Durante un reciente encuentro con un grupo de socios de la Compañía de las Obras, el cardenal de Bolonia, Giacomo Biffi, invitó irónicamente a "festejar” con el debido énfasis la fecha del 18 de marzo. Alguien debió pensar que se trataba de un error o de una broma. Pero, inmediatamente, el Arzobispo explicó que en ese día del año 1968 el Estado italiano decidió la institución de escuelas maternas estatales. De todas las "revoluciones" del 68 que se celebrarán este año, ésta fue una revolución real: mientras se hablaba de liberación y de nuevos derechos, las cosas seguían tranquilamente en la dirección opuesta, es decir, en el sentido de una disminución de la libertad.
Transcurridos cien años desde la unidad de Italia, el Estado había decidido intervenir contundentemente y directamente en el campo de la educación de los más pequeños y en el ámbito de responsabilidad de las familias. Y durante los cien años anteriores ¿cómo eran las cosas? ¿Y cómo estaban antes de la unidad italiana? Una miríada de escuelas, de guarderías, de iniciativas educativas de todo tipo, a menudo sostenidas por obras religiosas o por la iniciativa privada. Pues bien, en el 68 el Estado se dedica a instituir escuelas propias en perjuicio de las que ya existían, gastando mucho dinero y obteniendo como resultado el cierre forzoso de aquellos centros que, apoyándose en el esfuerzo privado, sufrían una insoportable competencia por parte de entes pagados con dinero público.
Han pasado treinta años desde aquel 18 de marzo que confirmó la pretensión del Estado de ser también educador y finalmente "niñera", y todavía muchos católicos, más allá de sus proclamas, parecen no darse cuenta de hasta qué punto el principio de subsidiariedad del que habla la Iglesia es continuamente negado o alterado en los hechos.
Deberían causar alarma las declaraciones de exponentes del Gobierno italiano y de la oposición, según los cuales se le reconocen al denominado "sector privado” facultades de intervención sólo allí donde el Estado, los gobiernos regionales y los ayuntamientos no consiguen responder a las necesidades de la vida personal y social. Esto significa exactamente el derrumbe de cuanto custodia el principio de subsidiariedad, el cual, al establecer la primacía de la iniciativa social respecto a la intervención directa del Estado, no sólo se muestra más realista en cuanto al posible funcionamiento y la calidad de los servicios y de las iniciativas de utilidad pública, sino que, ante todo, salvaguarda la libertad. Una observación atenta de lo que se ha venido imponiendo en los últimos años a través de los cambios legislativos en diversos campos de la vida social, permite constatar la terrible disminución del margen de libertad real para la iniciativa no estatal. Lo cual significa, por otra parte, un empobrecimiento cultural y económico para el pueblo.
Mientras sucede todo esto, se tiene la clara impresión de de sus proclamas, parecen no darse cuenta de hasta qué punto el principio de subsidiariedad del que habla la Iglesia es continuamente negado o alterado en los hechos.
cual significa, por otra parte, un empobrecimiento cultural y económico para el pueblo.
Mientras sucede todo esto, se tiene la clara impresión de que que incluso quienes se denominan católicos y están comprometidos en la política no están atentos y preparados para afrontar esta situación, bien porque están distraídos en tareas secundarias o, peor aún, porque culturalmente son afines al proyecto que ve en el Estado el instrumento por el cual quien detenta el poder invade la vida de todos y fija el único valor real al que hacer referencia. Escribe el Premio Nobel Czeslaw Milosz: "Se ha conseguido hacer creer al hombre que si vive es por gracia de los poderosos".
El testimonio de los cristianos no se expresa completamente si no tiende a exaltar y salvaguardar la irreductible libertad de la persona frente a cualquier poder. De otro modo, el cristianismo tiende a convertirse en una ideología o una doctrina, tal vez interesante para los que se ocupan de asuntos relacionados con la "estratosfera".
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