Del presente al pasado
Manuel Medina Olmos fue obispo de Guadix, una diócesis pequeña y pobre, y pasó toda su vida en la provincia de Granada. A partir de mayo de 1931 pidió el don del martirio. Le llegó como una gracia especial en la madrugada del treinta de agosto de 1936, junto a su amigoa, Diego Ventaja Milán, obispo de Almería.
Juntos fueron beatificados en 1993
Los dos procedían de pueblos enclavados en las alturas de Sierra Nevada. Medina Olmos nació en Lanteira, Ventaja Milán en Ohanes, villas de aire limpio. Uno y otro necesitaron becas para realizar la carrera eclesiástica. Medina Olmos estudió en el seminario de Guadix y en la Universidad de Granada, Ventaja Milán en Roma. Terminada su formación, dedicaron su actividad a la docencia en el Sacromonte, la hermosa abadía que educaba a la crema de la sociedad andaluza, y en las Escuelas del Ave María, cuyos alumnos eran “los pobres entre los pobres”. A estos últimos entregaron su vida y su hacienda. Medina Olmos fue nombrado Obispo de Guadix en 1928, Ventaja Milán, de Almería en 1935. Pertenecían a dos generaciones distintas, Manuel Medina Olmos había nacido el 9 de agosto de 1869, Diego Ventaja, once años después.
La mitad de su alma
La amistad entre ambos obispos ha llamado la atención a los biógrafos. El epistolario familiar de Medina Olmos y los testigos dedican una especial atención a la amistad que superó las barreras de la vida y la muerte. Amigos suyos fueron los alumnos del Sacromonte, los compañeros del seminario, empresarios de Granada, pero la amistad entre los dos obispos fue una de esas amistades duraderas, llenas de todas las honduras y matices que ofrece la vida cristiana. Los amigos de uno, inexorablemente, eran los amigos del otro. Tres momentos fueron especialmente significativos en esta amistad. La marcha implacable de la II República hacia el laicismo estremeció la conciencia de los cristianos de la época. Anualmente el Obispo de Guadix organizaba para sus sacerdotes ejercicios espirituales ignacianos en los que el propio obispo participaba, reservándose algunas pláticas y meditaciones. Los ejercicios que programó con mayor esmero fueron los del verano del año 31: escogió personalmente a los participantes y, tanto en su preparación como en el seguimiento posterior, reflejados en su epistolario personal, se puede tocar la huella recibida en aquellos días y la gratitud por la experiencia vivida. Entre los sacerdotes estaba Ventaja Milán y bien que el Obispo de Guadix lo hace constar en sus cartas. También estuvieron varios sacerdotes que, cinco años más tarde, darían su vida por la fe. El segundo momento lo marca la visita “ad limina”, la visita canónica de los obispos a Roma para informar al Papa de la situación de su diócesis y que Medina Olmos realizó en octubre del 32, eligiendo como compañero de viaje a Ventaja Milán y de la que nos ha llegado todo el entramado de documentos oficiales y privados que nos abren el pensamiento y la situación anímica del Obispo de Guadix. Sirve recordar una afirmación tomada de uno de sus escritos: «Si Dios no lo remedia, España avanza por el camino de Rusia». El mismo día de su llegada a Roma visitan los sepulcros de los apóstoles Pedro y Pablo y ante ellos los dos amigos «derramamos nuestro corazón en oraciones fervientes», sin olvidar ofrecerles «en nuestro nombre y en el de todos vosotros», se dirigía el obispo a sus diocesanos, «firmeza inquebrantable en nuestra fe, estando dispuestos a dar la vida por defenderla».
Mañana radiante
Era el 15 de octubre de 1932 y el ofrecimiento del
obispo y del todavía cannigo del Sacromonte sería aceptado antes de que pasaran cuatro años. El tercer momento es el del martirio. Medina Olmos fue apresado en su “palacio” y, posteriormente, trasladado a Almería, donde encontró a su compañero del alma. Compartieron las mismas prisiones, incluso los mismos departamentos de las cárceles, fueron sometidos a los mismos trabajos forzados paleando carbón, rezaron juntos, repitieron casi las mismas jaculatorias, soportaron los mismos ultrajes por parte de sus carceleros y, en particular, los de una miliciana, especialmente agresiva, y juntos fueron fusilados en el mismo barranco. No terminó ahí la unión de estos mártires ya que el proceso de beatificación fue el mismo y una sola fue la ceremonia de beatificación en la mañana radiante del 10 de octubre de
1993. Los sigue uniendo la misma fiesta litúrgica.
El testimonio
Una carta de Medina Olmos a un hermano jesuíta de Lanteira, escrita en 1909, nos encara, por primera vez, con el tema de las persecuciones, tal como las ve el joven sacerdote. El pensamiento es idéntico al expresado en pleno hervor de la II República. En mayo del 31 habían ardido en casi toda España bastantes iglesias y conventos. Córdoba fue una de tantas ciudades españolas que soportó tal desgracia, pero con el agravante de que en los enfrentamientos de revoltosos y fuerzas del orden público, murieron cuatro manifestantes. Las muertes no tuvieron nada que ver con motivos religiosos, pero la residencia de los jesuítas quedaba relativamente cerca del lugar de los enfrentamientos y ellos fueron un objetivo preferido. El jesuíta aludido anteiormente vivía en esa residencia, y por esos días recibió una carta del obispo: «No te asusten las persecuciones que son muy buenas para limpiar la Iglesia y las órdenes religiosas de la mala escoria. Pide que no las envíe, pero que si vienen, tú seas digno de padecer algo por Jesucristo». En las cartas escritas durante la II República repetía la comparación de que las pruebas son como los harneros que criban el trigo.
Entre trigales
Medina Olmos tenía la costumbre de pasear por los hermosos campos de la Hoya de Guadix, caminos de ermitas, caminos de polvo y trigales y por un camino orillado de olmos gruesos, hoy talados, siempre acompañado de un seminarista o de un sacerdote. Cuando los caminos se fueron haciendo peligrosos, sólo caminaba al seminario al que está anexionada una alcazaba árabe del siglo XI, reservada para el descanso de los futuros sacerdotes. Los seminaristas de entonces recuerdan que una de las conversaciones abordadas por el obispo con más frecuencia era la del martirio. A medida que pasaban los años de la II República, disminuía el número de vocaciones y, como los pocos esforzados que iban quedando le exponían su miedo, él siempre les recordaba que llegado el momento la gracia de Dios, si es que la pedían con decisión, supliría la cobardía personal. Unos meses antes había escrito: «las persecuciones, las tiranías, los enemigos de todos los órdenes y todos los tiempos sólo han servido para hermosear y abrillantar la Iglesia, purificándola en el fuego de la persecución».
El ofrecimiento
A partir del 32, ya hemos visto cómo ofreció su vida, aunque nunca se sintió digno de este favor. En ningún pueblo de la diócesis hubo quema de iglesias, se mantuvieron las procesiones públicas; sólo con la llegada del Frente Popular en febrero del 36, comenzaron los desórdenes. El 13 de julio del 36, con el asesinato del líder de la derecha, Calvo Sotelo y toda la inquietud consiguiente, lo vivió en Granada, y cuando las noticias agravaron su clima de tragedia, los dos obispos, Ventaja Milán y Medina Olmos, que se encontraban en la Escuelas del Ave María, se dirigieron uno a Almería y el otro a Guadix porque «el pastor tiene que estar con sus ovejas», según han contado muchos testigos de Guadix y Granada. Era el 16 de julio.
Fueron dignos
La rebelión militar fue sofocada en Guadix con la misma violencia que en otras poblaciones. El 25 de julio, el obispo y los compañeros que vivían en su casa celebraron una confesión general. Algunos días no probaban bocado porque no había nada en “palacio”. El 27 fue apresado y llevado a la estación de ferrocarril. Durante el viaje hasta Almería, un canónigo que le acompañó y fue liberado por unas sutiles relaciones políticas, contaba que durante el trayecto el obispo repetía en latín el texto de los Hechos de los Apóstoles: «Los apóstoles iban contentos porque fueron considerados dignos de padecer por Jesucristo». No hay espacio para detallar los malos tratos sufridos, pero aludo a las afirmaciones expresadas por algunos compañeros de cárceles de ambos obispos. Fueron llevados a las bodegas del Astoy Mendy, un barco carbonero habilitado para prisión. Los trabajos son especialmente duros, pero según la coincidencia de todos los testigos, los guardianes les dan a ellos de los peores. Alguna vez don Manuel resbala por las escalerillas y los carceleros se burlan de sus debilidades. Pero tanto como los malos tratos sufridos interesan las palabras de los obispos guardadas amorosamente por quienes les sobrevivieron. Sólo citamos tres afirmaciones: «Ellos mismos daban gracias a Dios por las pruebas a que eran sometidos», «Lejos de hablar contra los sectarios, decían que los católicos teníamos mucha culpa de lo que estaba pasando por no haber dado solución a la cuestión social», «Teníamos que recibir con resignación y paciencia la persecución porque todos nos debíamos considerar culpables».
El perdón
En la madrugada del 30 de agosto los obispos son incluidos en la “saca” de dieciocho presos, los montan en una camioneta con las manos atadas a la espalda. La camioneta enfila la carretera de Málaga y en el kilómetro dieciocho gira buscando un pequeño barranco, bajan los prisioneros y empieza el fusilamiento. Cuando les llega el tumo a los obispos, Medina Olmos pide permiso para hablar y asegura que no han hecho nada para morir, que perdona a sus ejecutores para que Dios les perdone a ellos mismos y que, ojalá, su sangre fuera la última derramada. El miliciano contesta: «Menos cuento, hala, hala» y los mató. Son detalles contados por el propio jefe de la ejecución. A la mañana siguiente un conductor de la línea Málaga - Almería es detenido por unos milicianos que le piden gasolina para quemar los cadáveres. «Con este motivo me apeé y como a unos cincuenta metros de la carretera vi un montón de cuerpos apilados a los que iban a prender fuego, probablemente por segunda vez, pues estaban ennegrecidos. A poca distancia se veían dos cadáveres cruzados.... acercándome reconocí a don Diego y don Manuel Medina».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón