Anunciada ya por las grandes figuras de los siglos XIV y XV, florece en el siglo XVI la escuela polifónica. En sentido genérico, “polifonía” significa composición a varias voces. Es decir, escritura musical en que hay al menos dos líneas melódicas que suenan juntas, cada una de las cuales puede ser cantada o tocada por uno o más intérpretes. Este término se opone al concepto de “monodia”, estilo de composición a una sola voz cuyo ejemplo más conocido es el gregoriano.
La polifonía clásica está escrita en un lenguaje musical propio, el contrapunto. Es ésta una técnica de composición iniciada y perfeccionada por los maestros flamencos del siglo XV (Josquin, Obrecht). El contrapunto se basa en la idea de que todas las voces que intervienen en la obra tienen igual importancia. No existe un solista y, por tanto, tampoco un acompañamiento. La composición se construye sobre un tema, normalmente una melodía muy sencilla y fácil de reconocer por el oyente, que atraviesa la obra entera pasando de una voz a otra en una imitación constante. El tema es el cimiento que da unidad a la obra. Las voces hablan entre sí, se cruzan, chocan, o caminan paralelas, sin que ninguna tenga preeminencia sobre las demás.
Cuatro características
Desde las primeras obras de los grandes autores del primer contrapunto quedan fijadas las características que la polifonía tendrá durante los siglos siguientes - características que se enseñan aún hoy en los conservatorios de todo el mundo para formar a los estudiantes de composición en el arte musical ordenado y equilibrado. La primera es que el canto se interpreta a cappella, esto es, sólo con voces humanas, sin la intervención de instrumentos. En segundo lugar, la música avanza con un ritmo constante pero sosegado, muy natural, sin acentos violentos. La tercera característica es que las melodías de esta música se mueven con tranquilidad y sencillez, sin grandes saltos, sin sorpresas, sin disonancias. La cuarta consiste en que los adornos, escasos, son siempre estructurales, producto del avance mismo de la melodía, y nunca son debidos a efectos sonoros gratuitos: se reducen casi siempre a notas de paso (es decir, aquellas notas ajenas a los acordes principales de la obra que suenan naturalmente al ir de una nota propia de esos acordes a otra).
En realidad, estas características son herencia del canto gregoriano, el estilo eclesiástico dominante antes de la irrupción del contrapunto imitativo. Los polifonistas las abrazan de una forma natural porque, como los anónimos compositores de las melodías gregorianas, conciben su música como una oración, es decir, como una relación. Las notas deben servir como soporte y realce de la belleza de las palabras, pero sin llegar a ocultar el sentido del texto. Cada una de esas cuatro características, vistas desde esta preeminencia de la palabra sobre la música, responde a una razón. No se usan instrumentos para que no se pierda ni una sola palabra del texto. El ritmo y la melodía son constantes, tranquilos y sencillos para respetar la dicción natural de las palabras habladas. Los adornos se reducen al mínimo para que brille lo que es esencial, y por tanto verdadero, y no la apariencia de un sonido brillante pero vacío.
Vocación universal
Desde Flandes, el contrapunto se extiende a toda Europa. Muy pronto surgen maestros de la polifonía en todos los centros culturales del continente. Alrededor de estos maestros se desarrollan diversas tradiciones musicales - de la misma forma que crecen distintas tradiciones en pintura o en arquitectura. Tal vez los más grandes son Orlando di Lasso y Philippe de Monte en Flandes; Byrd y Tallis en Inglaterra; Palestrina en Roma; Victoria, Morales y Guerrero en España.
Al escuchar la música salida del trabajo de los compositores de esta larga época (hablamos de un período de 150 años, entre 1450 y 1600), sorprenden dos hechos: Por un lado, la extraordinaria calidad de - literalmente - todas las obras que han llegado hasta nosotros. No solamente las de los más grandes compositores, sino también las de los autores menos conocidos. Estamos ante un repertorio de proporciones gigantescas - todos los autores fueron extraordinariamente fecundos, y su producción se cifra en cientos y cientos de composiciones - formado exclusivamente por obras maestras, en las cuales no encontramos nunca signo alguno de mediocridad o de repetición rutinaria de estereotipos.
Por otro lado, el estilo de la polifonía clásica que hemos descrito anteriormente es único para todos los autores de todas las escuelas. Todos los autores se valen de un mismo lenguaje. Por esta razón se encuentran misas, motetes o lamentaciones de autores flamencos en España, de españoles en Italia y de italianos en Francia. Este intercambio tan espontáneo sólo es explicable por la vocación universal, es decir, católica, con la que afrontaban su trabajo cotidiano los maestros compositores de este siglo de oro de la música. Por esto, en el Concilio de Trento, los padres conciliares, con el cardenal Borromeo a la cabeza, defendieron el valor de la polifonía como símbolo de la unidad de la Europa católica.
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