No faltarán momentos de testimonio ni intercambio de experiencias tanto en las sesiones plenarias como en el ámbito de la mesa redonda y en los grupos de trabajo. Se espera también un mensaje del Santo Padre a los participantes en el Congreso.
En el contexto del gran “testimonio común” de los movimientos en la plaza de San Pedro, el Congreso constituirá una especie de laboratorio práctico, lugar de diálogo, de intercambio y de conocimiento recíproco del que surge siempre una actitud de estupor y maravilla por la extraordinaria abundancia de dones con la que el Espíritu Santo no cesa de enriquecer a la Iglesia. Aprendiendo a reconocer y a apreciar los carismas de los demás, aprendemos a conocer y a apreciar todavía más el carisma que está en la base de nuestra experiencia cristiana y de nuestro movimiento. Aprendemos así a amar cada vez más a la Iglesia como “casa común” de todos los movimientos.
En esta convocatoria del Santo Padre está presente un gran reto del que hace falta ser conscientes. En los últimos decenios la autoconciencia eclesial de los movimientos y de las nuevas comunidades se ha hecho más profunda. Hemos asistido a su crecimiento no sólo cuantitativo, sino sobre todo cualitativo. Su presencia en la Iglesia y en el mundo se hace cada vez más incisiva. En la vida de los movimientos parece ya terminado el periodo de la “adolescencia”. En el horizonte, una etapa nueva. En la perspectiva del Gran Jubileo, el Papa invita por tanto a los movimientos a atravesar el umbral de la madurez eclesial: una tarea muy comprometida, porque significa vivir la comunión y la misión de la Iglesia en profundidad, de forma “madura”.
El evento para el que nos estamos preparando constituirá para los
movimientos, sin duda, una piedra miliar. Durante el encuentro con el Papa, la plaza de San Pedro se convertirá en un gran cenáculo de Pentecostés. El Santo Padre invocará sobre los movimientos eclesiales el Espíritu Santo y sus siete dones, para confiar después a todos y cada uno la misión de una nueva evangelización del mundo contemporáneo. A cada uno corresponderá dar su propia respuesta, como hizo en una ocasión el profeta Isaías: «Aquí estoy, ¡mándame!» (Is 6,8).
Un dicasterio de la Curia romana al servicio de los fieles laicos
En el ejercicio de su tarea al servicio de la Iglesia en todo el mundo, el Papa es ayudado por una serie de organismos denominados en su conjunto con el nombre de Curia Romana. La Curia no se confunde con el gobierno de un Estado. El Papa de hecho es también un jefe de Estado, el jefe del Estado más pequeño del mundo, la Ciudad del Vaticano. La única razón de ser de este minúsculo Estado es la de garantizar al Papa la libertad que necesita para ejercitar su función de Supremo Pastor de la Iglesia católica, y es en esta función peculiar en la que es ayudado por la Curia Romana. Ésta se articula en diversos dicasterios que se ocupan de los distintos aspectos de la vida de la Iglesia en sí misma y en sus relaciones con las realidades del mundo.
El Consejo Pontificio para los Laicos, en particular, es el dicasterio que asiste al Sumo Pontífice en todas lascuestiones relacionadas con la contribución de los fieles laicos a la vida y a la misión de la Iglesia, ya sea como individuos o a través de las distintas formas de agregación que han nacido y continúan naciendo en la Iglesia.
El origen del Consejo Pontificio para los Laicos se remonta a una propuesta formulada en el decreto del Concilio Vaticano II sobre el apostolado de los laicos (cfr. Apostolicam actuositatem, n.26). Su nacimiento oficial fue sancionado por Pablo VI el 26 de enero de 1967.
El Consejo Pontificio para los Laicos está dirigido por un Presidente, asistido por un Secretario. Actualmente el presidente es el cardenal James Francis Stafford, ya arzobispo de Denver (EEUU). El Secretario es el obispo polaco monseñor Stanislaw Rylko. Junto a estos se sitúa un Subsecretario -actualmente el uruguayo Guzmán Carriquiry.
En el hoy de la historia
Nuestra mirada, esta tarde, no puede no alegrarse por las expectativas de la Iglesia universal, en camino hacia el Gran Jubileo del año dos mil. La Iglesia busca tomar una conciencia más viva de la presencia del Espíritu que actúa en ella, para el bien de su comunión y misión, mediante dones sacramentales, jerárquicos y carismáticos.
Uno de los dones del Espíritu a nuestro tiempo es ciertamente el florecimiento de los movimientos eclesiales, que desde el comienzo de mi Pontificado señalo como motivo de esperanza para la Iglesia y para los hombres. Ellos «son un signo de la libertad de formas en que se realiza la única Iglesia, y representan una segura novedad, que espera todavía ser adecuadamente comprendida en toda su positiva eficacia para el Reino de Dios en la obra del hoy de la historia» (Insegnamenti, VII/2 1984, p.696). En el marco de las celebraciones del Gran Jubileo, sobre todo el del año 1998, dedicado de modo particular al Espíritu Santo y a su presencia santificante en el seno de la Comunidad de los discípulos de Cristo (cfr. Tertio miüenio adveniente, n.44), cuento con el testimonio común y con la colaboración de los movimientos. Confío que ellos, eji comunión con sus pastores y en unión con las iniciativas diocesanas, quieran llevar hasta el corazón de la Iglesia su riqueza carismàtica, y, por tanto, educativa y misionera, como preciosa experiencia y propuesta de vida cristiana.
(25 de mayo de 1996: Juan Pablo II en la Vigilia de Pentecostés con ocasión del solemne inicio de la “Gran Misión Ciudadana” de la Iglesia de Roma como preparación al Gran Jubileo del Año 2000)
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón