La última escala del viaje de Huellas por América Latina es la República Dominicana. El cristianismo cinco siglos después del Descubrimiento
La porción de océano que la ensenada lograba abarcar estaba más tranquila que nunca. Faltaba, más o menos, media hora para la salida del sol y poco a poco la playa se iba poblando de hombres de hirsuta barba que dejaban, adormecidos, sus refugios de madera y hojas. Caminaban hacia un punto del litoral donde se entreveía la estructura de una construcción no acabada todavía. A medida que los primeros iban llegando sacaban las espadas de sus vainas dejándolas en el suelo. Mientras el cielo comenzaba a teñirse de rojo, una multitud de soldados, marineros, clérigos y frailes formaban un semicírculo en torno a un altar adornado con telas recamadas que el Rey Católico había regalado para la solemne ocasión. Fray Fernando Boyl, el viejo benedictino nombrado vicario apostólico de las nuevas tierras de ultramar, ocupa su lugar en el centro del altar; a su derecha y a su izquierda, franciscanos, mercedarios y jerónimos destapan en pocos instantes la santa reliquia. El celebrante asperja con agua bendita el altar; después Colón, almirante de la armada, vestido de rojo, sus capitanes, con yelmo y penacho, y los escuderos con sayo de lana blanca con una cruz roja en el pecho, ocupan los puestos reservados en el interior de la pequeña iglesia. En la capilla chispean dos velas e iluminan la estatua de la Virgen de Montserrat. Un millar de hombres se arrodillan al mismo tiempo con la sincronía de quienes están habituados a repetir ese gesto. En ese momento el coro es un muro compacto de notas y el Salve Regina llena la oscuridad ... Ad te suspiramus gementes et frentes ...
Así, con toda probabilidad, debía de iniciarse el alba del 6 de enero de 1492, en la costa occidental de la Española, la isla descubierta por Cristóbal Colón dos años antes y a la que ahora se retornaba con más capitales y hombres en el segundo viaje a las Indias'.
Un amanecer único, como no se había visto jamás en la historia de los hombres. Un noble de la época dedicaba a Carlos V su Historia General de las Indias con estas palabras: «Lo más grande después de la creación del mundo y de la encarnación y muerte de quien lo creó es el descubrimiento de las Indias ...». Sabemos que se trataba de América y del punto de América que, tres siglos después, tomará el nombre de República Dominicana. «Una de las fechas más importantes en la historia de la humanidad» la definía Juan Pablo II en octubre de 1992 ante la tumba de Cristóbal Colón que, precisamente en aquellos días, se trasladaba de la primera catedral de América, iniciada en el 1520 por el italiano Alessandro Gheraldini, al “Faro de Colón”, construido por el octogenario presidente Joaquín Balaguer.
La isla de los primados
Santo Domingo, la antigua Española, es la isla de los primados. De su puerto partieron hacia la tierra firme los conquistadores del continente latinoamericano, Balboa, Pizarra, Bastida, Ponce de León, Narvaez, Nicuesa, Garay, Ovando, Velázquez, Sotomayor y muchos otros. Hernán Cortés tenía veintiséis años cuando abandonó la isla a la cabeza de trescientos hombres y ocupó Cuba en nombre de la corona española. Sobre aquella misma tierra caminó a la sazón un joven clérigo destinado a hacerse famoso, Bartolomé de las Casas. Escribe un biógrafo español que «Cortés era uno de los pocos hombres que iban a confesarse con Bartolomé de las Casas; los demás huían de él porque antes de tocar el capítulo de los pecados de la carne, exigía que se hiciera un minucioso examen sobre el trato que daban a los indios y a aquellos que les obligaban a tamizar el oro de los torrentes que descendían de Sierra Maestra, no les daba la absolución».
Desde la isla de Santo Domingo comenzaron a precisarse los confines de un imperio que en pocos años se extendería desde la Alta California hasta el estrecho de Magallanes. Desde Santo Domingo se iniciará, asimismo, la disolución de aquel mismo imperio a causa del contrabando que Inglaterra y Holanda fomentaban con creciente determinación en el mar del Caribe. En la olvidada isla de la Tortuga, el imperio de los Reyes Católicos sufrió el ataque devastador al corazón de su ecumenismo. Holanda, Francia e Inglaterra comprendieron en el momento preciso que, acechando el tráfico marítimo entre el Viejo y el Nuevo Continente, podían aspirar a mayores victorias. El calvinismo y la piratería, aliados, fueron el más peligroso enemigo de España. La Tortuga se convierte en base de filibusteros y bucaneros holandeses, franceses e ingleses patrocinados por los centros financieros de sus respectivos países y por sus compañías marítimas «cuya primera obligación era hacer la guerra a España y practicar con gran estilo la piratería». John Hawkins, retoño de buena familia inglesa, se hace a la mar tras su juventud y descubre pronto un lucrativo tráfico, el de los negros. Financiado por una sociedad en la que participaban hombres de la corte de Jaime I , se aprovisionaba de mercancía en la costa africana de Sierra Leona y la subastaba en los puertos del Caribe. Su carrera será brillante: diputado, después tesorero de la Armada Real, más tarde contralmirante. Doce millones de negros pasaron de Africa a América hacia las plantaciones de azúcar, cacao y café del Nuevo Mundo. Sobre las naves de Hawkins da sus primeros pasos otro, y más temido, personaje, el corsario Drake, sir Francis Drake. Era hijo de protestantes en lo tocante a belicoso contra los españoles; como muestra de deferencia, consignó a la Reina de Inglaterra una parte de su primer botín, arrancado a los españoles que fueron capturados por sorpresa. Después de haber saqueado Santo Domingo, casa por casa, destruido iglesias y obtenido un conspicuo rescate en ducados acude a Isabel de Inglaterra que le da protección y refugio.
Santo Domingo ha sido la más española de las colonias españolas de América y los dominicanos «los mas fieles vasallos de Su Majestad», y cuando las demás colonias luchaban por la independencia, en Santo Domingo las élites organizaron al pueblo para integrarse en la Corona de España, Uno de los historiadores dominicanos más respetados, Frank Moya Pons, escribe que «una de las grandes paradojas de la formación nacional dominicana fue que mientras la población española se ennegrecía, la mentalidad dominicana se blanqueaba».
Santo Domingo es uno de los países más mestizos del planeta, una mezcolanza sin igual de blancos europeos, negros africanos, emigrantes judíos y árabes, asiáticos de todas las esquinas de Oriente. En Santo Domingo se han dado cita pueblos y razas, conquistadores y misioneros, comerciantes y piratas, hombres de bien y aventureros de toda ralea. Un carrusel de amos se han sucedido en la isla: españoles, franceses, haitianos, norteamericanos. En poco más de un siglo, desde 1865, cuando se independiza de España por segunda vez, a nuestros días, en Santo Domingo se han sucedido sesenta gobiernos y se han escrito once constituciones. Únicamente diecinueve ejecutivos han sido elegidos o han sido expresión del Parlamento, se han dado veintiún derrocamientos por conspiración, y tres Presidentes de la República han sido asesinados.
La primera universidad de América
En Santo Domingo se funda la primera universidad del Nuevo Mundo. «Los orígenes de la actual Universidad Autónoma, que hoy tiene 80.000 inscritos, se deben a los monjes de Santo Domingo» explica el sacerdote italiano Diego di Modugno. «Poco después de su llegada crearon lo que se denominó “Estudiantado General”, ya en el año 1518; después, con la bula del entonces Papa Paulo III, el 28 de Octubre de 1538, el Estudiantado es elevado al rango de Universidad y esta última organizada en torno a la enseñanza de Medicina, Derecho, Teología y Artes como estaba en uso en la metrópoli de España en el siglo XVI. Naturalmente, en el origen, la Universidad estaba destinada a pocos, a los jefes indígenas y a los propietarios españoles, pero su existencia muestra una de las cosas que han caracterizado la primera evangelización: la atención y el cuidado hacia lo local, lo indígena, a quienes se quería transmitir con la fe también los mejores conocimientos de la época, ya que la fe era entendida como un factor de civilización». En el siglo XIX la Universidad debió cerrarse en diversos periodos. La primera vez, después de la ocupación haitiana y del abandono de la colonia por parte de los frailes dominicos; la segunda en 1922, cuando todos los estudiantes fueron reclutados para el servicio militar obligatorio. Cierra nuevamente sus puertas en los años de la ocupación norteamericana, tuvo una vida difícil durante los treinta años de la dictadura de Trujillo, pero siempre reabre sus puertas.
Diego di Modugno, cuarenta y ocho años cumplidos, llegó a Santo Domingo en abril, hace cuatro años, pero no de Ruvo di Puglia donde nació, sino de la Ciudad de la Plata en Argentina, donde permaneció ocho años como profesor del seminario local. En la actual Universidad Autónoma de Santo Domingo, descendiente de la primera universidad en tierra americana, ha puesto pie por primera vez en octubre de 1994. «Me establecí en una iglesia de la capital, en una zona periférica pobre y el primer encuentro que quise hacer, el segundo día de estar allí, fue con los estudiantes de la parroquia, entre los cuales hay un cierto número de universitarios. Les hice esta pregunta: ¿cómo son los compañeros cristianos de estudio con los que estáis? ¿cómo os ayudáis entre vosotros en la Universidad a vivir la fe?. Probablemente era la primera vez que eran interpelados de este modo y se quedaron tan sorprendidos que se sintieron empujados a hacer algo. Continué diciendo que no era necesario hacer nada, que debíamos estar en la Universidad como cristianos, y les dije que yo estaba dispuesto a estar con ellos en la Universidad y a procurar ser una propuesta también para sus compañeros. Seis muchachos se presentaron a la primera cita y una semana después estábamos sentados bajo un gran árbol del campus en el espacio asignado por la autoridad universitaria para nuestro grupo. Habíamos comenzado a leer un texto de Luigi Giussani que se titula Reconocer a Cristo y comenzamos así, encontrándonos todos los miércoles a las cinco. Algunos de ellos me dijeron después que estaban impresionados porque habían oído proponer el cristianismo como un presente, una experiencia de novedad posible hoy. Diría que precisamente éste, en general, fue el punto que más les sorprendió. Quizás porque el ambiente dominicano está lleno de movimientos evangélicos y protestantes que asumen connotaciones escatológicas». Jesús María de los Santos,' un abogado de 29 años, recuerda con precisión los primeros encuentros bajo un enorme árbol del caucho. Confiesa incluso una cierta sospecha inicial: «no comprendía por qué un grupo de católicos se quería reunir justamente en una universidad donde la mayor parte de los grupos eran comunistas. Me preguntaba también quién estaba detrás de ellos, quién les financiaba. De cualquier forma, oía hablar de un movimiento, Comunión y Liberación, y del cristianismo con acentos que para mí eran nuevos, distintos de los usuales grupos católicos especializados en algo, la oración, la ayuda a los demás ... la suya, sin embargo, la escuchaba como una propuesta que me afectaba personalmente». «Poco tiempo después -añade Di Modugno- habíamos propuesto públicamente una excursión a la que vinieron unos noventa estudiantes». Entre los noventa estaba también Ramón Herrera Martínez llamado 'Eridania”, y Claribel Jiménez. Eridania: «Supe de la excursión por un aviso en el tablón de anuncios. Era un domingo de febrero, caluroso, calurosísimo. Pasamos muchas horas al borde de una piscina, después un chico comenzó a contar algo. Me impactó una de las cosas que dijo, cuando habló de que estaba descubriendo una cierta unidad en su vida, entre el trabajo, el estudio y aquello en lo que creía. En ese momento decidí probar para ver si era verdaderamente posible». Claribel Jiménez: «Me trataban como si me conocieran de siempre y, al mismo tiempo, comprendía que miraban hacia delante, a lo que podría llegar estando con ellos». Y permaneció. Hoy tiene un par de años más, acaba de terminar los estudios universitarios de Marketing y se anima a ritmo del merengue, la música nacional dominicana.
Durante un siglo, el merengue arreció en toda la isla. «No se sabe mucho de sus orígenes, dicen que se cantaba cuando los dominicanos buscaban liberarse de la ocupación de los haitianos y, más tarde, para expulsar a los soldados norteamericanos que habían ocupado la isla desde 1916 a 1924». Como todas las grandes músicas populares es de oposición y de cortejo al mismo tiempo. Durante los treinta años de dictadura de Trujillo alcanza la apoteosis y el dictador se hacía acompañar en sus salidas públicas por un famoso cuarteto. Los dominicanos escuchaban y bailaban, pero estos mismos dominicanos festejaron en la calle durante días y días a ritmo de merengue el asesinato del dictador.
La invitación explícita de que Diego di Modugno participase en la Universidad católica de Santo Domingo provino del cardenal de la ciudad, Nicolás de Jesús López Rodríguez y del rector de la Universidad, el salesiano Ramón Alonso. Pero en este punto de nuestro recorrido, es necesario dar un paso atrás, a 1992 ...
Cinco siglos después
En octubre de aquel año, Santo Domingo se llena de obispos y cardenales, más de trescientos, reunidos en la capital para la IV Conferencia general del episcopado latinoamericano, inaugurada el 12 de octubre por Juan Pablo II. Tres días antes, en el salón “Santa Catalina” de la Universidad Católica, algunos de ellos aceptan la invitación que les hace una representación de Comunión y Liberación de los países de América Latina donde el movimiento está presente desde hace años, reunida en la capital dominicana. Se presenta la contribución de CL a la reflexión sobre el V centenario del descubrimiento y la evangelización. El punto de vista central era sintetizado de este modo: «el desafío que el mundo lanza al cristianismo y a la Iglesia no es uno u otro aspecto de su doctrina o de su disciplina, sino su mismo naturaleza de acontecimiento humano. [Hoy] No crea problema la enseñanza social o moral de la Iglesia que, de cuando en cuando, es exaltada o atacada, como cualquier otra doctrina humana; lo que crea problema es la realidad pura y simple del misterio de la Encarnación de Dios».
Escuchando estas palabras estaban cinco cardenales y veinte obispos. Cuatro meses después, en la misma universidad, D. Filippo Santoro, hoy obispo auxiliar de Río de Janeiro, vuelve a hablar de Comunión y Liberación. Nicolás de Jesús López Rodríguez, cardenal y presidente del CELAM, el Consejo Episcopal de los Obispos de América Latina, recuerda aquel primer contacto: «Conocí a Monseñor Santoro en 1992, un año después tuve ocasión de conversar con él y en aquella conversación se preparó la venida de un sacerdote del Movimiento. Me interesaba la presencia del Movimiento en Santo Domingo; lo he seguido y lo sigo con mucho interés y creo que nuestra Iglesia necesita una pastoral más agresiva en el campo de la Universidad. He visto siempre a Comunión y Liberación como una de las respuestas válidas de la Iglesia a la problemática de los jóvenes de hoy y admiro mucho a Mons. Giussani, su profundidad de pensamiento, su amor a la juventud, su fidelidad al sacerdocio, su capacidad de proponer el hecho cristiano a los jóvenes. Este es el país donde fue erigida la primera universidad de América y la atención a los jóvenes, a su realidad existencial debe ser una de nuestras prioridades como lo fueron los jóvenes indios para los Pedro de Córdoba, los Montesinos, los Bernardo de Santo Domingo». Nombres grandes demasiado poco conocidos.
Pedro de Córdoba llega a Santo Domingo en 1510. «Hacia el mes de septiembre - escribe su más notable compañero, Bartolomé de las Casas -la divina providencia trajo a la Orden de Santo Domingo a esta isla para iluminar las tinieblas en las que estábamos ...”. En 1517 Pedro de Córdoba, compañero de Antonio Montesinos y Bernardo de Santo Domingo, escribía al Rey de España acerca de la condición de muchos indios en la isla, en estos términos: «... los cristianos están divididos entre ellos, diciendo que lo hacen para enseñar las cosas de la fe, pero en realidad no se las han enseñado, porque ninguno de ellos las sabe, tan sólo aquellos que nacen y crecen en los monasterios; porque, ¿cómo podrá enseñar la fe al infiel aquél que no la conoce y que, peor aún, no la vive?”. La predicación de Pedro de Córdoba y Antonio Montesinos impresionaron al joven Las Casas que entonces formaba parte del grupo de quienes eran increpados por los discípulos de Santo Domingo a causa de su conducta respecto a los indios. «Había estudiado filosofía, derecho civil y derecho canónico en Salamanca» refiere un profundo conocedor de Las Casas, el obispo auxiliar José Arnaiz. «Se embarcó para América muy joven, sediento de aventura y de riquezas como tantos otros, corno su padre y su tío que habían acompañado a Cristóbal Colón en la célebre expedición de 1494 donde fundaron La Isabela, la primera ciudad europea en tierra dominicana. Bartolomé de Las Casas tenía entonces 28 años y manejaba la espada con la misma destreza y rudeza que sus compañeros. Mientras administró la hacienda de su padre no tuvo reparos en esclavizar a los indios; las dudas comenzaron al estrecharse la amistad con los padres dominicos y ocho años después de su llegada quiere ser ordenado sacerdote. Atraviesa el océano unas doce veces para defender ante el Rey la causa de los indígenas. Será él quien proponga a Carlos V el reclutamiento de los esclavos africanos para aliviar la condición de los indios y de esto se arrepentirá más tarde». Francisco José Arnaiz, jesuita vasco, de Bilbao, llega a la tierra latinoamericana en 1941, concretamente a Cuba, de donde es expulsado con otros en 1961, dos años después del triunfo de la Revolución Castrista. Pasa 36 años en Santo Domingo donde todavía vive, enseña, escribe y ejerce las funciones de Secretario de la Conferencia Episcopal ininterrumpidamente desde 1975. «Las Casas es una figura frecuentemente distorsionada porque su grandeza se suele contraponer ideológicamente a la Corona; mientras que la Corona Española fue también grande porque, no sólo no lo reprimió, sino que lo premió. Lo que él predicaba en el Nuevo Mundo, el Rey quiere que se lo diga también a la Corte, en el corazón del Imperio. Y, así, gracias a Las Casas, se impulsaron las grandes reformas de la legislación española en las colonias. España, en suma, no lo castigó con la difamación, la cárcel y la muerte, como han hecho otros países de tradición colonial con sus hombres mejores, sino que lo premió con la mitra de obispo de Chiapas».
«Bartolomé de Las Casas - añade Diego de Modugno - pasaba mucho tiempo enseñando a los indígenas, pero también a los españoles, la verdad de la fe y las virtudes que de ella nacen. Es un ejemplo a seguir porque todavía hoy la ignorancia es enorme. En los primeros meses que estuve en la Universidad, me acuerdo que eran numerosísimos los chicos que no habían recibido los sacramentos. Decidí proponer un curso de preparación a la Confirmación, que preparé siguiendo un itinerario que parte de las preguntas fundamentales de la existencia; después presentaba la hipótesis de la Revelación donde se explica la permanencia de Cristo y cómo se vuelve encontrable para los hombres de cada tiempo. Así, un día escribí un aviso invitando al que quisiese participar, a hacerlo y lo puse en el tablón».
Glenny Nuñez Guerrero aparenta a duras penas sus veinte años. Ha leído el aviso del tablón y ha decidido apuntarse. Estudia Contabilidad y le gusta leer poesía. Muestra con orgullo los verso de Pedro Mir que hablan de su país y del del viejo presidente Balaguer, admira a Salomé Ureña y cita de memoria un célebre soneto de José Vázquez, un sacerdote de comienzos del siglo XIX que expresa todo el drama de una nación mestiza con muchos amos: «Ayer nací español / por la tarde fui francés / por la noche etíope soy / hoy digo que soy inglés / no sé que será de mí». Ernesto Barreiro se ha licenciado en Medicina hace poco, espera que le llamen de algún hospital para el periodo de prácticas y, mientras tanto, hace la caritativa en un instituto para enfermos terminales. «Hace poco más de un año que voy. Recuerdo que no sabía cómo comenzar. Entré en una habitación donde había una chica de 18 años afectada de leucemia. La madre estaba siempre con ella junto a su cama. Hice amistad con ambas. Murió en noviembre casi ciega por la enfermedad. Hasta el final pedía nuestra compañía, quería saber si “los chicos estaban allí”».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón