La homilía de Giacomo Tantardini en el funeral de Giulia Vianello y Massimo Paulon.
Padua, Basílica del Santo, sábado 10 de enero de 1998.
Las palabras de don Giussani a toda la Fraternidad
Un hombre le pide al Señor, le pide a Jesús, participar de la bondad de su corazón, de la poderosa bondad de su corazón, para poder decir a quien sufre tanto: «No llores», para poder decir: «No debéis llorar igual que los que no tienen esperanza».
Esta mañana, delante de la pequeña Giulia, leyendo la oración de la mañana, los Laudes, me impresionaba ver que se repetía más de una vez que «El es la Roca, sus obras son perfectas»; todas las cosas que hace el Señor son justas. Entonces, ¿cómo es posible que una niña de siete años muera así?, ¿cómo es posible que Massimo muera así? La primera respuesta la encontramos en las palabras que don Giussani nos ha dirigido a todos y que quiero releer: «Lo primero que hacemos al oír la noticia trágica que ha sacudido a toda la Fraternidad de Padua, misteriosa igual de misteriosa que la muerte de Jesús...». Frente a un sufrimiento de este tipo no basta ni siquiera una explicación religiosa, no basta decir que existe Dios. Este dolor es misterioso como lo es la muerte de Jesús.
Entonces, mirando la cruz, mirando a la Virgen y al discípulo a quien Jesús amaba, Juan, a los pies de la cruz, se empieza no tanto a comprender, sino a sentirse acogidos, abrazados, se empieza a tener una presencia, una presencia única, sobre cuyo hombro llorar. Es distinto llorar abrazados así, se llora con esperanza.
Tragedia misteriosa
«Misteriosa igual que la muerte de Jesús». Y don Giussani continúa: «el sentido misterioso que encierra esta tragedia es, aunque no podamos entender la forma en la que Dios actúa, una llamada a nuestra conversión para que cada uno de nosotros contribuya en su historia personal a la gloria de Cristo, muerto y resucitado». Porque si no hubiese resucitado, si no hubiese resucitado ese hombre que murió en la cruz, si no hubiese resucitado para la Virgen y para Juan, esa muerte no sería ni siquiera misteriosa, no habría tenido sentido. Sin embargó, resucitó, venció al pecado y a la muerte. Resucitó, y los que le siguen, los que tienen la gracia de encontrarlo y de seguirlo, empiezan ya aquí a tener experiencia de ello. Don Giussani habla de la gloria de Cristo en nuestra historia, en la historia de cada uno de nosotros. Esto quiere decir que aquellos que por gracia El llama, aquellos que lo encuentran por gracia empiezan a tener experiencia ya, aquí y ahora, de que El ha resucitado, de que El está vivo.
Quiero leer una frase de san Antonio que don Giussani leyó la última vez que vino a hablarnos, precisamente aquí, en esta basílica. Dice san Antonio: «Oh, dulce Jesús, ¿existe algo más dulce que Tú?». Esto no se puede decir de alguien que está muerto, se puede decir sólo de alguien que vive, que está presente. ¿Existe algo más dulce que Tú? Esto se puede decir sólo de alguien que actúa en el presente. «Dulce es tu memoria» es decir es dulce darse cuenta de que está presente, de que está vivo. «Dulce es tu memoria, más que la miel y que cualquier otra cosa, dulce es tu nombre, nombre de salvación. ¿Quién eres Tú si no el Salvador? Buen Jesús».
«Buen Jesús»”: sólo si está vivo se puede decir esto; sólo si está vivo, el padre y la madre de Giulia pueden decir esto; sólo si está vivo, la mujer de Massimo y sus hijos pueden decir esto. «Por tanto, buen Jesús, por el honor de tu nombre, por la gloria de tu nombre, sé para todos nosotros Jesús, es decir, Salvador, para que, habiéndonos dado a gustar el principio de la dulzura (porque te hemos encontrado, porque nos has dado la gracia de reconocerte, de amarte y éste es el principio de la dulzura aquí, en la tierra), aumente nuestra esperanza y caridad; para que, viviendo y muriendo en la fe (como Giulia y Massimo), viviendo y muriendo en la fe...». En la medida en que se tiene experiencia de esto se puede decir: «ya vivamos, ya muramos», pertenecemos a esto, estamos dentro de este abrazo. «Para que, viviendo y muriendo en la fe, merezcamos llegar a ti, con tu ayuda y a través de la intercesión de tu dulcísima Madre».
Pedir un milagro
Le pedimos a los santos, empezando por la Virgen, su dulcísima Madre, sobre todo, un milagro. Sólo así la oración es cristiana, si se pide un milagro. Milagro que puede ser misterioso en su forma, pero real, real en el sentido de que uno se da cuenta humanamente, con el corazón, de que ha sucedido. Pedimos un milagro para los heridos que están en el hospital, le pedimos a la Virgen y a los santos un milagro para ellos y le pedimos a Giulia y a Massimo que recen desde el Paraíso por ellos, y obtengan para ellos un milagro.
Pidamos un milagro a la Virgen y a los santos, a san Antonio, en esta basílica donde está sepultado y donde desde hace tantos siglos sigue obteniendo del Señor milagros para sus pobres, para los pobres fieles, para los que tienen como única riqueza el ser cristianos, que es la única riqueza verdadera que puede tener un hombre. Pidámoslo a todos los santos, también a un santo reciente de vuestra tierra, al papa Luciani, que, durante el breve período que duró su pontificado, sonrió a toda la Iglesia del Señor igual que sonreían todos vuestros hijos antes de la explosión de la otra noche.
Por medio de la Fraternidad de Padua el Señor nos dice algo a todos nosotros.Como primera reacción, al oír la noticia de la tragedia que ha afectado a la Fraternidad de Padua - misteriosa, del mismo modo que es misteriosa la muerte de Jesús pidamos ante todo que, por mediación de la Virgen María, el Señor ayude a nuestros amigos del Véneto. El sentido misterioso de esta tragedia - sin que podamos comprender el modo en que Dios actúa entre los hombres - es un reclamo a nuestra conversión, para que cada uno de nosotros contribuya en su historia a la gloria de Cristo, muerto en la cruz y resucitado. Vivamos por ello todos juntos el dolor de este momento.
don Giussani
Milán, 6 de enero de 1998
Más que padres
por EUGENIO ANDREATTA
El testimonio de los padres de Giulia
Todo de una vez. El destino entró sin llamar a la puerta en la vida de los Vianello. Desde el breve momento de fiesta con esos queridos amigos con los que compartían todo hasta el momento de la explosión pasaron unos minutos. Después, cinco días de angustia en espera de noticias, con un único objetivo, aferrarse a una esperanza más fuerte que la muerte.
«La fuerza y la esperanza no te las das a ti mismo. Hemos podido afrontar esta circunstancia gracias a alguien que ha estado a nuestro lado».
«He sentido cercanísimos, sobre todo, a nuestros amigos médicos y a todos los que nos han acompañado en esos momentos ayudándonos a comprender lo que estaba pasando y a afrontar la situación. Esta compañía ha sido nuestra madre. Deseábamos con todas nuestras fuerzas tener amigos que nos ayudasen a atravesar esta circunstancia abrazando algo más grande, no que nos sustituyesen, porque le aseguro que no es fácil afrontar una circunstancia que es aparentemente inhumana».
Se ha hablado mucho de milagros estos días, sobre todo después del mensaje de don Giussani que os invitaba a vosotros y a vuestros amigos a pedirlos explícitamente.
Esperábamos el milagro de la curación. El gran deseo que teníamos no podía morir, no lo pensamos ni siquiera por un instante, aunque toda la información de los médicos apuntaba en una única dirección. Entendámonos, no nos hicimos ilusiones, no era posible. Sencillamente, no dejamos de pedir que sucediese lo que deseábamos, sostenidos por los amigos que en todo el mundo rezaban por Giulia y por los demás heridos. ¿Cómo aceptar que el bien que representa una persona acabe al morir ésta?
Don Giussani en su carta ha hablado de «noticia trágica y misteriosa como misteriosa fue la muerte de Jesús».
Todo lo que ha sucedido forma parte de un proyecto que no nos pertenece. Nosotros pedimos el milagro de que Giulia volviese a la vida, sin embargo es inconcebible y misterioso lo que ha pasado.
¿Es cierto que a partir del sábado por la tarde, después del funeral de Giulia, habéis ido más de una vez a visitar a los demás heridos?
Sí, es verdad.
Perdone que le haga una pregunta que parece banal: ¿por qué?
Durante estos días hemos aprendido que palabras como “mío”, “tuyo” y “nuestro” significan lo mismo. Algunos benedictinos de un monasterio que está cerca de Milán nos han escrito: «Vuestro dolor es nuestro dolor». Hay que seguir viviendo concibiéndose a sí mismo en compañía; de esta forma la impotencia encuentra, no digo una respuesta, pero sí el camino hacia una respuesta.
¿Qué ha supuesto para vosotros empezar de nuevo la vida de todos los días?
No ha estado exento de dolor, la herida sigue abierta, se empieza poco a poco. Nos ha ayudado mucho lo que nos ha escrito don Giussani: que cada uno de nosotros tiene que contribuir en su historia personal a la gloria de Cristo.
(Il Gazzettino, 20 de enero de 1998)
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