Comparamos la actitud de Séneca y de Pablo de Tarso.
Entre los dos un Acontecimiento
La tarea de la Iglesia es, ante todo, la de anunciar a Cristo, no la de resolver los problemas de orden económico y social. Malinterpretando esta afirmación, se le han planteado a la Iglesia algunas objeciones, por ejemplo, la clásica de que el advenimiento del cristianismo no eliminó en el mundo tardo-romano la institución de la esclavitud. Vamos a confrontar el pensamiento de dos grandes hombres coetáneos, el escritor y filósofo Séneca, y el apóstol Pablo, acerca del problema de la esclavitud, tratando de sorprender las diferencias entre una concepción pagana, entre las más elevadas, de las relaciones humanas, y la novedad cristiana.
Sabiduría humana
Afirma Séneca en la n° 47 de sus Cartas a Lucilio: «Con gran placer he sabido por personas cercanas a ti que tu comportamiento con tus esclavos es muy cordial: esto habla de tu sabiduría y tu educación. “Pero”, en todas partes se oye decir, “son esclavos”. Son hombres, ante todo: viven contigo, son tus humildes amigos, o, mejor dicho, son tus compañeros de esclavitud, si te paras a pensar que la fortuna tiene el mismo poder sobre ellos que sobre nosotros. (...) Piensa que aquel a quien tú llamas esclavo es de tu misma naturaleza, goza del mismo cielo y, como tú, respira, vive, muere. (...) Así pues, aquí tienes brevemente mi enseñanza: compórtate con tus inferiores como quisieras que tu superior se comportase contigo».
Las consideraciones de Séneca, muy humanitarias para aquellos tiempos, están basadas en el convencimiento de un posible cambio de fortuna y, por tanto, sobre un motivo de prudencia, si no de oportunidad. Debemos reconocer también que entran en juego otros elementos, más desinteresados, como por ejemplo una concepción de la igualdad fundada sobre un factor pesimista: la fortuna tiene el mismo poder sobre libres y sobre esclavos. La consecuencia es un modo de tratar al esclavo con equidad.
Caridad cristiana
Abramos ahora las cartas de Pablo y leamos en la dirigida a Filemón: «Por lo cual, aunque tendría plena libertad en Jesucristo para ordenarte lo que convenga, prefiero apelar a tu caridad. Siendo el que soy, Pablo, anciano, y aun ahora prisionero de Jesucristo, te suplico por mi hijo, a quien entre cadenas engendré, por Onésimo, un tiempo inútil para ti, mas ahora para ti y para mí muy útil, que te remito; a él, es decir, mis entrañas. Querría retenerlo junto a mí para que en tu lugar me sirviera en mi prisión por el Evangelio; pero sin tu consentimiento nada he querido hacer, a fin de que ese favor no me lo hicieras por necesidad, sino por voluntad. Tal vez se apartó de ti por algún tiempo, para que le recobrases para siempre, no ya como siervo; sino en vez de siervo como hermano muy amado para mí, pero mucho más para ti según la carne y según el Señor! Si me tienes, pues, por compañero, recíbele como a mí mismo; y si algún daño te hizo, o te debe algo, apúntalo a mi cuenta» (Fil, 8-20).
Una única pertenencia
La novedad de semejante posición aparece con evidencia en esta breve carta de recomendación y se funda en el hecho, explicitado en otro lugar, de que en la nueva creación inaugurada por Cristo no existe ya ni esclavo ni libre, sino una única pertenencia al Señor (cfr. Cor 12,13; Col 3,22-25). Onésimo había huido de su dueño Filemón y ahora se invita a éste último a readmitir al fugitivo, que, mientras tanto, se ha hecho cristiano, como un hermano en Cristo. No se da ya, pues, una llamada, aún noble, a la sabiduría y la justicia humanas, sino que se impone un hecho: el de la fundamental libertad y unidad en Cristo del libre y del esclavo, de donde nace el reclamo a un comportamiento nuevo.
Ésta es la premisa para un futuro cambio incluso de la institución de la esclavitud.
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