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Huellas N.02, Febrero 1998

PORTADA

La isla redescubierta

Alver Metalli

La visita de Juan Pablo II a La Habana.
Un gesto humanísimo y cristiano bajo la enseña de la persona y del Acontecimiento que la libera haciéndola vivir todo por su valor positivo


Su Santidad
Juan Pablo II
00120 Ciudad del Vaticano


En la integridad de Vuestra humanidad - al igual que la humanidad de Jesús nacida de la Virgen María, hebreo entre los hebreos - el Espíritu de Dios ha donado a la Iglesia de Cristo y al mundo entero, en estos siglos oscuros de confusas interpretaciones y de traiciones, Vuestra Figura impresinante y auténtica de apóstol guía de su pueblo para la nueva evangelización, para que el hombre de mañana vea y entienda dónde está su verdadera salvación.
Por esto, cada persona perteneciente a nuestra Fraternidad, de cualquier lugar del murtdo, según la consigna que Vuestra Santidad nos dio,
- ve el gesto humanísimo y cristiano de Vuestro viaje a Cuba como los primeros destellos del alba de un día nuevo para la Iglesia y para el mundo,
- y comprende cómo la gloria de Jesús en la historia del hombre debe convertirse en el alma de toda la vida a imitación de Vuestro rostro de Pa¬dre y de Maestro.
Pedimos a la Virgen la ayuda para concretar en nuestra experiencia esta imitación de Vuestra Figura como fuente de luz, como sol que se levanta.
sac. Luigi Giussani

Milán, 20 de enero de 1998


Realicemos de nuevo este viaje, definido con razón como histórico, sobre el que se ha escrito y hablado hasta la saciedad, ahora que los focos se han apagado, las parabólicas han sido desmontadas, los profesionales de las televisiones americanas han dejado las habitaciones del Habana Libre y la legión extranjera de periodistas ha hecho las maletas. Han terminado incluso las compras en las tiendas del último bastión del comunismo en tierra americana. Las obras de José Martí, versos, cartas y poesías, han sido arrasadas, y no hay visitante que no haya adquirido algo del padre de la independencia. Ha cobrado gran auge la Entrevista sobre la religión, realizada por el brasileño Frei Betto a Fidel Castro, que ha sido reimpresa y puesta a la venta en los hoteles y librerías de La Habana. Dicha entrevista data de octubre de 1985, pero parece que fue realizada hace un siglo. Los más audaces han comprado los dos tomos de El pensamiento de Fidel Castro, publicado por primera vez en 1983 con el imprimátur del Instituto cubano de historia del Movimiento comunista. Tropas de norteamericanos han hecho acopio de martillos con la efigie del Che y han metido en sus bolsos la edición recién salida de la imprenta de Guevara en la revolución cubana: 1955-1966, con fotos y textos preparados por el Consejo de Estado y por el Instituto cubano del libro. Ahora que han terminado los deberes profesionales y los rituales consumistas, recorramos nuevamente, razonando con un poco de frialdad - en la medida de lo posible- y tratando de ensimismarnos, las etapas de este viaje extraordinario.
Y diseccionemos un poco a este pueblo cubano que ha cambiado y cambia a gran velocidad. El cubano ya no es el mismo. Los católicos ya no son los mismos. María Elena Uriarte lo dice con el entusiasmo propio de los dieciocho años y la fe recién descubierta: «Cuando el Papa habla, ve a Cristo en todo. Lo nombra cuando trata un problema, lo liga a cada aspecto de la vida. Nunca había considerado esta posibilidad, para mí es algo nuevo». losé Padilla, algo mayor, presidente del Consejo local para los laicos, plasma el cambio con una imagen: «Nosotros, que hemos continuado asistiendo a las iglesias a pesar de la adversidad, estábamos acostumbrados a gritar “Viva el Papa”, “Viva Cristo Rey” entre cuatro paredes, y es indudable que haberlo hecho abiertamente y con una multitud como la que ha ve¬nido por los caminos estos días ha tenido algo de extraño, de irreal incluso para nosotros, algo a lo que tendremos que acostumbrarnos». A este católico de la penumbra el Papa le ha pedido que «pase de la simple presencia a la animación de todos los ambientes de la sociedad», que sea «...protagonista de la historia personal y social ... que asuma un compromiso concreto... en el tejido de la sociedad civil y también, a su tiempo, en las estructuras de decisión de la Nación». Una cosa de vértigo; en definitiva, una revolución incluso para los católicos cubanos

El comienzo de un cambio
Es cierto que la revolución había comenzado hacía ya tiempo, lentamente y con pequeños cambios, con saltos de conciencia casi imperceptibles. Y no en 1991, como se ha escrito, cuando el IV Congreso comunista abrió las puertas del partido a los creyentes. «Aquí en Cuba», comenta Eduardo Mesa Valdés, joven editor de Espacios, uno de los tres recién nacidos periódicos católicos de La Habana, «aquella decisión no tuvo los efectos esperados por quien la adoptó. Las cosas eran ya distintas y, cuando el partido proclamó que no había incompatibilidad entre profesar una fe religiosa y militar en las organizaciones de masa, no fueron los católicos los que entraron en los comités de la revolución, sino que los inscritos en el partido se acercaron a las iglesias y empezaron a bautizar a sus hijos. La señal, la apertura, paradójicamente, fue en dirección opuesta a la deseada». Para encontrar una de esas ligeras crispaduras de la superficie que atestiguan que algo más profundo está sucediendo, es necesario remontarse hasta febrero de 1986, cuando tuvo lugar el primer gran encuentro tras el triunfo de la revolución y la opción socialista de Cuba. Se llamó Enec y así lo conocen los cubanos, “Encuentro nacional eclesial cubano”. «Ha sido el evento más importante del catolicismo en sus cinco siglos de historia en Cuba», comenta Manuel de Céspedes, descendiente de Carlos de Céspedes, que en la hagiografía revolucionaria tiene el título de “Padre de la Patria” por los méritos adquiridos en la lucha por la independencia. Su descendiente, Manuel de Céspedes, actual secretario de laComisión cultural del episcopado, es cubano y tiene confianza en la historia pasada y en la más reciente, «Comenzó allí, en el Enec, el camino de nuestro catolicismo que lleva a estos días extraordinarios. La Iglesia católica en Cuba no ha tenido nunca poder político. En los primeros años de la república estuvo siempre muy condicionada por la tutela norteamericana, casi siempre protestante, liberal-masónica y anticatólica. Sin embargo, allí comenzamos a sentirnos como un cuerpo, una realidad que podía aportar su contribución original a la vida del pueblo». Miguel Ángel Moral, un español que guía desde hace años una populosa parroquia del centro de la antigua Habana, recuerda que después del Enec «aumentó el número de madres que, con el con¬sentimiento del marido, quizá comunista, pedían el bautismo para sus hijos o que éstos fueran preparados para la primera comunión, y también los jóvenes, lentamente, poco a poco, comenzaron a acercarse con curiosidad a las parroquias». Lentamente, poco a poco. De Céspedes, todavía en 1995, se pregunta quiénes son los católicos en Cuba, quién puede considerarse como tal, y responde aduciendo incluso las opiniones que del cubano tenía el sacerdote Félix Varela, considerado por todos como un santo: «Se trata de un pueblo mayoritariamente creyente pero minoritariamente católico, hasta tal punto que puede decirse que el reto para la Iglesia no es tanto el ateísmo, que también es minoritario, sino sobre todo la facilidad con la que el cubano cree en cualquier cosa».
Es difícil tener cifras creíbles en un lugar en el que las estadísticas son monopolio del partido y los registros parroquiales un lujo. Donde no llega la matemática puede ayudar la observación. En la iglesia del Espíritu Santo, la más antigua de Cuba, han asistido a la misa dominical tres días antes de la llegada de Juan Pablo II 300 personas, de las cuales la mayoría eran mujeres (140). ancianos (20) y niños (45).
En la parroquia de los Ángeles Custodios, famosa porque en ella se bautizó José Martí, había 250 fieles, y de éstos sólo 40 jóvenes entre 18 y 30 años. En la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, en un populoso barrio de cien mil habitantes, los asistentes a la misa dominical representan el 0,2%; 220 en San Agustín, otros tantos en el Pilar y San Nicolás, 230 en Montserrat, 350 en san Francisco, algunos menos en Nuestra Señora de la Regla. Es cierto. La Iglesia cubana había sido reducida a la lamparilla hacía treinta años.
Manuel Maza, un jesuita de la primera hora, recuerda con precisión lo que sucedió a comienzos de los sesenta: «Poco tiempo después de la victoria de Fidel Castro, frecuentar los templos y los lugares de reunión de los católicos quería decir señalarse. Si un joven iba a la iglesia se encontraba después expuesto al desprecio de los compañeros y se le negaba el derecho a inscribirse en determinadas carreras universitarias: medicina, derecho, magisterio, filosofía... La mayor parte de las Congregaciones se sintió amenazada y mandó a los jóvenes fuera del país, dejando algunos religiosos ancianos para presidir casas e institutos». Como consecuencia de esto, en 1962 residen en Cuba un quinto de los religiosos que había en 1959 y doscientos sacerdotes de novecientos que había. Tres años antes, al comienzo de 1959, las palabras de los obispos eran de esperanza: «Un régimen ha sido abatido; ha sido demolido un edificio caduco e inadecuado, erosionado en sus visceras... tenemos derecho a pedir un orden de cosas totalmente nuevo, una República de estructuras distintas y mejores... queremos y esperamos una República netamente democrática, en la que todos los ciudadanos puedan gozar en plenitud de la riqueza de los derechos humanos y todos sean tratados con dignidad». Las cosas no fueron así. En agosto de 1960, en una carta pastoral colectiva, los obispos cubanos observaban con amargura «la existencia de coincidencias y analogía de fines y procedimientos entre las revoluciones de los principales países comunistas y la revolución cubana. Que nadie venga a pedir a los católicos, en nombre de una mal entendida unidad del pueblo, que callemos nuestra oposición a estas doctrinas». El segundo firmante era el arzobispo de Santiago de Cuba, Enrique Pérez Serrantes, que en 1953 había intercedido por Fidel Castro tras el fallido asalto guerrillero al cuartel Moneada, en la provincia de Santiago. En aquella ocasión Pérez Serrantes escribió al Jefe del Regimiento pidiendo, en una carta fechada el 30 de julio, poder «ir en busca de los fugitivos y llevarlos a un lugar seguro». «Le salvó la vida», dice Miguel Ángel Moral. «Se sabía que el que era capturado era eliminado sin muchos miramientos. Castro -añade- nunca ha reconocido públicamente que debe la vida a un «obispo».
El Papa ha hecho justicia a esta Iglesia heroica recordando «la inmutable fidelidad con que ha acompañado al pueblo en todas sus vicisitudes», «los obstáculos y sufrimientos», «la fe transmitida por las madres y las abuelas en lo escondido de las casas en las últimas décadas en las que la voz de la Iglesia parecía sofocada». Ante las cenizas del “Padre de la cultura cubana”, el sacerdote Félix Varela, el Papa ha reclamado «espacios idóneos donde cada persona pueda, con el necesario respeto y solidaridad. asumir el papel histórico que le corresponde para dinamizar el Estado de Derecho, garantía esencial de toda convivencia humana que quiera considerarse democrática». Muy hábil la referencia a Varela, «que era consciente de que, en su tiempo, la independencia era un ideal todavía inalcanzable, y que se dedicó a formar personas, hombres de conciencia, que no fuesen soberbios con los débiles, ni débiles con los poderosos... convencido de que los cambios debían suceder gradualmente hacia las grandes y auténticas reformas».

Carácter gradual y reformas
En el Aula Magna de la Universidad de La Habana, el obelisco de un par de metros sobre el que se apoya la urna con las cenizas de Varela ha sido abrillantado de nuevo, y su inscripción limpiada de las incrustaciones del tiempo. «Inmaculado sacerdote/ eximio filósofo/ egregio instructor de la juventud/ padre y propugnador de la libertad de los cubanos...» Todo esto fue Félix Varela. Extraño destino el suyo. Nacido en La Habana el 20 de noviembre de 1788 e instruido por irlandeses - el sacerdote Michele O' Reilly fue su primer instructor se hizo sacerdote a los 23 años, recibiendo la ordenación de manos del obispo Espada en la catedral de La Habana el 21 de diciembre de 1811. Escribió sobre filosofía - su producción es considerable-, formó a generaciones de seminaristas y jóvenes cubanos - sus clases de Derecho de América en el seminario San Carlos eran muy frecuentadas -. En 1823 dejó Cuba, que todavía no era independiente, para representar los intereses cubanos ante las Cortes de la Monarquía constitucional española. Fue condenado a muerte cuando España fue invadida por Francia y huyó a los Estados Unidos a la edad de 35 años. Propugnó la emancipación de Cuba de la metrópoli y luchó por la abolición de la esclavitud. Redactó un proyecto de ley en este sentido que no pudo presentar. Vivió el resto de su vida en los Estados Unidos, donde fundó varias iglesias. Murió en pobreza y soledad en Nueva York en febrero de 1 853, el mismo año en que nacía en Cuba José Martí. Incluso Varela debe al Enec la popularidad de estos últimos tiempos. Es en ese año, de hecho, cuando comienza el camino de su beatificación, solicitada con una carta del arzobispo Jaime Ortega Alamino en febrero de 1986.
Félix Varela y José Martí, el segundo, “continuador” del primero. El Papa lo ha citado en tres de los doce discursos que ha pronunciado sobre puntos de relevancia social decisiva. El Estado no es el primer sujeto educativo y no puede sustituir a los padres, que deben ser reconocidos como los «principales educadores de sus hijos». Y cita a Martí: en el proceso de construcción del futuro «con todos y por el bien de todos» la familia, la escuela y la Iglesia deben formar una comunidad educativa donde los hijos de Cuba puedan «crecer en humanidad». El Papa ha sustraído a Martí de las apropiaciones y de las forzadas interpretaciones ideológicas de la historiografía marxista, indicándolo como continuador del pensamiento de Varela (Martí llamó a Varela “el santo cubano”) y presentándolo como «superador» del «falso conflicto entre fe en Dios y amor a la patria». La cita que ha hecho, poco conocida, merece ser transcrita por entero: «Pura, desinteresada, perseguida, martirizada, poética y sencilla, la religión del Nazareno ha seducido a todos los hombres honestos... Todo pueblo tiene la necesidad de ser religioso. Lo debe ser no sólo en su esencia, sino también para su utilidad... un pueblo no religioso está destinado a morir, ya que no hay nada que alimente la virtud. Las injusticias humanas la desprecian; es necesario que la justicia celeste la garantice».

Colaboración y respeto recíproco
No se ha producido la invasión de Cuba que preconizaban con redoble de tambores las comunidades de exiliados. Los barcos han permanecido en los puertos de Florida y los charter que debían aterrizar en la isla esperan un mejor momento. Centenares de miles de exiliados huyeron de Cuba o fueron expulsados. Algunos desembarcaron en oleadas en las costas de Florida y se enriquecieron en Miami. Muchos han apoyado el embargo y de vez en cuando vuelven a Cuba y se dan una vuelta por la ciudad y los alrededores, apuntando en su diario la propiedad a la que esperan echar mano cuando Castro sea definitivamente expulsado con infamia. Quizá no han oído de Juan Pablo II lo que hubieran querido. A ellos, de hecho, el Papa ha pedido «que colaboren, con serenidad y espíritu constructivo y respetuoso, también en el progreso de la nación, evitando enfrentamientos inútiles y promoviendo un clima de diálogo constructivo y comprensión recíproca».
La Iglesia se había dirigido en diversas ocasiones a los exiliados potenciales para frenar el éxodo en los momentos más agudos. En 1978 y en 1980 lo hizo para invitar a sus compatriotas a «comprometerse con la propia patria, compromiso tanto más firme cuanto mayores son las dificultades». Y de nuevo en 1994 y en 1995, haciendo un llamamiento a no lanzarse «irreflexivamente al mar con embarcaciones rudimentarias, empujados por un estado de desesperación». Con escasos resultados. Quien podía, se ha ido, quien puede, se va, y quien no se va, querría irse. Así piensan la mayoría de los jóvenes. «En la universidad - confirma Enríquez Jordanis, estudiante de 2° de magisterio - el 94% querría dejar el país e ir a los Estados Unidos o España». Jaqueline Lourdes, una joven de 27 años y de familia humilde, con estudios en economía, recuerda con amargura a las amigas que se han marchado. «Muchas otras están dispuestas a hacerlo y se irían si pudieran. No hay duda de que es el sueño de la mayoría de los jóvenes que viven en la ciudad». La gente ve programas y escucha las radios norteamericanas y europeas. En estos últimos tiempos, pañuelos, shorts y camisetas con la bandera norteamericana han tomado la ciudad invadida por el turismo. Un viejo e impertérrito socialista, en una carta a la revista comunista Bohemia, escribe, con la alarma propia del buen padre ante el hijo que frecuenta malas compañías, que, «aunque estas manifestaciones no expresan necesariamente admiración, sino el ansia de consumo y el deseo de “estar en la onda”, denotan, cuando menos, ignorancia y superficialidad con respecto al emblema oficial norteamericano en la historia cubana». Pero son reprimendas típicas de la moral comunista que no sirven para nada. A estos jóvenes el Papa les ha pedido que se queden, que no renuncien a buscar la belleza y la verdad allí donde han nacido y en los ambientes en los que viven.

Sociedad civil e igualdad de oportunidades
En el selecto grupo de cubanos que recibieron la Biblia de manos del Papa durante la misa en la plaza de la Revolución había un ingeniero agrónomo de 43 años, de nombre Dagoberto Valdés. Tenía cuatro años cuando Castro y los suyos entraban triunfantes en la capital. «Al terminar la escuela media quería hacer sociología, pero no pude por ser católico; tampoco derecho ni psicología. Tuve que elegir una de las carreras universitarias abiertas para los creyentes, agrónomos». Trabajaba desde hacía 16 años en una fábrica de tabaco de Pinar del Río, pero dejó este trabajo para dirigir la revista Vitral y el “Centro de formación cívica”. Volveremos a hablar de él más adelante. Y quizá, cuando Juan Pablo II indicaba a los «laicos católicos» la responsabilidad de buscar «nuevos canales» de «diálogo cívico» entre las «instituciones del Estado» y las «organizaciones autónomas de la sociedad civil», pensaba en los que, como él, tienden desde hace algunos años los hilos de una red de puntos de encuentro en las diócesis del país e intentan un diálogo con exponentes del Partido comunista cubano con el apoyo de los respectivos obispos. «Hace pocos meses», revela Valdés, «nos reunimos con militantes del Partido Comunista de la Academia de las Ciencias de Cuba y discutimos sobre sociedad civil con un público de militantes comunistas y católicos». Son pasos tímidos y limitados que han recibido expresamente palabras de aliento de Juan Pablo II cuando hablaba de «un diálogo franco entre las instituciones del Estado y las organizaciones autónomas de la sociedad civil» que «aumente en extensión y profundidad». Nueve veces ha usado el Papa la expresión «sociedad civil» en sus mensajes en tierra cubana, como terreno de búsqueda de una «síntesis con la que todos los cubanos puedan identificarse». Con circunspección y mucha cautela, una revista teórica de ámbito comunista, Temas, diserta a su vez sobre sociedad civil y se pregunta si las seis organizaciones de masa que hasta hoy han encuadrado y pretendido representar a todos los cubanos no son, cuando menos, insuficientes. No es una meramente teórica, ya que, con una reciente Ley sobre las asociaciones, han surgido más de dos mil entidades imposibles de someter a un control directo y vertical del Estado. La petición de una expresión más pluralista de la sociedad cubana está en la mente de una parte del Partido comunista que nadie es capaz de evaluar. Alguno - en el partido - empieza a hablar de la «necesidad de reinventar el socialismo» y acepta la idea de un cierto pluralismo, «para adecuar el nivel político e institucional a la nueva situación, sin fomentar la fragmentación y la fractura de la sociedad cubana», nacida de la revolución. Vitral, que apenas tiene tres años de vida, ha entrado enseguida en la discusión. No basta, no es suficiente. «Nosotros pensamos en la sociedad civil como un espacio de autonomía y libertad de asociación, no antagonista al poder, sino donde la persona busque, emprenda y lleve a cabo independientemente de los programas estatales». Impresiona la coincidencia con lo que ha dicho el Papa en Santiago de Cuba: «Los laicos cató-licos tienen el deber y el derecho de participar en el debate público con igualdad de oportunidades», para que puedan «colaborar al bien de la sociedad civil» con «libertad de ex¬presión, capacidad de iniciativa y de propuesta, adecuada libertad de asociación». Y si hay quien piensa ya en un partido católico en Cuba, otros no creen que sea útil. Entre estos últimos está Dagoberto Valdés: «No es mi intención ni la del Centro de formación cívico-religiosa que dirijo crear un partido, y mucho menos un partido confesional. Nuestro programa es la formación de la persona para que pueda participar más libremente en la sociedad en la que vive. Estoy seguro de que habrá partidos de inspiración cristiana, ya los hay: es el caso del partido de Osvaldo Paya Sardinas y de Elisardo Sánchez. Pero en el futuro de la vida política de Cuba se deberá pensar en movimientos no confesionales, bien abiertos, donde pueda participar quien quiera».
La condena del embargo estadounidense ha estado presente de forma fuerte y clara en las palabras del Papa: «El pueblo cubano no puede verse privado de los vínculos con los otros pueblos, vínculos necesarios para el desarrollo económico, social y cultural, sobre todo, cuando el aislamiento forzoso repercute de modo indiscriminado sobre la población, acrecentando las dificultades de los más débiles, en aspectos fundamentales como la alimentación, la sanidad y la educación». También aquí el Papa ha pedido «pasos concretos» para deponer «medidas económicas impuestas desde el exterior del país, injustas y éticamente inaceptables».
«Sencillo, sereno, positivo, ha hablado primero al pueblo y después a quien lo gobierna, para que lo respete y se desarrollen en él las virtudes cristianas y civiles. Lo que pueda suceder es una incógnita, pero está fuera de toda duda que las cosas no serán iguales». Así hablaba un alto eclesiástico a la mañana siguiente de la partida del Papa. Queda en Cuba una nutrida agenda de puntos que Juan Pablo II ha detallado a puerta cerrada con los obispos y el clero: «Reclamad el puesto que os corresponde por derecho en el tejido social donde se desarrolla la vida del pueblo... exigid espacios, obras y medios».


Cubano y hermano
Queridísimo don Giussani: la experiencia que hemos vivido, las palabras que hemos escuchado, las miradas que se han encontrado, las manos que se han estrechado y las lágrimas de tantos cubanos son ya parte de un nuevo camino entre nosotros. Nuestras vidas no podrán ser iguales que antes. Los días vividos con el Papa han marcado definitivamente a miles y miles de cubanos, hombres, mujeres, ateos y marxistas. El pueblo lo ha esperado en cada provincia de esta nuestra tierra que, como dijo el Papa citando a Colón, es «la más hermosa tierra jamás vista por ojos humanos». Lo han esperado en Santa Clara, donde se ha dirigido de forma especial a las familias; en Camagüey, donde los jóvenes han sido el centro de su mensaje, y en Santiago de Cuba, donde se ha dirigido a nuestra patria y ha coronado a nuestra Madre con una corona de oro que ha sido probada muchas veces en el crisol de un dolor profundo. Aquí, en La Habana, ha congregado a un millón de cubanos que desde la noche anterior han comenzado a llegar desde lugares lejanos para llenar esta plaza, escenario en otras ocasiones de discursos políticos llenos de odio.
¿Cómo permanecer igual después de todo esto? Es imposible vivir como antes, después de haber «visto y oído», después de que la verdad nos ha tocado de forma tan profunda.
Nuestra comunidad ha experimentado la cercanía del Santo Padre. Hemos experimentado con singular alegría su cercanía con respecto a nosotros, don Giussani, y a nuestro pueblo; sé que sus oraciones y las de todas las comunidades y de la Fraternidad de CL no nos han dejado solos ni un sólo instante y están dando frutos abundantes. Le doy gracias en nombre de todos los amigos por su paternal cercanía y por las palabras que nos ha dado a conocer y que nos han llevado a crecer en amistad y alegría, en comunión con todo aquello que es bueno, bello, verdadero. Gracias porque su amistad nos ha guiado hasta este día y estamos seguros de que nos guiará siempre.
La presencia entre nosotros de amigos de muchos lugares del mundo durante estos días ha sido otro signo de esta común unión de vida que hace nuestro camino más ágil y más alegre.
María de la Caridad ha estado con nosotros en las alegrías y en los sufrimientos y, por esto, con más razón la llamamos nuestra Madre y también Madre suya, porque usted, querido don Giussani, es hoy más que nunca cubano y hermano.
Los amigos de Cuba


“La Cuba que deja Juan Pablo II”
Mesa redonda convocada por la Asociación Cultural Charles Peguy
por TERESA ECOBO

Cuatro días después del final de la visita del Santo Padre a Cuba, la A. C. Charles Peguy reunió en Madrid a tres autorizados observadores de este suceso histórico: José Conrado, sacerdote cubano, Marta Frayde, presidenta del Comité Cubano Pro-derechos Humanos, y José Luis Restán, enviado especial de la cadena radiofónica COPE. Tres puntos de vista distintos, pero una misma certeza: la visita del Papa a Cuba ha supuesto un gran cambio. «Este cambio se puede ya medir por los hechos», comentaba José Conrado. Y José Luis Restán resaltó dos de ellos: «Al principio del viaje de Juan Pablo II se decía que la televisión cubana sólo retransmitiría un acto diario, pero al tercer día el pueblo cubano podía seguir por los medios de comunicación todos los actos presididos por el Pontífice». Los tres observadores resaltaron una frase que apareció en el diario de la Revolución, Gramma: «En la Misa de Santa Clara el Papa pidió a las familias que tomasen la responsabilidad de educar a sus hijos, y que ellas mismas buscasen los instrumentos y espacios para llevar a cabo esta responsabilidad. Al día siguiente en el diario oficial del régimen esta petición se manifestó del siguiente modo: “La Revolución siempre estará dispuesta a que todas aquellas personas que quieran contribuir al futuro de Cuba desde sus propias creencias tengan su espacio y su lugar”».
La participación en el acto rondó las cuatrocientas personas. Entre los asistentes se encontraban numerosas personalidades del mundo del exilio cubano de Madrid, así como empresarios, políticos e intelectuales españoles especialmente atentos al escenario cubano, en cuyo juicio el viaje del Papa ha causado un fuerte impacto.


 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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